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Éramos jóvenes y tremendamente infelices

Éramos jóvenes y tremendamente infelices

Hay algo indescriptible que somete nuestros días. Está ahí, en todas partes. Uno lo nota, lo huele como un sabueso poseído por un impulso primitivo. Lo persigue como los gatos se lanzan a por las sombras, sin la consciencia hábil de que jamás podrán alcanzarlas. Es una cuestión de ritmo: ven las cosas como rápido, como escapando constantemente, con una prisa ridícula para el que observa. Es una maratón existencial que desemboca en la muerte marcada en fases de desayuno-comida-merienda-cena; una amarga sucesión de domingos asustados por la abrasadora presencia del lunes venidero, que se erige como un monstruo invisible que apaga las luces de los edificios. Y así está la gente: infeliz. Alexandre Postel lo sabe. Por eso ha escrito Los dos tórtolos (Nórdica Libros, 2018).

"Alexandre Postel, ganador del Premio Goncourt en 2013 por Un hombre al margen, publica Los dos tórtolos, su tercera novela"

Théodore y Dorothée viven en París y son infelices. Su vida, sin embargo, tiene los ingredientes de una vida feliz. Viven juntos, no tienen problemas económicos e incluso tienen Netflix. Dicen que están enamorados. A Alexandre Postel, de todos modos, no le importa mucho la cuestión vieja del amor, más que nada porque es eso, algo viejo. Théodore y Dorothée viven el amor de forma práctica, y lo exploran como un dentista se adentra en tu cavidad bucal. Investigan los mecanismos ocultos del sexo oral, retroalimentan su desprecio hacia las parejas de su entorno, se desviven por ajustar sus calendarios televisivos. A los dos les gustan Los Soprano y Mad Men. Viven una vida fácil, a priori. Pero son infelices.

Postel introduce esa infelicidad en la rutina idílica de sus protagonistas como un gesto cómico, buscando desfigurar esa sensación de sencillez existencial. Se ríe de las cavidades afectivas de dos personajes incapaces de encontrar los conductos de su propia felicidad, de dos individuos en constante estado de perplejidad. Uno se ríe al leer Los dos tórtolos, pero con ese tipo de risa que es incómoda por exhibicionista, por dejar al descubierto carencias que son de los dos amantes, sí, pero también del que lee.

Los dos tórtolos es el retrato de una rutina. Sus dos protagonistas no hacen nada que se salga de lo ordinario. Preparan cenas, visitan a sus familiares, hablan de trabajo y reflexionan sobre la situación político-social de la Francia contemporánea. Pero —una vez más— existe algo que los somete constantemente. En cada paso que dan, en cada decisión a la que se entregan, se desdobla en ellos aquella sensación antigua de no estar respondiendo a sus propias expectativas. Y es que de eso va precisamente la última novela de Alexandre Postel. De cómo las desmesuradas expectativas que una generación de jóvenes occidentales ha depositado sobre sus propias vidas termina siempre por aplastarlos con violencia.

Así que Théodore y Dorothée caminan por sus vidas como conchas traídas y recogidas por el mar de forma incesante. Viven hacia adelante —¡maldiciendo siempre la inhóspita linealidad de los tiempos!— pero piensan en múltiples direcciones, creando en torno a ellos un laberinto de posibilidades imposible de descifrar. Ellos mismos plantean siempre la pregunta y sus múltiples respuestas. Se dicen: “¿Deberíamos tener un hijo?”; responden: “No es necesario, el diseño familiar occidental no es más que un constructo de la sociedad contemporánea”; aunque también argumentan: “Todas las parejas de nuestro alrededor los tienen, ¿no seremos nosotros el problema?”

"Su relato, por transparente, revela las deformidades de una sociedad demacrada, solitaria en la desbordante compañía"

Se estrellan. Estos dos amantes se chocan contra las paredes de ese mundo que conocen y que no les sirve de nada. Lo peor de todo es el hábito que en ellos genera esa sensación de perpetua frustración: al final, cuando las cosas transitan ese desorden tan aparatoso, cuando la lejanía de los sueños prometidos es tal que no alcanzan siquiera a avistarlos en sus memorias, les ocurre lo inevitable. Se conforman. Pero no es un conformismo consciente, sino que Postel lo disfraza de todo lo contrario. Genera en sus protagonistas tal ansia de cambio que ambos llegan a la conclusión de que cualquier minuciosa modificación de sus estáticas realidades responde a esa llamada burbujeante, a ese alarido que exige que sus vidas anheladas les sean devueltas, como quien presenta una hoja de reclamaciones y se marcha contento porque le han dado las gracias. Así cambian el mundo Théodore y Dorothée: afianzando sus telas ocultas.

Los dos tórtolos es una novela inteligente sobre todas las cosas, porque no pretende opinar y aún así opina ferozmente; porque no busca establecer un posicionamiento claro y de todos modos coloca firme su trinchera. Su retrato, por transparente, revela las deformidades de una sociedad demacrada, solitaria en la desbordante compañía. De una sociedad de apariencia lúdica e interior roto, devastado. Alexandre Postel habla de la infelicidad como estado larvario en el que todos estamos incrustados por voluntad propia. Él no sugiere salir ahí fuera y volar; sus personajes no sueñan siquiera con la existencia de un exterior esperanzado. Quizá por ese miedo primario al llanto que sucede a la desconexión umbilical, quizá por un sistema de inercias desafortunadamente arraigado. Pero su novela, como artefacto, sugiere la presencia de una posibilidad remota, que ella misma desconoce. Los dos tórtolos habla de la era de la infelicidad. Lo que nunca llega a negar es que sea posible, pese a todo, ser feliz.

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Título: Los dos tórtolos. Autor: Alexandre Postel. Traductora: María Teresa Gallego. Editorial: Nórdica. Venta: AmazonFnac y Casa del Libro

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