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Umbral, yo vengo a hablar de sus libros

Francisco Umbral en 1992. Foto: Elisa Cabot

A Rafael Botella y García-Lastra

El hambre y las guerras son una cosa que une mucho y acaba saludablemente con la lucha de clases.

El anarquismo con whisky y un poco de hielo es lo que mejor le va a un señor.

España seguía siendo el país de los guerreros que guerrean muertos, que galopan cadáver, que ganan África con la mitad de sí mismos, mientras la otra mitad, sepulta para siempre, vaya usted a saber, sueña con una artista de Chicote o con una señorita legionaria.

Francisco Umbral

La guerra civil española (1936-1939) no es un fenómeno histórico fácil de comprender por la cantidad de meandros políticos que convergen en simultáneo. Hace algunos años me llamó mucho la atención una frase de un documental inglés que facilitaba la visión de este evento histórico tan complejo: el 18 de julio de 1936 se produjo un golpe de Estado y surgió de inmediato una revolución. Desde la perspectiva personal, sobran las afirmaciones de los actores de ambos bandos con lo que de vivencial y subjetivo implican los testimonios. Y cuando mencionamos ambos bandos se produce un inmediato engaño, porque nunca se trató de dos perfectamente distinguibles entre sí, lo cual entraña una dificultad adicional para su entendimiento, porque esos bandos estaban tan divididos [1] que sorprende que hayan podido celebrar alguna alianza. La República, que constituía el gobierno legal, se vio arrastrada por tales contradicciones que es inevitable pensar que una de las razones por las que no pudo derrotar al alzamiento nacional fue porque las diversas facciones internas compitieron para destruirse y aniquilarse. Sin mencionar el hecho de que fue secuestrada por la polarización de sus factores más radicales. Allí cohabitaban demócratas [2], liberales, socialistas, comunistas, estalinistas, trotskistas y anarquistas. Basta leer ese extraordinario texto de George Orwell, Homenaje a Cataluña, para comprender cómo los combatientes republicanos vistieron siempre distintos uniformes ideológicos. En cuanto al bando nacional, si bien se planteó la completa unidad de mando de Franco desde el principio (lo cual facilitó el triunfo basado en el principio incuestionable de obediencia), también llevaba el signo distintivo de la división entre militaristas, monárquicos, carlistas, nacionalsindicalistas, y la gran parte perdedora: la Falange.

"El tema de la llamada novela histórica ha pretendido graduar de historiadores a escritores cuya función primordial es mentir con hábito, y ellos mismos se han otorgado el pergamino académico"

Otra de las ilusiones que tenemos con esta guerra es su aparente final en 1939. La guerra continuó en otra hechura, y mutó en un proceso de persecución doméstica acaso más cruel, despiadada y vil para arrancar de raíz al vencido. Vae victis, al estilo de Tito Livio, ¡ay de los vencidos! Porque entre vencido y víctima se aparejó una relación de estrecha y atroz sinonimia. Y no se trata de tomar partido, porque las guerras son todo un horror desde cualquiera de sus costados, aunque algunos insistan en que hay veces que pueden ser justas. No veo cómo es posible, casi nunca. Aquel viejo principio del ius ad bellum y el ius in bello que desempolva el profesor Michael Walzer [3] para demostrar la justicia de una contienda es inaplicable para cualquier guerra civil, desde el momento en que Caín dispuso de la quijada de un burro para asesinar a su hermano hasta la marcha sobre Madrid en 1939. A veces conviene discernir sobre la fiabilidad de la literatura para encarar la historia. Esto podría ser un argumento eficaz si partiéramos de la convicción de que la escritura de los historiadores pueda ser considerada objetiva. Nada menos objetivo que cualquier escritura salga de donde salga. Y aquí me amparo en la magnífica y persuasiva frase del historiador venezolano Manuel Caballero, quien llegó a ultimar la cuestión en el prólogo a una de sus obras cuando sin más dice lo siguiente: “Cuando estoy frente a la hoja blanca tengo el deber de mentir o de lo contrario, no escribiré nada” [4]. Si esta es la propuesta de un historiador, pongamos a un lado esa búsqueda de proporciones histéricas por la objetividad y centrémonos en que toda interpretación chapotea entre sus contradicciones. El tema de la llamada novela histórica ha pretendido graduar de historiadores a escritores cuya función primordial es mentir con hábito, y ellos mismos se han otorgado el pergamino académico. Es inevitable que se hayan convertido en los grandes apóstatas de su oficio y se ufanen, con una envidiable convicción, de que están resguardados y a salvo de cualquier desvío del tracto de la historia. De modo que sigamos confiando en la palabra de los mentirosos y no en los que juran decir la verdad y nada más que la verdad. Nada menos fiable que tanta corrección prometida. Por ello es que provoca correr al escuchar la amenaza de la novela histórica.

"Umbral parece un viajero travieso en el tiempo que a fuerza de haber realizado tanto el recorrido da finalmente su versión de los hechos y le importa poco lo que piensen los demás"

Ir con la literatura a encontrarse con la historia es entrar a un laberinto que mide y exige fuerzas, porque la literatura es invención, proposición o sublimación de la realidad y nunca está satisfecha con la proporción adecuada y, mucho menos, inequívoca. Por el contrario, la literatura hace añicos cualquier conclusión tranquilizadora. Si hay algo que hace con holgura es hurgar en los recodos más sórdidos de la historia, y descomponer de tal modo el escenario que no quede otra posibilidad de culpar por entero al narrador de haber alterado la escena del crimen o de los acontecimientos. Esto es lo que deliberadamente o no, apostando a que no haya conclusión, se ha propuesto ese escritor de estatura inalcanzable que se llama Francisco Umbral (1932-2007): dejar que sus narradores remuevan y desordenen lo que han encontrado en el pasado para urdir la versión menos complaciente de todas. Porque Umbral parece un viajero travieso en el tiempo que a fuerza de haber realizado tanto el recorrido da finalmente su versión de los hechos y le importa poco lo que piensen los demás. Y mientras peor piensen, más lúcido quedará entre esos corredores temporales de ida y vuelta al pasado a los que les da un toque personalísimo, huyendo de la estricta manufactura de la veracidad. Me refiero a la serie de sus novelas encarnadas en la guerra civil española y la posguerra: La leyenda del César Visionario, Capital del dolor, Madrid 1940 y Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo. Con mucha satisfacción pero con mayor admiración hacia la escritura celestial, churrigueresca y plateresca de Umbral, grande entre los grandes, óptimo de España entre los óptimos de España, coloso del castellano entre los colosos del castellano, ha escrito una novela reiterada entre las cuatro que se jactan de una parentela, donde los personajes se llaman Francesillo o las pianistas desoladas de abandono mueren de hemoptisis como las meretrices discretas que esperan un hombre en la madrugada para compartir una tuberculosis incipiente con sus amantes que dejan “liebre, una cesta de huevos, unas truchas envueltas en un pañuelo o una perdiz roja y gorda” [5]. Las viudas se vuelven libertinas, las señoritas de consagrar son ninfómanas, las muertas salen de su ataúd para asistir a saraos o hacerle el amor a un amor mundano, los poetas son Jorge Guillén, primerísimo en la lista de los admirados, que siempre está en peligro y a punto de recibir su dosis de aceite de ricino cortesía de la Falange que lo tiene en el listado de los pasajeros al más allá, o el impecable poeta caribeño de Point-a-Pitre, Saint John Perse. Y los personajes no son piezas arquetipales o serenas dentro de su condición, pueden no permanecer en una sola orilla ética y hasta cambiar de chaqueta, para aplicar su carácter de tránsfuga. Muchas veces la salvación en esos tiempos podía darse por un súbito cambio de parecer. Esta treta de Umbral por confeccionar la historia de la guerra y la posguerra a su antojo y anacronismo, lo hace incluyendo a figuras que nunca estuvieron en España cuando el narrador lo afirma como el famoso creador de los rosarios multitudinarios, el padre Patrick Peyton [6]. Juega a un tiempo simultáneo y múltiple en que todo parece tener el mismo calendario. Conviven el embajador de Eisenhower de 1951 con el estreno de Luz de gas de 1940.

"Porque a estas novelas nadie acude para darse un chapuzón de felicidad o a ingresar a un círculo de optimistas. Por el contrario, encontrará de todo menos lo risueño porque el despiadado triunfo de lo injusto, de lo no conforme, de lo perverso triunfará con ventaja"

Esa Madrid de 1940 tiene unas salidas temporales que retroceden y adelantan el tiempo. Quizá ese franquismo que lo era todo, controlaba el segundero, los almanaques, y la máquina del tiempo. O sencillamente arma escenas imposibles en las que reúne a Franco con el general Vicente Rojo “y pasan el tiempo discutiendo batallas de la guerra” [7]. Los personajes principales de estas novelas no tienen la misma catadura, puede tratarse de los republicanos que ocultan su preferencia política como aparecen en La leyenda del César Visionario, o Capital del dolor, y que mastican con dolor interno estar en el bando nacional, rodeados de la Falange de las sacas y los asesinatos. (He leído que algunos sostienen que Francesillo, el personaje de estas dos novelas, es un alter ego del autor. No es más que una conjetura). En cambio, el Mariano Armijo de Madrid 1940 es un falangista de convicciones tan establecidas y retorcidas que supera la simple cháchara de los puñetazos y las pistolas, al codiciar la perversidad de una manera en que llega a alcanzarla plenamente.  A estas novelas el lector se acerca como quien contempla un abismo y lo alcanza una grieta que lo hace precipitarse en una hondonada sin descanso donde la historia procura sus heridas más lacerantes. Porque a estas novelas nadie acude para darse un chapuzón de felicidad o a ingresar a un círculo de optimistas. Por el contrario, encontrará de todo menos lo risueño porque el despiadado triunfo de lo injusto, de lo no conforme, de lo perverso triunfará con ventaja. Parece que esta victoria de lo pérfido luce sensata y lógica en medio de la guerra y sus consecuencias. En estas novelas de Umbral, supremas y extraordinarias —insisto—, la pérdida anida en cada uno de sus actores. Quienes creen salirse con la suya son víctimas de la autocomplacencia originada en la doblez. Hay una gran y melancólica desolación. Aquellos años parecen haber detenido cualquier ilusión. Fue una generación que rescindió el pacto con lo enaltecido. Algunos personajes dicen ser novios de la muerte, como Millán Astray [8] en Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo, pero no hay noviazgo posible porque allí no hay galanteo: todos habitan con la muerte y no en esplendor sino en pugna, lo que niega cualquier tregua. De modo que el escenario es el de un Dante perdido en la oscura meseta castellana anticipando irremediablemente la condena.

"Dante Umbral los ha retratado en el círculo del infierno literario que ha creado especialmente para ellos y de alguna forma les enrostra que la fama que adquirieron se la deben a la Falange"

En este ambiente de desamparo —aquí quizás existe esperanza, pero escasea la confianza en lograrlo—, hay una serie de referencias comunes de las cuatro novelas como radiografía de un tiempo. Una de las más curiosas es la cantidad de intelectuales tributarios de la Falange que colecciona Umbral para edificar toda una servidumbre de oportunistas, cagatintas, aduladores, buscapuestos y asomados. Hay poco o nada de panegírico más allá de los apellidos creadores que están envueltos. En esto, Umbral se comporta elevando el tribunal de alzada como un Giovani Papini local, y sólo en los predios del bando nacional. El primer choque es que existan intelectuales uniformados como si tal combinación pudiese ser posible. Umbral lo ve como un atuendo de carnaval [9]. Todos son muy dicharacheros y seguros, el café o el bar de peñas y tertulias es el ágora en el que converge la galería de solicitadores al encuentro de una prebenda, una canonjía o una palabra de aprobación del mismísimo Caudillo. Umbral enciende la leña para el auto de fe sacramental de estos guiñoles que discuten muy en voz alta, con el sentido de autoridad de barra, tapas, cognac y churros. Eugenio D´Ors es un Sócrates de derechas [10], José María Pemán ensaya a la oratoria y le sale mal siendo un ilusionista que navajea con la palabra [11]. Todos reciben su dosis de garrote y no queda títere con cabeza, porque ese es el tratamiento que dispensa el narrador. Azorín, el pequeño filósofo, es un cobarde que ni francés entiende [12]. Dionisio Ridruejo es un D´Annunzio enano [13] que sueña con la guerra, como el fascista Marinetti, “como la única higiene del mundo” [14]. De alguna forma todos pretenden a ser plumarios del Generalísimo: le redactan uno que otro discurso, sus párrafos llegan con ansiedad al cuartel general de Franco, donde son corregidos por la “pluma judicial y pulcra de Serrano Suñer [15] hasta que el propio Franco pone el toque final de su puño y letra, puño de monja y letra de alto funcionario del Catastro” [16]. El poeta Sánchez-Mazas es un “alma de alcayata lúcida” [17] y “… tiene coloración de ave, perfil de judío apócrifo, desprecios de señorito rico… y una fascinación total de escritor sin obra” [18]. Respecto al célebre escritor sobre toros, José María Cossío, de cuya obra los taurómacos se refieren sin más al “Cossío”, el escritor es lo menos indulgente posible: “maricón y taurófilo… escritor nulo y enamorado tímido de los toreros, mayormente de Joselito a quien brindaba su sonrisa verde de rana homosexual” [19] (…) “… manos marimierdas… un poco toconas con los hombres” [20]. Con el muy tímido Álvaro Cunqueiro, quien escribió los más extraordinarios artículos en la soledad de la redacción del Faro de Vigo frente a sus playas celtas, y páginas más que memorables de la ficción española, Umbral es acaso algo más benevolente cuando sólo lo latiga con que “es ausente y fantaseante” [21]. Con referencia al historiador y ensayista Pedro Laín Entralgo, no ha hecho sino “sublimar su mediocridad de café con leche y madre madrugadora y santa mediante la grandeza de una guerra y la espectacularidad del fascismo [22].” Dante Umbral los ha retratado en el círculo del infierno literario que ha creado especialmente para ellos y de alguna forma les enrostra que la fama que adquirieron se la deben a la Falange [23].

"Ese espíritu combativo desde la perspectiva de la Falange viene con la violencia irreflexiva. La guerra es cuestión de muerte, se mata porque se está en la guerra. Se fusila porque se está en la guerra. La guerra es autoregeneradora, los pueblos se riegan con sangre para florecer de nuevo"

Cuando Francisco Franco Bahamonde murió en 1975 en el Hospital de la Paz de Madrid, lo acompañaban el brazo incorrupto de Santa Teresa de Jesús y el manto de la Virgen del Pilar [24], la patrona de España. Es probable que la compañía del santo brazo fuese de larga residencia porque Umbral integra en sus novelas —y lo repite [25] y reitera como repite y reitera muchas cosas, incluso con el uso de la misma expresión— la especie de que el Caudillo sostenía alguna sacra conversazione con la santa, con lo que se ingenia para que el escritor gallego Gonzalo Torrente Ballester, de la tripulación de los condenados del narrador, diga que: “Frente a la noticia delirante de que a Franco se le aparece Santa Teresa y le dicta un texto lleno de mayúsculas y versales y aliteraciones: “No creo que la Virgen hable como Apollinaire —concluye Torrente, confuso de cigarro y erudición, deslizando su sobria ironía celta [26]. Franco [27] es un burócrata para el narrador, el hombre a quien persigue la sombra de José Antonio Primo de Rivera, y el que decide encargarles el trabajo sucio a los militantes de Falange para preservar la integridad del Ejército. La búsqueda y selección de republicanos o de “rojos” —diferencias existían y muchas, pero en aquel momento se veían sólo similitudes y se apretaba el gatillo con la facilidad de las identidades compartidas— corría a cargo de la Falange que, con ello, satisfacía su frustración, venganza y filosofía de puñetazos y pistolas, más las últimas, claro está [28]. Ese espíritu combativo desde la perspectiva de la Falange viene con la violencia irreflexiva. La guerra es cuestión de muerte, se mata porque se está en la guerra. Se fusila porque se está en la guerra. La guerra es autoregeneradora, los pueblos se riegan con sangre para florecer de nuevo [29]. Y esa guerra que no se detiene sino se metaboliza después de 1939, como apuntamos, perfecciona la prisión y el aniquilamiento a través de la delación y la denuncia [30]. Uno de los personajes mejor planteados de la narrativa “guerracivilista” de Umbral es Mariano Armijo de Madrid 1940, sin duda la más lograda de las cuatro, y una de las grandes novelas publicadas en toda la historia de España y la literatura en español. Decir de Armijo que es un canalla sería de una candidez irresponsable. Armijo es una putrefacción humana en vida: que no siente, que no vive, que no ama, que es racista, que desprecia unas supuestas razas inferiores, que alaba el genocidio, y el asesinato en masa, que lo sostiene la representación de lo que debía ser el falangismo y el legado de José Antonio. Su fascismo es hiriente y reordenador, y en su contraética, regenerador también. Y, paradójicamente, es culto y hasta refinado como los principales de estas novelas de Umbral. Las aguas en las que navega son la moralidad inmunda al servicio del placer de cometer el mal. Mariano en el sexo va de la vida a la muerte o de la muerte a la vida sin saber si se ha detenido en algún momento del trayecto a contemplarse en algún espejo, que probablemente se haría añicos con su reflejo y especialmente con su sombra. De allí que Merejo prefiera como objeto amatorio a las muertas recién fusiladas [31]. Y Merejo ama a la muerte [32] y probablemente hasta haya preparado la suya como puerta de salida en un mundo en que el problema del mal es que se lo puede limitar: de allí el sacrificio pactado con la cotidianeidad para la escapatoria final en medio de su propio sacrificio.

¿Queda algo para atribuirle a la vida misma? ¿Queda alguna dignidad en pie después de estos fragmentos de batallas cotidianas? Sí y mucho. Queda la dignidad del amor, de quienes se aman aunque la historia se interponga, permanece la de los hombres que insisten en ser poetas a pesar de caminar sobre cadáveres, queda la de las mujeres que hacen familia en tiempos de balaceras, la de los sobrevivientes que no odiaron, la de quienes no creyeron que la verdad es de quien la impone, queda la de quienes rezan cuando escuchan el fusilamiento de la madrugada, queda la de las putas honestas, castas de alma [33], invictas y maternales. Y quedan estas extraordinarias novelas, para leerlas una y otra vez y convivir con esa mirada del ojo de buey de Umbral que desdice la historia para convertirla en un caleidoscopio o en un lodazal. En la tradición de los escritores prolijos españoles como Lope de Vega, o César González Ruano, está Francisco Umbral, gigante, eterno, pluma bendita [34] entre las benditas, orfebre de la palabra de arte, del arte hecho palabra. La próxima vez que vuelva a Madrid, Umbral, juro que dejaré un ramo de claveles sobre su tumba.

Agosto 2021.

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[1] “No es que hubiera dos Españas que zanjar. Es que había miles de Españas en la derecha y en la izquierda”. Umbral, Francisco. Pío XII, la escolta mora y un general sin un ojo. Planeta, Barcelona 1985, p. 36.

[2] En esta frase hay una deliciosa ironía: “A Manuel Azaña le interesa más la salvación del Museo del Prado que la salvación de la República. Con un hombre así no se gana una guerra”. Umbral, Francisco, Madrid 1940. Austral, Barcelona 2015, p. 70.

[3] Walzer, Michael. Just and unjust wars. A moral Argument with Historical Illustrations, Basic Books, Nueva York, 1977

[4] Caballero, Manuel. El poder brujo. Monteávila Editores Latinoamericana, Caracas 1991, prólogo.

[5] Pio XII …, Óp. Cit., p. 138.

[6] Umbral, Francisco, Madrid 1940. Austral, Barcelona 2015, p. 94.

[7] Ibidem, p. 190.

[8] “Van Gogh se cortó/se iba a cortar una oreja, y de ello se ha hablado o se hablará en estas Memorias, pero Millán Astray se había rebanado medio hombre, hasta dicen que se había quedado ciclán (con un solo huevo), y su novia no era la señorita a quien el pintor mandó la oreja, sino que su novia era España”. Con lo que España se travestía en la muerte misma. Umbral, Francisco, Pío XII…, Óp. Cit., p. 47.

[9] “Un intelectual uniformado es siempre una cosa inquietante y como que no encaja. El uniforme, que siempre es un disfraz, disfraza más a los intelectuales”.  Umbral. Francisco, Leyenda del César Visionario. Bibliotex, Biblioteca El Mundo, Telefónica, España 2001, p. 16. Respecto a la posición del intelectual o el escritor en la sociedad española, se apunta: “…el pueblo vive en España la superstición de la letra impresa mucho más de lo que se dice. En Francia, un escritor es un obispo. En España es un canónigo, aunque no se le lea”. Umbral, Francisco, Capital del dolor.  Austral. Barcelona 2020, p. 187.

[10] “D´Ors llega al burgo salmantino…como un Sócrates de derechas, con sus harapos de oro, ´uniforme multiforme´, hablando a las gentes como el griego de las plazuelas de Atenas.” La leyenda…, Óp. Cit., p. 95.

[11] “Pemán había hecho la oratoria de estilo e ideas en el Parlamento de la República, entre el navajeo verbal de toda política, y naturalmente fracasó. No sabía Pemán que a los parlamentos nunca han ido los hombres a entenderse, sino a asesinarse, o bien no quiso jugar a eso, y resumiría de esta forma su escepticismo parlamentario: ´No es cierto que hablando se entienda la gente; hablando se luce la gente´”. Ibidem, p. 96.

[12] “Azorín era un cobarde que había empezado de anarquista”. Madrid 1940. Óp. Cit., p. 81 (…) “Azorín, el gran afrancesado, ha podido volver de París porque no entiende el francés”. Ibidem, p. 191.

[13] Capital….  Óp. Cit., p. 75.

[14] La leyenda…, Óp. Cit., p. 188.

[15] Ramón Serrano Suñer, el cuñadísimo, tiene “un parecido gatuno con Baroja (algo así como un Baroja que ha ido a la peluquería)”. Ibidem, p. 148.

[16] Ibidem, p. 76,

[17] Ibidem, p. 103.

[18] Madrid 1940, Óp. Cit., p. 188.

[19] Capital, Óp. Cit., 101.

[20] Madrid 1940, Óp. Cit., p. 202.

[21] La leyenda…, Óp. Cit., p. 103.

[22] Ibidem, p. 105.

[23] “La Falange les ha consagrado en bloque y por eso son falangistas. Pero esa consagración colectiva les está frustrando individualmente como intelectuales…ha producido en ellos un señoritismo intelectual”. Ibidem.

[24] García de Cortázar, Fernando. Breve historia del siglo XX. De bolsillo, Barcelona 2003, p. 203.

[25] Ejemplo de estas frases repetidas son estas: “La guerra nació en aquella plaza, en aquel barrio retirado y ducal, como una verbena de verano, como una fiesta silenciosa y oscura que no desdecía del todo con la paz y el silencio de las iglesias del XVIII y los Cristos muertos del XVI”. Capital…, Óp. Cit., p. 76.  Al igual que esta: “…Franco, cuando la guerra, mandó respetar en los bombardeos el barrio de Salamanca. Madrid 1940, Óp. Cit., p. 175. (…)Manuel Fraga y su condiscípulo Robles Piquer se aplican a tapar con almagre las piernas de Gilda en los carteles cinematográficos”. Ibidem, p. 184.

[26] La leyenda…, Óp. Cit., p. 114. A Torrente le permite ironizar como en Galicia, pero no deja de sentenciarlo al definirlo como a un: “…erudito de provincias, ese hombre feo y sabio en cuya vida no ha sonreído nunca la primavera.  …envilecido de café con leche, va a ser un escritor a quien la esposa le derrama siempre un poco de café sobre las cuartillas”. Ibidem, p.155.

[27] De Franco se dice mucho y en pequeño, para degradarlo a personalidad menor: “Nuestro Caudillo tiene pocos días intelectuales”, La leyenda…, Óp. Cit., p. 17. (…) “no domina muy bien a Hegel”. Ibidem, p. 165. (…) “La radio roja, con su ojo de Polifemo multitudinario, le susurra confidencias”. Ibidem, p. 99. (…) “Paco es un masón arrepentido o reprimido”. Ibidem, p. 21. (…) “Franco habla como de visita. Franco habla con una voz neutra, en huida, una voz de cumplido que no tiene ninguna relación con lo que está diciendo. Este desajuste entre voz y mensaje le impedirá siempre fraguar en un todo carismático”. Ibidem, p. 110. (…) “El franquismo es una teoría de la mediocridad como orden natural de las cosas”. Madrid 1940, Óp. Cit., p. 219.

[28] “Hay que decir que estas “sacas” las hacían más los falangistas que los soldados o los militares en general. Desde el primer día del levantamiento militar, Franco y Mola habían decidido que el Ejército se comportase como tal, disciplinado, sin hacer guerra de guerrillas, y menos de pandillas. Tales alegrías sólo se las permitían a la Falange, con la que Franco desacreditaba el movimiento creado por José Antonio y, de paso, se beneficiaba de los crímenes falangistas, ya que, en todo caso, las víctimas siempre eran indeseables para la Causa, que ya empezaba a escribirse con mayúscula. Por eso el pueblo, en la posguerra, odiaría más a la Falange que al Ejército”. Capital, Óp. Cit., p. 99.

[29] “…en tiempo de guerra se fusila a la gente, es lo normal, lo obligado, si no, la guerra no tendría gracia, para eso están las guerras, para fusilar… Leyenda, Óp. Cit., p. 65. (…) “…aquí en el barrio son muy de fusilar”. Ibidem, p. 67. (…) “Que capacidad de autorregeneración tiene la mujer después de una guerra, de un parto, de una paliza del marido”. Madrid 1940, Óp. Cit., p. 209. (…) “Sólo con esa alegría de la sangre, con ese júbilo de la venganza, nuestras gentes recobrarían el entusiasmo de vivir, la gracia revolucionaria y el desorden de las cosas. Ibidem, p. 238. (…) “Al pueblo hay que darle un enemigo concreto, visible, fusilable, y no abstracciones. Sólo el que se inventa un buen enemigo se lleva detrás al pueblo”. Leyenda, Óp. Cit., p. 69.

[30] Durante la Guerra Civil, algunos porteros fueron los principales responsables de las denuncias que siempre terminaban en el más allá. Parte de las víctimas de Paracuellos de Jarama terminaron en este sitio de ejecución por estos personajes del cotilleo malsano. Luego de la guerra, continuaron las delaciones. Apunta Umbral: “…el portero es la mala conciencia del inmueble burgués y aprovecha la revolución, de uno u otro signo, para soltar todo el odio, el resentimiento y el dolor de sotanillo con cocina, berza y radio, todo lo que sabe. Y lo que no sabe se lo inventa”. Capital…, Óp. Cit., p. 107. (…) “Estas guerras civiles las ganan siempre los porteros”. Madrid 1940, Óp. Cit., p. 201.

[31] “Cuando todos se habían ido discretamente, yo me follaba una muerta bella, exótica, viviente, decadente y muy literaria”. Madrid 1940, Óp. Cit., p. 95.  (…)  “Follarse a una muerta caliente y reciente tiene toda la dulzura de la sumisión, del silencio, del secreto. Jamás me he corrido con tanta intensidad, largura y perfección como dentro de una muerta…” Ibidem, p. 146. (…)  “…como un orgasmo póstumo”. Ibidem, p. 147.

[32] “El fascismo debe de ser cínico, frío, cruel. Violento, duro y lúcido”. Madrid 1940, Óp. Cit., p. 126. (…)  “…soy un canalla fascista, pero un canalla que hace justicia”. Ibidem, p. 137. (…) “Estamos entre dos luces y es la hora de los primeros disparos, de las primeras ejecuciones en los solares. A algunos presos se les hace cantar previamente el Cara al sol, y la verdad es que los condenados afinan mucho y lo hacen muy bien, da gusto oírles desde la cocina. Ibidem, p.  183. (…) “Era la denuncia por la denuncia, una cosa pura, cruda y fulgente como un astro. Yo iba aprendiendo a ser un delator. Hasta ahora sólo había delatado por rencor. Ahora empezaba a hacerlo de una manera altruista. Una delación desinteresada es pura como un soneto. Ibidem, p. 123. (…) “…el saber que he matado a un hombre con una crítica de poesía, la ballestería secreta y evidente del idioma, matar a distancia, disparar un adjetivo como una ballesta, como una flecha envenenada con el curare del adjetivo”. Ibidem, p. 169.

[33] “La casa de las meretrices tiene un perfume oscuro y antiguo de mancebía católica, de putas beatas, de sacristía y de menstruación”. Capital…, Óp. Cit., p. 121.

[34] He coleccionado mis frases favoritas de las cuatro novelas: “…una paz de cielo anónimo”. La leyenda…, Óp. Cit., p. 19. (…) “…señoritas azorinianas entre la patria y el piano”.  La leyenda…, Óp. Cit., p. 151) (…) “…la conciencia acatarrada, como una gripe moral”.  La leyenda…, Óp. Cit., p. 23. (…) “…gongorismo impracticable”.  La leyenda…, Óp. Cit., p. 96. (…) “…en su alegría menopaúsica”. Madrid 1940, Óp. Cit., p.  203. “…tiene un cuerpo de dibujo pornográfico”. Madrid 1940, Óp. Cit., p. 252. (…) “Su entrada mineraliza el café como un mar muerto”.  La leyenda…, Óp. Cit., p. 119. (…)  “…el éxito de provincias es triste y no merece la pena: como conquistar el amor de una fea: fácil, pero triste”. La leyenda…, Óp. Cit., p. 126. (…) “…apellido de torero sin suerte”.  Capital…, Óp. Cit., p. 21.  (…) “…la curiosidad de un gato que se acerca hasta el borde del abismo”. Capital…, Óp. Cit., p. 29. (…) “…recastados en la pobreza”. Capital…, Óp. Cit., p. 51. (…) “…nombres eternos, godos, heredados de siglos”. Capital…, Óp. Cit., p. 66. (…) “…se llenaba de un júbilo porvenirista y tonto”. Capital…, Óp. Cit., p. 66. (…) “…en una España en verso”. Capital…, Óp. Cit., p. 85. (…) “…el mal es como un regadío y llega a todas partes”. Capital…, Óp. Cit., p. 89. (…) “…la vieja Singer, cantada por los poetas futuristas. Capital…, Óp. Cit., p. 92. (…) “…un niño goyesco y atónito”. Capital…, Óp. Cit., p. 106. (…) “Como un poeta viejo luchando contra la usura del tiempo”. Capital…, Óp. Cit., p. 127. (…) “…su garcilasismo de pueblo”. Capital…, Óp. Cit., p. 139. (…) “Por los toreros hay que rezar para que vayan al cielo, porque son todos malhablados”. Capital…, Óp. Cit., p. 147. (…) “El mediodía de Castilla, guilleniano y fuerte, cae como un otoño de bondades sobre el entierro sin gente”. Capital…, Óp. Cit., p. 146.  Al igual que estas frases que remiten a la gastronomía (la comida forma parte de la propuesta narrativa. Siempre hay que desconfiar de aquellas novelas desprovistas de culinaria): “Estos callos están siendo mi magdalena proustiana”. La leyenda…, Óp. Cit., p. 50. (…) “Castilla está mejor en la Historia que en el estómago”. La leyenda…, Óp. Cit., p. 124. (…)  “…el pueblo se rige por los viejos ritos y ritmos de la tribu, incluso en lo alimenticio”. Capital…, Óp. Cit., p. 65.

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