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Los años de la mierda

¿Quién dijo que iba a ser una lectura fácil, que íbamos a disfrutar como un día de verano junto al mar, tendidos a la bartola? El autor, Ginés Sánchez (Murcia, 1967), por lo que ya lleva publicado hasta ahora —una trayectoria brillante, que va desde Lobisón (2012) hasta hoy mismo, pasando por Los gatos pardos (2013), Ente los vivos (2015), Dos mil noventa y seis (2017), Mujeres en la oscuridad (2018) y Las alegres (2020)—, tiene por costumbre conceder sólo el oxígeno justo para que el lector no se pierda del todo en ese laberinto que, como una tela de araña, va tejiendo, con paciencia infinita, desde la primera página. Una tupida red de carreteras secundarias que, a los que tenemos el aguante necesario, nos conduce hasta un destino final en donde nos aguarda una grata sorpresa. Y, sobre todo, la sensación de que el viaje ha valido la pena.

En una nota final aclaratoria, junto a los agradecimientos —una sección que se ha convertido ya en un clásico en las novelas que se vienen publicando en España—, Ginés Sánchez deja claro que el relato que el lector tiene ahora en sus manos “es una suerte de prolongación de una novela anterior, Los gatos pardos, y pudiera ser que en su desempeño el autor se haya contradicho inadvertidamente con algo que figure en esa otra primera novela”. Se refiere al volumen con el que hace una década obtuvo, con absoluta brillantez, la novena edición del Premio Tusquets. La mejor manera de entrar en escena en su presentación en el mundo de la ficción literaria.

"El propio Ginés Sánchez, aunque sin ánimo de asustar al personal, ya anunció en cierta ocasión que sus personajes habían venido al mundo a sufrir"

En cualquier caso, a pesar de sus inevitables antecedentes —nada surge de la nada—, De tigres y gacelas funciona como una unidad autónoma, independiente. Libre de cualquier atadura. Hasta que no se finaliza la lectura de la obra, que es densa y ligera al mismo tiempo, cuando somos capaces de asumir su ritmo, su cadencia, cuando estamos preparados para adivinar sus magistrales trucos y entender el mapa que el autor pone en nuestras manos, no somos conscientes del todo de sus muchas virtudes, si tenemos en cuenta que son numerosos los riesgos que tiene que asumir para conseguir la originalidad que pretende.

Así sucede, por ejemplo, con la estructura que Ginés Sánchez elige para darle aire a su relato. Una estructura, en principio, compleja, aparentemente dispersa pero bien anclada, y cuyo círculo, poco a poco, con sutilidad, va cerrándose hasta dejar atado, y bien atado, todo el material que pone en funcionamiento. En este sentido, resulta inevitable recordar una novela de finales de los 60 del siglo pasado, Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa, de cuyas fuentes estructurales ha bebido una buena parte de las nuevas generaciones de narradores que, movidos por la ambición y el deseo de aprender, no quiso conformarse con un relato lineal decimonónico, a la vieja usanza.

El propio Ginés Sánchez, aunque sin ánimo de asustar al personal, ya anunció en cierta ocasión que sus personajes habían venido al mundo a sufrir. Y de ese sufrimiento, llevado, en ocasiones, al límite, sacamos nuestras conclusiones ante la visión de un universo un tanto apocalíptico y en descomposición —“los años de la mierda”, como se dice en estas páginas— en el que, a pesar de todo, aún existen los gestos de humanos, los guiños cómplices, el humor sutil, el deseo, en fin, de vivir a toda costa, deprisa deprisa, y de exprimir la existencia hasta su última gota.

"De tigres y gacelas va adquiriendo, progresivamente, conforme avanzamos en sus páginas, muchos de los más conocidos componentes del relato policiaco: misterio, pistas falsas, vulneración del orden social, visión cínica de la realidad..."

La primera narradora, Rocío Martínez, con un lenguaje un tanto particular en el que destacan las frases hechas, la ligereza e inmediatez de su pensamiento así como los inevitables saltos en el tiempo, es una veinteañera de baja extracción social que ha perdido violentamente un ojo, por lo que esconde su rostro, como un nuevo fantasma de la ópera, bajo una máscara: una “cara de culo”, “una morsa que se revuelca en el fondo del estanque mientras espera que los cuidadores le echen un cubo de sardinas”. Y cuya desnutrida mente le lleva a pensar en sí misma como “un cigarrillo en la boca de la vida”.

Ella es la que, con su discurso, pone en pie a personajes como El Mono y, sobre todo, el Chino Mendoza, quizá el más brillante de todos ellos, el más agónico, cercano y carnal, que, poco a poco, a medida en que avanzamos en estas páginas, va ganándose un hueco en nuestro corazón, porque nunca estuvieron reñidos del todo el crimen con los buenos sentimientos.

En otro de los apartados de esta novela, Tania dirige sus cuitas a Victoria (como sucede en Conversación en La Catedral entre Zavalita y Ambrosio: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”) para descubrir la auténtica verdad de la existencia y posterior desaparición de Jorge, con una pasajera pero atroz reflexión sobre el blanqueamiento de capitales, sobre el dinero negro, tan negro “como el sobaco de Tarzán”, y sobre la vida repleta de lujos, adentrándose para ello en las tripas de una sociedad corrupta situada en una privilegiada zona de Asia, a salvo de todas las miradas, en la que se huele a río, a cangrejos y a especias.

"Ginés Sánchez nos ofrece una nueva dosis de su particular filosofía que, a veces, se resume en una sola y contumaz frase de la que, precisamente, se extrae el título de la presente novela: donde come tigre no come gacela"

De tigres y gacelas va adquiriendo, progresivamente, conforme avanzamos en sus páginas, muchos de los más conocidos componentes del relato policiaco: misterio, pistas falsas, vulneración del orden social, visión cínica de la realidad… Se convierte así en una búsqueda de indicios, con detalles que van saliendo a la luz hasta poder completar la figura que se nos propone, con una limpieza y una brillantez que sólo pueden conseguir los constantes, aquellos que sacrifican, a conciencia, el camino fácil por la elaboración esmerada.

Ginés Sánchez nos ofrece una nueva dosis de su particular filosofía que, a veces, se resume en una sola y contumaz frase de la que, precisamente, se extrae el título de la presente novela: donde come tigre no come gacela. Al tiempo que recurre a su enorme capacidad de síntesis —su más que reconocida vena rulfiana tenía que asomar por alguna parte— para ofrecernos sus habituales y certeras descripciones en blanco y negro, casi telegráficas: “La mañana es desértica y seca, humeante y amarilla. Huele a leña quemada, a incendio lejano”.

Minúsculas reflexiones, esqueléticas descripciones, breves diálogos, que valen por todo un mundo, como si hubiéramos reducido la existencia a su mínima expresión. Como cuando le preguntan al Chino, ya agonizante, con un pie y medio en el lado de allá, si cree que la vida que ha vivido es la suya. Y responde: “No lo sé. Todo es raro. Todo está lleno de sensaciones confusas. ¿Sabes cuando la gente te está hablando y todo parece concordar con lo que la gente te está diciendo, pero tú estás oyendo todo el rato una nota discordante que no sabes de dónde viene?”

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Autor: Ginés Sánchez. Título: De tigres y gacelasEditorial: Tusquets. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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