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Los vagos del comercio

Voy leyendo a sorbos, despacio, lo que Antonio Escohotado ha escrito sobre el comercio o, más bien, sobre sus enemigos: Los enemigos del comercio I. Lo que hace, me parece, es romper el sesgo con el que hemos venido pensando el mundo últimamente: romper el sesgo es fundamental para poder repensar. Así que intuyo que la suya es una obra de pensamiento que apunta a repensarlo todo. A partir de esa rotura, el lector no puede evitar extraer de la lectura toda clase de consecuencias, antes impensadas por impensables, ya que el sesgo con el que pensábamos lo impedía.

¿Y si lo único verdaderamente real es el comercio, y todo, absolutamente todo, queda determinado por cómo comerciamos? ¿Y si en nuestras sociedades el estado socialdemócrata liberal es fundamental precisamente porque hay que facilitar las cosas a todos los que somos unos «vagos del comercio”? ¿Y si se es un vago, un enemigo del comercio, no por ideología sino, primero de todo, por sensibilidad, y por defecto haya entre nosotros, siempre, un porcentaje poblacional emocionalmente incapaz, inmaduro, moralmente refractario al comercio? ¿Acaso no lo sabemos, esto? ¿No lo observamos a nuestro alrededor? ¿Quién comercia? ¿Quién no? Como son unos y cómo somos nosotros.

"Parece que el signo laboral de este tiempo es que todo el mundo se está viendo abocado a comerciar, a venderse continuamente. No a venderse en un trabajo estable que le permita hacer planes de futuro, sino de a poquito y para poco tiempo una y otra vez"

Los vagos del comercio hemos sido siempre, posiblemente, una clase ingente. Muchos de nosotros sólo comerciamos cuando vamos a una entrevista de trabajo o negociamos las condiciones de un contrato laboral, mientras que una minoría comercia de a de veras todo el tiempo. Últimamente, sin embargo, muchos de nosotros comerciamos, sí, pero nosotros mismos convertidos en productos desvalorizados, o sin valor alguno —ahora se comercia mucho por vanidad—. Además, parece que en occidente hemos entrado en una dolorosa fase de precariedad laboral, que, en parte, consiste en que muchos vagos del comercio nos veamos obligados a comerciar todo el tiempo, pasando de asalariados a “emprendedores”, de mano de obra explotada a (sin casi habernos dado cuenta) explotadores de nosotros mismos. Hoy los vagos del comercio somos capaces de no comerciar por dinero y sí hacerlo narcisistas, no vender nada pero sí vender que somos felices o que somos inteligentes o que somos puros o que somos sensibles o que somos la bondad: ¿una hipertrofia del producto yo? En cualquier caso, parece que podríamos obtener una sociedad en la que el comercio del yo de quienes odian comerciar genere alguna riqueza y beneficie al conjunto, como el comercio de la minoría que suele gustar de comerciar con mercancías. Creo que por ahí hay algo que es de mucho interés: inmaduros del comercio convertidos en productos; refractarios a la idea de comerciar vendiendo alguna idea de sí mismos, comerciando con sus identidades; enemigos del comercio comercializando sus sentimientos… Y las ideologías y las identidades convertidas en nichos de mercado. Como todo, puede resultar ser tan negativo como positivo.

Parece que el signo laboral de este tiempo es que todo el mundo se está viendo abocado a comerciar, a venderse continuamente. No a venderse en un trabajo estable que le permita hacer planes de futuro, sino de a poquito y para poco tiempo una y otra vez —como bien señala Richard Sennett en La corrosión del carácter: Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo—. Pero esto, además, está teniendo consecuencias evidentes en los naturales enemigos del comercio de toda la vida: quienes culpan al capitalismo de todos los males de la humanidad, tal vez sin darse demasiada cuenta, convierten en negocio sus creencias, están comerciando con aquello en lo que creen, atacan al capitalismo convirtiéndose en él, o convirtiendo al capitalismo en sí mismos, comercian hasta cuando promulgan la abolición del capitalismo.

"Quien vende la idea de dar sin recibir, en todos los tiempos, tiene que armarse de infinidad de argumentos y justificaciones. Eso es bien arduo de explicar. En parte por ello tanta ideología, tanta religión y también tanta cultura: los enemigos del comercio somos grandes generadores y cultores de ideas, claro, en ello se encuentra la parte positiva de los inmaduros del comercio"

¿Se podría estar dando hoy una quiebra efectiva del sesgo producido por el marxismo, ese según el cual prácticamente todos nos encontraríamos, en cuanto que clase trabajadora o clase explotadora, explotados y oprimidos o explotando y oprimiendo? Devaluados, nos alejamos cada vez más de la posibilidad de presionar a los empleadores. Por supuesto, los inmaduros del comercio lo tenemos aún más difícil: con nuestro prurito ante la posibilidad de “vendernos”, aún debilitamos más la fuerza de nuestra posición, somos poca cosa en una posible negociación, nos vendemos tarde y mal y además ahora ponemos todo nuestro esfuerzo en publicitar un producto —nosotros mismos— que no vale nada en el mercado. Al que comercia de a de veras, con productos palpables o financieros pero, en cualquier caso, con resultados contantes y hasta sonantes, eso de comerciar con el yo, vanidosamente, narcisistamente, no suele interesarle lo más mínimo: se trata de personas maduras respecto de la idea de comerciar, no son ni vagos ni enemigos del comercio. Es el vago del comercio, el enemigo del comercio, el inmaduro respecto del comercio, el que más se vende a sí mismo y muchas veces el esfuerzo propio (es decir, tanto el trabajo como sus resultados además de al propio trabajador como producto) completamente gratis, y casi siempre por razones “idealistas”. Idealista es, por ejemplo, disfrutar de una imagen personal que cuadre con la más alta consideración de nosotros mismos. Obtener un yo ideal parece razón de ideales, también. Algunos pretenden ofrecer una imagen personal “genuina pero” que, sin embargo, concuerde con lo que le gusta “a la mayoría”: en definitiva, ser buenas personas o, cuando menos, mejores personas que “aquellos otros”, cualesquiera que sean quienes se considere que se encuentran en las antípodas, porque el enemigo del comercio es, sobre todo, alguien que quiere sentirse reconfortado autocomplacientemente, situado en el bien, aunque, en términos “cipollescos» —y así suelen sancionarlo los amigos maduros del comercio— se trataría de un empeño de idiotas: “dar sin recibir”, pero que ha sido un gran contrapeso moral contra ellos, los que transaccionan, que son ese “otro” al que el enemigo del comercio considera vil, un interesado, un usurero, un frívolo, alguien que no sabe qué es lo que importa de las cosas, un explotador, un tiranizador de la fuerza del trabajo y de las necesidades de los demás, un reaccionario, un fascista, lo peor de la sociedad. Y no se nos escape la larguísima retahíla de argumentos a favor de una supuesta “gran productividad” del “dar sin recibir nada a cambio” que, precisamente, los inmaduros del comercio, los vagos del comercio, los enemigos del comercio, hemos desarrollado a lo largo de los tiempos en pos de la espiritualidad, en pos de la solidaridad, en pos de la igualdad, en pos de la pureza, en pos de la bondad, términos todos ellos de índole moral. Quien vende la idea de dar sin recibir, en todos los tiempos, tiene que armarse de infinidad de argumentos y justificaciones. Eso es bien arduo de explicar. En parte por ello tanta ideología, tanta religión y también tanta cultura: los enemigos del comercio somos grandes generadores y cultores de ideas, claro, en ello se encuentra la parte positiva de los inmaduros del comercio. Hay que explicar con ahínco, convicción y lucidez el bien de lo que no tiene beneficios palpables (es decir, económicos). Pero tal vez no fuera imprescindible que fabricáramos tan buen sesgo en contra de que imaginemos como una misma cosa al fabricante y al trabajador, al burgués y al bolchevique, al productor y al artista, al comerciante y al sacerdote: a los malos y a los buenos. Así nos hemos dividido muy claramente, en occidente, una buena temporada. ¿Tal vez ello se encuentre ya superado?

Hoy, en esta etapa del sistema económico en el cual nos desenvolvemos mal que bien, podemos observar cómo toda clase de marxistas se desarrollan a través de nichos de mercado. Los anticapitalistas consumen productos adecuados a su ideología. El mundo entero es una tienda, cada uno de nosotros vende algo. Cierto que muchos lo venden gratis, pero tal vez ello constituya un paso necesario en la madurez sobre el comercio, algo que podríamos estar necesitando. Tal vez tanta auto explotación sirva para madurar sobre nuestras reticencias ante el comercio y para descubrirnos diciendo: no, esto hay que cobrarlo, no cobrarlo es de idiotas, no hay que regalarse, hay que buscar la forma de cobrarlo o, si no, no perder el tiempo en esta costosa actividad.

"Hoy el feminismo dogmático es anticapitalista, pero se desarrolla a través de su propio nicho de mercado: enemigo del comercio, sin embargo, comercia"

En este sentido, los escritores siempre nos encontramos en una avanzada de la sociedad: informado por J.J. Armas Marcelo de que hoy muchos escritores no cobran nada por lo que escriben, Vargas Llosa exclamó: “¡Y por qué lo hacen!” Por qué lo hacemos, por qué no comerciamos. Por qué no le damos al comercio la importancia que tiene. Porque mayoritariamente somos enemigos del comercio y grandes generadores y cultores de ideas. Por algún motivo, el artista, el creador de ficciones y poesía, suele desarrollar un sistema de valores en el que fácilmente se opone el arte al comercio, un sistema de valores que confiere cierta pureza a las creaciones por razón de que no han sido motivadas por la vil transacción, por espurias razones. En esto, un creador occidental suele parecerse a un hare Krishna —y los hare Krishna son extraordinarios enemigos del comercio: todo ha de venirles dado, hasta la comida—. Como escritor, como persona, en muchas ocasiones yo mismo he sido un auténtico hare Krishna, sin un euro en el bolsillo, esperando que lo necesario para vivir me fuera dado. Somos grandes detractores del arte que produce beneficios económicos, desconfiamos de él, no le conferimos el menor valor. Posiblemente, los inmaduros del comercio siempre hemos existido y somos, en toda época, al fin y al cabo, los mismos: platónicos, cristianos, budistas, izquierdistas, anticapitalistas, artistas…, por citar sólo algunos de los grupos en los que podríamos inscribirnos. Seres puros, seres buenos: los que de siempre pretendieron que había algo mucho más importante que comerciar, y se opusieron al comercio por ser algo demasiado mundano, poco espiritual, de usureros y avaros. Una estirpe moralmente superior por su mero resistir al comercio, eso hemos pretendido ser.

Hoy el feminismo dogmático es anticapitalista (enemigo del comercio), pero se desarrolla a través de su propio nicho de mercado: enemigo del comercio, sin embargo, comercia. No pretende tanto destruir el capitalismo como que el capitalismo se juegue con las reglas del feminismo: la mujer primero. La mujer sería un valor superior que el valor de la transacción, se debería transaccionar siempre en beneficio de la mujer o del feminismo o de ciertas mujeres feministas —poder—, y se debería hacer limitando el capitalismo, que es, según el feminismo dogmático, propio del patriarcado. La mujer sería un ser puro que practica la economía de los cuidados y, por tanto, practicaría una economía beneficiosa, nada que ver con el capitalismo imperante. La economía de los cuidados, en cuanto que femenina y feminista, no sería propia del capitalismo, que es patriarcal, y no lo sería incluso aunque, inevitablemente, se comercie. ¿La condición para que el capitalismo deje de ser capitalismo sería que las transacciones se tiñan de morado? Pero, entonces, hasta ese punto, ¿el capitalismo no seguiría siendo exactamente el mismo y funcionando a pleno rendimiento, aunque sembrando el mundo de indicios de la presencia, el poder y la voluntad del feminismo?

Igualmente sucede con la ecología, o, más concretamente, con el anti calentamiento global. Se postula el decrecimiento de la economía, es decir, el empobrecimiento, la miseria, pero parece más viable que se acabe estableciendo un pacto entre políticas anti calentamiento global y economía, esto es, que se comercie, sí, pero en contra del calentamiento global, siguiendo políticas verdes, utilizando recursos limpios, beneficiando a los que trabajen contra el calentamiento global, y, en definitiva, convirtiendo al capitalismo en ecológico: ningún comercio sin etiqueta verde.

"Estos feministas y ecologistas dogmáticos intransigentes, autoritarios, totalitarios, quedan reflejados como grandes enemigos del comercio. Son vagos del comercio, inadaptados al comercio, culpógenos del comercio como aquellos católicos que insultaban, proscribían, segregaban y expulsaban a los judíos en parte, cómo no, por el comercio"

Esto es interesante porque, en ambos casos —entre feministas de cierto rigor dogmático y luchadores contra el calentamiento global que Idem—, ya se alzan voces aún mucho más estrictas, voces de mayor pureza, que sancionan que tanto el feminismo como el anti calentamiento global están comerciando (ese vil pecado, “comerciar”), que están haciendo el feminismo y la lucha contra el calentamiento global sin abandonar el negocio (o que los capitalistas están engañándolos y llevándoselos al huerto del comercio), y protestan exigiendo una mayor “coherencia” —no comerciar—, clamando por la indispensable pureza —no comerciar— que nos hará dignos de “la salvación”: la obtención de la igualdad y el rescate del planeta —cómo: no comerciando, sin comerciar—. Sancionan las políticas contra el calentamiento global por no desplazar de plano la posibilidad de comerciar: por ejemplo, por pretender cumplir con el mandato de reducir emisiones de CO2 y, al mismo tiempo, pretender que no sufra la economía, o por planear que unos productos “sucios” sean sustituidos por otros “limpios” para poder seguir comerciando sin tregua. No quieren una transición ecológica. Quieren el parón económico, o, en su defecto, el decrecimiento, la pobreza, la miseria. ¿Una nueva edad media? Del mismo modo, el feminismo dogmático reclama que “el feminismo es anticapitalista o no lo es” y reprocha a sus líderes que se presten a comerciar y no ataquen la raíz del problema, el capitalismo, o que dejen que se comercie con sus ideas cuando estas gozan de un amplio consenso que las convierte en golosa moda y, por tanto, en pasto de transacciones económicamente rentables.

Estos feministas y ecologistas dogmáticos intransigentes, autoritarios, totalitarios, quedan reflejados como grandes enemigos del comercio. Son vagos del comercio, inadaptados al comercio, culpógenos del comercio como aquellos católicos que insultaban, proscribían, segregaban y expulsaban a los judíos en parte, cómo no, por el comercio. Siempre fue igual con los judíos, perseguidos, claro, también, por el comercio. ¿Acaso no será una vez más esa pulsión nuestra (la de los vagos del comercio, los inmaduros del comercio, los inadaptados al comercio, los tontos ante el comercio), la que esté amenazando con imponerse para llevarnos una vez más, una de tantas veces más, a la pobreza material propiciada por el moralismo reaccionario de todos los tiempos, por medio de la corrección política, el puritanismo woke, el populismo y las utopías identitarias?

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