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Malas tierras

Una gélida mañana de finales de diciembre. El cielo, una masa plomiza, ha descargado nieve. La región es conocida como las Badlands, las malas tierras, las tierras ásperas cuyo vientre apenas brinda fruto y a duras penas sirve para pasto. El paisaje, llanuras que se pierden más allá de lo que abarca el ojo, salpicadas muy de vez en cuando de collados abruptos. Aquel día invernal de 1890, el Séptimo Regimiento de Caballería perpetró una matanza tan vil como absurda en el campamento de los indios lakotas, junto al arroyo de limpias aguas llamado Wounded Knee. Los jinetes del ejército norteamericano persiguieron a hombres que huían desarmados y segaron la vida de mujeres y niños. Los cadáveres quedan diseminados por la meseta, bultos que mancillan la nívea palidez del hielo. Los homicidas posan, rifle al hombro, pecho henchido, con sus decimonónicos bigotes y sus casacas y sus pañuelos al cuello.

La conocida como “masacre de Wounded Knee” compone uno de los más destacados capítulos en la historia negra de los Estados Unidos. Cerca del lugar se encuentra enterrado el corazón de Caballo Loco, el más célebre de los guerreros lakota. «Yo no estaré allí. Me alzaré y pasaré. Enterrad mi corazón en Wounded Knee», clama un poema cuyo verso final ha dado título a un tratado de historia donde se relata la toma del antiguo Oeste desde el punto de vista de los indios y que fuera llevada a la pantalla por la prestigiosa HBO.

"Otra historia tiene lugar en los páramos de las Badlands. Una historia más moderna, pero con el mismo aroma a drama de aquella otra"

Otra historia tiene lugar en los páramos de las Badlands. Una historia más moderna, pero con el mismo aroma a drama de aquella otra, de la que ya solo los libros guardan memoria. No abundan las oportunidades de futuro para los jóvenes y un animal viene en su rescate: el caballo, por supuesto. Los jóvenes de las malas tierras se hacen cowboys, como sus antepasados, como en las películas. Se hace dinero y se logra fama a lomos de un caballo. Los rodeos congregan a pueblos enteros; hierve la sangre, suben las apuestas. Solo hace falta mantener el culo pegado a la silla cuando el animal se enfervoriza en brincos virulentos. Brady Jandreau era el mejor. Hasta aquella tarde de 2016 en que todo se quebró. Empezando por su cabeza. El caballo, su amigo el caballo, lo arrojó al suelo y una pezuña enfurecida le fracturó el cráneo. Las secuelas son irreversibles: nunca más oficiará de protagonista en un rodeo. Cuando aquella herradura se clavó en su cabeza, dejó una huella: “fin”. El fin de su manera de entender la vida; el fin de tantas ilusiones; el fin de su única fuente de deleite en medio de la sordidez circundante. El fin, en definitiva, de la felicidad.

Brady tenía un don. Aún lo tiene. Los caballos se sienten cómodos a su lado. Sienten que se puede confiar en el tipo. Ahora se dedica a domarlos. Serán otros quienes los monten. Los caballos lo obedecen como no lo hacen sus propios dedos; desde el accidente, sus dedos se niegan a doblarse con naturalidad. Ojalá sus dedos fueran caballos y les pudiera enseñar, con paciencia y ternura, cómo doblarse y desdoblarse. Pero eso ya no sucederá. Una pezuña es la culpable.

Brady no ha sido el peor parado. Otros colegas del gremio han sufrido accidentes de mayor envergadura. De la silla de montar han pasado a la silla de ruedas, de donde no volverán a levantarse.

"Encajar los reveses lleva tiempo: tiempo de infelicidad. La vida no es una frase de Paulo Coelho. La vida no es un anuncio de Coca-Cola"

Esta es la historia de The Rider, donde las personas de verdad se interpretan a sí mismas y donde el guion se solapa con la vida real. The Rider es obra de Chloé Zhao, una pequinesa capaz de ver un relato en los infortunios de las tierras baldías. Con su narración pausada sin llegar a regodearse en la miseria, con su escenografía poética sin llegar a lo relamido, la película es un baño de realidad. Es, con perdón, una hostia a mano abierta. Porque The Rider es el más enérgico desmentido de quienes afirman que querer es poder. Es el mentís a tanta necedad como expanden hoy psicólogos en sus libros y maestros en las aulas, pregonando que querer es poder. No, no basta con querer. No basta a menudo tan siquiera con el esfuerzo. El fracaso existe; el derecho al éxito, no.

Encajar los reveses lleva tiempo: tiempo de infelicidad. La vida no es una frase de Paulo Coelho. La vida no es un anuncio de Coca-Cola. Pretender dar esquinazo a los periodos de inevitable infelicidad no es muestra de fortaleza anímica, sino de puerilidad teñida de rosa bobo. Cuán descorazonador vivir en época entregada al más burdo voluntarismo; cuán descorazonador vivir en época que aprecia más la autoayuda que a Schopenhauer. Mi corazón no sufrirá más desencantos: que lo entierren en Wounded Knee.

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Guion y dirección: Chloé Zhao. Título: The RiderAño: 2017. País: Estados Unidos. Música: Nathan Halpern. Fotografía: Joshua James Richard. Reparto: Brady Jandreu, Tim Jandreu, Lilly Jandreu, Terry Dawn Pourier, Cat Clifford, Lane Scott, Tanner Langdeau, James Calhoon, Derrick Janis. Productora: Caviar Films, Highwayman Films.

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