Diríase que el señor Thomas Mann, herr Mann, tan celebrado en los cafés literarios de Europa y en los salones donde se fuma y bebe con solemnidad la cultura, decidió un buen día que el tiempo, esa menudencia que tanto apremia al resto de los mortales, debía suspenderse a voluntad. Y para probarlo, escribió La montaña mágica… Que ¡oh, montaña de prodigios! más que mágica parece encantada; y no por virtud de hadas, sino por hechizo de bostezo.
El protagonista, el jovenzuelo Hans Castorp —tierno ingeniero de vocación, enfermo de ocio por destino— sube a la montaña para visitar a un primo tuberculoso y se queda siete años. ¡Siete! Moisés tardó menos en recibir las tablas de la ley. Pero claro, Mann debía demostrarnos que el tiempo no existe, o que existe demasiado. El lector, compadecido, comprende pronto el experimento: mientras Hans pierde su juventud en un sanatorio, nosotros perdemos la nuestra, sobre todo si leemos la novela siendo jóvenes, entre páginas que se estiran como las jornadas de un burócrata sin prisa.
Y es que la novela —si tal puede llamarse a la Biblia en pasta— se desenvuelve sin otro movimiento que el de la nieve cayendo sobre las ventanas, o el de los pulmones tosiendo con decoro germánico. Hay conversaciones, sí, pero más largas que un día sin tabaco para un fumador empedernido. Entre Settembrini, el humanista parlanchín, y Naphta, el jesuita incendiario, se enzarzan en duelos dialécticos que harían huir al mismísimo Sócrates en busca de una taberna donde beber para olvidar. Allí se discute de política, de religión, de arte, de moral; en suma, de todo lo que puede discutirse cuando uno tiene fiebre, dinero y ningún oficio.
Mas no se crea que el tedio carece de método. Mann, con la severidad de un profesor prusiano, ordena cada pensamiento, cada bostezo, con minuciosa lentitud. El estilo es de una majestad que asusta: párrafos que podrían servir de diques contra la corriente del entusiasmo, frases que se enroscan como serpientes de mármol. En cada capítulo se diría que el autor consulta la eternidad antes de poner punto y aparte.
Y no obstante, he aquí la paradoja: todos los críticos, esos fieles devotos de lo difícil, se han inclinado ante la montaña como peregrinos ante el Sinaí. La llaman “obra total”, “síntesis del espíritu europeo”, “catedral de ideas”… ¡Catedral, sí! Pero de hielo. Y el lector, que acaso buscaba una historia, un poco de calor humano, se extravía entre los vitrales de tanta alegoría.
El enfermo Hans se enamora, es cierto, de una rusa con nombre de consonantes imposibles: Clawdia Chauchat. Hay en ello una promesa de pasión, de desvarío, de fiebre carnal que podría salvar al relato. Pero no; hasta el deseo, en Mann, se analiza, se comenta, se examina con el microscopio de la cultura. La mano de Clawdia, que podría haber encendido un incendio romántico, se convierte en un pretexto para una conferencia sobre la naturaleza del Eros platónico. En vez de sexo ajeno, el de la codiciada señora Chauchat, Hans Castorp debe resignarse a toquetear su radiografía. Deprimente por completo. Y en la segunda parte, tras escaparse viva, la señora aparece con un amigo holandés. A ese paso, en lo referente al joven Hans Castorp, Cupido habría pedido una baja por depresión.
El lector —ese pobre ser de carne y café— busca una emoción, un conflicto, un golpe de aire fresco. Un algo. Pero Mann lo condena a la inmovilidad del sanatorio. Cada página es una espera, cada diálogo una temperatura que no sube. Ni fiebre ni alivio: sólo esa enfermedad que se llama aburrimiento culto.
No niego que haya belleza en la empresa. Hay momentos en que la prosa se eleva, en que el paisaje alpino brilla con una pureza casi mística, en que la reflexión alcanza una hondura de abismo. Pero, ¡cuán cara se paga esa altura! Uno asciende leyendo como quien sube una montaña con piedras en los bolsillos: por cada destello, diez páginas de niebla.
Y cuando al fin, después de más de ochocientas, el héroe desciende al mundo —a la guerra, al ruido, a la muerte, resuelto todo en pocas y finales líneas—, el lector también desciende: exhausto, envejecido, y acaso más sabio, pero de una sabiduría triste, de esas que sólo sirven para saber cuánto tiempo se ha perdido.
En suma: La montaña mágica es una experiencia, sí; pero como lo es una larga convalecencia. Los médicos recomiendan reposo y Mann prescribe inmovilidad metafísica. Y el público, obediente, se acuesta en su lectura, esperando que el milagro ocurra. Pero el milagro no ocurre. Ocurre, eso sí, el sueño.
Quizá sea culpa mía, lector benévolo; quizá no tengo el temple alpino, ni el pulmón germánico necesario para respirar esas alturas conceptuales. Pero confieso que, si alguna vez subo de nuevo a esa montaña, llevaré conmigo no un libro, sino un reloj de arena. Para medir cuánto dura la eternidad cuando se la lee mediante una prosa olímpica, primorosa.


Digo, no? Si buscas lo que dice el crítico, busca algo más liviano y entretenido. Soberana ridiculez exigirle a Man que escriba otra cosa: Soberbia.
Bueno, ya se ve por dónde va la gracia. En la próxima entrega Ulises, luego algo de Faulkner, y así. “Épater le bourgeois”, lo llamaban. (Pero con pseudónimo, no vaya a ser, y mucho cuidado con meterse con un Marías o un Vargas Llosa…)
Articulo pontificante, pedante, injusto y superficial. No entender la grandeza de una obra no justifica una crítica tan gratuitamente negativa. Pero claro, viniendo de alguien que se presenta como especialista en demoliciones perversas… Debo darle las gracias por su precaución: no escriba una novela, aunque tal vez debería hacerlo, tal vez emostraría que esta al menos a la altura del zapato de Thomas Mann…
Tengo 60 años y he leído bastante, no había oído nunca hablar de Thomas Mann, he leído la montaña mágica y ahora entiendo porqué no lo conocía de nada, que manera de detallar las cosas y crear personajes que no tienen luego continuidad, auténticas lagunas que quedan en blanco y ese meter el hocico en todas partes para luego…nada. Un auténtico tochazo.
Un amigo mío tiene a LMM como una de sus obras favoritas. Hace muchos años intenté su lectura; con esfuerzo, no pude pasar de la página 50. Por supuesto, pensé que la culpa era mía y recordé a Borges cuando decía que cuando un escritor, por renombrado que sea, no nos gusta, tal vez ese escritor “no escribió para uno”. Yo, con todo respeto por el maestro argentino, lo parafraseo y digo: “tal vez TODAVÍA no escribió para mí”. Con esta idea y con la nueva expectativa creada por mi amigo, luego de muchos años emprendí otra vez su lectura. Dos veces. Me pasó lo mismo que antes. Y me pasa con cualquier obra de Mann; hasta con Muerte en Venecia, a pesar de su brevedad. Ni hablar de Doktor Faustus. Creo que es un autor denso, presuntuoso, pesado, demodé, que en forma inexplicable es tomado como clásico, o sea, como alguien que puede decir algo a las presentes generaciones. Y no, no dice. Lo que pudiera decir ya lo dijeron otros en forma más completa y a veces más amena. Tal vez no haya escrito para mí, pero tampoco para las últimas generaciones.
Honesto tu comentario Markus. El artículo me pareció excelente. Mas allá de lo irónico es serio. “Un hombre puede ser serio como perro en lancha pero jamás solemne. Desconfía de aquellos que dejaron de ser niños”. Creo que Alex lo leyó con la inocencia lectora a la que alude Borges, para concluirlo con espíritu crítico.
Por fin! Creí ser el único desertor de la montaña.En 1980 un compañero de estudios me aconsejo leerla.Segun el contenia las bases de la teoria psicosomatica.No llegué a la mitad de su subida.Olvide el libro en la Costanera y al regreso descubrí su falta.Creo que fue un acto fallido.Ni procuré volver a ascenderla.
Buena tarde. No coincido con su opinión o demolición perversa (como le anuncian). A Thomas Mann hay que conocerlo, comprender su época, la historia, el entorno, la profundidad psicológica y la complejidad temática , y entonces si…sentarse a leerlo. Es lo que hice a los 18. Ahora cuento con 70. He leído La Montaña Mágica en más de una ocasión y en cada una he encontrado algo que me llega y me inspira a ver la vida diferente. No me imagino que opinará usted si lee Los Buddenbrook.
Respeto su opinion, porque entre lectores , lo primordial, es el respeto. Saludos
Es real? Está hablando del Premio Nobel de Literatura? Del miembro de la Academia de Artes y Letras de EE.UU? Increíble este chico! A pesar de que se llama a sí mismo crítico literario, y en mi opinión, tener CERO idea en la materia (sin ánimo de ofender…), hemos conseguido que se lea a un GENIAL CLÁSICO, que tal vez en otras circunstancias NUNCA lo hubiera hecho. Y al mismo tiempo, y casi sin saberlo, es bien seguro que ha disparado las ventas de la magistral Obra de nuestro universal Nobel de Literatura, contribuyendo de forma inteligente al conocimiento y expansión de la misma. BRAVO! Eso se llama Psicología inversa. Por favor que alguien le felicite, en este campo tal vez le hubiera ido bastante mejor, quien sabe…Saludos.
Por cierto, IMPRESIONANTE la foto! Lugar idílico para disfrutar de la nieve y de la escritura ( lo digo por experiencia ), no sólo para sanar los males de pulmón…y del alma.
Elisa, con todo respeto: ¿Nobel de Literatura? Desde que le dieron el Premio en 1901 a Sully Prudhomme, ¿cuántos escritores de esos galardonados tienen algún valor literario para la actualidad? Incluso ese primero, solo recordado por un lindo poema que todavía aparece en algunas páginas con poesía rosa: El búcaro roto (Le vase brisé). La Academia Sueca realmente no es referencia de nada. A pesar de ello, hay grandes autores premiados y otros – hasta algunos recientes- merecidamente olvidados. También hay muchos grandes que no recibieron el Nobel. Demasiados.
Por otra parte, Mann no fue miembro de la American Academy of Arts and Letters, sino que lo premiaron en los años 50. Un premio dado también por académicos que nadie conoce.
Con todo esto, no quiero restarle mérito a Mann, sino solo comentar lo endeble que es un argumentum ad verecundiam, basado en premios recibidos por alguien en cualquier área. Cuando se argumenta a favor de algo o alguien hay que destacar la calidad que, en este caso, como obra literaria, depende de muchos factores.
Por último, decir que el crítico tiene cero idea en la materia, sí es ofensivo. Ud. no pone ningún argumento para sostener eso, sino que se limita a adjetivar con un lenguaje grandilocuente, lleno de lugares comunes, pobre en conceptos y con falacias de razonamiento disfrazadas de ironía.
Lea, por ejemplo, el comentario del lector/a Kriss y tal vez se dé cuenta de lo que le hablo cuando me refiero a sostener buenos argumentos para criticar un escrito.
Saludos.
Me hubiera gustado más, u a crítica que explique cómo se conforma el supuesto bodrio de esta novela, desde su estructura interna, su extensión, narradores, tipo de prosa, gramática.
La verdad, esto parece una risotada irónica de un pibe de 20 años en 1990. Ya pasó de moda el heavy metal
Cómo lo comprendo !!! Siempre creí que era yo la del problema. Nunca pude pasar de las primeras páginas y lo intenté varias veces…
Por desgracia para Alex Joyce, esta fórmula ya se ensayó. La de la iconoclasia y la provocación. Sólo que mejor. Lo hizo, lo hace Alberto Olmos.
Igualmente le deseo suerte.
Malísima la crítica. Es excelente el libro, se te va la vida leyendo , como se te va el tiempo. Lee a Murakami.
Pésimo artículo
La leí pero no pude terminar. Parece feo decir que es muy pesada. Agradezco su opinión, ya está bien
Comencé a leer este libro esperando mucho y la verdad és que llegando a la pg. 800 me resulta una sucesión de diálogos exageradamente intelectuales y tengo la sensación de llevar muchas páginas sin saber a dónde va Me es grato ver que no soy la única
Exacto. Yo pensaba que era el único tonto que pensaba lo mismo.
Me parece lamentable la ligereza con que despacha y rediculiza este señor una de las mejores novelas del siglo XX.Quiźá el sea mas de novelas de aventuritas o piensa que la novela ha limitarase a ser un guión de un thriller cinematográfico.
La “novela” que he intentado varias veces.
“La montaña de aburrimiento” la llamo yo.
Imposible subirla sin morir en el intento.
Yo diría que es literatura de otras épocas o lares, de aquellas en que la gente bien podía dedicar 8 horas a leer al día o tenían 8 meses de invierno y i una triste radio a mano.
My dear Alex. You do not honor to your surname. “Literary criticism is not your forte. Don’t try it. You should leave that to propel who haven’t been at university. They do it so well in the daily papers” Oscar Wilde
Correction.
Dear Alex.
You do not honor your surname. “Literary criticism is not your forte. Don’t try it. You should leave that to people who haven’t been at a university. They do it so well in the daily papers” Oscar Wilde.
Qué fina ironía destila el artículo. Ciertamente mientras la vas leyendo esperas que pase algo, o que concluya algo. Por fin un día la terminas, y te sientes como si hubieras llegado al final de un largo tratamiento médico, y abandonas el lugar con trizteza.
Tienes toda la razón. Esa literatura no es para ti. Necesitas algo con más acción y menos reflexión, que te puede hacer daño. Te recomiendo el último Planeta de Juan del Val o cualquiera de los últimos galardonados. Ahí te sentirás como pez en el agua. Y, hala, a disfrutar.
La montaña mágica es una obra maestra de la literatura, lástima que haya personas como el autor de este artículo que no saben lo que es literatura, igual tampoco le gusta Crimen y castigo.
Ayer me lo acabé. Tras varios meses de alejarme de otras lecturas de las que enganchan a uno, la sensación que he tenido en todo momento es que el autor mete morralla totalmente prescindible, por no decir que no viene a cuento en absoluto. En algún momento, tras cientos de páginas leídas, uno cree que la cosa se va a animar, me refiero a cuando aparece el holandés, pero no: incluso en el final de la novela hay divagaciones de los dos eruditos que no vienen a cuento de nada. Por lo menos hoy en día, y dudo que hace cien años fueran de algún interés. En serio, disquisiciones sin ningún interés en su inmensa mayoría. Si lo comparamos con Los Miserables, donde Víctor Hugo se va por las ramas también todo lo que quiere, por lo menos, aunque farragosas, hay unas lecciones de historia que, oye, aunque molestan al lector, algo queda.
La verdad es que, después de acabar de leer el libro, estaba buscando algún análisis interesante en el que me dieran mascadito lo que acabo de leer. He encontrado este artículo y, la verdad, he respirado un poquito más aliviado, que, conociendo los premios y alabanzas tanto del libro como del escritor, ya me estaba encuadrando en el percentil más chungo de lectores en español.
Todo lo que yo siempre pensé pero tuve vergüenza de admitir.