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Los ángeles existen

La novela puede resultar engañosa. Nada es lo que parece. Un lector poco atento podría perderse muchos de los tesoros que esconde entre sus páginas la obra de Manuel Vilas. Su estructura, el tono que emplea y el modo de dirigir esta orquesta de tantos matices, con tan diversos instrumentos musicales funcionando al mismo tiempo, hacen que se corra el riesgo de no entender del todo este relato, no tanto por el lector en sí mismo, al que siempre le ha sobrado inteligencia, sino por ciertos críticos que presumen de ella. Y es que hay quien ha pretendido, con ahínco, obcecadamente, buscar Ordesa en donde ya no hay Ordesa.

Nosotros, como algunas de las novelas anteriores de este escritor aragonés, tiene la apariencia de niño abandonado a su suerte, de obra fragmentaria, de ideas dispersas y textos inconexos. Y nada más lejos de la realidad. Lo que Vilas nos propone aquí es un juego en el que es preciso completar el dibujo aportando las piezas necesarias. Y para eso se requiere imaginación, y la seguridad de que, al otro lado, hay alguien capaz de actuar con la pericia de un buen relojero.

"No hay nada escrito al azar; ningún atisbo de descuido, ninguna intención de tirar de oficio para sacar adelante una obra"

La historia de Irene, esposa de Marce, que actúa desde la ausencia y el recuerdo, resulta conmovedora. Pero, al mismo tiempo, Vilas echa mano de infinidad de resortes para que la voz de la protagonista suene a falsete y se vaya descubriendo, poco a poco, sin prisas, la auténtica verdad verdadera, que diría Marsé. El secreto que se oculta entre esa maraña de imágenes. Este proceso tiene mucho de juego, de recurso lúdico que, incluso, puede llegar a divertirnos si adivinamos pronto sus intenciones. Pero, en cualquier caso, no hay nada escrito al azar; ningún atisbo de descuido, ninguna intención de tirar de oficio para sacar adelante una obra, en apariencia sencilla, pero de una extraordinaria complejidad, de una profundidad aplastante en donde se aporta, con todo rigor, una visión del mundo, los muchos trampantojos que nos rodean y, mayormente, la constatación, un tanto frustrante y triste, de que nadie es capaz de comprender la vida del otro.

La presencia/ausencia de Marce, evocado y aclamado a cada instante, que vino al mundo en Roma y que presume de ser hijo de un amigo íntimo de Fellini, va diluyéndose poco a poco a lo largo de estas páginas hasta convertirse en silencio, en una vulgar sombra. Aparecen aquí muchas de las conocidas ideas de la doctrina del doctor Freud, sobre todo en las espléndidas páginas finales, donde se aclara, con una increíble limpieza, este embrollo y se resquebraja la fantasía de Irene, que no tiene más remedio que reconocer que toda muerte es una humillación, y que, contra ello, no queda otro remedio que volver a inventar la realidad y darle la espalda al destino utilizando como escudo el “nosotros”. No me cabe la menor duda de con ese pronombre, “nosotros”, se evoca aquí el espíritu de uno de los libros de amor más hermosos jamás escrito en lengua castellana: La voz a ti debida, de Pedro Salinas, aquella obra en cuyos versos se proclama: “¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!”.

"En Nosotros, la estrella más reluciente y recurrente es el conocido soneto de don Francisco de Quevedo, Amor más allá de la muerte"

El divertido juego intertextual que nos propone Vilas en su obra no se acaba aquí. Este novelista, en anteriores entregas, como Alegría y Los besos, ya había ensayado, con notable éxito, la técnica de conducir al lector hasta límites insospechados, forzándolo a pensar, a no perder detalle, a estar siempre atento para poder entender así la totalidad del mensaje que nos propone. En esta ocasión, en Nosotros, la estrella más reluciente y recurrente es el conocido soneto de don Francisco de Quevedo “Amor más allá de la muerte”, que viene a ser como una especie de piedra Rosetta que nos ayuda a descifrar el mensaje más oculto y profundo de la novela. Sobre cada uno de sus catorce versos gira el devenir de las vidas de los principales personajes. Pero, además de Quevedo, que nunca molesta ni importuna a nadie, por estas páginas desfilan autores, como Machado, Jorge Manrique, Pessoa, Virginia Woolf, Juan Ramón Jiménez, Aleixandre o Paul Valéry, que no son simples nombres, convidados de piedra, gente que pasaba por allí, sino personas invitadas a una fiesta que, con sus versos, con sus palabras, arrojan mayor luz a nuestra vida y a nuestro limitado entendimiento. Y música. La música, cómo no, del incombustible y siempre fresco Lou Reed, con su canción, que es la banda sonora de la novela, “Un día perfecto”, al que, que uno recuerde, Vilas le dedicó todo un libro hace unos pocos años.

Como en todas sus demás obras, Vilas exhibe aquí, en Nosotros, un lenguaje que, sin ser exuberante ni caer en el ensimismamiento, tiene muchos elementos de la poesía que él mismo ha practicado en libros tan fascinantes y emotivos como Roma.  Pero aún hay más. El autor de estas páginas nos colma con magistrales expresiones —a veces, muy próximas a la estética más puramente cortazariana—, con frases marca de la casa, que aportan, si cabe, mayor originalidad a su texto: “Los muebles —escribe— son más reales que muchas historias de amor”. O aquella otra en la que se pregunta, como lo haría, con ese descaro tan suyo, el autor de Rayuela: “¿Han estado vivos alguna vez esos calamares negros que salen en esas latas de calamares en su tinta?”. Sin olvidar su más que serio intento de emular a todo un Ramón Gómez de la Serna cuando pone en pie verdaderas y novedosas greguerías: las íes “son como golondrinas en un templo”.

"Manuel Vilas nos ofrece un texto en el que asegura que los ángeles existen, aunque, tal vez, discretamente"

Nosotros es, sin duda, un libro importante en la narrativa de Vilas. Y presumo que va a quedar como un Nadal de los más consistentes de los últimos años. Su estructura nos recuerda, en algunos aspectos, a Cinco horas con Mario de Miguel Delibes en plan posmoderno, con ese largo lamento, reproches y recuerdos gozosos incluidos, que se prolonga a lo largo de estas páginas. Y es, cómo no, un deliberado homenaje al Mar de Homero y de Virgilio, con ese viaje iniciático de la protagonista, que se desplaza desde Málaga hasta los confines del Mediterráneo, el mar de todos los mares.

En el pórtico con el que se abre la novela, en esas escasas y enigmáticas líneas de que se compone, Manuel Vilas nos ofrece un texto en el que asegura que los ángeles existen, aunque, tal vez, discretamente: “Son hombres y mujeres que pasan por este mundo sin otro cometido que el amor”. E Irene, la protagonista de esta obra, apostilla nuestro autor, es uno de esos ángeles. Un ángel ciego de amor que, después de mucho bregar y de mucho aprender en el camino, ha perdido el respeto a la Ley Severa.

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Autor: Manuel Vilas. Título: Nosotros. Editorial: Destino. Venta: Todostuslibros.

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