Inicio > Libros > Adelantos editoriales > La pasión de la posibilidad
La pasión de la posibilidad

Julio Hardisson Guimerà ha escrito una novela, Costa del Silencio, que es lo que Bernat Castany ha bautizado en el prólogo como una “utopía realista’. La historia tiene como protagonista un complejo turístico semiabandonado en una isla en el que reside un hombre que, acompañado por su hija, rememora la transformación que el lugar ha experimentado en apenas cinco décadas.

En Zenda ofrecemos el Prólogo que Bernat Castany ha escrito para Costa del Silencio (Tercero Incluido), de Julio Hardisson Guimerà.

***

Antes de que Colón llegase a las Antillas, el océano Atlántico era un lugar misterioso repleto de islas legendarias sobre las que se proyectaban numerosas fantasías. Estaba la isla de Cíbola, en la que se habrían instalado siete valientes obispos portugueses que huyeron de la Península tras oír que los musulmanes habían iniciado su conquista. También estaban la isla de San Brandián, la ínsula Atlántica y otras muchas islas y archipiélagos que hoy apenas recordamos. Porque, en cuanto se “descubrió” América, el océano Atlántico dejó de ser un fin en sí mismo, digno de ser explorado, aunque fuese con la imaginación, para transformarse en un simple lugar de paso. En poco tiempo, todas aquellas fantasías saltaron al continente americano, y las islas Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde se transformaron en lugares anodinos donde repostar, resguardarse de las tormentas o esperar los vientos alisios. Allí no pasaba nada.

Cinco siglos más tarde, la industria turística volvería a presentarlas como paraísos efímeros en los que los atareados habitantes del Primer Mundo podían vislumbrar durante algunos días los placeres de la abundancia y la libertad. Si bien aquellos espejismos oceánicos no tardaron en deshacerse, dejando tras ellos paisajes destrozados, ecosistemas agostados, economías injustas, comunidades desestructuradas y una vivencia inauténtica del ocio, el tiempo y el espacio. Los restos de un banquete de sirenas.

Este es, precisamente, el espacio en el que se ubica la historia de Costa del Silencio, la primera novela de Julio Hardisson. En ella, un hombre establecido en Finlandia, que pasó su infancia y su juventud en una innominada isla canaria, en la que su padre trabajaba coordinando la construcción de un complejo turístico, regresa acompañado de su hija de trece años. Dicho complejo fue abandonado tras la crisis del petróleo de 1973, y, casi cincuenta años después, pasada la etapa del bum turístico, la empresa para la que aquel hombre trabaja quiere reemprender el proyecto.

Pero el suyo no será sólo un viaje de trabajo, pues, además de reencontrarse con el paisaje y el paisanaje de su niñez, aprenderá a verlo a través de los ojos más frescos y comprometidos de su hija y de una de sus amigas, Sabine Scholl, una joven artista alemana que ha viajado a la isla para asistir a una reunión de psicogeografía y ecologismo. Son especialmente interesantes las consideraciones de dicho personaje acerca del futuro del pensamiento utópico. Ciertamente, uno de los grandes problemas del utopismo fue su conexión con el idealismo, esto es, con la negación de las características innegociables de la realidad. A diferencia de Paul Éluard, que consideraba que “hay otros mundos, pero están en este”, el utopista idealista considera que hay otros mundos en otros mundos. Lo cual no sólo no tiene ninguna utilidad en este universo, sino que suele resultar desastroso, por la sencilla razón de que, como no se lo puede vencer, lo mejor es unirse a él. Lo cual no significa someterse, sino tratar de jugar lo mejor posible dentro del terreno de juego que nos ha sido dado.

Según le explica Sabine Scholl al protagonista, un hombre que representa a la generación anterior, atrapada entre el nihilismo y el apocalipticismo, en el mundo actual, la función de la utopía “no es presentar un programa político o económico, sino abrir una brecha en el presente e interrumpir el futuro en los términos en que este se nos presenta aquí y ahora”. Lo que coincide con las ideas de Hannah Arendt acerca de la libertad como la capacidad de romper la cadena de causas y efectos, e introducir un nuevo hecho inicial que produzca una nueva cadena. Como diría Lucrecio, no podemos cambiar la caída de los átomos, pero sí podemos aprovechar o quizá provocar el clinamen o desviación de los mismos, para crear nuevas posibilidades que nos permitan escapar de la “claustrofobia ontológica” en la que el fin de la historia, la muerte de la posibilidad y la crisis de las ideologías nos han dejado encerrados.

De ahí que Sabine Scholl se identifique con Kierkegaard, quien dijo que, si tuviera que desear algo, no desearía riquezas ni poder, sino la pasión de la posibilidad, mientras que lo peor que le podía suceder a su alma era, justamente, el hecho de perder la posibilidad. La utopía no es, pues, un proyecto político concreto, sino sólo la creación de una nueva posibilidad que nos ayude a salir, como diría Marina Garcés, de las prisiones de lo posible. Esta es la idea más realista, más potente y, por vía spinoziana, más alegre, de la utopía que defiende Julio Hardisson en Costa del Silencio.

También resulta interesante el concepto de “ecología gris”, que Sabine Scholl toma del filósofo y urbanista francés Paul Virilio, y que es un intento de actualizar y complementar la ecología clásica, llamada retrospectivamente “ecología verde”, con toda una serie de consideraciones acerca de la contaminación invisible de nuestro modo de vivir el tiempo y el espacio, que propicia “la sustitución del cuerpo real, la distancia y el territorio por una simulación telemática y virtual” y “entraña una amenaza de pérdida del otro, el ocaso de la presencia física, en beneficio de una presencia inmaterial, fantasmagórica”. Se trata, pues, de una contaminación más mental que física, que afecta más a la materia gris que a la verde, de dónde el adjetivo “gris”.

No es extraño que, tal y como explica la novela, los seguidores de la “ecología gris”, mayoritariamente alemanes, busquen una reformulación de sus relaciones con las redes sociales, un poco en la línea de Robert Habeck, uno de los líderes de los ecologistas alemanes, quien se dio de baja de todas sus cuentas, por considerar que lo desorientaban, desconcentraban, polarizaban y estimulaban su narcisismo. Sabine Scholl formará parte de ese grupo que busca retornar a la realidad liberándose de su adicción al liking, al sharing, al rating, al friending, al sadfishing, al scroll down y a las burbujas cognitivas propiciadas por los algoritmos. Todo ello mediante todo tipo de ejercicios de abstención, reaprendizaje de la espera, reconciliación con los ritmos reales, reinvención de modos de participación política y restitución del tejido social real.

Pero el protagonista, el lector, no sólo renueva su visión del mundo gracias a Sabine Scholl, sino también gracias a su capacidad para incorporar la mirada, a la vez distante y consoladora, de una naturaleza que para la especie humana no es más que una burbuja hinchada a punto de explotar. Porque no creo exagerar si digo que Julio Hardisson inaugura con esta obra una literatura de 360 grados. Y no sólo porque invoca todo tipo de géneros escriturales, como el diálogo, la transcripción de entrevista, el diario, el informe o el programa de congreso, sino, sobre todo, porque multiplica las perspectivas narrativas con el objetivo de desplazar al ser humano del centro.

Y es que en Costa del Silencio todo habla. En la línea del panteísmo encantado de El otro mundo de Cyrano de Bergerac o de Hojas de hierba de Walt Whitman, el narrador le pasa el micrófono a todas las realidades que no solemos escuchar. Capítulo tras capítulo, la narración adopta la perspectiva, no sólo de diversos grupos de seres humanos obligados a adaptarse a espacios naturales muy diferentes, sino también de un volcán, del océano, de una ballena varada, de un resort vacacional, de la Estación Espacial Internacional o de una plataforma petrolífera. ¿Cómo? Julio Hardisson moviliza diversas estrategias, la más importante de las cuales, me parece, son las morosas descripciones de los espacios, que funcionan como una especie de discurso indirecto libre que logran hacernos escuchar toda una serie de realidades no humanas.

Así es como en cada capítulo resucita un nuevo ángulo muerto, hasta darnos la sensación de ver al ser humano como un punto de una esfera infinita cuya circunferencia está en todas partes y su centro en ninguna. Y es cierto que, como la especie humana parece el monstruo abisal de su propia falla narcisista, la lectura de una historia como esta, en la que ella no es la protagonista, sino solo un hilo medio suelto de una trama deshilachada, puede producir cierta ansiedad. Pero no estamos ante la espantosa esfera de Pascal, ni ante la celebratoria esfera de Bruno. Sino ante una especie de ejercitación filosófico-literaria que nos enseña cómo ampliar la perspectiva, no para sumirnos en el nihilismo, ni para seducirnos con fantasías cósmicas, sino para enseñarnos a relativizar nuestra importancia e inscribirnos mejor en la realidad. Se trata, pues, de asumir la realidad en sus términos, para tratar de construir alternativas reales.

Pero en Costa del Silencio hay muchísimo más. La isla de Utopía que imaginó Thomas More era una península cuyos habitantes transformaron en isla. Lo cual simbolizaba su desconexión idealista respecto de la realidad. En la utopía realista de Julio Hardisson, la isla se transforma en un continente, porque se nos revela como un microcosmos, esto es, como una cifra de todo el mundo. Es una isla-mundo en la que todas las realidades y todas las perspectivas son invocadas, y junto a ellas, no por encima ni por debajo, la de los seres humanos.

Pero la isla también tiene algo de distopía, por lo menos en lo que respecta al complejo turístico de Ajabo, cuya construcción fue interrumpida en 1973, a raíz de la crisis del petróleo, y que recuerda un poco a la isla de La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. Los habitantes de la isla-mundo, que representan de algún modo a toda la humanidad, son como los hologramas de la máquina del Dr. Morel, que recuerda al Dr. Moreau: vagan por un mundo agotado sin saber exactamente cómo reinventarlo.

Todo ello custodiado por un volcán. Un volcán, que guarda el secreto de su próxima erupción, que coincidirá con el fin de los isleños, o humanos, que deben aprender a cultivar su jardín bajo la sombra de la contingencia. Lo cual no tiene por qué sumirles necesariamente en el nihilismo, pues puede estimular también su amor por la vida presente, y su sentido de la maravilla de las maravillas, que es como Aristóteles llamaba al mero hecho de ser.

Y todo con un estilo lírico y sobrio, que invoca todas las perspectivas, no cede a ninguna fantasía y nos reconecta con el mundo de una forma realista y alegre, a la vez, porque, como diría Kierkegaard, está animado por la pasión de la posibilidad.

Bernat Castany Prado

Lyon, 29 de agosto de 2022

—————————————

Autor: Julio Hardisson Guimerà. Título: Costa del Silencio. Editorial: Tercero incluido. VentaTodos tus librosAmazon.

4.8/5 (6 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios