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La metamorfosis de Melanie

La metamorfosis de Melanie

“El verano en que cumplió quince años, Melanie descubrió que era de carne y hueso”.

Así de contundente es el inicio de La juguetería mágica, una de las primeras obras de la novelista inglesa Angela Carter, publicada inicialmente en 1967 y recuperada recientemente por la editorial Sexto Piso, en el que se perfila ya como clave argumental de la historia la toma de conciencia por parte de la joven protagonista de la importancia del propio cuerpo, de la belleza que transforma a la niña en mujer casi de un día para otro, pero también de las pequeñas esclavitudes, de las dudas y necesidades imperiosas que conlleva esa metamorfosis.

"La transformación física no es el único cambio al que debe enfrentarse Melanie, ya que la trágica muerte de sus padres en un accidente de avión la lleva a comprender de golpe la fragilidad del mundo"

Desde los griegos y latinos hasta la modernidad, la ficción nos ha ido familiarizando con historias en las que las mujeres se convertían en ríos o árboles para escapar de sus perseguidores o algunos hombres se veían obligados a asumir que habían mutado en burro o insecto repugnante sin motivo aparente. La metamorfosis pervive en todas las épocas, como si en cada tiempo encontrara el cauce de expresión de la función simbólica que al ser humano le sirve para explicarse la terrible desazón que provocan en él la inestabilidad del mundo que le rodea, pero también los distintos cambios que sufre la propia identidad y su apariencia externa, en las sucesivas etapas de la vida. Ciertamente, en La juguetería mágica asistimos a una de esas mutaciones, naturales si se quiere, pero no por ello menos traumáticas. Así, se centra en el paso de la niñez a la adolescencia, un tránsito aparejado a una serie de fenómenos y percepciones distintas de uno mismo de los que casi nadie tiene la delicadeza de avisarnos. El cuerpo cambia, crece y se prepara por su cuenta para un nuevo periodo sin que apenas seamos conscientes de todo lo que queda atrás, de todo lo que está por venir.

Sin embargo, la transformación física no es el único cambio al que debe enfrentarse Melanie, ya que la trágica muerte de sus padres en un accidente de avión la lleva a comprender de golpe la fragilidad del mundo feliz en el que hasta entonces habitaba sin darle la menor importancia. Melanie, que había permanecido siempre a salvo con su familia y la vieja y querida cocinera entre las cuatro paredes de una bonita mansión con jardín en la campiña inglesa, debe abandonar ese paraíso de la infancia, asumir el papel de madre de sus dos hermanos menores y mudarse a Londres, a casa de su tío Philip, un artesano juguetero del que solo conserva la vaga imagen de una fotografía antigua. Allí conocerá a la esposa irlandesa de su tío, Margaret, una mujer muda que atiende el negocio y el desvencijado edificio donde viven también los hermanos de esta, Finn y Francie.

"Melanie se encierra en su habitación y se detiene a contemplar su nuevo rostro, su cuerpo desnudo, como si fueran paisajes desconocidos, secretos"

Hasta aquí podría pensarse que Angela Carter, a la que conocemos sobre todo en sus facetas de formidable dama oscura de la literatura gótica y compiladora entusiasta de cuentos tradicionales de culturas muy alejadas entre sí, en los que se destaca la figura de la mujer como protagonista activa, optó en esta novela temprana por un registro distinto, más ceñido a la realidad, al relato de una peripecia iniciática, la de esa huérfana que comprende que la vida va en serio casi de un día para otro y crece y madura gracias a los diferentes obstáculos que debe ir superando en los meses que siguen a la inesperada tragedia familiar. Pero creo que en realidad la trama, tan similar a la de algunos novelones del XIX, es tan solo el pretexto, el envoltorio que le sirve a la autora para contar la metamorfosis de Melanie desde un ángulo peculiar, sacando a relucir toda la artillería que conforma el inimitable estilo Carter, su apego al valor simbólico que le brindan elementos formales provenientes de la literatura tradicional, pero también su reivindicación de los personajes femeninos que se sobreponen al yugo moral que les impone un varón.

"Carter aborda uno de los temas que retomará: la reivindicación de la libertad femenina, siempre amenazada por el poder ejercido desde la autoridad que encarna el varón"

Y es que Melanie cumple quince años en los días en que su destino se tuerce irremediablemente. Es la edad simbólica en la que diferentes culturas fijan el momento en que la niña asume su paso a la edad adulta, la asunción de responsabilidades, la conciencia de su propia feminidad. Aburrida y dueña de una libertad inédita, ya que sus padres han salido de viaje, Melanie se encierra en su habitación y se detiene a contemplar su nuevo rostro, su cuerpo desnudo, como si fueran paisajes desconocidos, secretos. Pero en un momento dado se aburre y acaba sucumbiendo a la tentación de probarse el traje de novia de su madre, un vestido blanco de larga cola que durante años ha permanecido guardado con esmero en un baúl. Ese mero gesto, tan bien reflejado en la magnífica cubierta de la edición de Sexto Piso, con el que la muchacha accede en secreto al vestido que representa el cambio de estatus de una mujer, su compromiso hacia un hombre y la posibilidad de formar con él una familia, se convierte en detonante de lo aciago, abre la puerta a la desgracia. Transforma a Melanie en una pequeña adulta, madre de sus hermanos y la enfrenta a un mundo en el que dos hombres, Philip por un lado, y Finn, el hermano de Margaret, por otro, no la tratarán ya como a la niña que solía ser. Mientras que su tío optará por cosificarla, por utilizarla como un instrumento útil al convertirla en  la marioneta viviente que interpreta en una de sus inquietantes representaciones teatrales a Leda, la víctima de la violación del cisne Júpiter, Finn la mirará con los ojos del deseo primario y despertará en la chica una mezcla de sentimientos encontrados, que van de la inexplicable atracción física hacia ese chico irlandés, no demasiado limpio y bizco, para más señas, al miedo ante la inocente rudeza con que él la corteja.

"Temible y grotesco, Philip gobierna su feudo y somete a Margaret, la delicada irlandesa que enmudeció al casarse con él y debe comunicarse a través de las notas que escribe en una pizarra"

De esta forma vemos que, pese a todo, Carter aborda desde el comienzo de su trayectoria literaria uno de los temas que retomará en diferentes obras posteriores: la reivindicación de la libertad femenina, siempre amenazada por el poder ejercido desde la autoridad que encarna el varón, en sus papeles de cabeza de familia o de predador que busca imponerse por la fuerza en las relaciones amorosas. Cuando Melanie y sus hermanos se ven expulsados a la fuerza de un hogar ordenado y luminoso y llegan a la casa oscura de su tío Philip, guarida de un ogro a medio camino entre el demiurgo y Barbazul, se refuerza la idea del peligro, la sensación de que la joven protagonista acaba de entrar por su propio pie en la boca del lobo. El juego de espacios, el contraste que se establece entre los dos decorados domésticos es otra baza propia del universo Carter, que conoce el valor de los marcos espaciales como cómplices o enemigos de los personajes. Melanie echará de menos sus muebles, su dormitorio, la limpieza y la delicadeza de lugares y objetos perdidos desde el mismo momento en que debe hospedarse en la casa vieja y desaseada de su tío, un edificio que, sin embargo, rebosa del encanto misterioso que siempre impregna las narraciones de la autora y consigue que los lectores nos sumerjamos completamente en un mundo deudor de los escenarios que pueblan los cuentos tradicionales y los relatos de terror gótico. Carter se demora explicando el dibujo exacto del papel pintado que recubre las paredes, así como los extraños retratos que penden de ellas y guardan secretos. Nos hace imaginar con todo detalle una infinidad de juguetes prodigiosos que recrean mundos a escala y logra de un plumazo que hasta los animales domésticos o los objetos se conviertan en protagonistas tan relevantes como sus personajes de carne y hueso.

No querría acabar esta reseña sin dedicarle alguna atención al que creo que es otro de los puntos fuertes de la novela, justamente la construcción de personajes coherentes en todo con las reglas que impone ese mundo metafórico, plenamente sensorial, rico en detalles originales, en comparaciones insospechadas y referencias que conectan con toda naturalidad el mito con la pintura o la música. Carter convierte en dueño y señor de esa casa londinense con juguetería en los bajos a un auténtico monstruo antropomorfo, el tío Philip, amo del calabozo y de quienes lo habitan, capaz de una delicadeza de orfebre al imaginar y construir sus máscaras, títeres o muñecos de cuerda, pero también de una brutalidad feroz cuando trata con sus semejantes. Temible y grotesco, Philip gobierna su feudo y somete a Margaret, la delicada irlandesa que enmudeció al casarse con él y debe comunicarse a través de las notas que escribe en una pizarra que siempre lleva consigo. Margaret es la doncella sacrificada que se entrega al minotauro, la víctima inocente de una significativa maldición que se resigna a ponerse cada domingo la horrible ropa y el incómodo collar de perro recubierto de piedras preciosas que le obliga a usar su esposo. Pero también puede interpretarse su papel en la obra desde una perspectiva crítica, porque Margaret oculta un secreto inconfesable y no es en modo alguno el prototipo plano que parece envolver su engañoso ropaje mítico, sino una mujer libre a su manera, tal y como desvelará un sorprendente final, gracias al cual Melanie concluirá su aprendizaje acerca del amor, la violencia y las contradicciones que acechan siempre al ser humano.

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Autora: Angela Carter. Traductor: Carlos Peralta Título: La juguetería mágica. Editorial: Sexto Piso. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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