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Mandeville, o cómo darle la vuelta al liberalismo

Mandeville, o cómo darle la vuelta al liberalismo

Portada: Pyramid of Capitalist System. Nicholas Lokhoff, 1911.

Vicios privados y bienestar público. Esta es la sentencia más famosa de Bernard Mandeville, un filósofo holandés nacido a finales del XVII y del que muchos no sabíamos gran cosa. Inglés de adopción, planteó lo común en una clave que hoy consideraríamos exacerbadamente neoliberal, pero que un libro como Abejas sin fábula. Antropología del capitalismo (Luis Gonzalo Díez. Galaxia Gutenberg, 2023) matiza y contextualiza. Lo que se viene a decir en la Fábula de las abejas (1714) es que el panal social no se sostendría sin que la opulencia de los menos no diera trabajo a los más. Mandeville es un escéptico del humanismo y un crítico de la moral que entiende que lo articula, y también cree que la religión es una instrucción temprana en el arte cotidiano de la hipocresía, aunque lo más relevante que nos acaba diciendo es que tiene que haber clases dominantes que consuman y trabajadores que vivan de las demandas de las primeras. No obstante, no hay que dejar de añadir al boceto su “ética de la honorabilidad” ni sus aportaciones a los teóricos del laissez faire. Desde luego, no se le puede tachar de cínico, lo que no es fácil teniendo en cuenta que fue más que nada un polemista. En síntesis, tal como leemos en el prólogo a la edición española (FCE, 1997), su objetivo fue “mostrar la vileza irreductible de la naturaleza humana y el mal en que se funda necesariamente la sociedad”.

"Se sirve del enfoque crudo y pesimista del autor dieciochesco para su antropología del capitalismo, lo que acaba por demostrar que Mandeville sirve a Dios y al diablo"

Abejas sin fábula nos lo presenta como un provocador; como un retratista del protocapitalismo que se mofó de los moralistas del momento, con Shaftesbury a la cabeza. Si de todo ello se hiciera una causa general, este pensador semidesconocido tiraría contra todo intento de reconciliar la sociedad de mercado con una especie de bonhomía pacata y dudosa que —por otra parte— siempre acaba favoreciendo a los mejor parados en la pirámide: una como la que ilustró el Industrial Worker en 1911, aunque con algunas actualizaciones, porque los curas, curillas y escatólogos varios han perdido mucha de su ascendencia histórica sobre las masas. Más allá de todo esto, no se puede negar la actualidad y pertinencia del planteamiento: solo hay que fijarse en la obra social de los bancos y el blanqueamiento mercadotécnico de las multinacionales, para entender que se acaba antes llamando a las cosas por su nombre. Es —más o menos— lo que hace el médico neerlandés: el progreso y el bienestar de las naciones no se puede alinear tan fácilmente con principios humanistas excesivamente ingenuos en el mejor de los casos, y engañosos e interesados en el peor y más probable.

"En resumen, Abejas sin fábula nos descubre a un pensador del egoísmo, antitético de sus mucho más numerosos contemporáneos defensores de la virtud, y más brillante y profético en determinados aspectos"

Gonzalo Díez ve en la fábula un “manifiesto cultural subversivo” frente a “atmósferas cargadas de buenas intenciones, espíritu reformista y una sentimentalidad a flor de piel”. Se sirve del enfoque crudo y pesimista del autor dieciochesco para su antropología del capitalismo, lo que acaba por demostrar que Mandeville sirve a Dios y al diablo. Este supeditó “la abnegación, la renuncia y el sacrificio” a “si se vive o no en condiciones de desarrollo económico”, lo que no queda nada lejos del materialismo histórico planteado por Marx y Engels, se entiende, como punto de partida de su visión también económica del progreso. Yéndonos al otro cabo, Friedrich Hayek escribió Dr. Bernard Mandeville (1968), o más bien publicó el contenido de una conferencia así titulada; un dato significativo teniendo en cuenta que Hayek es un notable representante de la Escuela Austriaca, quizá el referente más relevante e ilustrado de las galaxias contiguas —si no superpuestas— del liberalismo actual y el libertarismo de derechas.

En resumen, Abejas sin fábula nos descubre a un pensador del egoísmo, antitético de sus mucho más numerosos contemporáneos defensores de la virtud, y más brillante y profético en determinados aspectos. Entiende que habría que aceptar la corrupción de lo social e institucional como si se tratara de algo literalmente inseparable de la prosperidad, o de la prosperidad de los menos, si a eso vamos. Díez nos insta a comprender que su protagonista fue pionero en “entender la política como una hábil estrategia de gestión de las pasiones que evite sus peores efectos”, y no se puede negar que el esquema encaja bastante con lo que vemos cada día en periódicos e informativos. De hecho, encaja con lo que se ve hoy en todas partes, aunque las propagandas gubernamentales y corporativas hagan como que nada de eso suceda, tratando a las masas como a una colectividad de idiotas. Este último sentido de la fábula se basta para que interese desempolvarla, y también el hecho de que Mandeville sea “uno de los más maravillosos gamberros de la historia intelectual”. De esto último no cabe duda, como tampoco de que estamos necesitados de ese tipo de vandalismo: también ahora una niebla biempensante puede hacernos olvidar que el infierno está empedrado con buenas intenciones.

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Autor: Luis Gonzalo Díez. Título: Abejas sin fábula. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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