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Días de depravación y xenofobia

Días de depravación y xenofobia

El hombre ha perdido la razón, aunque de momento no importa. Está desquiciado, hundido en fármacos. Sus ideas giran en círculos en torno a un eje de depravación apocalíptica, alrededor de un odio germinal que se extiende por las paredes. Todo ello no importa, porque el hombre no es hombre; es introspección maquinal, la enredadera embarrada que se rodea a sí misma y abraza sus viscosidades. Está el hombre encerrado entre muros mohosos, desprendido de la evolución tecnológica, habitante de un sentimiento de repugnancia hacia el mundo. Un mundo de negros, de árabes, de gitanos. Un mundo al que augura un final inminente. Lo piensa todo sumergido en su bañera, hasta las cejas de tranquilizantes. Pero no importa, porque el hombre no es hombre. ¿Quién registra los parámetros de su existencia? ¿Hasta qué punto es responsable el mundo odiado de aplacar esas vísceras drogadas y envenenadas que, de momento, poco o nada tienen que ver con él? Camina el mundo; tras la mirilla, el hombre ha perdido la razón.

"Anagrama publica Mírame, la nueva novela del autor colombiano Antonio Ungar, ganador del Premio Herralde de Novela por Tres ataúdes blancos en 2010"

El hombre delirante es el protagonista de Mírame, la última novela de Antonio Ungar (Bogotá, 1974), publicada por la editorial Anagrama. Un hombre que no es hombre, sino sombra. Aunque una sombra con pasado humano. Una sombra que escribe un diario febril dirigido a su hermana muerta, su hermana Eva, un espectro de monástico misticismo, un alud de pureza bíblica. Eva es el símbolo muerto de los tiempos del orden, el rastro del Edén perdido; la sombra que escribe no es más que un charco de odio enquistado. Ungar gestiona esta presencia sonámbula a través de un preciso ejercicio de estilo: el monólogo de su protagonista es conducido a través de una suerte de diario voluntariamente incoherente, un conjunto de anotaciones firmadas por un personaje al borde del colapso que conjugan la narración de un presente terrenal con la reflexión desorientada de un hombre terminal por vocación, arrasado por la pérdida temprana de sus seres queridos y poseído por una inquina implacable hacia su entorno.

Es en esa narración troncal donde Mírame encuentra oxígeno, una vía de escape que permite que la novela respire y halle la fisicidad del verbo frente al devaneo onírico que flota a su alrededor. Ungar obliga a su personaje principal a establecer un último nexo con la tierra, un vínculo poderosamente paradójico y terriblemente destructivo, al enamorarse de forma enfermiza de una joven sudamericana que se instala en el edificio de enfrente con su padre y sus dos hermanos, quienes, sospecha, se dedican al tráfico de drogas. Su sombra perdida encuentra, entonces, voluntad direccional, al perderse en los instintos físicos de la sexualidad de Irina, esa joven voluptuosa, exuberante, llena de burbujas de vida.

Si Eva, la muerta Eva, es el cuajo de su aspiración celestial, Irina se convierte progresivamente en el aliento último de la tentación terrestre, la ligadura final con el mundo que repudia, encarnada precisamente en una de esas razas que considera necesario limpiar de esa Francia infecta, de esa Europa que ya no es Europa, sino una tierra podrida. El juego entre lo puro y lo ominoso se enraíza en la narrativa de Ungar, decidida a delimitar ambas fuerzas con el mismo ahínco con el que se abalanza con fiereza sobre dicha delimitación. Las palabras del escritor colombiano disparan entonces sobre sí mismas, como si cada una de ellas escupiese sobre su propia cabeza al aparecer sobre el papel, como si en esa sudorosa batalla entre el sexo y el odio, entre la vida y la muerte, todo acabase confundiéndose fatalmente.

"Mírame es una persecución a toda velocidad, una carrera por el desierto decidida a morir por deshidratación"

En Mírame no hay espacio para la complacencia, porque se trata de una novela despiadada, un espejo borroso para reflejar con nitidez a una sociedad borrosa, animosamente aupada en tronos de moralidad que desembocan en odio de vísceras. Mírame es una persecución a toda velocidad, una carrera por el desierto decidida a morir por deshidratación. Porque ese es el destino de la sociedad depravada y xenófoba que percibe Antonio Ungar, una sociedad enroscada en su visión envenenada de los demás, y que en ese ensimismamiento se tropieza una y otra vez con la fuerza de sus propias contradicciones, las que generan sus instintos de supervivencia, los mismos que encarna esa Irina fuerte y vitalista, esa joven vestida con purpurina en un entorno cochambroso, de sofás amarillentos, olor putrefacto a tabaco y muerte.

Existen novelas que cuentan historias y otras que nos observan, ¡novelas que miran, novelas que juzgan con violencia! Mírame, dice Antonio Ungar, mírame a mí y a las cosas que temo cuando salgo a esas calles deshabitadas de humanidad. Porque el hombre que no es hombre hoy, tras sus paredes mohosas y sus bañeras analgésicas, ese hombre, el que hoy no importa, puede ser mañana la bomba que destruya todas las cosas que quieres. La sombra que cubra el mundo de dolor. Escribe Ungar, en la voz de su protagonista: «El dolor, todo el tiempo disponible aunque yo no hubiera querido verlo. Su poder salvador. El dolor borrando el dolor. El dolor borrándolo todo, también el alma». Grita Ungar, de forma desesperada, corriendo de un lado a otro: salvemos al mundo de la venenosa venganza de los caídos, porque un día no habrá más suelo, ni más vida, ni más paseos de Irina con la mirada perdida. Ni más calma. Ni más paz.

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Título: Mírame. Autor: Antonio Ungar. Editorial: Anagrama. Venta: Amazon

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