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Los abandonados (Arresto domiciliario 66)

Los abandonados (Arresto domiciliario 66)

Uno de los orgullos de mi padre es nunca haber dejado un libro a medio terminar. No importa cuán tedioso resulte el mamotreto, el hombre lo resiste hasta la última página. Varias veces lo he visto maldecirlo y cubrir a su autor de horrendas invectivas, sin por ello poner fin al suplicio. Lejos de semejante estoicismo, tengo una larga fila de libros empezados que por diversas causas abandoné, o más exactamente fui dejando, cual noviazgo distante y desapasionado. ¿Que si pienso volver a la lectura? Por supuesto que sí, sólo que ahora no y muy probablemente mañana tampoco. Ya habrá tiempo, me digo, en la esperanza tácita de que la ciencia médica me permita llegar al siglo XXIV.

"¿Cómo sabes que la culpa es del libro y no tuya?"

Siempre es perturbador encontrar en el librero ejemplares con el separador clavado muchas páginas antes del final. Buenos libros, de pronto, como buena era aquella chica linda a la que un par de días cortejaste y luego nunca más volviste a procurar. ¿Qué le sobra o le falta a ti o al libro para atraparse mutua y ardorosamente? ¿Cómo sabes que la culpa es del libro y no tuya? ¿Y qué tendría que hacer aquí la culpa, esa extorsionadora de sotana? ¿Por qué dejas allí el separador, si aun queriendo volver a la lectura pasó ya tanto tiempo que haría falta comenzar de nuevo? Sospecho que en mi caso Freud tendría un par de cosas que decir. Me viene a la cabeza, no sé si en mi defensa, el caso de Arthur Koestler, que se reconocía lo opuesto de un virtuoso: un entusiasta.

Tengo la casa llena de objetos que son deudos tardíos de mi entusiasmo, y si siguen ahí es apenas en nombre de la virtud. ¿Cómo voy a atreverme a echar a la basura todas esas decenas de cintas en formato Beta y VHS, si ni siquiera sé lo que hay adentro? ¿Tendré tiempo algún día para averiguarlo y estómago para la decepción? ¿Qué esperan los ladrones para venir por ellas? No olvido aquella noche en que le presumí a mi hoy correclusa mi acervo de películas en laserdisc, ciertamente más nítidas que cualquier videocinta y sin embargo ya lo bastante borrosas para ganarse el rango de basura. Prueba de su bondad es que yo en su lugar me habría reído despiadadamente.

"argas Llosa tendría que saberlo: intentar un regreso de Camus a Sartre es una forma de lobotomía"
V

Los libros, cuando menos, siguen exactamente como estaban. O casi, porque a veces el tiempo les deja telarañas indelebles. Algunos, aunque pocos, regresan a mis manos y con suerte me parecen mejores que cuando los dejé. Es decir que soy yo quien mejoró, pero a otros les sucede que envejecen mal y hoy resultan aún menos legibles. La náusea, por ejemplo, me aburrió mucho a los veinticinco años y no logré pasar de la página cien; hoy la hojeo y compruebo que ya no llegaría a la cincuenta. Con El hombre rebelde me ocurre lo contrario: si entonces lo leí con las palmas sudando de fruición, hoy que veo el ejemplar entre las manos de mi correclusa siento la poderosa tentación de regresar a él, seguro de que entonces debí de haber pasado por alto una gran cantidad de líneas luminosas. Vargas Llosa tendría que saberlo: intentar un regreso de Camus a Sartre es una forma de lobotomía.

No dudo que esta larga cuarentena represente una buena oportunidad de hacer justicia a los abandonados, pero dime de dónde, mi fiel Cuarentenario, extraería el entusiasmo para hacer realidad proeza semejante. Con perdón de mi padre, que es un santo, temo que seguiré pecando de omisión.

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