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Marino Pérez: «El satisfyer es la cúspide del individualismo»

Marino Pérez: «El satisfyer es la cúspide del individualismo»

El psicólogo Marino Pérez regresa con El individuo flotante. La muchedumbre solitaria en los tiempos de las redes sociales (Deusto), un ensayo a partir de su discurso de ingreso en la Academia de Psicología en España. Entre muchos temas centrales del libro —las redes sociales, la crisis de salud mental—, comenzamos por esa contradicción actual: la soledad de la muchedumbre.

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—¿La soledad no existió siempre?

—La soledad no existió siempre porque la gente vivía en comunidad, en contextos familiares amplios, en tribus, en pueblos… Y la vida natural, por decirlo así, implicaba siempre estar con alguien, implicaba la relación con los demás. Hay un autor que yo cito en el libro que señala que en el siglo XVII nadie se encontraba solo. Y es a partir de estas fechas, del siglo XVII y XVIII en adelante, y desde luego ya en los siglos en los que vivimos, cuando la gente se hizo más individualista y más «ella misma», más reflexiva sobre el respecto de sí mismo. Así se fueron generando espacios aislados de unos con otros. El proceso de civilización consistió en una individualización cada vez mayor de los individuos dentro de su casa, en las habitaciones para dormir, en la mesa con cubiertos ya individualizados… Y así ha progresado ese individualismo hasta nuestros días. Seguramente la figura más marcada de individuos separados unos de otros, aunque estén juntos, sería la de un individuo por la calle con cascos escuchando algo y pasando de los demás con una cortés indiferencia. Él está en otro mundo, que no es el de estar allí, en la calle, sino un mundo ya interior que lo envuelve.

—Porque no es lo mismo individuación que individualismo.

—Exactamente. No es lo mismo. Individuación es que en nuestras sociedades desde el siglo XVI se dio un proceso de individuación donde los individuos ya se consideraban por sí mismos con cierta independencia de la familia extensa a la que pertenecían, o del gremio, etcétera… Los individuos empezaron a ser responsables de sus actos y dejaron de serlo la tribu o sus hijos. Nuestra sociedad se fundamenta en el individuo como responsable y unidad de deberes y de derechos. Y a partir de esa individuación pues se fue desarrollando el individualismo.

—¿A qué se debe este desarrollo exacerbado del individualismo? Empecemos aclarando que el individualismo per se no es necesariamente malo.

"El individualismo per se no es malo. De hecho es un avance en la civilización"

—No, el individualismo per se no es malo. De hecho es un avance en la civilización. Un logro de la cultura o la civilización individual donde los individuos son sujetos de derechos y deberes. Y no son responsables sus antecesores o sus sucesores, no son sobre los cuales hay que llevar a cabo venganzas, etcétera. El malo sería ese individualismo a ultranza de nuestra época. Ese individualismo está montado sobre un subjetivismo, sobre una supuesta emanación interior de las cualidades de las personas. Donde parece que el individualismo se desarrollara al margen de la sociedad y la sociedad fuera la que debiera algo a los individuos. Cuando, si los individuos son algo, lo que sean, incluyendo ser individualistas, se debe a la sociedad. Ahí se establece ese individualismo que muy a menudo también acarrea problemas psicológicos. Ese individualismo exacerbado, que parece que está aparte de la sociedad aun cuando está segregado por la misma sociedad, daría como resultado un individuo que piensa en sí mismo y para él la sociedad sería como una especie de supermercado que le ofreciera oportunidades. Donde uno no sería responsable de las desigualdades o responsable de que no todos los individuos tengan las mismas oportunidades. Y es interesante establecer un cierto contraste entre las sociedades colectivistas que todavía perduran. Se suelen citar a menudo las sociedades asiáticas, como Japón y otras, donde parece que siguen combinando el colectivismo, donde los individuos están más pendientes de la sociedad que pendientes de sí mismos y asumen el individuo como parte de la sociedad. Y un poco diferente sería en Occidente donde el individuo sería alguien que no debe nada a la sociedad. Como si no le debiera nada él a la sociedad, y la sociedad le debiera a uno todos los conforts y demás.

—Parecería que este tipo de de individualismo exacerbado sustituyese hoy día a la religión: tal que como «yo lo siento» pues palabra de Dios.

"El individuo occidental del que estamos hablando, es el heredero de los atributos que antes estaban reservados a Dios. De ser autónomo y creador"

—En cierta manera sí lo es. Porque las religiones, en concreto la religión cristiana y la católica que es la que nos afecta, la que nos ha traído aquí, supone como ya sugiere el término religión «religación». Religación, si eso a Dios, pero religación también a los demás. En un contexto eclesial, de ágape, de comunidad, de pensar en los demás, los hermanos: todos estos aspectos son esenciales en las religiones tradicionales y en la religión cristiana. Entonces el individualismo viene a ser una especie de endiosamiento del propio individuo. No debería nada a Dios, eso sería lo de menos, sino que tampoco debería nada a los demás. Sería entonces un individuo que emerge supuestamente de una naturaleza prístina de cualidades y sentimientos. Ahí estamos ahora: en la apoteosis del individualismo. El individuo occidental del que estamos hablando, es el heredero de los atributos que antes estaban reservados a Dios. De ser autónomo y creador.

—Porque, aunque sea un gran papel, muy deseado, la gente lo pasa fatal queriendo ser dioses.

—Sí, sí, claro. Empezando porque no somos dioses. Socialmente este endiosamiento está ocurriendo en nuestra sociedad y en nuestros tiempos. Por mucho que se diga que las redes sociales sirven para conectar con los demás, en realidad es uno el que quiere exhibirse y que los demás sirvan de aplauso y de seguidores y de proveedores de likes. Además uno a su vez es feligrés de otros. Entonces, cuando hay tantos dioses algo va mal: ya no iba bien cuando había un solo Dios, pues tanto peor en la medida en que cada uno se lo crea de sí mismo. Y muchos ceden a dioses que crean sectas y ofrecen salvaciones, y eso ya no sé si es peor que el endiosamiento de cada uno. Esa adhesión a un iluminado ha generado un tipo de verdad, y la gente los sigue por no sé para qué. Estamos en una sociedad racionalista, se supone, donde todos hemos ido a la escuela y todos tenemos una veneración por la ciencia y la tecnología, y aún no entiendo cómo siguen existiendo sectas.

—Encuentro un hallazgo literario en su libro: cuánto pesa la levedad del ser actual. Porque esa levedad aparente, de tontería e influencers, pesa muchísimo.

"Creo que las depresiones, las ansiedades y todos los malestares típicos de hoy día son resultantes de esa levedad del ser"

—Esa levedad del ser actual trae como consecuencia muchas, muchas pesadumbres. La levedad del ser pesa al final. La levedad del ser es una buena imagen del individuo moderno. Vivimos en una sociedad plural que propone muchas posibilidades de ser pero que luego es difícil engranarse con algunas de estas posibilidades, porque todas son parecidas, intercambiables o valen igual algunas que otras. Entonces uno queda flotante, queda líquido, queda flexible. En principio eso puede ser algo adaptativo, algo que funcione bien en una sociedad que es ella misma ligera y líquida y cambiante. Pero al final precisamente la ligereza y la brevedad del ser supone que uno no tiene un anclaje en nada que le sea importante. Uno está flotante. Entonces esa levedad del ser se paga con que uno no tiene sentido en su vida, entendiendo por sentido el doble aspecto de dirección, donde haya valores u horizontes que tiren de uno, y de significado, donde no hay nada valioso. Entonces creo que las depresiones, las ansiedades y todos los malestares típicos de hoy día son resultantes de esa levedad del ser, que se paga con los malestares que luego van a requerir una ayuda que la sociedad no presta así porque sí.

—¿Cuán importante fue para usted Ortega, no sólo en este libro, sino en general?

—Tengo dos patronos filosóficos. Uno sería Ortega: a partir de un profesor del instituto Alfonso II de Oviedo, Pedro Caravia, un profesor mítico de filosofía que fue discípulo de Ortega. Gracias a él tuve el imprinting de Ortega para entender también el mundo actual. Porque Ortega tiene mucho de psicólogo social. Se ve en El hombre y la gente, o por supuesto, en el concepto de hombre-masa: es un diagnóstico hecho en 1929 de todo lo que vendría después. Y el otro patrono filosófico sería Gustavo Bueno, del que tomo precisamente la noción de individuo flotante, que él aplicó al psicoanálisis y demás, y que yo extiendo. Pero en principio fue Ortega entre los filósofos con nombre propio más cercanos que me ha llevado a estudiar las cosas que luego estudié.

—El selfie. Habla de él profusamente en el libro y lo utiliza de herramienta, a la vez, para explicar herramientas. ¿Hasta qué punto estas herramientas completan y terminan los planteamientos de Bueno y de Ortega?

"Estas herramientas, las redes sociales, son seguramente las tecnologías más más influyentes hoy día porque nos envuelven a todos"

—Estas herramientas, las redes sociales, son seguramente las tecnologías más más influyentes hoy día porque nos envuelven a todos. Todos somos usuarios de ellas, independientemente de que conozcamos su funcionamiento. Entonces constituyen materiales sobre los cuales pensar el presente. Y esto engrana, creo, tanto con Ortega como con Bueno. Ortega tiene su meditación sobre la técnica, sobre las herramientas, y él no es un denostador de la técnica, sino que habla de que el ser humano evoluciona, se desarrolla y se constituye históricamente a través de las técnicas que sean. Desde la piedra o el fuego hasta las tecnologías actuales, las herramientas constituyen nuestra manera de estar en el mundo. Pero al mismo tiempo tendríamos que estar vigilantes de que las herramientas nos usan a nosotros y no somos nosotros los únicos usuarios de ellas. Sería no denostar las técnicas, ni tampoco dejarse llevar por ellas río abajo. Las técnicas constituyen materiales del presente de cualquier filosofía que se precie, como por ejemplo la filosofía de Bueno: una que se caracteriza por analizar el presente, por pensar el presente. Hoy día los dos artilugios técnicos que vienen a epitomizar el individualismo al que hemos llegado son el satisfyer y el selfie.

—Desarróllemelo.

—Los selfies se han convertido en una necesidad que tiene mucha gente. Están enclavados en todas esas prestaciones que tiene el teléfono móvil entre las cuales la de hablar por teléfono es la menos practicada. Esas tecnologías que solucionan los problemas que tiene la gente de hacerse fotos continuamente retocadas para enviar e impresionar a otros y mostrar. El selfie satisface esas necesidades creadas por la propia tecnología. Ahí está envuelto el individuo como usuario usado por la propia tecnología y seguramente más usado por ella que no meramente usuario de ella.

—No se me escape del satisfyer.

—(Se ríe) El satisfyer es compatible seguramente con el uso casi simultáneo del selfie (nos reímos). El móvil para mostrarse, exhibirse y tener una especie de heterorelación a distancia, y el satisfyer como un satisfactor inmediato. El satisfyer es la cúspide del individualismo subjetivista, centrado en uno mismo. Donde se llegaría a prescindir de los demás.

—Y el satisfyer como aparato que evita la repulsión por el cuerpo ajeno. Porque en el individualismo exacerbado existe repulsión por el cuerpo ajeno y el propio.

"Tenemos ahí esa contradicción de repudiar el cuerpo y falsearlo con filtros, y al mismo tiempo explotarlo en sus aspectos más recónditos"

—No sé cómo se podría articular esas contradicciones que forman parte indiscutible de nuestra sociedad. A veces una repulsión del cuerpo, de querer reformarlo con cirugía o los propios selfis, en vez de ser realistas, retocarlos. Y entonces enviar o adoptar una fotografía filtrada, completamente falseada. Pero por otro, a su vez, el satisfyer explota los aspectos corporales más elementales. Llegando con el aparato, el instrumento, el dildo, como diría Paul B. Preciado, a sitios recónditos donde el compañero no llegaría de forma natural. Tenemos ahí esa contradicción de repudiar el cuerpo y falsearlo con filtros, y al mismo tiempo explotarlo en sus aspectos más recónditos, allí donde llega la tecnología.

—Escribe en su ensayo «nada sólido, ni el trabajo, ni las relaciones, ni las cosas». Ya. Pero la gente es feliz, ¿por qué es feliz cuando no hay nada sólido?

—La gente dice que es feliz pero ciertamente no es feliz. Aunque las encuestas muestren en España y prácticamente en todos los sitios que el 80% de la gente puntúa lo feliz que es con un ocho, un nueve o un diez en una escala de diez. Lo cierto es que esas estadísticas no se compadecen con la crisis de salud mental que afecta al 60 o 70% de la gente. O sea, si sumas los la cantidad de trastornos por los cuales va la gente a la clínica con las encuestas donde se pregunta a la gente joven cómo le va y si le preocupa la ansiedad, la depresión o la la tristeza, el 80% te dice que está muy preocupado por la tristeza, por la depresión y demás. Entonces toda esa felicidad que te cuenta la gente no se corresponde con su vida real. Y luego cuando se hacen estudios más despacio e incluso preguntando a la gente que respondió en las encuestas que es muy feliz, entrando ya en detalles, se ve que esa gente tiene los mismos problemas que tenemos todos. Problemas familiares, problemas económicos, desavenencias de no sé qué, tiene dificultades… Tiene los problemas que tiene la vida aunque uno digamos esté funcionando en ella con cierta desenvoltura. La felicidad funciona porque es una palabra comodín que no significa nada o significa lo que uno quiera en cada momento.

—Se oye mucho por ahí a personas y a enseñantes que dicen que «tenemos derecho a ser felices».

"Que se sepa en ningún sitio, en ninguna institución está escrito que los humanos tengan derecho a ser felices"

—Que se sepa en ningún sitio, en ninguna institución está escrito que los humanos tengan derecho a ser felices. Y que esto lo puedan reclamar como podría reclamarse una vivienda o derecho a la dignidad, al honor o algo así. Lo que dice la Constitución o la Declaración norteamericana de Independencia es que los hombres tienen derecho a buscar la felicidad. Y ahí está precisamente la trampa. Buscar la felicidad implica que nunca la vas a encontrar. Porque siempre llegas a una situación que respecto de la anterior te hace feliz, pero una vez que estás en ella siempre hay otra ulterior que tiendes a alcanzar. Aquí seguramente habría que pensar como los griegos: solamente podría declararse feliz a alguien después de muerto. Porque la felicidad de un momento puede ir seguida de desgracias y adversidades. Si el personal está entretenido buscando la felicidad, no hay nada mejor para los gobiernos, para los estados, que los individuos estén buscando algo que nunca van a encontrar. Y entretanto en una sociedad individualista, que es en la que estamos, la gente buscando la felicidad que no va a encontrar y de paso lo que va a encontrar es la infelicidad, porque los propios estudios muestran que cuando estás pendiente de ser feliz, pues no estás viviendo. Estás entorpeciendo tu propia vida y estás baremándola de acuerdo a estándares que siempre te van a dejar en deuda.

—Un pequeño impás: ya que ha sido un éxito brutal Nadie nace en un cuerpo equivocado, el ensayo que escribió con el profesor José Errasti, de forma amplia ¿lo trans y lo queer también serían una quimera en ese sentido, similar a la felicidad, una quimera en la que mantenerse entretenido?

—En relación con esto que hablamos creo que la disforia de género, puesta de relieve en los últimos diez años, es un ejemplo también de esta flotación. De individuo flotante que incluso ya flota sobre el propio cuerpo. Donde se supone que el cuerpo biológico es lo de menos y que lo definitivo o lo importante son los sentimientos que uno tenga. Y naturalmente esos sentimientos los genera la propia sociedad pero uno cree que es él mismo el que ha generado esos sentimientos y entonces ahí tienes una especie de quimera. Porque esa divisoria que supone un malestar y ese sentimiento de querer tener otro cuerpo, de suponer que estás viviendo en el cuerpo equivocado, pues te lleva también a confiar en la tecnología como la magia por la cual te va a sacar de un malestar para llevarte a un bienestar desconocido y sumamente deseado porque te va a poner ahora el cuerpo que se corresponde a tu sentimiento. Entonces ahí hay una quimera: una felicidad confiada a la tecnología que ciertamente no te va a servir. Y por lo que sabemos los malestares no cesan y se añaden otros malestares porque todas esas intervenciones quirúrgicas que te iban a salvar del cuerpo en realidad te convierten en un enfermo crónico. Siempre vas a necesitar cirugías complementarias, de retoque y la medicación que te mantengan el cuerpo del otro sexo del que has nacido.

—Su libro no da una solución porque es imposible que la diese. Pero sí propone cosas: escribe en relación con la sociedad, «el liberalismo clásico proveniente de la Ilustración sigue siendo una opción no superada a pesar de su desvirtuación, tanto por la derecha como por la izquierda». Esta reivindicación del liberalismo clásico proveniente de la Ilustración suena a la vez hacia el pasado y hacia el futuro. Yo intento practicarlo, pero me siento como si fuese a la playa con uno de estos bañadores de cuerpo entero de los años 20. Más solo que la una. Pero sería un buen primer paso.

"La izquierda ha convertido los deseos en derechos y la derecha neoliberal los ha satisfecho y los ha capitalizado con sus productos"

—Sí, sí, efectivamente. Yo reivindico el liberalismo clásico de la Ilustración como una opción válida, entre otras cosas porque no hay otras alternativas. Ese el liberalismo que hasta hace unos años era una base común en la que se movían la izquierda y la derecha, que podían estar de acuerdo en los derechos universales para todos los humanos, independientemente de sus de sus religiones, gremio, raza o lo que fuera. Esa confianza que tenían en la ciencia y en el conocimiento, etcétera… Pues todo eso era una base común que se ha perdido. La izquierda ha derivado en ese liberalismo identitario de las subjetividades donde se convierte a cada individuo en una tribu o en un manojo de agravios que tiene que reclamar. Y la derecha también ha explotado ese subjetivismo satisfaciendo los deseos con los productos de consumo de la industria de turno. La izquierda ha convertido los deseos en derechos y la derecha neoliberal los ha satisfecho y los ha capitalizado con sus productos. Como no hay otra gran opción, sigue siendo válido el liberalismo clásico que tenga que abrirse paso entre estos dos extremos. Seguramente tiene mucho que cambiar. Habría que devolver la confianza de la gente en las instituciones, empezando porque las instituciones políticas sean confiables; que los ciudadanos vuelvan a confiar en las instituciones educativas y los padres no se conviertan en sindicalistas de los hijos, y entonces vayan a resultas de algo que el niño ha expresado a reclamar al profesor como si fuera un panadero. Y seguramente en esta línea de recuperación de cosas habría que recuperar la figura del ciudadano, sea lo que sea eso, respecto de la figura del consumidor en la que hemos caído. Mientras seamos como somos, consumidores, estaremos perdidos.

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Ricarrob
Ricarrob
11 meses hace

Parece que es necesario leer este libro y el anterior. Las cosas bastante en su sitio. El hombre flotante me ha recordado a Bauman, por lo que se podría completar la frase: el hombre flotante en una sociedad líquida. Psicólogo este señor pero con muchas dosis de filósofo. Y es que a los inrelectuales y sus enseñanzas las tebemos que buscar aquí, no en los cantantes, futbolistas, influencers o directores de cine.

Genial remarcar que tenemos derecho a buscar la felicidad. Buscarla. Lo que no tenemos es derecho a ser felices, caiga quien caiga. Creer que tienes derecho a ello es cagarla (perdón por lo escatológico).

Y el individualismo, promovido y ofertado (lo trans, el ultrafeminismo…) desde la política para aislar a las personas y poder manipularlas, destruyendo, por ejemplo, la familia. Cuando todos seamos trans y no exista el sexo masculino, la felicidad será universal, el mundo un paraiso y gobernará para siempre la izquierda.

El individuo solitario flotando en un universo líquido lleno de excrementos. Cuanta más felicidad publicitada, màs infelicidad real y más enfermedades mentales. Es así.

Xose
Xose
11 meses hace

Bueno, es interesante, pero apuntar q los selfies también se hacen con la pareja, amigos, familiares y no son necesariamente individuales.
Y el satisfyer, como muchos aparejos de este tipo, también se usan en pareja como estimulante y ayuda.
En fin, me apetecía comentar lo aparentemente más banal de la entrevista.

Josey Wales
Josey Wales
11 meses hace

Un hombre sensato. Creía que se habían extinguido. Lo único que no entiendo es la reivindicación del liberalismo clásico.