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Luis García Montero: «Si la poesía muere, habrá que reinventarla como sea»

Luis García Montero. Foto: Jeosm

Hace seis años, el poeta Luis García Montero atravesaba un momento de crisis personal que, en buena medida, era fiel reflejo de la crisis tan grave que vivía —y sigue viviendo— la sociedad. Se acordó entonces de la famosa frase de Jean-Paul Sartre “el infierno son los otros” y decidió averiguar hasta qué punto el infierno estaba en él mismo. Se encerró en casa y se dedicó “de manera un poco desesperada, a lo Sartre”, a indagar qué le pasaba a él y al mundo y a tratar de encontrar alguna solución, “la posibilidad de un acuerdo, de una esperanza, de un diálogo con los demás”. De ese aislamiento surgieron los poemas de “A puerta cerrada. (2011-2017)”, cuyo título es un claro homenaje a la obra de teatro del filósofo francés, titulada de la misma forma.

Publicado por Visor, en su cuidada colección Palabra de Honor, diseñada por el pintor Juan Vida, el nuevo libro de García Montero (Granada, 1958) contiene  sesenta y tres poemas en los que laten la indignación, las dudas, la tristeza, la soledad y la melancolía, pero en los que también hay espacio para la esperanza, el amor y el perdón: 

                   “Le han perdonado mucho

                     sus libros muchas veces.

                     Quizás también lo hagan 

                     sus hijos, sus amores.

                    Y aquí sigue sin prisa,

                    ante ningún altar,

                    padre de mundos libres,

                    poeta y perdonado”.

Estos versos corresponden al Epitafio que cierra el nuevo poemario del escritor granadino, que alterna la escritura de poesía, ensayo, novela y artículos con sus  clases de Literatura Española en la Universidad de Granada, donde también imparte una asignatura monográfica sobre Federico García Lorca, a la que asisten alumnos extranjeros y de otras universidades españolas. Para García Montero, el autor del Romancero Gitano no es solo uno de los grandes poetas del siglo XX. A Lorca le debe su vocación poética desde que, con “diez u once años”, empezó a leerlo en la biblioteca que su padre tenía en la casa familiar de Granada.  Aquellos versos le permitieron “entrar en el mundo de la poesía, lleno de magia, porque -dice el escritor-  uno leía las canciones de García Lorca y, de pronto, las cosas no eran lo que parecían: la luna no era exactamente la luna y, si tirabas un limón al agua, esta se ponía amarilla o había una ciudad, pero los jinetes nunca podían llegar a ella. Y esa mirada a una realidad que se cargaba de significación más allá de la superficie a mí me cautivó mucho con García Lorca”, recuerda el escritor en la entrevista que concede a Zenda en su casa de Madrid.

“Ya en la adolescencia, cayó en mis manos el libro de Ian Gibson sobre la guerra civil en Granada, y allí me enteré de la muerte de Lorca y me di cuenta también de que uno a veces vive en ciudades que desconoce, porque debajo del silencio, de las sombras, de las rutinas, hay acontecimientos completamente borrados. Y eso fue lo que, en mi caso, hizo que la poesía se uniera de manera natural a la vida, a la ciudad donde yo vivía, a las ganas de conocer lo que había debajo de los silencios. Ahí está la raíz de mi vocación”, comenta García Montero, miembro destacado de la llamada Poesía de la experiencia y que ha merecido premios como el Adonais por El jardín extranjero; el Loewe y el Nacional de Poesía por Habitaciones separadas; el Nacional de la Crítica por La intimidad de la serpiente; y el de la Crítica de Andalucía por Vista cansada.  Ha ganado también el Premio Poetas del Mundo Latino.

Rodeado de los libros que abarrotan su casa, en la que vive con su mujer, la novelista Almudena Grandes, el escritor habla durante la entrevista de su nuevo poemario, de su concepción de la poesía “como territorio de lo sagrado, de la verdad”, y del lobo, figura destacada de A puerta cerrada. Y se refiere también a su compromiso político y a la preocupante situación de Cataluña: “Vivo con tristeza el tema de Cataluña, me siento verdaderamente derrotado”, asegura.

“Mis maestros más íntimos son catalanes. Si hay un poeta que a mí me ha afectado es Jaime Gil de Biedma, si hay un narrador que me haya afectado también es Juan Marsé, y si hay un poeta con el que me siento  cómplice ahora y con el que aprendo es con Joan Margarit. Cataluña, para mí, es algo muy mío y no sé orientarme en una dinámica de odio”.

– A puerta cerrada recopila seis años de poesía, pero en medio has publicado otros libros.

“Sí, en medio he publicado una novela, Alguien dice tu nombre, algún ensayo  y un libro de poemas en prosa, Balada en la muerte de la poesía, que apareció en 2016. Este último libro sentí la necesidad de escribirlo en Italia, en un congreso sobre poesía, en el que se debatió, como siempre, sobre el futuro de la poesía, si la poesía ha muerto,  por qué ha perdido la figura del poeta valor en la sociedad actual…”

“Entonces, me planteé un recurso final:  ¿qué me pasa a mí si la poesía muere? Y lo que fui sintiendo mientras escribía ese libro es que, si se muere la poesía, se muere algo más que un género poético, porque la poesía tiene mucho de condensación de esos valores que representan la dignidad del ser humano.

"El ser humano tiene que negociar con la vida, con la muerte, con la ilusión y con el miedo a través de unos valores que tienen que ver con la poesía."

Por ejemplo, las ciudades perderían buena parte de sus significados humanos. Granada no sería Granada si no estuviese la poesía de Lorca o de los poetas arábigo-andaluces. Buenos Aires no sería la misma sin Borges; París no sería París sin la memoria de Baudelaire… Y se perdería también la dimensión humana de una sociedad, con unos individuos convertidos en pura mercancía, sin algo que les invitara a pensar en  el amor, en el miedo, en la ilusión… en esos valores importantes de la vida”.

“Al final del libro, cuando yo acababa en el cementerio enterrando a la poesía y volvía a mi casa, lo primero que hacía era sentarme a escribir poesía. Porque, desde luego, si la poesía muere, habrá que reinventarla como sea.  El ser humano tiene que negociar con la vida, con la muerte, con la ilusión y con el miedo a través de unos valores que tienen que ver con la poesía”.

– Tu primer libro salió en 1980, ¿cuál es el principal peligro cuando se lleva tanto tiempo escribiendo poesía?

“El mayor peligro es la repetición, la pérdida de la energía y de la búsqueda. Por eso yo utilicé con agrado que se me metiera por medio el libro sobre la muerte de la poesía”.

“Cuando uno está empezando, y yo lo hice hacia el año 78-79, la virtud era la impaciencia. Uno escribía, escribía, buscaba y buscaba porque estaba detrás de su propio mundo. La impaciencia era una ayuda. Después de cuarenta años, la mejor aliada es la paciencia, porque corre uno el peligro  de repetirse. Uno sabe los poemas que han tenido éxito y puede sentir la tentación de convertir en receta de éxito ese tipo de poesía y, al final, uno se acaba perdiendo en la rutina”.

“La tarea de un poeta entrado en años es doble: por una parte no conviene repetirse y, por otra parte, no puede uno traicionarse. La novedad por la novedad es una farsa siempre, un espectáculo, y vivimos en la sociedad del espectáculo. La poesía es lo contrario, no puedes innovar por innovar ni puedes darte a ti mismo el espectáculo con una ocurrencia detrás de otra. El camino es la paciencia. Como siempre, Antonio Machado es una lección maravillosa. Hay un poema en el que Machado define al poeta como la barca que está en la orilla esperando a que suba la marea. Y eso es lo que hacemos los poetas con edad, para no repetirnos y no traicionarnos: estar esperando a que el sedimento de la vida suba como una marea para que te dé algo nuevo sobre lo que decir”.

– ¿Por qué hay tantos poemas dedicados al lobo en A puerta cerrada? La palabra “lobo” aparece con frecuencia.

“El lobo se convierte en una figura del libro. Yo me he acogido a la tradición de las fábulas para convertir en un personaje al lobo. Hay un poeta mexicano que a mí me gusta mucho, Eduardo Lizalde, que escribe bajo el símbolo de un tigre. En este poemario en el que yo me encierro con la poesía y conmigo mismo en una situación de crisis, el lobo es de pronto el sentimiento de indignación y de cólera que sale de mí y que se pone a habitar mi casa. Es el lobo que está deseando morder”.

"En nombre de la indignación, empieza a aparecer un discurso machista, xenófobo, racista, anticonstitucional..."

“Entonces, en situaciones de crisis hay momentos donde los individuos no responden de sí, y se produce una agitación y una indignación que se convierte en el caldo de cultivo para las manipulaciones. En cuanto sale un líder carismático, manipula a la gente indignada. Y es verdad que la gente tiene mil razones para estar indignada, pero es muy peligroso un proceso que hace que se manipule a los indignados y acabes votando, por ejemplo, a un multimillonario que es precisamente parte de la gente que te está explotando. Y eso, además, lleva a poner en duda las leyes, la convivencia, los valores. En nombre de la indignación, empieza a aparecer un discurso machista, xenófobo, racista, anticonstitucional… Se sustituye la convivencia democrática por la indignación”.

– Tenemos también en España ejemplos muy cercanos de cómo se puede manipular a la gente en momentos de crisis. 

“Sucede en España y en gran parte del mundo. Pero lo que está pasando es que quedan muy pocos Estados capaces de representar la democracia y la convivencia de sus ciudadanos. El mundo ha propiciado una economía globalizada que va más allá de las naciones, pero esa economía no se acompaña de un Estado también que asegure el bienestar de las mayorías y el tejido social de la democracia. Los huecos que están dejando los Estados están siendo ocupados por unas ideologías  que en unos sitios tienen que ver con la extrema derecha, como en Francia, y en otros con una manipulación mediática de carácter muy extremo, como lo que representa Trump en Estados Unidos; en otros sitios por el poder del narcotráfico asesino, como en México, y en otros, en discursos donde el independentismo aglutina a gente rica que quiere sentirse diferente y separarse de los pobres”.

“Esas dinámicas tienen que ver con la puesta en marcha de unos sentimientos con ganas de morder y que renuncian a los valores de la convivencia. Y eso en el libro se encarnó en la aparición de un lobo que  era la proyección  mi propia indignidad y de estar realmente indignado”.

– En medio de esa crisis personal y general de la que hablas,  y de tu compromiso político, cuesta trabajo entender cómo encuentras la tranquilidad necesaria para escribir poesía. No hay que olvidar que fuiste  candidato de Izquierda Unida a la Comunidad de Madrid en las elecciones autonómicas de 2015.

“La vida, afortunadamente, está llena de rincones y aunque vivimos bajo el mandato de la aceleración, yo creo que el diálogo con uno mismo y la lentitud son un buen remedio. A mí lo que más me serena es encontrar un hueco para quedarme leyendo en casa, o, por ejemplo, intentar viajar a los sitios más en tren que en en avión, y, a ser posible, en tren lento, porque así dispone uno de tres o cuatro horas para leer. Yo este libro he tardado en hacerlo casi siete años y ha habido muchos rincones de viajes, de meditación que uno ha encontrado para ir escribiéndolo y para corregir. Entre medias he hecho algún ensayo y libros de carácter profesional, pero para mí la poesía es algo así como el territorio de lo sagrado, aunque en mi caso se trata de un sentimiento de lo sagrado que no necesita a Dios. Es más bien un diálogo conmigo mimo y con las cosas importantes de la vida.  La verdad está siempre puesta en duda. Eso ha funcionado hasta el punto de que vivimos en unas sociedades que han perdido todas las ilusiones. Yo quiero recuperar una confianza en la verdad, en aquellas cosas que yo considero que son esos valores, esas convicciones que merecen la pena defender. Y para mí la poesía es el territorio de la verdad.

– ¿Tú crees que nos merecemos ese “amargo suspenso general” del que hablas en el poema Vigilar un examen?

“Las crisis se interiorizan y las responsabilidades, también. En mi caso, yo no tengo más remedio que sentir la responsabilidad de los individuos en los caminos colectivos de la sociedad. Hay más o  menos responsabilidades, pero a mí me parece muy mentirosa la reacción de la gente que dice ‘los otros son tontos, pero yo no; el infierno son los otros, pero no yo; lo han hecho muy mal los políticos, pero no yo”. Y en ese sentido creo que sí. Yo me siento responsable como uno más de que algunas ilusiones políticas necesarias, como una sociedad más igualitaria o como una sociedad donde las instituciones estén menos manipuladas, pues que no se hayan producido”.

– ¿Cómo estás viviendo la situación de Cataluña?

“Ahora me siento verdaderamente derrotado en el tema de Cataluña. Lo vivo con tristeza… Hay mucha gente muy segura de sus banderas, insultándose los unos a los otros y yo lo que tengo es tristeza. Desde luego, hay unas razones evidentes en lo que está ocurriendo. Me parece que hay una derecha catalana que ha estaba robando y que estaba desmantelando los servicios públicos y que, para justificarse, era muy fácil decir ‘España nos roba’, y después, creo que ha habido una responsabilidad del otro lado, por parte del Partido Popular, que de pronto descubrió que podía generar votos crear una dinámica nacionalista y una amenaza catalanista. Por ramplones intereses coyunturales y electorales se ha generado una brecha difícil”.

"Vivo con tristeza el tema de Cataluña, me siento verdaderamente derrotado, Cataluña, para mí, es algo muy mío y no sé orientarme en una dinámica de odio."

“Yo, después de decir qué mala la derecha catalana y la derecha española, me digo: “¿Y la izquierda, qué? Porque, claro, la cuestión social ha quedado absolutamente tapada por el escándalo de la identidad.  Ya nadie habla ni de corrupción, ni de recortes, ni de la degradación del trabajo ni de nada. ¿Y la izquierda con la que yo me siento comprometido? Pues no hemos sabido crear en Cataluña, en España un discurso que permita respetarnos y luchar por la transformación de las condiciones de vida de la gente. Yo creo que todos somos partícipes de este suspenso general”.

“Yo estaré de acuerdo con cualquier diálogo que permita la articulación de España y el respeto de las singularidades, pero a lo que me voy a negar es a que haya un acuerdo que genere desigualdades. En ese sentido, no tiene uno más remedio que ser muy vigilante”. 

– En A puerta cerrada, Luis, hay poemas excelentes, entre ellos el de Mónica Virtanen. ¿Existió esa mujer?

“Es un poma que, por una parte, habla de las ciudades y de su dimensión humana, y es también un homenaje a Borges. Es esos versos hay un diálogo con Beatriz Viterbo, el personaje femenino de Borges, y con una ciudad que yo he leído a través del escritor argentino”.

“En cuanto a si existió esa mujer, toda literatura es autobiográfica, pero no es un acta notarial. Existen las ilusiones. A veces, una historia de amor que puede nacer en Madrid en el año 91-92, uno la recuerda para proyectarla en Buenos Aires, porque la historia de amor de Madrid ya la ha escrito uno muchas veces. En el año 84 fui por primera vez a Buenos Aires y ese viaje me marcó mucho, entre otras cosas porque conocí a Borges, y allí hubo también una historia de amor. El poema de Mónica Virtanen puede recordar en parte aquella historia de amor, aunque transformada.

– ¿La poesía te indulta, Luis, como dices hacia el final del libro? 

“Ese es un poema que yo escribí en Aguascalientes, después de haber compartido unos días con Joan Margarit y José Emilio Pacheco. Muy poquito después murió José Emilio. Esa sensación de soledad y tristeza que, por ejemplo, uno tiene en una habitación de hotel cuando uno abre la ventana y, más que un paisaje hermoso, uno ve un descampado, la realidad descarnada y uno dice: ahí está la nada. Uno puede aceptar la nada, renunciar a todo y acomodarse a la desconfianza y la fealdad, pero si se quiere seguir manteniendo una alianza con la belleza, la ilusión y la dignidad humana, tiene que buscar algo entre las ruinas… Para mí, en medio de la desolación y de la crisis, eso significa la poesía. Esa vuelta a confiar de algún modo en que existe una verdad, que es mi verdad, que es la verdad de mi identidad”.

"Yo me siento responsable, me siento parte de la crisis, me he desilusionado a mí mismo, he tenido que convivir con la impostura. ¿Qué te puede indultar? Pues el amor y la poesía."

“Por eso, en medio de esa habitación de hotel desolada, cuando parece que nadie te atiende, uno oye el ruido de alguien que sube por las escaleras o por el ascensor, y ese ruido puede ser el de la poesía que viene con un indulto de vida”.

“Yo me siento responsable, me siento parte de la crisis, me he desilusionado a mí mismo, he tenido que convivir con la impostura. ¿Qué te puede indultar? Pues el amor y la poesía”.

– ¿Qué sacaste en limpio de tu etapa de candidato de IU a la Comunidad de Madrid?

“Saqué muchas cosas en claro. La política de los despachos, de las conspiraciones, de la gente que se mata por el poder, me interesa poco y aprendí poco. Y no me quemó porque lo que me interesa es lo que pasa en la calle, y conocí a mucha gente estupenda, porque era el momento donde había personas luchando, por ejemplo, por la política informativa de Telemadrid y por tener una televisión en Madrid digna, o la gente que luchaba para que no privatizaran el agua del Canal de Isabel II, todas esas cosas que han ido saliendo después sobre la corrupción en el Canal… Eran también los momentos más ilusionantes de la marea verde, la marea blanca, conocí a mucha gente que me dio mucha vida política para soportar otras formas de concebir la política”.

 – Tengo entendido que ya no eres militante de Izquierda Unida.   

“Hace mucho tiempo que no participo directamente de Izquierda Unida. Me salí  de la coalición con la crisis que hubo en Madrid, porque yo me había identificado mucho con la gente de Madrid. Aquí ganó la Asamblea un grupo de  IU por mayoría y un sector del Partido Comunista, que había perdido el control  apoyándose en los dirigentes, lo que hizo fue disolver Madrid, expulsar a cinco mil militantes y crear una Izquierda Unida nueva que pudieran controlar ellos. En ese sentido, como  se expulsó de Madrid a toda la gente con la que yo estaba trabajando, estoy fuera de la vida política de Izquierda Unida. Lo que sucede es que yo mi afiliación la tengo en Granada y, cuando me pasan el recibo de la cuota, tampoco tengo ánimo de llamar al Banco y pedirles que no paguen las cuotas de IU. Sentimentalmente es duro para mí hacer eso”.

“Yo me encuentro bien dando clases, escribiendo y leyendo. Sigo teniendo conciencia política, por supuesto, pero si yo me comprometí con una representación política, fue debido al peso sentimental que tenían sobre mí mi militancia en el Partido Comunista y, después, 30 años de militancia en Izquierda Unida. Ahora, las nuevas siglas no tienen peso sentimental para sacarme de mis casillas”.

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