Inicio > Libros > Adelantos editoriales > Los hijos de la viuda, de Paula Fox

Los hijos de la viuda, de Paula Fox

Los hijos de la viuda, de Paula Fox

Después de Personajes desesperados, un nuevo título de Paula Fox llega a las librerías. En su interior, la historia de una familia que se mantiene unida por el más fuerte de los lazos: el odio.

En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Los hijos de la viuda (Sexto Piso), de Paula Fox.

***

1. COPAS

Clara Hansen estaba sentada en ropa interior, inmóvil y muy erguida, al borde de una silla. Pronto tendría que encender la luz. Pronto tendría que acabar de vestirse. Se permitiría tres minutos más en su apartamento en penumbra, en ese estado tan cercano al sueño. Se volvió para mirar una mesa donde había un pequeño despertador. De inmediato una dolorosa inquietud la obligó a levantarse. Llegaba tarde; los autobuses no eran de fiar. No podía permitirse ir en taxi al hotel donde su madre, Laura, y el marido de Laura, Desmond Clapper, la esperaban para tomar unas copas y salir a cenar. A la mañana siguiente los Clapper zarpaban en barco, esta vez rumbo a África. Se ausentarían durante meses. Clara había conseguido escaparse media hora antes del despacho donde trabajaba para ganar algo de tiempo. Pero en el tiempo ganado se había sumido en un sueño vacío.

Se dirigió rápidamente al pequeño dormitorio, donde el vestido aguardaba encima de la cama. Se trataba de su mejor posesión. Aunque era consciente de que, por norma, vestía a la defensiva, esta noche había optado por una elección perversa. Laura sabría que el vestido era caro. A la mierda, se dijo, pero solo sintió indecisión cuando la seda se posó sobre su piel.

Unas gotas de lluvia se deslizaron por las ventanas cuando pasó a la sala. Dejó encendida una luz para cuando volviera a casa y por un momento le pareció que la velada había terminado, que había regresado con el consuelo de que, cuando Laura se marchase, ya no tendría que pensar en ella. A fin de cuentas, casi nunca se veían.

*

Aunque era principios de abril y aún hacía frío, Clara se puso una gabardina fina. Estaba raída y sucia, pero respondía a cierta intención —un repudio al vestido— de la que Clara solo era remotamente consciente.

Carlos, el tío de Clara, estaría allí. Y Laura le había dicho por teléfono que un amigo editor también asistiría a su despedida. Clara lo había conocido hacía mucho tiempo; no pensaba nada en él. Mientras andaba por la calle, vio que un autobús se acercaba y corrió a la parada. Sintió enseguida, como si lo hubiesen provocado sus apresurados pies, una inquietud angustiada, el estado con el que siempre entraba en el territorio de su madre.

*

A doce manzanas al sur del edificio de Clara, en una vieja casa de piedra de Lexington Avenue, Carlos Maldonada, el hermano de Laura, estaba junto al fregadero con un limón marchito en la mano. No le apetecía especialmente el vodka que se había servido. Soltó el limón, que cayó en el fregadero entre los platos sucios, y fue a su armario. Sin molestarse en mirar, cogió una americana de la oscuridad mohosa y se la puso.

Se dirigió al teléfono. Podía decirle a Laura que había tropezado en la acera y se había torcido el tobillo. Tendría que ser una historia detallada: con qué había resbalado, el peatón que lo había ayudado, el grado de hinchazón, cómo había conseguido volver a su piso, las horas que había tenido el tobillo en remojo en la palangana —no tenía palangana—, los analgésicos que se había tomado.

—¡Maldito embustero! —dijo, imitando a la perfección la voz de Laura, y se rio al oír sus palabras en la habitación polvorienta y desordenada.

Encontró la boina y un abrigo, se tragó el vodka al pasar junto a la encimera de la cocina y se apresuró escaleras abajo a la calle, donde se acercaba un taxi justo cuando levantó la mano. Sin embargo, en cuanto se desplomó en el resquebrajado asiento de vinilo, con los pies rodeados de colillas mojadas, le flaquearon las fuerzas. Dio la dirección del hotel de los Clapper con desánimo y no respondió a los comentarios del taxista, aunque era joven y muy guapo.

*

El tercer invitado de los Clapper, Peter Rice, aún estaba en su despacho. Con un lápiz rojo, comprobó su nombre en una lista de editores del memorando anexo a una revista inglesa. No la había hojeado; ya no leía revistas de ningún tipo. Su secretaria, con el abrigo sobre los hombros, le trajo el paquete de libros que le había pedido. Firmó un papel, sonrió, le dio las gracias, le deseó un buen fin de semana, contempló desde su ventana un remolcador lejano en el East River y lamentó, al ver que empezaba a llover, no haber cogido el paraguas por la mañana. Solo era un lamento formal; no prestaba atención al tiempo en la ciudad.

Llevaba un año sin ver a Laura. Hablaban por teléfono de vez en cuando. Laura lo llamaba desde la granja de los Clapper en Pensilvania. Como nadie más lo llamaba a esas horas de la noche, cuando sonaba el teléfono siempre respondía con un sobresalto de placer, pues sabía que era ella. Este último año todas sus conversaciones habían empezado con desesperación y dramatismo, historias escabrosas sobre la afición de Desmond por la bebida. Pero al cabo de un rato ella se calmaba y acababan hablando como siempre.

Fue a coger el sombrero. Una mujer rio en el pasillo. Oyó pasos que se dirigían a los ascensores. El remolcador se había perdido de vista. Al apagar la lámpara del escritorio, la penumbra acuosa del anochecer inundó su despacho, pero no desdibujó los brillantes lomos de los libros alineados en las estanterías. Una preocupante sensación de que el día había pasado sin dejar huella lo dejó ahí clavado, como falto de vida. Entonces pensó en Laura. Cogió el paquete de libros y salió.

[…]

—————————————

Autora: Paula Fox. Título: Los hijos de la viuda. Traducción: Rosa Pérez Pérez. Editorial: Sexto Piso. Venta: Todos tus libros.

4/5 (1 Puntuación. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios