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‘La misteriosa dama de negro’: Crímenes y amor en Londres

‘La misteriosa dama de negro’: Crímenes y amor en Londres

Richard Quine (1920-1989) se enamoró de una rubia. Una rubia muy especial. Kim Novak (1933), nacida Marilyn —un nombre casi exclusivo para rubias— Pauline Novak. Eran los años 50 en Hollywood, y las rubias, oxigenadas o no, eran algo notorio, o si prefieren notorious, escandaloso, en Tinseltown. Si ese calificativo concurría en Lana Turner, entonces se acababa en una página de sucesos. Pensaban que eran superficiales, frívolas y sexis, y por todo ello tan deseables como peligrosas, una injusta etiqueta que colocaban sobre todo al nuevo icono, Norma Jean Baker, miss Marilyn Monroe. Una etiqueta, un estereotipo que se extendía a que, amén de su exuberante y provocativo tipo, no tenían ni cerebro ni idea de actuar. Poco menos que muñecas manipulables. La excepción era Mr. Hitchcock, para quien las rubias —Madeleine Carroll, Ingrid Bergman, y sobre todo Grace Kelly— formaban parte, decididas, sensuales, inteligentes, víctimas y verdugos, de una fantasía propia y obsesiva, derivada en películas inolvidables. Lo que sucede es que esas deseables rubias no eran ni tontas ni superficiales, y además eran muy buenas actrices. Pal Joey, La casa 322, El hombre del brazo de oro, Picnic, Me enamoré de una bruja, Vértigo, Un extraño en mi vida, La misteriosa dama de negro, Bésame, tonto son solo algunas de las tarjetas de presentación de Kim Novak, y con ello todo está dicho.

"Pushover, Me enamoré de una rubia, Un extraño en mi vida y La misteriosa dama de negro constituyen el cuarteto de declaraciones de amor e intenciones que Quine dedicó a Kim"

Kim-Quine, porque durante años y al amparo de la Columbia Pictures, el cineasta, antiguo bailarín y compinche de Blake Edwards, y la rubia formaron un tándem en el que —con o sin Pigmalion— sellaron cuatro películas formidables, una manera en la que Quine tomaba a Kim y desarrollaba un noir, dos comedias y un melodrama, sendas historias de amor y seducción, también de amorosa desesperación, como si la historia de su turbulenta relación se proyectara, por aquí y ahora asoma Mr. Hitch, en esas historias en la que el retrato de una hermosa mujer desamparada, frágil, sensible, herida, es manipulada por unos hombres que piensan en un amor eterno, de esos que como le decía la condesa Lucrecia a su amante en El abuelo, duran muy poco. Y dejan, por lo general a la dama, en el invierno de los recuerdos y la desolación. Si quieren comprobarlo vean la última secuencia de Un extraño en mi vida. Porque Pushover (La casa nº 322), Me enamoré de una rubia, Un extraño en mi vida y La misteriosa dama de negro constituyen el cuarteto de declaraciones de amor e intenciones que Quine dedicó a Kim.

The Notorious Landlady (La misteriosa dama de negro, 1962) es la despedida fílmica de Kim-Quine. Ella le había despedido de su vida, sin apenas una palabra, tras el pico de su relación consumada torrencialmente, cine y vida a la par, la vida de repuesto de Garci, durante el rodaje de Un extraño en mi vida. Quine nunca la olvidó. Jamás. Virna Lisi es Kim en, ejem, Cómo matar a la propia esposa, y la gente de Hollywood, entre dry martinis, cenas en Spago y fines de semana en Malibú, rumiaban que en 1989, al apretar el gatillo de su arma, Richard Quine celebraba con desesperación ese amor nunca olvidado.

En todo caso, La misteriosa dama de negro fue sumariamente ejecutada por los críticos. Que conste que lo entiendo, porque hay que salirse de la rutina y los encasillamientos para apreciar esta inteligente, irónica y entrañable comedia londinense, en un Londres mítico, tan inexistente pero real, como la Casablanca del Rick’s Café, el París de Lubitsch o Wilder, el Monument Valley de Ford, la Roma de Audrey y Peck, el Nueva York de Woody Allen. Cito de nuevo a Garci: el cine es una mentira sincera.

"La misteriosa dama de negro es también, como lo será Misterioso asesinato en Manhattan, una afectuosa mirada en comedia a las novelas clásicas de detectives"

La banda sonora de La misteriosa dama de negro gira alrededor de una clave sentimental, la canción «A Foggy Day», una canción, una balada sentimental, un standard que ha cantado todo el mundo, sobre un día neblinoso en Londres, tan neblinoso como las relaciones sentimentales, una pequeña obra maestra de George y Ira Gershwin. Es un Londres reciclado en Columbia Pictures, en blanco y negro, de squares de arquitecturas victorianas con jardín en el centro, bobbies deambulando previsores, vecinos cotillas y morbosos, taxis, caballeros con abrigos de mezclilla, bombines y sombreros, clubs nocturnos en barrios casi portuarios, backyards poblados de ventanas indiscretas y alleys, callejones traseros por los que circulan deportivos que ocultan en su huida la huella, el testigo o la clave de un crimen. Porque La misteriosa dama de negro es también, como lo será Misterioso asesinato en Manhattan, una afectuosa mirada en comedia a las novelas clásicas de detectives, con una hermosa y exuberante viuda, Kim, naturally, objeto de las sospechas, sociales y policiales, por la desaparición y el supuesto asesinato de su esposo.

El guion de Gelbart y Quine explora con habilidad esos entresijos detectivescos, de manera casi impresionista, jugando con el escenario, primero londinense y en el último tercio británico, con los personajes, impagables policías, no menos impagables ancianas y enfermeras, con la casa de Novak, detenida en un tiempo victoriano ya ido y en los vericuetos de una comedia de manners y enredos. Porque Jack Lemmon —casi de inmediato uno piensa en cómo Wilder habría remodelado, cruel, cínico, romántico, este argumento con la ayuda de Lemmon, Matthau, y la propia Novak— es el membrillo, perdidamente enamorado y obnubilado, quién no, desde que la sospechosa viuda le abre la puerta de su casa, un diplomático norteamericano recién llegado a Londres desde las arenas del desierto en busca de alojamiento. Lemmon es, de inmediato, seducido sin remedio y atrapado en una maquinación de fraude, suplantación, chantaje y asesinato. Añadamos al cóctel un ingrediente sutil, elegante, sofisticado, llamado Fred Astaire, superior en diplomacia, vida social, a Lemmon pero idénticamente raptado por Kim, que introduce en la película su soft savoir vivre, la sofisticada biografía del bailarín que maneja un paraguas, viste un traje de Savile Row, un smoking o una gabardina de la misma manera con que mira oblicuamente, mueve una ceja o camina casi sin tocar el suelo.

La misteriosa dama de negro es como la reconversión en comedia de la desesperación romántica de La casa 322, la ligereza de narrar con encanto un enamoramiento en un Londres neblinoso, la forma de filmar sensaciones, ilusiones, momentos imaginados de una vida que nunca fue pero que fue siempre nuestra porque la soñamos y al deseamos mientras gente talentosa y enamorada como Richard Quine la filmaron en blanco y negro, con imágenes que uno recuerda siempre con una sonrisa de felicidad.

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The Notorious Landlady (La misteriosa dama de negro, 1962). Producida por Fred Kohlmar y Richard Quine para Columbia Pictures. Dirigida por Richard Quine. Guion de Larry Gelbart y Richard Quine, basado en The Notorious Tenant, de Margery Sharp. Fotografía de Arthur E. Arling. Música de Richard Dunning. Montaje de Charles Nelson. Vestuario de Kim Novak. Interpretada por Kim Novak, Jack Lemmon, Fred Astaire, Lione Jeffries, Estelle Winwood, Maxwell Reed, Philippa Bevans, Henry Daniell, Ronald Long, Richard Peel y Doris Lloyd. Duración: 123 minutos.

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Juan
Juan
2 años hace

Fantástico, Sr. Torres-Dulce, como nos tiene (mal)acostumbrados. Casualmente, hoy había revisitado el coloquio de Un extraño en mi vida de Qué grande es el cine. Me viene este artículo como anillo al dedo para complementar. Gracias!!