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Los poetas que siguen vivos

Ilustraciones de Ricardo Cavolo

Hay autores que nunca mueren. De otros sobreviven sus obras, algunas de sus conferencias más aclamadas, incluso sus propias historias vitales. Hay quienes recuperan su palabra en un centenario, otros son estudiados año tras año en los libros de texto y algunos nombres ocupan la boca de los críticos más selectos y los autores más elitistas. Los muertos no son inofensivos: por eso nadie se atreve a criticarlos. La muerte tiene ese no sé qué que convierte un libro desconocido en un best seller en apenas dos o tres días. Del desierto surgen cientos de lectores que claman conocerlo antes que nadie y otros tantos que lamentan no haberlo hecho en vida. Lo cierto es que, más allá del ruido, saber que existe un poema que ya nunca se escribirá es muy, muy doloroso.

"Lorca está tan vivo en nuestra sociedad que podría aparecer en cualquier momento y nadie se sorprendería"

Hay otros autores, sin embargo, que a pesar de estar muertos siguen vivos. Si agudizamos la mirada podemos verlos en una cafetería de Antón Martín, paseando por la Alhambra o mirando fijamente la línea que une, de una manera imperceptible, el cielo y el mar.

Hay autores más vivos que los vivos, como Federico García Lorca. Hay tardes en las que salgo a pasear y pienso que podría encontrármelo, es decir, que podría alzar la mirada y verlo sentado en un banco, observando los pájaros, sonriendo de medio lado, quizá con una lágrima en el otro ojo. Lorca está tan vivo en nuestra sociedad que podría aparecer en cualquier momento y nadie se sorprendería. A veces imagino su cuerpo, escondido en las manos de unos asesinos, vagando libre por las ciudades limpias, saludando a los perros, escribiendo a mano alzada un par de versos eternos, prometiendo amor eterno a la luna blanca. Su poesía ha trascendido su propia muerte y es uno más entre los vivos.

"Lo bueno de los poetas que mueren pero siguen vivos es que podemos imaginarlos allá donde queramos"

Recientemente ha caído en mis manos una edición preciosa editada por Lunwerg del Romancero gitano, ilustrada de una manera bellísima por Ricardo Cavolo, artista de brillante trayectoria a quien admiro desde hace tiempo, que me ha traído de nuevo al poeta a mi vida. Abrir el libro es como entrar en un museo escrito por Lorca. Sus dibujos parecen sacados de su propia cabeza. Él ya no está aquí para contarlo, pero estoy convencida de que acariciaría con mimo el trazo de Cavolo, consciente de la precisión que tienen las palabras que no se escriben, sino que se dibujan. Sus ilustraciones son poemas que acompañan los de Lorca como la pieza final que termina el puzle. Los colores elegidos colmarían los sueños del poeta.

Lo bueno de los poetas que mueren pero siguen vivos es que podemos imaginarlos allá donde queramos, darles un abrazo después de leerlos para que la paz inunde sus cuerpos olvidados, tenerlos siempre en la boca para hacerlos eternos y homenajearlos en libros tan preciosos como este que, os prometo —es Lorca, es Cavolo—  no es uno más.

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