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Magia

Ha desaparecido un actor y han asesinado a una actriz. Entre ambos había una historia de amor y nadie localiza al sospechoso. Hasta que un día llama a un programa nocturno de radio y, en directo, explica lo que realmente ocurrió la noche del crimen. Su intención es demostrar su inocencia.

En este making of Roberto Sánchez cuenta de dónde surgió su primera novela, Noche en vela (Plaza & Janés).

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La radio fue el origen de todo, aunque jamás estuvo prevista como el escenario de la novela. Llevo años jugando a los detectives con los oyentes. Es la causa de que permanentemente ande buscando situaciones que habiten entre lo improbable, pero que no que no sean del todo imposibles. Historias que vivan de la paradoja.

El reto fue aún mayor cuando, durante la pandemia, invitábamos a horas menos intempestivas que las de la madrugada a personajes relevantes de la ficción, la literatura o el espectáculo como cómplices de los investigadores. Siempre he pensado que este tipo de misterios cortos, donde tras un breve enunciado hay que tirar del hilo hasta desenredar la madeja de la trama oculta, no son más que un truco de magia. Funciona como tal. La solución siempre la tenemos delante de nuestros ojos, aunque el mago —y esa es su labor— ha conseguido cegarnos, que no la veamos, a no ser que él lo decida, y que miremos solo hacia lo que él ha decidido mostrarnos sin darnos cuenta de que estamos obedeciéndole.

"Esta era la idea básica: un actor cometía un crimen durante el descanso de una obra de teatro, era su coartada perfecta"

La tarde que vino a jugar el famoso mago Jorge Blas, vendedor de trucos al mismísimo David Copperfield, me propuse que bebiera de su medicina; que la historia con la que jugásemos lo sentara en el lugar donde nos coloca a sus rendidos espectadores. Y de manera mágica, una serendipia hizo que, minutos antes de entrar en antena, me topara con la pieza justa que me faltaba en una trama en la que llevaba tiempo trabajando, pero que nunca me había convencido. Hasta ese día no veía que fuera redonda. Me creaba muchas dudas que llegara a funcionar.

Esta era la idea básica: un actor cometía un crimen durante el descanso de una obra de teatro, era su coartada perfecta.

¿Cómo hacerlo? ¿De cuánto tiempo dispondría? ¿Cómo podía jugar con el reloj y el espacio que le separaba de la víctima? ¿Cómo hacer creer a los investigadores que no se había movido del camerino? ¿Quién podría ser el testigo que confirmara su coartada sin saber siquiera que estaba colaborando en el crimen perfecto?

"Tenía interés en ahondar en el armario de una estrella, en la mente de un actor popular, con fama, sin estrecheces económicas aparentes"

Demasiadas preguntas. Imposible transformarlo en una historia de cuatro líneas y empezar a jugar. Salvo que al mago y al resto de detectives le ocultáramos algo que se saliera del foco, del eje al que iban a dirigirse todas las miradas. ¿Y si la carta que me guardaba era precisamente la que estaba más a la vista? Comprenderéis que, llegados a este punto, no pueda ahondar en más detalles: por el bien de aquella intriga del ayer y la de los entresijos de la trama de la que escribo hoy, de la de Noche en vela.

Conseguida la primera victoria —escuchar de boca de Jorge Blas el reconocimiento de que había asistido a un auténtico truco de magia—, me empeñé en que la historia creciera en forma de novela. El misterio con el que jugamos en la radio no fue más que el embrión para esto. Casaba, a su vez, con otra idea que revoloteaba por mi azotea desde que escribí El crítico. Tenía interés en ahondar en el armario de una estrella, en la mente de un actor popular, con fama, sin estrecheces económicas aparentes; alguien que se ha metido en tantas pieles que quizás en algunos momentos de su vida no se reconozca en la suya; que de tanto jugar a ser otros dude sobre quién es él, o que las cosas que sobre él se han escrito lo empujen hacia otro personaje que esté por encima de la persona; que por muy seguro que se le vea en las tablas, en el celuloide, por muy sonriente que salga en la tele, por la noche se acueste con esas sombras que no iluminan los focos, con las dudas y miserias propias del síndrome del impostor que jamás transitan por alfombras rojas, sino que pelean contra el insomnio entre sábanas sudadas.

"El periodista también vivió momentos más dulces, de mayor reconocimiento. Quizás entre los dos se entiendan. O no. Vamos a ponerlos a hablar"

Con una historia ideal para un actor, y con ese actor, ya solo me quedaba decidir a quién se lo contaba. Evidentemente, a ti, lector. Pero iba a ser un relato en el que imaginaba que iban a asaltarte muchas dudas, en el que necesitarías intervenir constantemente. En la radio estaba el origen y decidí que ese fuera el escenario. Allí colocaría al locutor que se pusiera en nuestra piel, que abordara a Tomás Luzón, actor, para que no se nos fuera por los cerros de Úbeda cuando le diera la gana, para que no nos dejara a medio explicar lo que nos importaba realmente de la historia, para que no nos mintiera (o que al menos no lo hiciera impunemente). Por cierto, Raúl Solís, nuestro locutor, no es más que la otra cara de ese actor con miedos y frustraciones. El periodista también vivió momentos más dulces, de mayor reconocimiento. Quizás entre los dos se entiendan. O no. Vamos a ponerlos a hablar.

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Autor: Roberto Sánchez. Título: Noche en vela. Editorial: Plaza & Janés. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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