Lepisma y los ofendidos

En esta ofendidocracia actual cuyo poder se manifiesta a través de los boicots más que de los votos, reivindico mi derecho a ser ofendido. No hablo, por supuesto, de los insultos fáciles que pueda proferir cualquier troll de internet: separrata, nyordo, izmierdista, feminazi o pollavieja son adjetivos bumerán, que califican más a quien los usa que a quien los recibe, así son de inofensivos y ridículos. No, hablo de obras artísticas y de ficción que sacudan mi conciencia, que puedan escandalizarme pero que dejen un poso en mí, que germinará en un cambio de postura o en reafirmarme aún más en mi posición, pero que no me dejen indiferente.

Quizás porque la medicación que me prescribían en el psiquiátrico de San Humbértigo aplacaba todas mis emociones, ahora quiero recuperarlas a lo bestia; bueno, haciendo puenting no, que tengo acrofobia, todo tiene un límite… Pero vamos, que ya estoy harto de que se quiera judicializar la ficción, confundiendo lo que es subjetivo (el mal gusto) con lo que debería ser objetivo (un delito). Quiero que los humoristas puedan hacer chistes sobre personajes ficticios, tengan estos la deficiencia que tengan, sin tener que pasar por los juzgados; quiero que la Procesión del Santo Chumino Rebelde salga a las calles sin que una absurda asociación de abogados con demasiado tiempo libre se dedique a querellarse contra ella por ofensas a la religión. Harto de boicots, de cazas de brujas virtuales que algún día se pueden convertir en reales, de que no se pueda debatir libremente en una universidad, harto de gentuza que ataca a artistas con nombre y apellidos desde perfiles con nombres y fotos falsos, harto de que me digan qué puedo ver o escuchar, harto de…

STOP

Me voy por las ramas, cuando todo esto podría resumirse en la frase que estoy haciendo en punto de cruz para colgar en el recibidor:

APARTAD VUESTRAS SUCIAS MANOS DE LA FICCIÓN

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