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La noche de las luminarias

Primero fue la idea. Nació de un somero recuerdo lejano que rescaté del olvido. Un relato que había oído contar a mi padre: la hija de un exiliado de la Guerra Civil traía a España las cenizas de su progenitor. Una historia borrosa, escueta, sin más aditamentos fidedignos. La fuente documental, mi padre, había muerto. La ansiedad por no poder recuperar aquella historia derivó en una obsesión. La idea daba vueltas en mi cabeza. Imaginé un personaje. Un fantasma sin rostro. Con los escasos datos que recordaba, le di forma sobre el papel. Al principio, unos burdos trazos, para después ir modelando su figura al modo como lo hace un barrero en su alfar.

El personaje echó a andar. Andrés, le puse por nombre. Con pinceladas minuciosas tracé los escenarios de sus andanzas: Los Oscos, Lugo, la montaña lucense, Castropol, Salamanca, Oviedo, las cuencas mineras, Veracruz, la Ciudad de México. E incluso Zazuar, pequeño pueblo de la provincia de Burgos donde nació el doctor Rafael de Vega Barrera, destacada figura de la novela, fusilado en Lugo, en 1936, después de un infame proceso, como tantos otros.

"Con Andrés entré a las aulas donde los maestros enseñaban. Lo hacían con el método ecuánime y eficaz de la Institución Libre de Enseñanza"

Le asigné a Andrés unos tiempos: los años de la República, la Guerra Civil y la posguerra, que vivió expatriado. Ardua labor de documentación. Consultas a estudiosos. Vivencias de algún que otro superviviente de aquellos años. Redacciones, revisiones, correcciones, enmiendas, retoques y alguna vez la inspiración, que vino a visitarme.

De la mano de Andrés (los personajes literarios cobran vida, se emancipan y nos guían de su mano) pude regresar en el tiempo a los años claroscuros de la Segunda República. Comprobar cómo la esperanza, la ilusión, el deseo de cambiar las cosas y la fe en el futuro bregaban contra las viejas cadenas de la claudicación, el empecinamiento, el fanatismo, la patriotería, la ignorancia. Con Andrés entré a las aulas donde los maestros enseñaban. Lo hacían con el método ecuánime y eficaz de la Institución Libre de Enseñanza. Con Andrés viajé a las Misiones Pedagógicas, instrumento necesario para democratizar el derecho a la cultura. En la piel de Andrés me enamoré, sufrí la guerra, la represión, la cárcel, sentí la muerte cerca, el acoso implacable y el temor opresivo de la huida, escondido por los montes, pasando hambre, frío y miedo, mucho miedo, hasta dejar mi patria. Con Andrés crucé el mar y viví su agonía en el exilio.

"Escribir nos hace dueños del tiempo y de los espacios. Nos faculta para engendrar personajes y disponer de sus vidas a nuestro antojo"

José del Peso, el inspector de enseñanza que oficiaba de preceptor de Andrés, me hizo entender aquella España bipolar de la República. La España esquizofrénica de cara y cruz, a la que un psiquiatra de hoy le hubiera diagnosticado un trastorno de identidad disociativo. Escuché confortado las cavilaciones de Claudio sobre la razón y sinrazón del golpe franquista y los desastres de la guerra. Con Claudio me aventuré en la noche fría y tenebrosa de la dictadura, y con él contemplé los réditos y fallas de una democracia que, por no enterrar debidamente el pasado, estaba transitada de fantasmas.

Escribir nos hace dueños del tiempo y de los espacios. Nos faculta para engendrar personajes y disponer de sus vidas a nuestro antojo. El escritor obra como un dios omnipotente y caprichoso, pero humano, a diferencia de la deidad sobrenatural.

El personaje de Andrés creció en complexión y conocimiento, superando las dificultades e infortunios que le deparó la vida. Vida que él mismo dejó por escrito cuando estuvo a punto de perderla. Otros completaron el relato: su hija Evangelina; su amigo y bienhechor de los tiempos más difíciles, Claudio Monteavaro; y el dios caprichoso del propio autor literario, que escribió el epílogo. Para entonces Andrés había muerto. Su hija restituía sus cenizas a la tierra que le vio nacer. La tierra aguarda a los suyos. Justo es volver a ella. Aquel relato de mi padre, que apenas recordaba, hablaba de una obra de justicia. Un acto de recuperación de la memoria: La noche de las luminarias.

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Autor: José Francisco Rodil Lombardía. Título: La noche de las luminarias. Editorial: Velasco ediciones. Venta: Amazon

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