Toda montaña es una madre. Una fuente de vida con raíces en la que su fertilidad se renueva. A veces tiene pechos y siempre contiene un vientre de abrigo donde guarecerse de la nieve, de los miedos, de los fantasmas que persiguen a los que huyen de un secreto. A los que buscan entre sus pertenencias emocionales un afecto perdido que resurge en la memoria cuando uno se cobija en los recuerdos que poseen colores, aromas, gestos, cabos a los que asirse cuando se pierde el pie y el rumbo. Esos detalles con los que Mohamed El Morabet teje en Ecos en la nieve el largo poema de una novela en la que no deja de llover ni de entrar animales. Observadores, simbólicos, fugaces.
Toda montaña es una canción de supervivencia, en la que las naturalezas de la naturaleza son personajes secundarios de un estribillo que se repite en forma de lagartija, de gato, de avispa, de arrendajo y de zorzal que entran y se posan un instante en lo que sucede en los días desnutridos y de angustia de Ecos en la nieve, en cuyas páginas hace frío y la penuria duele. En un rincón de cada una la hoguera de la vida, frágil de ascuas, y donde el que lee aguarda la nieve que es otra metáfora, un presagio que se cuela por la ventana con la persiana rota de una choza que también es la novela desde la que se ve un cedro. Silencioso, imperturbable. El árbol de los dioses, del tiempo, de la protección y la resistencia.
Otro símbolo, como tantos, con el que El Morabet traza el espíritu del paisaje y de la psicología del drama sobre el que nos susurra la música de su literatura y de su historia. Seca y tierna, con palabras de adobe, de piedra y de madera, y el oleaje de un mar lleno del azul con el que la madre moja las palabras que le cuenta a su vientre. Sin adornos, diciendo lo justo que unas veces es hermoso, y otras crudo. Su manera de contar la vulnerabilidad, el aguante, la defensa de una mujer embarazada y furtiva que naufraga desnutrida, con náuseas y en el corazón un nudo de miedo, que busca esperanza en una isla entre las vigas de la choza por la que gotean los recuerdos y la lluvia.
Ecos de la nieve es una sinfonía femenina en la que cada mujer de la historia expresa la esencia emocional de los movimientos: el allegro de la abuela que mantiene a la familia y las rutinas, el alegro vivace de la tía rebelde que calla un secreto y alcanza la libertad entre fresas, el scherzo de la joven madre escondida en la choza contra la que ladra el invierno sus amenazas, y la sonata del desenlace entre ella y una anciana de la montaña. Cuatro movimientos de una melancolía que suena a Brams y a Chaikovski. A la voz de una mujer que alrededor de una hoguera rememora el pasado de otra y su voz y sus ojos se copan de nieve. Compone de este modo El Morabet un relato sobre diferentes perfiles de la condición femenina en un mundo patriarcal, y acerca de la lucha por la libertad, por la dignidad, por un futuro sin sollozos escondidos, sin machismos, sin maniqueísmos sociales, sin un camino marcado y un sueño al que esquilarle los cabellos.
Ecos en la nieve tiene cuerpo de novela pequeña en la que lo que ocurre pasa lento con apariencia de insignificante, y donde la escritura parecen moverla una familia de hormigas. Laboriosas, sin descanso en su recorrido por los rincones de la choza con una persiana rota por la que se cuelan los temores y la noche, testigos del monólogo de la madre con la hija que flota en un charco oscuro, cuyo latido calienta encendiendo cerrillas de recuerdos, abrigándola con el sueño de días venideros y un poema como sortilegio contra la culpa, contra unos tíos gemelos con la mano gruesa y el aliento sucio.
Es estupendo Morabet en el dominio descriptivo de las emociones, en la creatividad del diapasón del lenguaje poético que pausa, que desenvuelve sin prisas, elaborado con las pinceladas precisas de los pequeños detalles. Urdidos con hilos que entrecruza como una trenza de pelo y de destinos sobre los que narra peripecias y anécdotas, desamparos, asfixias, pelotillas de pelusa, risas, resoplidos. La frontera de la tristeza de una mujer deshilachada. Cada escena dibujada a modo de bodegones con aceitunas maceradas en jengibre, higos, patatas, estofado de pollo encebollado, sardinas en lata, y en el aire gorjeos, sombras, un eco siempre. Dos vidas que resisten en el centro de gravedad de una naturaleza hostil con ilusiones extinguiéndose, con el anhelo de una esperanza que sobreviva.
Es hermosa esta pequeña novela del desasosiego y de la supervivencia, con una mujer que tiene una montaña dentro, y por fuera es un cedro.
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Autor: Mohamed El Morabet. Título: Ecos en la nieve. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros.


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