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Leningrado vuelve a ser San Petersburgo, la ciudad de los lectores

Leningrado vuelve a ser San Petersburgo, la ciudad de los lectores

Otro seis de septiembre, el de 1991, hace hoy 32 años, la glásnost (liberación, apertura, transparencia) y la más célebre de todas las políticas con las que Mijaíl Gorbachov intentó refundar la Unión Soviética, la perestroika (reconstrucción), para los nostálgicos del ya viejo Leningrado, han demostrado ser justo lo contrario al fin para el que se concibieron. Una y otra socavaron hasta sus cimientos un estado cuya degeneración era inexorable. Habiendo sido uno de los más poderosos y despiadados del mundo, la dictadura de los miserables venía resquebrajándose sin remisión desde que la catástrofe de Chernóbil puso al descubierto sus múltiples fisuras.

Tras el golpe de estado, que el pasado 19 de agosto organizaron los comunistas irredentos, privando del poder por unas horas a Gorbachov, los líderes locales de las distintas repúblicas soviéticas han sabido sacar partido del caos, que empieza a apoderarse de la patria del proletariado —porque aunque los desheredados no tengan patria, la Unión Soviética les ha tocado a todos muy de cerca—. Han surgido así nuevos adalides: del comunismo ortodoxo y del populista, de los nacionalismos diversos, incluso de los credos que se creían olvidados cuando la religión era el opio del pueblo. Gorbachov —hombre de buena voluntad donde los haya, al menos para Occidente— no tardará en ser destituido por Boris Yeltsin. Estonia, Letonia y Lituania obtienen hoy su independencia. Ucrania, en un referéndum que habrá de celebrarse en diciembre, también optará por marcharse. Y hoy, mientras la Unión Soviética se cae a pedazos, Leningrado pierde su nombre y San Petersburgo lo recupera.

"Ni de los comunistas ni de los zares. San Petersburgo, que fue a Dostoievski lo que París a Balzac, hoy vuelve a ser una ciudad de los lectores. Solo por eso, la humanidad celebra uno de sus momentos estelares"

Corría 1703 cuando fue fundada por Pedro el Grande en la desembocadura del Neva, en el golfo de Finlandia, con el objeto de hacer de ella la ventana de Rusia hacia Occidente. Durante más de dos siglos fue la capital del imperio ruso. Pero esa dignidad le fue sustraída por la revolución de octubre. Los bolcheviques cambiaron el curso de la historia en la ciudad de las noches blancas, esas últimas de junio, las del solsticio de verano en las regiones polares, cuando el Sol no llega a ocultarse completamente. Aquí tuvo su origen el nuevo orden, aquí empezó a tomar cuerpo ese fantasma, que según Marx y Engels recorría la Europa decimonónica: el del comunismo. Todavía se alza aquí el Palacio de Invierno. Pero ese culto al líder de todas las fuerzas políticas, y su pueril animadversión a las capitales de los regímenes que les precedieron, hizo que los comunistas, muerto Lenin en 1924, dieran su nombre a San Petersburgo, llamada Petrogrado cuando llegaron ellos.

El fin de San Petersburgo, tituló en 1927 Vsevolod Pudovkin el filme con el que fue a conmemorar los diez años de la revolución soviética. Ni de los comunistas ni de los zares. San Petersburgo, que fue a Dostoievski lo que París a Balzac, hoy vuelve a ser una ciudad de los lectores. Solo por eso, la humanidad celebra uno de sus momentos estelares.

Dostoievski arribó a ella junto a su hermano Mijaíl en 1837, cuando la ciudad aún lloraba a Pushkin. Si bien no faltan autores que fechan la llegada en 1839. Fuera cuando fuese, lo que llevó al novelista a la ciudad fue su ingreso en la escuela de Ingeniería Militar del Castillo de Mijailovski, edificación que todavía se alza para deleite del turista literario.

"La fortaleza de Pedro y Pablo, donde Dostoievski fuera confinado el 23 de abril de 1849 por leer una carta en la que Belinski le reprochaba a Gógol sus apologías del zarismo, merece un capítulo aparte"

Los vecinos más humildes de San Petersburgo habrían de ser los protagonistas del escritor desde Pobres gentes (1846), su primera novela, hasta El adolescente (1875), la penúltima. El lector aún puede visitar las mismas calles en las que Marmelládov muere atropellado y se suicida Svidrigáilov. Todas ellas se encuentran en las inmediaciones de la Plaza de la Paz, principal escenario de Crimen y castigo (1866). Junto a la visita a la casa en la que muriera el escritor (Pasaje de Kouznets, 5) y a su tumba, en el monasterio Nevski, completan el paseo indispensable que ha de hacer el lector de Dostoievski en su visita a San Petersburgo. Hace hoy 32 años el recorrido volvía a ser posible

La fortaleza de Pedro y Pablo, donde Dostoievski fuera confinado el 23 de abril de 1849 por leer una carta en la que Belinski le reprochaba a Gógol sus apologías del zarismo, merece un capítulo aparte. Todavía se alza a orillas del Neva, frente al Palacio de Invierno —que tanta literatura ha inspirado—, como cuando eran recluidos en ella los revolucionarios. Dostoievski salió de allí ocho meses después para enfrentarse a un pelotón de fusilamiento. La pena le fue conmutada a última hora. Stefan Zweig, en sus Momentos estelares de la humanidad, habría de imaginar así aquel instante del 22 de diciembre de 1849 en que la plaza Semenovsk pudo ser testigo de la ejecución de Dostoievski: «Una manzana de casas, / de techos bajos y con sucia escarcha, / rodea una plaza de oscuridad y nieve. / (…) Un teniente lee la sentencia: «Muerte por traición. Con pólvora y con plomo».

"Tal día como hoy, San Petersburgo volvía a ser la ciudad que, el 27 de enero de 1837, fue testigo del duelo que puso fin a la vida de Alexandr Pushkin, uno de los más grandes poetas rusos"

Bien distinto es el San Petersburgo de Nicolai Gógol, los personajes del autor de las Historias petersburguesas (1835-1852) son los alegres desahogados que un día como hoy volvieron a verse por la Perspectiva Nevski. Para quienes la conocen, ésta es una de las avenidas más bellas del mundo. Se extiende a lo largo de cuatro kilómetros, desde la estación del ferrocarril de Moscú hasta el edificio del Almirantazgo. Aunque a Gógol no le interesaba la belleza arquitectónica, su materia literaria eran las grandezas y las miserias de los nobles y burgueses que poblaban un lugar donde, según él, «todo es falso».

También fue en San Petersburgo, en su célebre teatro Mariinsky, donde Turguénev conoció a la cantante Paulina García de Viardot, por cuyo amor, el autor de Los relatos del cazador (1847-1851), abandonó Rusia para establecerse en Francia.

Tal día como hoy, San Petersburgo volvía a ser la ciudad que, el 27 de enero de 1837, fue testigo del duelo que puso fin a la vida de Alexandr Pushkin, uno de los más grandes poetas rusos. Afrancesado desde niño, ya en su edad adulta, el poeta gustaba consultar la biblioteca particular de Voltaire, conservada en la Biblioteca Pública de San Petersburgo. Tenida por una de las más grandes del mundo, el montante total de volúmenes se cifra en más de un millón. Sí señor, un día como hoy, San Petersburgo volvía a ser de los lectores. Así se escribe la historia.

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