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Lecciones de la edad de oro para la edad de la incertidumbre

Lecciones de la edad de oro para la edad de la incertidumbre

Xavier Pericay (Barcelona, 1956) es de una de esas pocas voces a las que siempre hay que estar atentos. Sobre todo si se trata de periodismo. Acaba de publicar un librito, en forma de breviario, de apenas cien páginas (Athenaica, 2021). Lo titula Las edades del periodismo y está compuesto por veinte textos, a cual más sugestivo, en los que reflexiona sobre cuestiones intemporales sobre la prensa. Al exponer cómo se han abordado esos dilemas en el pasado, nos enfrenta al maltrecho estado actual del oficio, muy necesitado de reflexión para enjugar tanto lamento.

Las escuelas de periodismo, la objetividad, la red, la censura, el reporterismo, la opinión o el columnismo son sometidos a examen. Y lo hace el autor bajo el prisma de la historia y las opiniones de quienes ya se plantearon todas estas cuestiones incluso antes de que los más viejos de nosotros hubiéramos nacido.

El título de Las edades… se debe al interés de Pericay por lo que se puede considerar la “edad de oro” de nuestro periodismo, que el autor establece entre mediados de los años 20 y el estallido de la Guerra Civil, y alerta sobre la poca atención dada a ese periodo, opacado por la “edad de plata” de nuestras letras y la deslumbrante generación del 27, en la que, por su calidad literaria, bien hubiera cabido la prensa.

"Qué mejor para satisfacer esa demanda de comadreo que un periódico"

Como hay que empezar por el principio, las lecciones del profesor Pericay se remontan al doctor y periodista Theóphraste Renaudot (1586-1653), creador del primer periódico moderno. Renaudot  tenía claro el público al que se dirigía, y definió su Gaceta como «el periódico de los reyes y de los poderosos de la tierra». Comenzó publicando informaciones «extremadamente útiles», asuntos que a veces se nos olvidan en nuestras cabeceras actuales. ¿Es útil lo que publicamos?, debiéramos preguntarnos antes de subir una pieza a la web o enviarla a imprenta.

Conversación y chismorreo

En los principios del periodismo, sostiene Pericay, «lo que reinaba en los salones era la conversación, y la conversación llevaba aparejado el chismorreo». Y qué mejor para satisfacer esa demanda de comadreo que un periódico. La importancia de esa función para la prensa queda de manifiesto en una cita del muy seguido superventas israelí Yuval Noah Harari, según el cual «los chismosos son el cuarto poder original: periodistas que informan a la sociedad, y de esta manera la protegen de tramposos y gorrones».

"Si el periodista no se asombra, difícilmente se va a asombrar al lector"

Otra lección de Las edades del periodismo se refiere a la capacidad de sorpresa, un tanto perdida en este mundo, donde reina la indiferencia, en el que creemos que ya nada nos falta por ver. «Escribía Robert de Jouvenel allá por 1920 —se nos recuerda algo que parece de Perogrullo, pero que no conviene olvidar— que “un buen periodista debe tener capacidad de asombro. Es la condición de su curiosidad en relación con los temas”. Y sobre la curiosidad añadía que era lo único que atraía al público hacia un diario —al tiempo que la costumbre era lo único que lo retenía—». Si el periodista no se asombra, difícilmente se va a asombrar al lector.

El «periodismo nuevo»

Avanzando vertiginosamente en el tiempo, nos acercamos a la mencionada «edad de oro», de la que tanto tenemos que aprender hoy. Y se impone la reflexión sobre los periódicos como «fábricas de opinión». A ese respecto, el poco recordado corresponsal español de entreguerras Corpus Barga (1877-1975) ofrece una minuciosa sugerencia: «Todo periódico, sean cuales sean su circulación y sus ideas, no puede menos de ser un manómetro de la tensión pública. Resulta indicador tanto por restricción como por expansión, representa al público por acción, por omisión o por reacción, a pesar del público y aún a pesar del periódico. Lo representa a la fuerza. Es más: lo crea».

"Entretener es otro término desprestigiado hoy por los excesos de lo que se ha denominado con el neologismo anglosajón infotainment (información más entretenimiento)"

Y sigue Corpus con un ejemplo práctico y metafórico del que es testigo en las calles de París, que tan bien conocía: «El lector… parece que no ha leído nada y queda impregnado de algo todo el día. Se diría que esa prensa de París crea la opinión por un procedimiento químico».

Pericay rompe una lanza por un periodismo denostado, el llamado despectivamente «amarillo» por culpa de la tira satírica Yellow Kid. La revolución industrial, los adelantos técnicos, la alfabetización dan lugar a un nuevo periodismo al otro lado del Atlántico, el de los Pulitzer y los Hearst, y también a este lado, el de Lord Northcliffe, gran modernizador del Times de Londres.

«Y aunque el futuro haya tachado este periodismo de sensacionalista —escribe Pericay—, atribuyendo a dicho epíteto todos los males imaginables, lo cierto es que a menudo no se trataba más que de una modalidad de prensa que apostaba por el reportaje, preferentemente la denuncia, y ofrecía un producto en el que la política había perdido su primacía en favor de las noticias de sociedad, preferentemente truculentas, los deportes, los espectáculos y todo aquello, en definitiva, que sirviera al muy noble propósito de entretener al personal».

"El entretenimiento es congénito al periodismo"

Entretener, otro término desprestigiado hoy por los excesos de lo que se ha denominado con el neologismo anglosajón infotainment (información más entretenimiento). El entretenimiento es congénito al periodismo. Si no, atiendan a lo que le revelaba en 1966 el gran entrevistador Manuel del Arco (1909-1971) al sabio Salvador Pániker (1927-2017):  «Periodismo es Ver, Oír, Contar. Contar con amenidad. Si no hay amenidad no hay periodismo: habrá ensayo o literatura. El periodismo es amenidad: profundidad, pero amenidad».

No es de extrañar que cuando el asturiano Alfonso Camín (1890-1982) le pregunta al muy influyente pionero de la prensa española Ángel Herrera Oria (1886-1968) cómo entendía el periodismo, el que más tarde fuera cardenal responda de forma contundente

«—Como los yanquis […]. Lo primero, informar. Lo segundo, orientar. Lo tercero, deleitar». ¿Se puede decir que los periódicos de hoy nos deleitan?

¿Aprender en la redacción o en la escuela?

España, con su analfabetismo secular, se planteaba en las primeras décadas del siglo XX la necesidad de formar a los escasamente instruidos periodistas. Había quien defendía que la verdadera formación se adquiría sobre el terreno. Las redacciones eran, y son, «viveros de aprendices y criaderos de profesionales», como las definía el cronista y escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (1873-1927).

"Había otros más extremos que auspiciaban a capa y espada las escuelas como filtro oficial para decidir quién podía ejercer la profesión y quién no"

Al mismo respecto, Julio Camba (1884-1962) se mostraba muy contrario a que la formación del periodista viniera desde la oficialidad de la administración, con los riesgos de control que eso conllevaba. Sin embargo, reconocía la necesidad de formar a unos periodistas en cuestiones esencialmente prácticas, lo que hoy llamaríamos una formación profesional. Así aclaraba su postura el escritor de periódicos gallego:

«Yo quiero una escuela que separe al periodismo de la política y no que lo una a ella. Una escuela sin fantasmones. Una escuela sin literatura. Una escuela en donde, en vez de periodistas consagrados, unos hombres modestos enseñasen escrupulosamente su inglés, su francés, su alemán, su Historia, su Geografía, su Ley de Imprenta, etc., etc.»

Había otros más extremos que auspiciaban a capa y espada las escuelas como filtro oficial para decidir quién podía ejercer la profesión y quién no. Esta postura despótica, influida por Mussolini, se concreta en estas líneas publicadas por un vespertino derechista en 1928 a propósito de la creación de una escuela durante la dictadura de Primo de Rivera.  «… Gracias a Dios y al fascismo —se podía leer en el rotativo— con el día de ayer ya se ha terminado, por fin, eso de que pudiera “meterse a periodista” todo prójimo sin oficio ni beneficio. En lo sucesivo sólo podrán dedicarse al periodismo quienes tengan sus papeles en regla».

La «edad de oro», el periodismo nuevo

Llegamos a lo que en España se llamó periodismo nuevo, la gran renovación de la prensa. Y uno de los hitos, si no el principal, se produce cuando Manuel Fontdevila y Manuel Chaves Nogales se hacen cargo del Heraldo de Madrid en 1927. El editorial titulado «Viejo periódico y periodismo nuevo» en el que anuncian sus intenciones es todo un manifiesto de renovación. «Cuanto se publique el Heraldo de Madrid —proclama— será periodístico; esto es, actual, vivo, conciso y fluente». Imposible decir más en menos.

"Otro de los puntos esenciales del libro de Pericay es el que hace referencia al «afán de verdad» y a una «estricta objetividad»"

Manuel Chaves Nogales, en una entrevista en La Estampa, aclaraba con más detalles lo que entendía por el periodismo nuevo: «Para la gente hay solo el literato que escribe en los periódicos, al que se le respeta (se entiende por respetar el no leer), y el antiliterato, es decir, el repórter, una especie de agente iletrado que acarrea noticias (…). No tienen nada que hacer en el periódico los literatos al viejo modo, esos caballeros necios y magníficos que se sacan artículos de la cabeza sobre todo lo divino y lo humano (…). Contar y andar es la función del periodista».

Y Antonio Zozaya, periodista y fundador de Izquierda Republicana, daba cuenta de la situación en un artículo publicado en Nuevo Mundo en 1931. Explicaba lo que entendía por el nuevo periodismo y daba idea de la ruptura con todo lo anterior. «Hay una democratización en el periodismo de hoy o, si se quiere, una socialización. Las grandes figuras están destinadas a desaparecer por completo; en cambio ha surgido una verdadera pléyade de periodistas eminentísimos, consagrados a la tarea modesta de reporteros. El nuevo periodismo es eso y nada más. Reporterismo de cosas, de noticias o de ideas, y no disertaciones hueras, más o menos partidistas y enfatuadas».

Chaves Nogales

Y aquí añade Pericay una aportación que viene al pelo para el periodismo del presente. Se trata de un consejo que el crítico de arte italiano Emilio Cechi ofrecía a un joven Indro Montanelli antes de emprender un viaje por los Estados Unidos: «No caer en el vicio de tanto periodismo de hoy, que presume de juzgar lo que no logra contar».

Miedo a la opinión pública

Otro de los puntos esenciales del libro de Pericay es el que hace referencia al «afán de verdad» y a una «estricta objetividad», asuntos que no por obvios merecen menos reflexión. Introduce un punto de vista esencial, que es la censura que llega de los propios lectores. Y nadie mejor que Orwell para expresar ese llevar la contraria al pensamiento dominante. «Si los editores y los directores de los periódicos se esfuerzan en eludir ciertos temas —escribe el autor inglés a propósito de su propio país, pero extensible a todos los demás— no es por miedo a una denuncia; es porque le temen a la opinión pública. En este país, la cobardía intelectual es el peor enemigo al que han de hacer frente periodistas y escritores en general».

"El aleccionador viaje de Las edades del periodismo llega hasta las mismas puertas de esta edad de la incertidumbre en el nuevo escenario creado por la red"

Lo que concretaría aún más el autor de Rebelión en la granja en otra de sus profusamente citadas máximas: «Si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír». Y, por si hubiera dudas, Pericay aporta la definición de Arcadi Espada en su indispensable Periodismo practico: «La objetividad es la capacidad de narrar los hechos con independencia del lugar, moral, pero también físico, donde uno se halle (…). La objetividad, ese misterio, no es más que la posibilidad de describir los hechos con independencia de las convicciones».

El aleccionador viaje de Las edades del periodismo llega hasta las mismas puertas de esta edad de la incertidumbre en el nuevo escenario creado por la red. Y Pericay da cuenta de ese desasosiego con una serie de preguntas muy desasosegantes, pero a las que será imprescindible responder cuanto antes: «¿Existe alguna posibilidad de que el viejo patrón del oficio —aquel “contar y andar” de Chaves y tantos otros— siga vigente mucho tiempo? ¿Podría darse el caso, en fin, de que esa edad del periodismo en que nos hallamos, tan radicalmente distinta de las que la han precedido, sea además la del cierre?»

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