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La verdad no siempre está en la verdad

La verdad no siempre está en la verdad

Hay territorios del horror ante los que el periodismo, con su pretensión de objetividad y su apego reverencial a los hechos verificables, se revela insuficiente. No porque mienta o deforme, sino porque la verdad de ciertos acontecimientos no reside únicamente en su cronología ni en la acumulación de datos contrastables. Margo Rejmer lo ha comprendido con la clarividencia que sólo alcanzan quienes se atreven a abandonar las certezas para adentrarse en las aguas más turbulentas y profundas de la literatura. El peso de la piel es el testimonio de ese viaje, de esa deliberada travesía desde el periodismo hacia la literatura más literaria, más profundamente artística, en un gesto que no implica traición alguna a la verdad, sino todo lo contrario: un acercamiento más radical, visceral y honesto a los sentimientos humanos.

Porque Rejmer ha entendido algo que muchos escritores tardan décadas en comprender o que quizá nunca llegan a intuir: aunque los hechos se distorsionen en el tamiz del lenguaje literario, aunque la realidad se refracte bajo la influencia la imaginación, es precisamente en esa transformación donde habita la posibilidad de acercarse al conocimiento humano en su dimensión más auténtica. No se trata de inventar o de falsear, sino de permitir que la experiencia del horror —ese horror específico de la guerra— encuentre un lenguaje que no lo reduzca a la estadística o a los titulares.

"Es una extraordinaria escritora, poseedora de un estilo expresivo, profundamente rítmico, que conjuga la precisión del reportero con la libertad del poeta"

Sus relatos se aproximan al horror de la guerra con esa mezcla paradójica de distancia y cercanía que caracteriza a las grandes obras testimoniales. Pero lo que distingue su mirada es que no se conforma con registrar los hechos desnudos del sufrimiento. Va más allá. Penetra en los pensamientos que esos hechos generan, en los sentimientos que brotan como heridas que nunca terminan de cicatrizar. Su escritura opera un movimiento doble, simultáneo: parte de lo colectivo, de aquello que aparece en el telediario y que amenaza con convertirse en abstracción por su magnitud misma, y desciende hacia lo pequeño, hacia los seres humanos concretos con sus miedos y memorias particulares, hasta alcanzar finalmente lo interior, ese territorio donde el trauma individual y el trauma histórico se entrelazan de forma inextricable.

Es una extraordinaria escritora, poseedora de un estilo expresivo, profundamente rítmico, que conjuga la precisión del reportero con la libertad del poeta: “Ponerte en cuclillas ya te convierte un poco en animal, y más aún cuando los ojos alerta se tensan y el miedo vuelve rígida la lengua. La oscuridad te envuelve y tú intentas distinguir las formas en las que se refracta la luz de la luna. Eres tu propio miedo, pero también sigues siendo un niño; por eso recoges los guijarros en torno a tus pies, porque así tus dedos tienen menos miedo. El niño que llevas dentro hace girar las piedras entre los dedos, y el animal que llevas dentro está quieto y alerta. El niño y el animal harán lo que sea por sobrevivir”.

En El peso de la piel —título que ya sugiere esa materialidad del dolor, ese peso físico que tiene lo vivido sobre el cuerpo— hay también una mezcla inquietante de lo mágico y de lo real. Es un mundo alucinado, sí, poblado a veces de imágenes que parecen surgir de la fiebre o del delirio, pero que es al mismo tiempo rotundamente real. Porque el horror, cuando alcanza cierta intensidad, genera sus propias alucinaciones. La realidad de la guerra, la realidad del sufrimiento extremo, produce visiones que no necesitan de la fantasía para resultar increíbles. Rejmer ha sabido capturar esa dimensión onírica de lo real, ese estado de consciencia alterada que impone el trauma.

"Es un viaje oceánico el que propone Rejmer, un tránsito que cruza lenguas y tradiciones literarias para demostrar algo que a veces olvidamos: que la literatura no entiende de lenguas"

Se la ha comparado con Svetlana Alexiévich, y la comparación no carece de fundamento: ambas comparten esa vocación de dar voz a quienes la historia oficial suele silenciar, ambas construyen sus obras a partir de testimonios, ambas entienden que la literatura puede ser también un archivo de la memoria colectiva. Pero el tono de Rejmer, ese tono onírico y alucinado que atraviesa sus páginas sin abandonar nunca un profundo realismo enlaza, en realidad, con cierta literatura sudamericana. Es ese realismo que nunca termina de desprenderse de lo mágico, o esa magia que se revela como la forma más honesta de nombrar lo auténtico. Aparece en esa capacidad para que lo extraordinario y lo cotidiano convivan sin fisuras. Por ejemplo hay resonancias de Juan Rulfo en ese mundo de voces espectrales que hablan desde la herida.

Es un viaje oceánico el que propone Rejmer, un tránsito que cruza lenguas y tradiciones literarias para demostrar algo que a veces olvidamos: que la literatura no entiende de lenguas, que el dolor y la memoria hablan un idioma universal que se traduce en el cuerpo mismo del lector. El peso de la piel es también el peso de lo que cargamos como especie, como civilización que una y otra vez se precipita en el abismo de la barbarie. Y Margo Rejmer, con su extraordinario talento, ha encontrado las palabras —o más bien ha dejado que las palabras la encontraran a ella— para hacer visible ese peso, para convertirlo en literatura que no consuela pero que sí acompaña, que no explica pero que sí ilumina.

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Autor: Margo Rejmer. Título: El peso de la piel. Traducción: Agata Orzeszek y Ernesto Rubio. Editorial: La Caja Books. Venta: Todos tus libros.

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