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Nuestros días más felices

Nuestros días más felices

El último texto de Ruth Vilar, Cerca del mar, nos mece entre sus olas, adelante y atrás, nos escupe una espuma plateada de injusticia, enjuaga nuestras lágrimas y nos convoca delante de nosotros mismos.

Es un monólogo que te traga, como el mar, entre la fina piel de sus palabras, y te deja totalmente empapado de empatía.

Es Irene, la protagonista, una arrolladora energía que se desprende de cada una de sus palabras. Así me imagino a mis abuelas. Con esa fuerza quiero recordarlas en sus días más felices, consciente de que hubo amarguras que debieron entender, asumir y superar sin recursos.

Cuando uno no ha aprendido a escribir, aprehende otra serie de lenguajes.

Cuando el hambre, la sed y la necesidad de techo aprietan, es la urgencia la que dicta sentencia.

Cuando el primer amor arde entre las venas, se derrama llenando cántaros y salta directo a la garganta, toda la sed es poca.

“Antes de nacer Juanico, su padre y yo vivimos cerca del mar. Apenas unos meses. ¿Y sabe qué? Aquellos fueron nuestros días más felices.”

Cuando el amor llora entre pañales, se sale corriendo bajo la tormenta buscando donde guarecerse.

Cuando uno apenas sabe hablar, necesita de otros para contar su historia.

“Nunca aprendí a escribir, hija, qué quieres, me puse a trabajar tan temprano que aún no me sabía la cartilla. ¿Tú me la escribirías? Ahora mismo. Toma, papel y lápiz. Apúntala en sucio y luego la pasamos a limpio. He comprado este papel. ¿Te gusta? Es que quiero que haga buen efecto. “

Así, también, Irene invoca a Ruth, y estoy convencido, que ambas, cerca del mar, escriben la historia con los pies mojados.

La maestría de Vilar se hace presente en varios aspectos.

Hay que alabarle la construcción del idiolecto del personaje —tiene labia, gracejo y arrojo, dice Elvira Lindo en el prólogo—  acostumbrados como estamos a que a menudo se cuele el pensamiento y el tono del autor entre los diálogos.

El tono y el discurso —fresco como agua recién traída de la fuente—, ayuda a construir una época, un mundo. Vemos, aunque no oímos, perfectamente a todos sus interlocutores: las vecinas, las clientas de la verdulería, la familia, los juzgados, el pequeño Juanico… En ella parece empezar y acabar el amor. El paisaje. El mar. El mundo.

Los elipses temporales entre las escenas son el gran andamiaje que hace avanzar la historia dibujando un trazado de puntos que el lector sigue con su lapicero sin el menor esfuerzo. Este es otro de los grandes méritos de la pieza.

Y no menos envidiable es el honesto acercamiento al pensamiento de la época, capaz de abordar esta historia de violencia y de amor puesto a prueba.

Irene, sin heroicidades ni aspavientos, desde la desconfianza, la frustración, el desamparo, nos grita a la cara la oportunidad, el recuerdo, la memoria. La suya es una voz lacerante, hiriente, que nace en las entrañas, que no presume, que no se duele, que reconforta, que no puede ponerse en duda… Repito: no puede ni debe ponerse en duda. Es la voz de muchas. Es la voz de todas. Es un grito y un miedo que dura siglos.

Cualquier objeto punzante puede hacer daño: un cuchillo, un insulto, una aguja, un espejo, un armario, una plancha…

Tampoco subestimes nunca todo lo que se puede escribir y firmar con un lápiz.

No subestimes esta obra de teatro…

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Título: Cerca del marAutora: Ruth Vilar Editorial: Oidà Editorial

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