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La torre en el confín del universo

La torre en el confín del universo

Ted Chiang escribió un libro que posiblemente no haya tenido paralelo en la ciencia ficción reciente. Estaba compuesto por ocho relatos, que habían ganado (en especial uno de ellos) los premios más importantes en lengua inglesa dentro de su género: el Nébula por “La torre de Babilonia”, el Theodore Sturgeon Memorial y el Nebula por “La historia de tu vida”, el Sidewise por “Setenta y dos letras”, el Hugo, el Nébula y el Locus por “El infierno es la ausencia de Dios”, y en el año 2003 el premio Locus a la recopilación en la que Chiang recogía todos esos cuentos escritos a lo largo de doce años. “La historia de tu vida” y “El infierno es la ausencia de Dios” también ganaron el premio Seiun al mejor relato corto en 2002 y 2007, el más importante que conceden los aficionados al género en Japón. En España los premios apenas dicen nada y en la mayoría de los casos no dejan de ser una propaganda editorial que, sorprendentemente, todavía siguen teniendo lectores convencidos de que se otorgan al mérito literario, un asunto completamente secundario en lo que respecta al reparto de galardones. Pero en Estados Unidos y Japón se toman muy en serio esta clase de asuntos: unos premios los conceden los lectores de una revista (el premio Locus), otros los propios escritores (el premio Nébula), otros una universidad (el premio Theodore Sturgeon) sin parte en la tajada de beneficios extra con los que una obra premiada puede lucrarse simplemente por conseguir ese fajín. Siempre hay algo subjetivo en cualquier premio, incluso en los menos afectados por un cariz publicitario, que le hace a uno pensar que todo el asunto conlleva algo muy absurdo y su parte sonrojante, pero como decía Stephen Fry en un episodio de la serie Extras: “Tampoco está de más tener el reconocimiento de tus pares”. Chiang obtuvo con La historia de tu vida ese reconocimiento y, pese a su escasa producción, todavía obtendría muchos más.

"Lo que convierte esa descripción en la antesala de una pesadilla es la condición específica de Hungría, pero como afirma su prologuista José M. Faraldo, la condición ya no es tan específica de una sola cultura"

En España, Chiang fue descubierto por una editorial pequeña y hasta entonces minoritaria que, sin embargo, también se las apañó para descubrir a Andrzej Sapkowski, y publicarlo aquí mucho antes de que se le reconociera como el nuevo fenómeno de la literatura fantástica a nivel mundial. Luis G. Prado llevaba ya para entonces una larga carrera como editor —larga cuando todavía no había cumplido 30 años—, primero con un fanzine titulado El fantasma, que pasó por diferentes encarnaciones hasta las antologías de relatos de Artifex, y finalmente con el salto a la profesionalización con Bibliópolis y sus diferentes colecciones. Prado se marchó a vivir a Hungría y allí escribió un breve libro del que hablé hace algún tiempo, Crepúsculo en Budapest. Después escribió otro libro, Vida en un clima iliberal, que tradujo él mismo al inglés y que personalmente encuentro más interesante por el hecho de que también es más personal.

De su libro anterior me gustó mucho más el retrato en los primeros planos de una familia medio española, medio rusa, con una niñita casi ya de todas partes —“una ensalada de orígenes raciales”, como cierto personaje de Nabokov—, que la descripción desencantada de un entramado político, cuyo interés para mí se limitaba a lo que pudiera ofrecer como ornamento para esa familia y esa niña. Prado, para mi pesar, dejó a la familia paseando por el prólogo y se dedicó a librar una batalla contra el régimen de Orbán cuyos mayores méritos —dentro de lo que un profundo desconocedor de la política magiar, y en realidad de cualquier política, puede valorar— eran la valentía de sus opiniones y su excelente estilo.

En su nuevo libro, Vida en un clima iliberal (sé que esto iba a tratar de Chiang, pero como no tengo ninguna obligación con un camino concreto avanzaré un poco más por este afluente), las opiniones siguen siendo valientes y su estilo sigue siendo excelente, y aunque personalmente continúo lamentando la ausencia del dibujo familiar, que no hubiera sido una mala compañía como contraste a todas las calamidades que Prado desgrana y desmantela en cada párrafo, lo cierto es que el análisis que realiza de un momento muy particular en “la triste tierra magiar” (Endre Ady), en el país de los “sentados en el borde del universo” (Attila József) y de los “mil veces derrotados” (Claudio Magris), pide al lector una serenidad sin testigos, un encogido sostenerse la cabeza sin que alguien junto a nosotros o salido de esas páginas, por el mero hecho de estar, reclame una respuesta personal que sólo podría formularse como una especie de grito.

El “momento muy particular” descrito por Prado no es solamente la (así llamada) crisis del coronavirus en ese territorio de sufridos cabizbajos. De haberse limitado a una mera descripción de sinsentidos, su libro apenas se distinguiría de cualquier otro sobre el mismo asunto. Lo que convierte esa descripción en la antesala de una pesadilla (y más tarde en la pesadilla confirmada) es la condición específica de Hungría, pero como afirma su prologuista José M. Faraldo, la condición ya no es tan específica de una sola cultura y su pesadilla “nos sirve también para entender de forma muy clara lo que la pandemia ha traído al mundo en general: restricciones de derechos, desarme social, recortes de libertades, enriquecimiento de los más ricos y empobrecimiento del resto, y también la posibilidad abierta de que de la pandemia puede surgir un tipo de autoritarismo más sólido de lo que nadie podría haber imaginado”. Prado extiende su análisis del caso húngaro más allá de los confines de la “descripción de sinsentidos” —una definición más apropiada que “crisis” o que “pandemia”— y, en lo que puede entenderse como un epílogo a su libro anterior, al que añade una serie de apuntes de lo que todavía puede estar por llegar, nos presenta una imagen perfectamente armada de una dictadura sin fisuras y “sin otro porvenir que la transformación del país en una sociedad de esclavos”, al que podemos seguir llamando Hungría si queremos convencernos de que su amenaza está mucho más lejos de lo que parece. Hay algo, sin embargo, en lo que discrepo con Prado: su convicción de que la (también así llamada) Unión Europea es la salvaguarda de los países que la constituyen. Posiblemente lo sea alguna vez, cuando sus intereses confluyan con los de los ciudadanos a los que (supuestamente) representa y no con los de los organismos supranacionales y los negocios periféricos (véanse los mensajes privados entre Úrsula von der Leyen y el consejero delegado de Pfizer, Albert Bourla… si es que los deja ver) a los que en realidad sirve.

"De atenernos a las reglas del género, Setenta y dos letras sería más una ucronía que una distopía, aunque tiendo a pensar que las ucronías y las utopías sólo son distopías a las que hay que dar un poco de tiempo"

No está de más hablar aquí del más que interesante libro de Prado por tratar tan de cerca la construcción de una distopía, algo que hasta ahora parecía vedado a la ciencia ficción y a una o dos ideologías totalitarias del siglo XX pero que, a poco que prestemos atención a cuanto nos rodea, ya ha abandonado sin sigilo ese cerco. Quizá Chiang no construya distopías, pero algunos de sus relatos delimitan ese territorio, y nos presentan las líneas y modelos del plano que servirá para sostener un mundo, y a veces todo un universo, oprimido por diversos tipos de asfixia. Los elaborados misterios metafísicos que encierra “La torre de Babilonia” apuntan a un universo de formas cambiantes, y cabría preguntarse —con el pasmo de los “sentados en el borde del universo”— en cuál de todos ellos nos encontramos. El entramado distópico se dibuja con algo más de claridad en “Comprende”, donde el protagonista obtiene una inteligencia poco menos que divina tras la ingesta de un fármaco en experimentación. La pregunta que Chiang se formula y se atreve a responder, plantea la inquietante curiosidad de qué acontecería si una inteligencia semejante se encuentra con otra igual. De atenernos a las reglas del género “Setenta y dos letras” sería más una ucronía que una distopía, aunque tiendo a pensar que las ucronías y las utopías sólo son distopías a las que hay que dar un poco de tiempo. Su ambientación, la era victoriana, responde a la moda de la época en que el relato fue escrito —el infantil steampunk, un género que nació completamente agotado, si no muerto, y que en su mejor momento sólo ha ofrecido oxidadas curiosidades—, pero Chiang tiene la inteligencia de utilizarlo básicamente como un decorado para relatar una historia en la que la mezcla de golems, cábala y experimentos genéticos (un poco de Eliphas Lévi, un poco de H. G. Wells) supera cualquier límite entre géneros y subgéneros. “Dividido entre cero” podría considerarse una historia de terror muy sutil, o pensemos si no, qué sucedería si las matemáticas teóricas ya no fueran un territorio seguro y nuestra vida cotidiana se viera condicionada por ese descubrimiento.

Pero, para cuentos de terror —siempre que le permitamos al género abrir un poco más su ventana de oportunidades—, yo me quedaría con dos: “El infierno es la ausencia de Dios”, obra maestra del relato en cualquier género (es el único del que no pienso hablar, por la misma razón por la que nunca pronuncio en voz alta el nombre de Cthulhu), y “¿Te gusta lo que ves?”, que plantea la posibilidad de que operar una región del cerebro permita anular el sentido de la belleza, con todas sus (terribles) consecuencias, contado en los términos de un documental. “La evolución de la ciencia humana” emula, por su parte, el tono de un artículo de cualquier revista científica, para relatar una historia muy breve (más bien una sinopsis) escrita desde la perspectiva de un beneficiario del transhumanismo: aquí uno siente el desencanto de que Chiang no haya querido desarrollar el relato a una dimensión más apropiada al tema, sobre todo en lo que concierne a ese ExaColisionador instalado bajo el desierto del Gobi. He dejado para el final el relato que da título al libro, “La historia de tu vida”: una maravilla especulativa que aborda el tiempo y la posibilidad de un lenguaje extraterrestre con una naturalidad tan pasmosa que uno dudaría si Chiang, realmente, es de este planeta. Dicho sea de paso, la película inspirada en este relato, Arrival (2016), tiene toda la perfección y la poesía de cualquier obra de Denis Villeneuve, pero por extraordinaria que sea la adaptación sorprende reconocer que no supera al relato. Y eso habla tan bien del relato como de la película.

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Autor: Ted Chiang. Traductor: Luis García Prado. Título: La historia de tu vida. Editorial: Alamut. VentaTodos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

Autor: Luis García Prado. Título: Vida en un clima iliberal. Editorial: Alamut. VentaTodos tus libros, Fnac y Casa del Libro.

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