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La niña que desenmascaró a la Guerra Fría

La niña que desenmascaró a la Guerra Fría

Carlos Battaglini ha escrito una obra de teatro basada en una historia real: la de Samantha Smith, una niña norteamericana que, en plena Guerra Fría, escribió una carta a Yuri Andrópov preguntándole si realmente quería iniciar un conflicto nuclear de escala global. El mandatario soviético respondió que no y, ya de paso, invitó a la pequeña a conocer su país.

En este making of Carlos Battaglini cuenta la historia oculta tras su obra de teatro Samantha (Íbera).

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¿Qué es Samantha?

Samantha cuenta la desconocida historia de una niña norteamericana que desmonta las mentiras de la Guerra Fría a través de una lógica aplastante.

Una niña que, en el fragor de la Guerra Fría, se preguntó si todo lo que le contaban los políticos y los medios de comunicación era cierto. Si era verdad que las mujeres en Rusia tenían bigote y los rusos un solo ojo. Una niña cuyas preguntas incómodas pusieron en jaque tanto al gobierno norteamericano como al soviético, ayudando así a desenmascarar el verdadero rostro de la Guerra Fría y los intereses que la promovían.

La obra conjuga el aspecto familiar con la tragicomedia, la ironía, el espionaje y la historia, amén de explicar gran parte de la geopolítica actual. Samantha es también un alegato contra la guerra y una defensa a ultranza de la paz y el desarme nuclear. Una apuesta por el compromiso en estos tiempos tan individualistas.

¿Cómo empezó todo?

Todo empezó en África, concretamente en Monrovia, la capital de Liberia, donde yo trabajaba para el Servicio Exterior de la Unión Europea, allá por 2012. Imbuido en las retículas de la infinita Wikipedia, me dio por indagar en la figura de Yuri Andrópov, exsecretario general de la Unión Soviética entre 1983 y 1984, y que tan poco duró en su cargo.

"En la obra, Samantha no solo viaja a Moscú para reunirse con Andrópov, sino que buscará a su vez millones de firmas que pongan fin al desarme nuclear"

Fue entonces cuando leí por primera vez sobre Samantha Reed Smith, una niña que, con apenas diez años, le escribió una carta al propio Andrópov, preguntándole si quería la guerra. Andrópov no solo le contestó diciéndole que no, sino que además la invitó a la URSS para que comprobase por sí misma que los soviéticos eran un pueblo de paz. Samantha aceptó la invitación y se trasladó a Moscú. Gracias a su tierna personalidad y a la propaganda comunista, su impacto en la URSS fue inmediato.

En la obra, Samantha no solo viaja a Moscú para reunirse con Andrópov, sino que buscará a su vez millones de firmas que pongan fin al desarme nuclear. La muchacha tendrá que luchar contra los grandes intereses, pero también deberá lidiar con su disfuncional familia.

Después de la experiencia soviética, Samantha se va de la Unión Soviética con una visión positiva de este país y sus habitantes.

Sin embargo, en los Estados Unidos, el gobierno mira con recelo todo el «ruido» que está haciendo la molesta muchacha. Es cuando comienza una historia secreta hábilmente ocultada hasta el día de hoy.

¿Por qué es una historia desconocida?

Me llamó la atención lo desconocida que es Samantha en los Estados Unidos. No ocurre lo mismo en la Unión Soviética, donde Samantha sigue siendo hoy una figura tan conocida como venerada. Sorprendía que la muchacha fuese más popular en «territorio enemigo» que en su propio país, y no tardé en sospechar que detrás de esta niña se escondía todo un asunto de estado, con el contexto de la Guerra Fría como telón de fondo.

"Tenía la necesidad de recordar y honrar a esta joven comprometida, cuya labor pacifista había sido sencillamente encomiable"

Sobre el destino de Samantha todavía hay más preguntas que respuestas. Aunque en las antiguas repúblicas soviéticas nadie duda de que la vida de la muchacha fue forzosamente interrumpida por un poder «superior», el incierto destino que corrió Samantha sigue siendo un tabú a día de hoy.

Sea como fuere, durante años la semilla de Samantha germinaba en mi cabeza de una manera intermitente pero constante. Tenía la necesidad de recordar y honrar a esta joven comprometida, cuya labor pacifista había sido sencillamente encomiable, una labor que a mucha gente que ha leído la obra le ha recordado de Greta Thunberg, la joven activista sueca que lucha contra el cambio climático. Sin duda, tienen en común la juventud, y sobre todo el entusiasmo por conseguir otro mundo.

Con todo, otros proyectos literarios, así como los quehaceres laborales, me mantenían alejado de la estela de Samantha.

"Le dije al profesor que superaría con creces las palabras solicitadas y, a los pocos días, ya me encontraba enfrente del portátil con la historia de esta niña activista en mi cabeza"

Unos años después, cuando ya me había convertido en escritor a tiempo completo (dejando atrás un trabajo excelentemente remunerado y conseguido a través de unas duras oposiciones), me inscribí en un curso de teatro. El último día, el profesor nos pidió un trabajo de unas tres mil palabras, y entonces la figura de Samantha rebotó en mi cerebro como un parto necesario. Era el momento. Le dije al profesor que superaría con creces las palabras solicitadas y, a los pocos días, ya me encontraba enfrente del portátil con la historia de esta niña activista en mi cabeza.

Samantha toma cuerpo

Inicié así un proceso documental y de investigación que me sumergió en la Guerra Fría por un tiempo. De nuevo vinieron a mí aquellos tiempos de disuasión nuclear: Reagan, Gorbachov, amenazas atómicas, Estados Unidos y la URSS a punto de provocar la guerra de las galaxias. La hegemonía mundial zozobrando entre misiles.

"Tuve, pues, que ajustarme a un formato más funcional, directo, tratando de que el coloquialismo no se confundiese con la simplicidad"

Como suele pasar (como me suele pasar), lo que había concebido como una historia inaplazable, fresca y hasta divertida, mutó pronto en un laborioso y duro proceso de escritura cargado de minas técnicas. El hecho de haber elegido la dramaturgia como canalizador literario de esta historia implicaba una serie de desafíos a los que me tuve que enfrentar sin excusas. El más serio de todos ellos tuvo que ver con el lenguaje. Acostumbrado a la prosa, a la narración, me vi obligado a adaptarme a un registro donde quizá las descripciones y el recreo estético no maridaban del todo bien con el espíritu del género.

Tuve, pues, que ajustarme a un formato más funcional, directo, tratando de que el coloquialismo no se confundiese con la simplicidad. Dotar de humanidad y empatía a los personajes supuso también una complicada tarea. Así, el hecho de que la protagonista de la historia fuese una niña me mantenía alerta ante el peligro de caer en un exceso de ingenuidad, cuando no cursilería.

"También forman parte del elenco el Hombre del teléfono azul y su contrapunto, el Hombre del teléfono rojo, epígonos de la dialéctica nuclear protagonizada por las dos súper potencias de la época"

Pronto decidí que iba a hacer uso de la licencia creativa para completar la historia real. Y es que sabemos que el arte, la literatura, debe encargarse de dinamizar la vida, reducirla por lo general a sus elementos de tensión y rítmicas, buscar el conflicto donde había armonía, encontrar el detalle donde dormía la omisión. Por eso la historia de Samantha experimentó un cambio que consideré necesario.

De modo que el comprensivo padre real de la muchacha es sustituido por un conflictivo e insensible padrastro, que con el transcurso de la obra demostrará que no era tan salvaje como a priori parecía. La madre de Samantha, por su parte, es una enfermera que trabaja en un hospital «pintoresco», y que quizá sepa más de lo que cuenta. Se añadió también a Lorena Foxy, una periodista incisiva al servicio de los grandes intereses. También forman parte del elenco el ‘Hombre del teléfono azul’ y su contrapunto (o no), el ‘Hombre del teléfono rojo’, epígonos de la dialéctica nuclear protagonizada por las dos súper potencias de la época. Finalmente, el reparto lo completa un singular cartero obsesionado con la pizza de cuatro quesos.

Piropos que ayudan

Que un dramaturgo del calibre de José Padilla haya calificado la obra de Samantha como “sorprendente” solo puede henchirme el pecho de alegría. Por su parte, la escritora y dramaturga Aixa de la Cruz afirma: “Samantha es un texto dramatúrgico ágil e inteligente que se mueve entre la adversidad y la parodia para contarnos una historia universal sobre el activismo político; sobre la capacidad de las personas pequeñas de obrar grandes cambios”.

¿Por qué debemos leer Samantha?

Porque es una obra que nos ayuda a comprender mejor el mundo de hoy. Porque descubriremos a una heroína orillada de manera mezquina, fruto de un olvido intencionado. Porque podremos reír, llorar, aprender y sorprendernos.

Además, en estos tiempos tan individualistas, no viene nada mal recordar la lección de vida que dio una niña de 13 años a toda la humanidad. Samantha es una llamada a tomar parte, a preocuparse por el entorno, por el mundo.

Y por último, adiós, teatro, adiós

Sobre el teatro, solo decir que mi intención es no volver a él jamás, dada su evidente capacidad adictiva, su insuperable escenificación y su vértigo inigualable, el cual amenaza a todo escritor con caer en sus redes para siempre. Tuve que recordarme varias veces que yo no era dramaturgo, sino prosista, so pena de enredarme en unos tentáculos eternos de encanto y laberinto. Así de dramaturgo te puedes volver.

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Autor: Carlos Battaglini. Título: Samantha: La niña que desenmascaró a la Guerra Fría. Editorial: Íbera. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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