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Manual de psicogeografía

Manual de psicogeografía

Aitor Romero cumple a rajatabla el principio que afirma que un auténtico escritor ve algo donde los demás no ven nada. Además es distinto sin pedantería, sin necesidad de exhibición, pese a la cultura enciclopédica que demuestra. Podría definirse como un psicogeógrafo, disciplina que, según Wikipedia, “pretende entender los efectos y las formas del ambiente geográfico en las emociones y el comportamiento de las personas”. Romero toma lugares por los que pasamos con indiferencia y nos muestra lo que vemos y lo que no, su superficie y sus sótanos. Gracias a su mirada conocemos el auténtico interés que esconden, sea histórico, estético o psicológico, y al hacerlo nos relata también su propia vida. Ya lo hizo en su anterior libro de relatos, publicado también por Candaya y titulado Fantasmas de la ciudad. Hay algo de Sebald en él y también de Peter Handke, Vila-Matas y toda una zona de la posmodernidad europea, que no incurre en los excesos de la estadounidense. Por supuesto también puede detectarse cierta influencia de Agustín Fernández Mallo, sobre todo en la modernidad de las reflexiones, más que en la mirada, más distante e irónica en el caso de Romero. Tal vez uno de sus aspectos más interesantes sea que no se concede especial relevancia a sí mismo. No hay en él falsa modestia, cultiva un adecuado término medio que deja espacio a los lugares que retrata. Es una especie de dandy, un flâneur moderado, muy barcelonés. Pese a su densidad conceptual, su escritura es ágil e incluso entretenida. Sabe despertar la curiosidad del lector, no le abruma con datos y reflexiones fuera de lugar. No tiene necesidad de exhibirse. Gracias a su relativa modestia lo expuesto es percibido con mayor rapidez: es un libro que educa la mirada, no tanto para que sea como la del autor sino para que perciba lo que esconde, tras lo obvio, cada espacio. Existe, por lo tanto, una identificación total entre el narrador, el autor y el protagonista, pero no conocemos la vida del autor de manera directa sino por los espacios recorridos. Rompe ese criterio en la mejor parte del libro: aquella que narra la visita a Barcelona, su propia ciudad.

"El narrador vive en la extrañeza, en la ajenidad, no se considera parte de ningún lugar. Ni siquiera de su Barcelona natal"

La clave de cualquier libro de viajes es que aporte una nueva mirada sobre lo que ya conoces o que te incite a visitar lo que propone. Aitor Romero lo logra incluso cuando viaja a lugares tan frecuentados como Tánger o Nueva York. Lo consigue porque no disimula su condición de viajero, incluso de turista, ese término tan injustamente denostado, porque todos lo somos. No finge, como tantos narradores fascinados por Estados Unidos o Marruecos, que puede hablar desde un conocimiento absoluto. En la parte de Irlanda del Norte, un lugar también muy analizado, alcanza la distinción cuando se centra en la melodía «Danny Boy» y en la unidad de las dos partes de Irlanda por la devoción a una canción. También incluye agudas reflexiones sobre la violencia y sobre el morbo, incluso la nostalgia, que despierta: “Hemos terminado aceptando la ficción de que la paz es la normalidad europea y la violencia una clamorosa excepción. En este sentido, lugares como los Balcanes o Irlanda del Norte operan en la práctica como parques temáticos del presente histórico, donde el exotismo de la violencia es observado con interés lascivo por el turista comprometido”.

"Aitor Romero alaba a la polémica ciudad alicantina de Benidorm en un alarde de anticlasismo que no resulta snob porque parte del conocimiento, no de la boutade"

El narrador vive en la extrañeza, en la ajenidad, no se considera parte de ningún lugar. Ni siquiera de su Barcelona natal: vivió en uno de los barrios más elitistas de la ciudad, pero sus padres eran médicos, no millonarios, y no pertenecían a la tradicional burguesía local (venían de Navarra). Incluso lo deseado por todos en apariencia —la falta de traumas— dificultó su integración: “En mi curso era de los pocos, por no decir el único, cuyos padres no estaban divorciados. Aquello, la estabilidad familiar, también me parecía una anomalía, una prueba más de lo anodino de la clase media frente a la montaña rusa sentimental de los padres de mis amigos”. La Barcelona de Romero no es la típica, ni mucho menos: incluye perspectivas tan poco frecuentes como la Barcelona industrial, ya desaparecida. Es en ese recorrido donde alcanza niveles de emoción más elevados, porque también es la parte del viaje que encaja con momentos importantes de su vida personal, como es el fallecimiento de su madre, narrado con una mezcla de calidez y compasión, sin caer nunca en el sentimentalismo.

Tal vez la parte más original del libro sea la que narra su viaje a Benidorm. Aitor Romero alaba a la polémica ciudad alicantina en un alarde de anticlasismo que no resulta snob porque parte del conocimiento, no de la boutade. Lo demuestra cuando nos adentra en un entorno tan antintelectual, tan ajeno al propio Aitor (o a quien suponemos que es) o a los hipotéticos lectores de este libro como es un concierto de un grupo homenaje de Queen lleno de hooligans y alcohol barato. También alcanza una insólita mezcla de hilaridad y percepción cuando describe a los habitantes de la Benidorm aburrida, que acompañan en silencio a la ciudad de la juerga. Además revela datos sorprendentes, como que Ted Hughes y Sylvia Plath, durante sus buenos momentos, que también existieron, estaban enamorados de Alicante. Hay pocas miradas tan originales y lúcidas como la de Aitor Romero.

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Autor: Aitor Romero Ortega. Título: El arte de escribir de pie. Editorial: Candaya. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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