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La ruleta de la vida: Dostoyevski, El jugador y la adicción al juego

La ruleta de la vida: Dostoyevski, El jugador y la adicción al juego

La literatura a menudo sirve de espejo de las obsesiones de sus autores. En 1866, Fiódor Dostoyevski publicó El jugador, una novela breve pero intensa que narra la caída de un hombre en la adicción al juego —la ludopatía— inspirándose directamente en la experiencia personal del propio escritor. Dostoyevski, célebre por obras como Crimen y castigo y Los hermanos Karamázov, no fue ajeno a sus propios demonios internos: en su caso, la ruleta de los casinos europeos se convirtió en una pasión tan peligrosa como irresistible. El jugador surgió así casi como una autoficción terapéutica, escrita contra reloj y con el pulso febril de quien conocía de primera mano la euforia y la desesperación de apostar todo al rojo o al negro.

El novelista ludópata y la gestación de El jugador

La génesis de El jugador está íntimamente ligada a la biografía de Dostoyevski. Tres años antes de la publicación de la novela, el autor emprendió un viaje por Europa en 1863 que marcaría su vida. En la ciudad balneario de Wiesbaden (Alemania), Dostoyevski descubrió la ruleta casi por azar. Una mañana, movido por la curiosidad y el tedio, apostó unas pocas monedas y tuvo un golpe de suerte: ganó alrededor de diez mil francos, una suma considerable. Aquella ganancia inesperada fue el principio de todo —“el veneno del juego había sido inoculado”, relataría después un biógrafo—. Como ocurre con muchos jugadores, las ganancias iniciales dieron paso pronto a pérdidas irremediables. La fiebre ludópata se apoderó de él con fuerza especial en los casinos de Baden-Baden, donde jugaba convencido de haber descubierto un sistema para ganar indefinidamente, apostando sin control ni escrúpulos. Si bien ganaba a veces, perdía mucho más de lo que ganaba, hasta quedar prácticamente arruinado. Fue entonces, abatido y sin un centavo, cuando Dostoyevski comenzó a escribir El jugador casi como tabla de salvación, volcando en la ficción la “locura del juego” que tan bien conocía.

"Atrapado por las deudas —en buena parte causadas por sus pérdidas en el juego— y urgido por un plazo fatal, el escritor se jugó el todo por el todo: en un alarde de disciplina desesperada, dictó El jugador en solo 26 días"

Un hecho curioso (y dramático) rodeó la escritura de esta novela: Dostoyevski se encontraba atado por un contrato leonino con el editor Fiódor Stellovski. Según ese acuerdo, debía entregar una novela nueva antes del 1 de noviembre de 1866 o perdería los derechos de autor de toda su obra durante los nueve años siguientes. Atrapado por las deudas —en buena parte causadas por sus pérdidas en el juego— y urgido por ese plazo fatal, el escritor se jugó el todo por el todo: en un alarde de disciplina desesperada, dictó El jugador en solo 26 días a una joven taquígrafa, Anna Grigórievna Snítkina (quien meses después se convertiría en su esposa). Contra todo pronóstico, Dostoyevski cumplió el plazo y salvó su carrera literaria. Él mismo admitiría que escribir El jugador en 1866 le ayudó a sobrevivir, no solo financieramente sino también emocionalmente, pues le permitió exorcizar sobre el papel la obsesión que lo atormentaba. No es de extrañar que se haya dicho que nadie como Dostoyevski describió la locura del juego: pocos autores han escrito sobre la ruleta con la autoridad de quien ha conocido en carne propia sus seducciones y estragos.

La novela, ambientada en la ficticia ciudad de Roulettenbourg en Alemania (trasunto literario de Wiesbaden), relata en primera persona la historia de Alekséi Ivánovich, un joven preceptor ruso al servicio de una familia aristocrática. Alekséi está perdidamente enamorado de Polina Aleksándrovna, hijastra del General —el patriarca de la familia—. Al inicio de la trama, el protagonista se debate entre dos pasiones encontradas que rivalizan en su corazón: su amor no correspondido por Polina y una naciente fascinación por el juego de la ruleta. Polina, consciente del poder que ejerce sobre él, le pide que por favor haga una apuesta en el casino local en su nombre. Alekséi duda al principio, pero para demostrar su devoción termina accediendo. Esa primera incursión en el salón de juego resulta ganadora, y Alekséi regresa con una modesta pequeña fortuna para Polina. El éxito inicial actúa como un potente detonante emocional: la adrenalina del juego corre por sus venas y despierta en él una sed desconocida. A partir de entonces, una fuerza casi irresistible lo empuja a volver una y otra vez a la mesa de ruleta, seducido por promesas tentadoras de fama, gloria y riqueza. Alekséi advierte, en momentos de lucidez, que esa atracción desafía a su razón y que el casino encierra un peligro, pero “¡qué difícil resulta alejarse!” —se dice—, especialmente tras saborear la victoria, o peor aún, tras empezar a perder y querer recuperarlo.

Conforme avanza la historia, la seducción del juego va en aumento y la suerte de Alekséi toma giros dramáticos. Dostoyevski describe con maestría el ambiente oscuro y nervioso que rodea a la ruleta: en el casino de Roulettenbourg se dan cita la codicia, la frivolidad, la envidia, la desesperación, todos los vicios danzando alrededor de las mesas bajo la apariencia de buenas maneras y cortesía burguesa. La tensión narrativa crece cuando hace su entrada un personaje memorable: Antonida Vasílevna, la anciana tía del General apodada “la Abuela”. Todos esperaban heredar su fortuna a su fallecimiento, pero la Abuela sorprende a propios y extraños presentándose en el casino decidida a jugar ella misma. En un giro irónico del destino, esta señora respetable —que nunca había apostado— gana al principio una gran suma, solo para quedar inmediatamente enviciada por la ruleta: en pocas horas pierde casi todo su caudal (cien mil rublos) en una racha fatídica. La catástrofe familiar estalla: con la fortuna de la Abuela dilapidada, el General queda sin esperanzas financieras y su prometida lo abandona; la familia entera se dispersa presa del caos.

Por su parte, Alekséi sucumbe por completo a su compulsión. Libre ya de sus deberes (el General lo despide como tutor), se convierte en un jugador empedernido. Sus prioridades dan un vuelco: el que era un joven culto, con futuro y enamorado, queda reducido a un ser obsesionado con la ruleta, “degradado en alguien que solo gasta, se lamenta y malvive”. Alekséi toca fondo. Incapaz de escapar de la telaraña del azar, acaba solo y arruinado, presa de esta “locura del juego” que atormentó a su creador.

"Dostoyevski describe magistralmente la angustia que domina al ludópata, esa perpetua inquietud de quien apuesta pequeñas cantidades y vive esperando continuamente una recompensa improbable"

Dostoyevski describe magistralmente la angustia que domina al ludópata, esa perpetua inquietud de quien apuesta pequeñas cantidades y vive esperando continuamente una recompensa improbable. A veces gana, pero lo va a perder. Así, retrata cómo su personaje pasa días enteros cerca de la mesa de juego, haciendo cálculos obsesivos hasta que el juego invade incluso sus sueños. Poco a poco, se va volviendo insensible, como alguien que se hunde lentamente en aguas estancadas. El escritor nos hace una confidencia seria, y es que, aunque consiga grandes sumas de dinero, el ludópata jamás podrá adquirir lo verdaderamente esencial: el amor, la paz interior, ni la tranquilidad de una vida digna.

La ludopatía: de la ficción a la realidad

El cuadro que pinta Dostoyevski de la ludopatía en El jugador es tan vívido que anticipa sorprendentemente lo que la psicología moderna ha documentado sobre este trastorno. Hoy sabemos que la ludopatía (también llamada juego patológico) es un trastorno psicológico adictivo que lleva a la persona a apostar de forma compulsiva y reiterada, afectando negativamente su vida personal, familiar y laboral. No se trata de un simple vicio o de falta de voluntad; de hecho, tras años de estudio, la Asociación Americana de Psiquiatría incluyó finalmente la ludopatía dentro de la categoría de “trastornos adictivos” en su manual diagnóstico DSM-5, equiparándola conceptualmente a las adicciones a sustancias. En otras palabras, el cerebro de un jugador compulsivo reacciona de forma muy similar al de un alcohólico o un drogadicto ante su dosis, con toda la pérdida de control que ello conlleva.

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Amaia Miralles
Amaia Miralles
3 meses hace

Qué bien hilas la biografía febril de Dostoyevski con la ficción y, sobre todo, cómo desmontas la falsa épica del casino. El primer golpe de suerte como anzuelo, la cortesía burguesa alrededor de la mesa ocultando codicia y humillación, la degradación del yo cuando la ruleta ocupa incluso los sueños… Tu lectura devuelve a El jugador su verdadero centro: la prisión del tiempo adictivo, donde se vive siempre a la espera de “la próxima bola”. Y, al final, la lección más dura: ninguna racha compra amor, paz ni vida digna. Gracias profesora.

Rosa Amor
3 meses hace
Responder a  Amaia Miralles

Estimada Miralles,
Me halaga sobremanera su delicada lectura y esa prosa suya, tan atenta como generosa. El propio Dostoyevski, en sus desvelos de tinta y fiebre, quizá hubiera reconocido en sus palabras la radiografía de una existencia maniatada por la rueda del azar. Yo no he hecho sino intentar apartar el velo romántico con que la posteridad quiso cubrir la sordidez del tapete verde: allí donde muchos han querido ver destellos de heroísmo, yo sólo encuentro la triste ceremonia de la dependencia, esa liturgia que esclaviza al hombre bajo el ritmo monótono de la bola.
Le agradezco, pues, que haya sabido escuchar en mi humilde trabajo esa música subterránea: el compás obsesivo del tiempo adictivo, frente al cual ni la fortuna ni las ilusorias glorias del salón pueden redimir al jugador de su servidumbre íntima.
Siempre gracias, punto.

Emma Smith
Emma Smith
3 meses hace

Brillante artículo. Rosa Amor del Olmo consigue lo que Dostoyevski no supo hacer: analizar la adicción sin quedar atrapada en ella. El jugador no deja de ser la confesión de un ludópata que nunca aprendió la lección, un escritor genial pero incapaz de superar su propia ruleta. Aquí, en cambio, la autora desnuda al mito con lucidez y sin romanticismos baratos: Dostoyevski perdió siempre contra el juego, pero leyendo este texto uno entiende que la auténtica ganadora de la partida es la crítica.

Rosa Amor
3 meses hace
Responder a  Emma Smith

Muchas gracias por tan grata interpretación crítica. Me alegra y me motiva, claro está.

Jorge Juan 65
Jorge Juan 65
3 meses hace

Nunca me gustó Dostoyevski, me parece un auténtico impostor, aunque lo que importen sean las obras y todo eso, ya sabemos que da igual si tras una gran obra hay un degenerado, pero en el caso de este ruso…me quedo con las historias de pícaros. Que en esto de gustos no hay nada escrito.

Mario Raimundo Caimacán
Mario Raimundo Caimacán
2 meses hace
Responder a  Jorge Juan 65

Las obras literarias muchas veces se explican por sus autores, y siempre tienen vida propia, por esto son inocentes de los pecados de sus padres.