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Lugares comunes, frases hechas

Lugares comunes, frases hechas

Les confieso una mezquindad: del mismo modo que millones de españoles alivian sus penas consumiendo telebasura hasta agotar sus reservas de humor acuoso, yo experimento un colocón canábico leyendo las noticias, crónicas o artículos de opinión de una serie de periodistas —permítanme no dar nombres— a los que tengo fichados por lo mal que escriben. “Al fin y al cabo —afirma el filósofo Jorge Freire en Agitación (Páginas de Espuma, 2020)—, uno se siente mejor cuando contempla un panorama de bochorno, desolación e indigencia”. Así, reconozco que disfruto con vileza cada vez que, en un medio, me encuentro con una ración de comas entre un sujeto y un predicado, con una plaga bíblica de adverbios terminados en “—mente”, con un “retratado”, con un “lo ha vuelto a hacer”, con un “choque de trenes”, con un “como la copa de un pino”, con un “el amor en tiempos del coronavirus” o con un puto “zasca”. Sobre este último palabro, me dice el camarada Carlos H. Vázquez: “Es como el «¡tomaaa!» burlón de los críos en el colegio, cuando querían «chinchar» a un compañero que había metido la pata y estaba en el barro. Es una actitud que me molesta, porque es la antesala del linchamiento”.

"En estos días de fase 0 —al menos, en Madrid—, los cajones de mi memoria permanecen abiertos más tiempo que el Carrefour 24 Horas de mi barrio"

Me relamo comprobando que el llamado “lenguaje inclusivo” ha colonizado, si no las noticias, sí las columnas o los comunicados corporativos de algunos periódicos digitales. Igual la vicepresidenta Carmen Calvo, la Nebrija monclovita, acertaba cuando avisó a la RAE: “Esto no hay quien lo pare”. Seguro que nos va la vida en ello. Y tiene razón la ministra de Igualdad, Irene Montero, al señalar que de la crisis económica provocada por la covid-19 sólo se podrá salir “con perspectiva de género”. Por ello, a nivel lingüístico/comunicativo, animo a los miembros de nuestro Gobierno a ser muchísimo más ambiciosos y, además de hablar de “los españoles y las españolas”, “los hombres y mujeres” o “los ciudadanos y las ciudadanas” en sus intervenciones públicas, también se refieran “a los muertos y a las muertas”, “a los enfermos y a las enfermas”, “a los contagiados y a las contagiadas”, etcétera. El exfiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, me dice al respecto: “Alguien debería reflexionar sobre ello. Yo rechazo la perversión del buenismo en el lenguaje. Y eso de la “nueva normalidad” es un oxímoron. O “justicia democrática”. ¡Oiga, es justicia!”.

Escribo estas líneas mientras escucho a mi admirado Bunbury cantar en la certera, amarga y bailable “Lugares comunes, frases hechas”: “Escucha a todo el mundo / repetir la misma opinión / leída en la prensa / de la reality-ficción”. Echo mucho de menos enrolarme en alguna aventura periodística con él. En estos días de fase 0 —al menos, en Madrid—, los cajones de mi memoria permanecen abiertos más tiempo que el Carrefour 24 Horas de mi barrio, y los recuerdos emanan de una forma masiva y obscena. Entre estos, desfilan dos que están interrelacionados y que orbitan en torno al citado músico aragonés.

"A pocos minutos de coger el avión de vuelta a Madrid, por la cabeza se me pasó la idea de hacer trizas el billete y probar suerte en tierra extranjera"

El primero me ubica en el aeropuerto de Dublín, a mediados de febrero de 2014. Me planté en el Macondo de Joyce con un grupo de amigos para visitar a Paquillo, de quien ya he hablado en artículos anteriores. Éste, siendo aparejador, marchó a la capital irlandesa para cuidar de un anciano porque en España el ecosistema laboral era similar al cementerio de elefantes de El rey león. Lo pasamos de maravilla durante esos días y, a pocos minutos de coger el avión de vuelta a Madrid, por la cabeza se me pasó la idea de hacer trizas el billete y probar suerte en tierra extranjera. Entonces, estaba de prácticas en Libertad Digital y, pesimista como soy, creía que cuando éstas se terminaran me iban a dar la patada. En ese momento dubitativo, vertiginoso y terrible, tenía en mi reproductor MP3 a Bunbury cantando “Causalidades”: “Si no estás atento / a las señales del cielo / pasa de largo el momento, bifurcaciones en el camino. / Puedes ser testigo / o puedes cambiar el sentido / a la vuelta de la esquina. (…) Sólo tú puedes saberlo: nadie más puede saberlo”. ¿Acaso el presunto destino podía ser más explícito? No consumé la locura para ahorrarle a mi padre el infarto y, a mi madre, la llamada al sicario.

Y a Dios gracias porque, por un lado, acabada la beca, Libertad Digital terminó contratándome y, por otro, cuatro meses después de aquel episodio aeroportuario, gané un concurso de crítica musical organizado por Rock FM cuyo premio consistía en irse de gira con Bunbury por toda España y contar cómo ésta iba transcurriendo. Y este es el segundo y dulce flash: el “Palosanto Tour 2014” fue, entre otras muchas cosas buenas, el bálsamo de Fierabrás que reconstituyó mi fe primaria y mi amor esquizofrénico hacia una profesión sin la que, por ahora, no me entiendo ni se me entiende, o eso creo.

Así que, una vez más, muchas gracias, querido Enrique. Qué ganas de volver a verte.

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