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Las mil caras de Erik Satie, de Pablo Gallo

Las mil caras de Erik Satie, de Pablo Gallo

Guiado por las voces de quienes conocieron y mantuvieron amistad con Erik Satie —desde Claude Debussy y Maurice Ravel hasta Pablo Picasso y Man Ray—, el escritor e ilustrador Pablo Gallo traza un mapa de rostros con el que construye un relato cronológico de las aventuras y desventuras del músico francés que se adelantó a su tiempo.

En Zenda ofrecemos el Prólogo y algunas ilustraciones de Las mil caras de Erik Satie (Sans Soleil), de Pablo Gallo.

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RETRATO DEL MÚSICO MÁS RARO

“un ángel raro, pálido y aún no redimido, que te presenta sus alas”

Rainer Maria Rilke

¿Por dónde empezar?

¿Cuál de las mil caras de Erik Satie debería mostrar primero?

¿La del músico excéntrico y experimental? ¿la del serio y profesional? ¿la del místico alucinado? ¿la del dadaísta accidental? ¿la del tímido recalcitrante? ¿la del alcohólico disimulado? ¿la del izquierdista radical?

Tal vez debería empezar dejando claro que fue el músico más raro. Un auténtico bicho raro. Uno de los primeros músicos de vanguardia. Un músico visionario con raíces populares —cabareteras y circenses— que cuestionó muchas de las normas de la música de su tiempo, revelándose contra la sinfonía romántica alemana, la ópera wagneriana y el impresionismo francés.

Pero sus incontables excentricidades —que le hicieron muy popular en el París de principios del siglo XX— sumadas a la aparente simplicidad de su obra, distrajeron a muchos de las virtudes de su música, y, tras haber abrazado el misticismo y el dadaísmo, fue considerado por algunos como un embaucador. El trabajo que desempeñó durante veinte años como músico en bares y cabarets fue, en gran parte, responsable de su humor sardónico y la espontaneidad de sus composiciones, a las que puso títulos como Cosas vistas desde la derecha y la izquierda sin gafas, Tres preludios flácidos para un perro o Tres piezas en forma de pera. Por todo ello, después de su muerte, durante varias décadas, permaneció anclado en cierto olvido. Hasta que, en 1967, el pianista Aldo Ciccolini revalorizó su figura al publicar un disco con parte de su obra y una portada en la que aparecía un retrato que Picasso hizo del compositor francés. También, en la misma década de 1960, el músico John Cage ayudó a popularizar la música de Satie llevando a escena su pieza Vejaciones. En una ocasión, Cage dijo: “La música de Satie es mágica, ¡tan transparente! Me hace perder todas mis facultades críticas. Siempre permanece viva y seductora”.

Ahora, con el paso del tiempo, vemos que sus formas compositivas están presentes en gran parte de la música popular del siglo XX, desde el jazz primitivo hasta el pop más contemporáneo, siendo además precursor de movimientos como el teatro del absurdo, el minimalismo, la música repetitiva, la música concreta o la música ambient. Se trata de uno de esos artistas que, para bien o para mal, han sido imitados hasta la saciedad. Es evidente su influencia en muchos compositores de su época (Dedussy, Ravel, Milhaud…) y de épocas posteriores (Arvo Pärt, Philip Glass, Brian Eno…). Sin olvidar que su exploración de nuevas concepciones de la tonalidad y su fascinación por la repetición en la melodía y los cambios de acordes, ayudó a dar base a movimientos como la escuela de Nueva York (John Cage, Morton Feldman…) y al minimalismo de la Costa Oeste (Terry Riley, Steve Reich…). Sus innovaciones son plausibles: sus acordes sin preparación, sin resolución, la yuxtaposición de secciones automáticas, las superposiciones de cuartas, la introducción de ruidos en la música culta, la depuración extrema del lenguaje… Y todo ello sin dar la espalda a las formas y los géneros musicales del pasado.

No hay duda de que se adelantó a su tiempo escribiendo obras que serían, sobre todo, comprendidas por generaciones posteriores. Los homenajes y las versiones de la música de Satie en el mundo contemporáneo son innumerables. Al empezar a construir este libro hice una lista con algunas piezas que me acompañaron durante el proceso: la versión de Trois Gymnopdies realizada por Gary Numan, música con la que comienza la película Clímax de Gaspar Noe; la canción Symphony in blue de Kate Bush; la canción Guala de los raperos G-Eazy y Carnage; la reescritura que hizo David Sylvian de Gymnopedies para la canción Nightporter del grupo Japan; el proyecto The disintegration loops de William Basinski; el disco Drukqs de Aphex Twin; la música de Ryuichi Sakamoto, la música de Pascal Comelade…

Mientras escribía y dibujaba, escuché sin descanso muchas de estas piezas y muchas de las composiciones de Satie, esperando que, de esa manera, algo de la música calara en las palabras y los trazos. También tuve a mano dos magníficos libros que recopilan sus escritos: Memorias de un amnésico (Ardora Express) y Cuadernos de un mamífero (Editorial Acantilado), y un tercer libro sobre su vida y sus relaciones personales titulado El mundo de Satie, escrito por Robert Orledge y publicado por la editorial Adriana Hidalgo.

Y, para ir avanzando en su biografía, decidí hacer retratos del músico y sus amistades. Construir un mapa de rostros. Agarrarme a las personas que fueron importantes para Satie. Aferrarme a los ojos a los que miró. A los ojos que le miraron. En un juego de pupilas y espejos que reflejase la época en que vivió y, a un mismo tiempo, su oculto mundo interior, el ángulo muerto de su existencia. Todo ello inspirado por unas palabras que encontré en el libro El corazón aventurero, de Ernst Jünger:

No sólo nuestros ojos, sino, en general, nuestros sentidos, se parecen a los espejos por el hecho de estar orientados hacia el exterior y permanecer ciegos a su reverso. El Tapetum nigrum está vuelto hacia nosotros desde el ojo. Así, vivimos en el ángulo muerto de nosotros mismos.

Un día, cuando me encontraba retratando a Satie y a sus amistades, leí la noticia de que el Museo de Bellas Artes de Bilbao acababa de adquirir un retrato del músico pintado por Ignacio Zuloaga. La mañana del 9 de octubre de 2024, visité el museo para contemplar el cuadro. Allí me encontré con el rostro del joven Satie emergiendo en un interior indeterminado, en perfil de tres cuartos, con el look bohemio de Montmartre —barba, cabello largo y levita— previo al traje de terciopelo que el músico vistió durante más de diez años, pues encargó siete trajes idénticos. El retrato de Zuloaga fue un regalo que el pintor le hizo a Satie, y que el músico conservó hasta su muerte. Me fijé en la firma y la dedicatoria que, escrita en francés, puede verse en la parte inferior izquierda: “A mi querido amigo Erik Satie”.

Tras contemplar el cuadro durante un buen rato, decidí recorrer el museo. Para mi sorpresa, en la planta superior me encontré con un vídeo que, proyectado sobre una de las paredes, mostraba a Erik Satie dando saltos y charlando con Francis Picabia. Se trataba de la película muda Entr´acte, realizada por René Clair en 1924. Considerada la primera intervención cinematográfica en un espectáculo de danza, la película, de carácter surrealista, en la que también aparecen Man Ray y Marcel Duchamp, causó un gran escándalo cuando fue proyectada en el Teatro de los Campos Elíseos durante el intermedio de Relâche, un ballet escrito por Picabia con música de Satie.

Me quedé embobado viendo cómo Satie saltaba y gesticulaba con su sombrero y su paraguas. Allí estaba, el músico más raro, con una de sus mil caras. Le hice una fotografía y, mientras la hacía, pensé que aquella película, como si fuese una puerta espaciotemporal, me permitía vislumbrar un pedazo de la existencia de Satie algunos meses antes de su muerte, que tuvo lugar el 1 de julio de 1925 por una cirrosis hepática asociada a tuberculosis, agravada por malnutrición crónica y alcoholismo.

Fue entonces, viéndole saltar, cuando pensé que, al escribir esta especie de biografía fragmentaria y sincopada, la mejor manera de acercarme a su figura sería hablándole directamente. Dirigirme a Satie como si lo tuviese delante y, de esa manera, recordarle sus aventuras y desventuras.

Como todo el mundo sabe, los fantasmas tienen muy mala memoria.

Desean que les recuerden lo que hicieron en vida.

Ponerle cara al olvido.

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Autor: Pablo Gallo. Título: Las mil caras de Erik Satie. Editorial: Sans Soleil. Venta: Todos tus libros.

Igor Stravinski.

Erik Satie.

Pablo Picasso.

Sylvia Beach.

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