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La vida en Madrid hace tres siglos

La vida en Madrid hace tres siglos

El siglo XVIII cuenta con muchos estudios y ensayos, pero sobre todo desde perspectivas que se refieren a la historia, a la literatura o a la política. En España estos aspectos, y algunos de la vida ordinaria, pero tomando como sujetos a los nobles, han sido también los propios de la labor investigadora más generalizada. Por eso es tan peculiar este libro, que enfoca tal siglo, determinante del tiempo que vivimos, y concretamente la ciudad de Madrid, con el propósito de describirnos la vida común y corriente.

Juana Vázquez, autora sobre todo de poesía pero también de narrativa, lleva interesada por las costumbres populares del siglo ilustrado por lo menos desde que concluyó su tesis doctoral, en 1990, y sin duda el tema le ha seguido interesando vivamente, como lo demuestra esta obra, que ya tuvo una primera edición en 2011.

"La tensión entre castizos e ilustrados, de tradición frente a renovación, irá marcando los cambios políticos, económicos, científicos, culturales y sociales"

Ella misma señala cómo ese panorama popular ha sido un mundo poco o mal conocido incluso en su momento, por la “visión universalista” de grandes ilustrados como Jovellanos o Moratín, o los importantes eruditos, que preferían tratar otros temas. Solo Diego Torres de Villarroel se aproximó a lo popular en su poesía y en sus sainetes. Sin embargo, “decenas y decenas de autores…” anónimos o desconocidos, tuvieron en aquella época lo popular como objeto de su preocupación descriptiva o satírica. Por eso, cuando la autora dice que esta es una obra “con minúsculas” y “sin pretensiones eruditas” hay que entender que la calificación de minúsculo es una alusión a la mirada de la supuesta insignificancia social del mundo popular, y que las “pretensiones eruditas” no son las propias de la tradición académica, porque lo que se dice erudición, en el libro hay toda la que se quiera: precisamente Juana Vázquez recoge en su obra más de 80 coplas, algunas extensas, y otros tantos textos procedentes de tal tipo de autores o de bandos, carteles, edictos… fruto todo ello de una esmerada investigación.

En su obra, la autora arranca señalando que el siglo XVIII comienza entre nosotros con Felipe V, primer Borbón rey de España desde 1700, y a partir de quien se imponen como normas de acción política el centralismo y un reformismo al que acompañarán nuevos usos sociales para las clases dirigentes, venidos sobre todo de Francia e Italia, que supondrán la modernidad en las relaciones y la llegada de lo que hemos dado en llamar Ilustración. La tensión entre castizos e ilustrados, de tradición frente a renovación, irá marcando los cambios políticos, económicos, científicos, culturales y sociales, sin olvidar la repercusión de tales alteraciones hasta en la indumentaria, lo que encenderá cierta hostilidad popular hacia lo foráneo, como demuestra el llamado “motín de Esquilache” de 1766…

"En 1761 se decreta el Empedrado y limpieza de las calles de Madrid —estableciendo la instalación de las alcantarillas y del alumbrado—, y desde 1768 queda prohibido el repugnante ¡agua va!"

Entrando en materia, la autora comienza haciendo una visión general del Madrid de los Borbones en aquella época. Cuando Felipe V comienza su reinado, Madrid tiene …“de 100 a 120 mil almas”  —la mitad forasteros— y la población llega los 500 mil a finales de siglo. La pobreza es habitual, y la ciudad está llena de vagabundos y mendigos… Existen algunos “hospitales de caridad”, pero carecen de medios para atender a los necesitados… En cuanto a la situación higiénica, se viven los tiempos del “¡agua va!”, grito que se emite desde los balcones antes de arrojar a la calle cualquier suciedad, incluso la excrementicia. La inmensa basura la recogen 132 carros llamados “podridos”, y gente con escobones que la va amontonando…

En otros aspectos, faltan talleres y fábricas para algo tan elemental como la ropa, que se trae de fuera, por el influjo de la moda, con muchos otros elementos, en un lujo reverso de la general pobreza que ya Cadalso criticó en sus Cartas marruecas. Según Juana Vázquez, se intensifica la dicotomía corte/aldea… Es el mundo de los petimetres y de las petimetras, entregados a las modas y al habla francesa. Y además de tal influencia lingüística, se formalizan en las casas particulares las tertulias y los llamados «estrados» —lugares privados de encuentro—, y surge esa institución tan curiosa llamada “cortejo” o “chichisbeo” —italianismo—: la esposa tiene un amigo íntimo,  al parecer platónico…

A mediados del siglo, y tras Fernando VI, Carlos III lleva a cabo reformas profundas. En 1761 se decreta el “empedrado y limpieza de las calles de Madrid” —estableciendo la instalación de las alcantarillas y del alumbrado—, y desde 1768 queda prohibido el  repugnante “¡agua va!”, como mantener los escombros dentro de la ciudad o la venta ambulante, y se establecen normas sobre el obligatorio barrido y riego, aunque dentro de las casas siguen el descuido y la suciedad. Como no podía ser menos, las tertulias culturales son mal vistas por la iglesia. La autora recoge un texto del eclesiástico Gabriel Quijano, diálogo entre “doña Proba” y él, donde hay copiosas referencias a la falta de industria por la moda extranjerizante… Tenemos muchas noticias sobre la incultura básica en materia de lengua, y el escritor Pedro Escala señala cómo los letreros de las tiendas están escritos de ridícula y desatinada manera,  por ejemplo:

AQUI SECO
MPRA
IERR
OITRA
POVIE
JO

Por otra parte, continúan las avalanchas de mendigos. Carlos III suprime la “sopa boba” en conventos y carteles y crea las “juntas de caridad” para los indigentes. También se crean los Montes de Piedad para las gentes en apuros, que pueden ayudarse con el dinero de empeños temporales, y la sátira anónima no cesa:

Los sabios a la violeta,
los sombreros de tres picos
la grandeza entre los chicos,
la libertad de bragueta,
la religión de chuleta,
de italianos la gavilla,
el militar con golilla
y el golilla militar.

"El Prado era tanto paseo señorial como lugar para la prostitución callejera"

Para referirse al ambiente madrileño, la autora reconstruye lugares y escenarios y describe un abanico de “tipos”. Los lugares —no olvida para describirlos el Viaje por Madrid del escritor Eugenio Tapia— son la Puerta del Sol, con su ya desaparecida iglesia de San Felipe el Real  —recurrente en encuentros, mentidero, lugar de venta de prensa, de reparto de folletos, espacio de salida y llegada de coches y berlinas…—; el Rastro, entonces cerca de la Puerta del Sol; el Prado, así paseo señorial como lugar para la prostitución callejera; la Puerta de Atocha y el Paseo de las Delicias; la plaza Mayor —mercado variopinto y multitudinario—; Antón Martín —cuyo hospital para las enfermedades venéreas le da una marca peculiar—; el puente de Toledo —lugar admirado por sus fuentes y estatuas…—.

Por todos esos lugares deambula una multitud de madrileños y aldeanos, entre la que destacan los vendedores de pliegos, aunque la llamada “literatura de cordel” —llamada así por los tendederos de donde colgaban los folletos en que estaba impresa— todavía se mantiene, siempre atenta a ella la vigilancia inquisitorial…; los ciegos romanceadores; las prostitutas de esquina; los  jugadores de cartas —entonces estaba de moda un juego llamado el revesino; los pretendientes venidos de provincias para lograr algo en la Villa y Corte; los abates llegados de Italia y ciertos clérigos “modernos”, entre los que primaba algún desorden; los que la autora denomina “falsos místicos y falsas sanadoras; galenos —“tengo más miedo a los médicos que a los males…” decía un refrán popular; gentes a la violeta”— es decir, superficiales: Cadalso cita eruditos, abogados, escritores…; nobles fingidos llamados de media braga”— afeminados, versión peculiar del petimetre: Juana Vázquez cita un bando de 1794 sobre el afeminamiento… Y los llamados Tipos de la Cibeles”, entre los que se encuentran embargados por deudas, mujeres con apariencia elegante y ropa interior andrajosa, madres e hijas hambrientas por haberse gastado el dinero en zapatos y perifollos; mancebos de cirujano que afeitan… Es decir, un conglomerado pintoresco, contradictorio y caótico.

"El madrileño popular, sin criados, madrugaba mucho, desayunaba poco, comía escaso, hacía las tareas del hogar, criaba gallinas, preparaba conservas y almíbares"

La autora describe a continuación la vida diaria del madrileño dieciochesco, contemplándolo “de puertas para dentro” y “de puertas para fuera” y distinguiendo el Madrid más popular y el de los petimetres y petimetras, las casas de la gente ordinaria, pequeñas y de alquiler caro, y las casas elegantes. En esa vida cotidiana, la autora  recuerda los desayunos, escasos para unos y copiosos para los otros. El madrileño popular, sin criados, madrugaba mucho, desayunaba poco, comía escaso, “guisado de mucho caldo y pocas tajadas”, hacía las tareas del hogar, criaba gallinas, preparaba conservas y almíbares, amasaba el pan… y en el caso del mundo de petimetres y petimetras, se recuerda el acicalamiento, las misas, las visitas matinales de compromiso —con el “envaramiento y empaque”, al que se refirió en su obra Carmen Martín Gaite— y ciertos juegos en casa, como el del corro con “el vendado del cepillo”, así como las tertulias antes de comer.

En las comidas, Vázquez señala que, sin olvidar la escasez de unos y la abundancia de otros, predominaba la alimentación mediterránea: cereales panificables, legumbres secas (garbanzo), cebollas (con ajos, coles, lechugas, acelgas, a veces espárragos), el aceite de oliva, el carnero y el vino… Y apunta que con Carlos III comenzó a introducirse lo que llama “la vertiente atlántica” —vaca, leche, castañas…— en la alimentación madrileña, aunque con notable afrancesamiento de las clases pudientes, que dedicaban la tarde al paseo, a las visitas, asistencia a comedias “pecaminosas y lascivas” —para los sacerdotes—, óperas… Abundaban las mesas de juego —que fueron prohibidas en 1764—, y en los bailes predominaba la llamada contradanza, de origen francés. ¡Hasta las embarazadas bailaban!, señala la autora, aunque sin olvidar el “majismo”, las clases de bolero, y el “aplebeyamiento” de que hablaron Cadalso y Jovellanos.

Y recuerda la asistencia a hosterías, fondas, tabernas, y en especial a las llamadas Botillerías —donde se servían zumos y sorbetes, vino, horchata, aloja, agua de cebada, de nieve, helados— gracias a los pozos de nieve…, y también los cafés, donde se celebraban reuniones variopintas, con presencia de gentes de diversas naciones y provincias, recordando especialmente “La Fontana”.

"Juana Vázquez no olvida las fiestas populares dieciochescas en Madrid, tanto las profanas como las religiosas"

Ya señalé que todo ello está adornado con muchas coplillas y jugosos textos. Por supuesto, Juana Vázquez no olvida las fiestas populares dieciochescas en Madrid, tanto las profanas como las religiosas, aunque precisa que en su desarrollo colectivo había poca diferencia. Entre las profanas cita los Carnavales, con los “bailes de máscaras” del Coliseo del Príncipe, que acabaron encontrando restricciones e incluso prohibiciones; las Ferias de Madrid, que se celebraban a finales de septiembre y donde abundaba la venta de chucherías, juguetes o libros…; los Toros —que no les gustaban a los Borbones y pasaron a hacerse a pie y por gente popular, por el abandono precisamente de los caballeros—, y las fiestas de los barrios de Madrid, donde predominaban los majos y las majas y se bailaba el bolero y el fandango.

Las principales fiestas religiosas eran las de San Isidro, con procesiones, misas, comidas, festejos, y lo que Vázquez llama “ambiente de balcón”; la Nochebuena, caracterizada por el jolgorio, el bullicio, las golosinas —en la plaza Mayor se instalaba un nutrido mercado de fruteros, verduleros y confiteros—;  la Semana Santa, con sus monumentos, procesiones y penitentes azotándose; el Corpus, en que el jolgorio popular ocasionaba muchas grescas y alteraciones, y otros tantos bandos, edictos y carteles intentando impedirlo, y las fiestas de San Juan y San Pedro, con un ambiente nocturno festivo y también pendenciero.

El ensayo concluye recordando unas coplas muy significativas. Por un lado:

Adiós Madrid, cuyo famoso nombre
merece en todas partes el renombre
de la más opulenta y noble corte
por sus calles, sus plazas y su porte.

y por otro, una despedida de contrario signo:

A Dios Madrid, confusa tropelía
de gentes, de peligros y ocasiones,
que me vuelvo gustoso a mis terrones
donde hay, con menos voz, más armonía…

Una obra, en fin, escrita con rigor académico y destreza narrativa, que reconstruye convincentemente la vida de ese Madrid de hace tres siglos, muy significativa de una etapa importante de la vida española.

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Autora: Juana Vázquez Marín. Título: El Madrid cotidiano del siglo XVIII. Editorial: Sapere Aude. Venta: Amazon

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