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Mary Ure, la alucinada con la que acabó una maldición

Mary Ure, la alucinada con la que acabó una maldición

Cuando una copa es demasiado y cien no son suficientes, la muerte puede sobrevenir por cualquier causa y en cualquier lugar. William Holden —inolvidable en su creación del Pike Bishop de Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969) y en tantos filmes de Billy Wilder: El crepúsculo de los dioses, (1950), Traidor en el infierno (1952), Sabrina (1954)—, conducía ebrio por una carretera de Pisa en 1966 cuando provocó la muerte de otro conductor. Al menos así lo consideró el jurado correspondiente, que le condenó a ocho meses de suspensión de carné. Muy afectado por aquello, perdió esa teatralidad de los borrachos, que se creen iluminados por el don de la ebriedad, cuando lo único que hacen es importunar a quienes fingen escucharlos.

Tras aquella desgracia, William Holden empezó a beber a solas, en su casa, donde nadie podía ver todo lo a gustito que llegaba a ponerse. Tras su último trago, ingerido el 12 de noviembre de 1981, perdió el sentido. Al caerse se desnucó contra un mueble y murió desangrado. Encontraron el cadáver de quien fuera el mayor Henry Kendall de Misión de audaces (John Ford, 1959) varios días después.

"Si el ebrio es joven, los adultos sobrios suelen mostrarse más condescendientes. Es como si pensasen que, con los pocos años, aún hay tiempo para enmendar la sed"

El caso de Mary Ure es parecido. Esta actriz escocesa (Glasgow, 1933-Londres, 1975) arrastraba problemas con el alcohol desde que se la recuerda. Compañera sentimental durante varios años de John Osborne, uno de aquellos “jóvenes airados”, que llamó la crítica al grupo de escritores surgido en el Reino Unido a mediados de los años 50 como los nuevos bárbaros que habrían de revolucionar la escena cultural del país y proporcionar alguno de sus mejores argumentos al free cinema —el nuevo cine británico nacido a finales de los 50—, Mary cobró notoriedad interpretando en los escenarios londinenses a Allison, una de las mujeres de Mirando hacia atrás con ira, el más célebre drama de Osborne y una de las piezas fundamentales de aquella literatura.

A la gran pantalla, Mary Ure llegó con algo mucho más clásico. Tanto como el remake de Las cuatro plumas (Zoltan Korda, 1939), una de las cumbres del cine colonial, que el propio Korda realizó en el 55, y con la colaboración de Terence Young, bajo el título de Tempestad sobre el Nilo. La lozanía que tenía entonces la actriz —22 años contaba en aquellos días—, hizo que apenas trascendiese su forma de beber. Si el ebrio es joven, los adultos sobrios suelen mostrarse más condescendientes. Es como si pensasen que, con los pocos años, aún hay tiempo para enmendar la sed. Sin embargo, si el que bebe es un tipo de 63 años, la edad de William Holden en su último ciego, se da por sentado que el borracho seguirá dándole al frasco hasta matarse y resulta molesto. La creación de Mary Burroughs, la hija del general y prometida de Harry Faversham (Anthony Steele), a quien dará la cuarta pluma que le tacha de cobarde cuando el joven renuncia ir a África junto a su regimiento. Pese a la villanía que entraña el personaje, Mary Burroughs ha quedado como la creación candorosa de la actriz.

Mary Ure ya estaba en ese camino que lleva a que una copa sea mucho y un centenar insuficiente —esa definición exacta del alcoholismo que dio Eric Clapton— aunque nadie lo notase al verla marchar entre aplausos del escenario a los rodajes. Quienes se descubrieron ante su Ofelia, en un Hamlet que coincidió con el estreno de Tempestad sobre el Nilo, seguro que atribuían esa euforia, que a menudo delataba a la joven actriz, a su vertiginoso éxito. Era el whisky, un whisky que bebía en demasía, incluso para ser escocesa. Pero aquello era el ascenso de una actriz que parecía llamada al estrellato. Y parecía que nada ni nadie la iban a parar.

"La actriz era una de esas intérpretes en alza con la que todos querían trabajar. Nominada en numerosas ocasiones, nunca llegó a obtener ningún premio de consideración"

Volvió al cine colonial en Alarma en extremo Oriente (Ronald Neame, 1957). Aunque en esta segunda interpretaba un personaje más maduro —la sofisticada esposa del protagonista— su papel definitivo en la gran pantalla fue el mismo que recreó en los escenarios, la Allison de Mirando hacia atrás con ira, la versión fílmica del celebrado drama de su marido —se había casado con Osborne en el 58—, dirigida por Tony Richardson en el 59. Hoy es uno de los clásicos del Free Cinema que la actriz protagoniza junto a Richard Burton y la maravillosa Clair Bloom.

Mucho más conocido como director de fotografía que como realizador, iluminó algunas de las grandes producciones de su tiempo —La reina de África (John Huston, 1951), La condesa descalza (Joseph L. Mankiewicz, 1954), Guerra y paz (King Vidor, 1956)…—, Jack Cardiff, desde finales de los años 50, también venía desarrollando una filmografía sobresaliente como realizador. Llegado el momento de rodar Hijos y amantes (1960), una adaptación de D. H. Lawrence ambientada en una ciudad minera, toda una polifonía que, como tal, contó con algunos de los actores más destacados del panorama británico, también confió a Mary Ure uno de sus personajes. La actriz era una de esas intérpretes en alza con la que todos querían trabajar. Nominada en numerosas ocasiones, nunca llegó a obtener ningún premio de consideración. Y empezaba a hablarse demasiado de ella. Era del dominio público el romance que, estando aún casada con Osborne, mantenía con el actor Robert Shaw. Osborne tampoco se esforzaba por esconder los líos con todas las mujeres que le atraían y se dejaban seducir, y las aspirantes a actrices que soñaban con un papel.

"Tras el estreno de El exorcista en 1973, Drácula y el resto de las monstruosidades que venían protagonizando la pantalla de terror desde que la universal pusiera en marcha su primer repertorio se habían quedado obsoletos"

Eso era lo que había cuando Mary Ure empezó a llegar a los rodajes borracha. Aun así, Basil Dearden le confió uno de los papeles protagonistas de El extraño caso del doctor Longman (1963), uno de los grandes títulos que inspiró la Guerra Fría. Totalmente alcoholizada, sólo consiguió trabajar en una cinta menor del gran Robert Siodmak, La última aventura del general Custer (1967). Por cierto, Custer estaba recreado por Robert Shaw. A finales de los años 60, nadie quería trabajar con nuestra actriz. Nadie excepto Richard Burton. Debió de ser él, que a buen seguro vació varias botellas junto a ella, quien la impuso como la Mary Ellinson de El desafío de las águilas (Brian Hutton, 1964). Acaso sea ésta la cinta más popular de nuestra actriz. La otra chica es la maravillosa Ingrid Pitt, otra actriz con la suerte limitada. Por parte de Mary Ure hubo poco más, algo de televisión y teatro.

Hace ahora medio siglo, un demonio del viento sumerio, conocido como Pazuzu y convertido por William Friedkin y su guionista, William Peter Blatty, en el mismísimo Satanás, cambió el paradigma del cine de miedo. En efecto, esta antigua entidad infernal, que, según la mitología de Mesopotamia, llegado el caso, también podía adquirir un carácter apotropaico —es decir, tornar sus artes impías y arcanas en protección de las maldiciones a las embarazadas—, había desplazado al vampiro, al licántropo y a la abominación de Frankenstein del triunvirato rector del cine de miedo. Tras el estreno de El exorcista en 1973, Drácula y el resto de las monstruosidades que venían protagonizando la pantalla de terror desde que la universal pusiera en marcha su primer repertorio se habían quedado obsoletos. Lo que asustaba ahora eran los niños endemoniados. Damien (Richard Donner, 1976), no tardaría en llegar a la cartelera. El Exorcista 2: el hereje (John Boorman, 1977), vendría detrás.

"Mary Ure, con su actividad teatral menos afectada que la cinematográfica, pero sin posibilidad de elegir mucho los papeles que le ofrecían, aceptó protagonizar un montaje teatral sobre El exorcista"

Pero lo más curioso puede que sea que, a diferencia de Drácula, el hombre lobo y el engendro del barón, los endemoniados sí asustaban a los espectadores. Pese a la falta de rigor —el Satanás que se muestra en la cinta de Friedkin es una reproducción ampliada de la estatuilla de Pazuzu conservada en el Louvre— El exorcista dio tanto miedo a tanta gente que incluso se empezó a hablar de maldiciones. De técnicos del rodaje muertos y desaparecidos en extrañas circunstancias. Pazuzu ya había sido retratado por el cine en Haxan: la brujería a través de los tiempos (Benjamin Christensen, 1922). Sin embargo, fue tras el estreno de El exorcista cuando la gente se asustó. La iglesia, preguntada sobre el tema, en buena lógica con varias cuestiones de su credo, contestó que el Diablo existía. Y fue así como una sociedad, que ya había iniciado ese camino a nuestro actual escepticismo, empezó a temer a las representaciones del Diablo.

Mary Ure, con su actividad teatral menos afectada que la cinematográfica, pero sin posibilidad de elegir mucho los papeles que le ofrecían, aceptó protagonizar un montaje teatral sobre El exorcista. La misma noche del estreno, el 3 de abril de 1975, Robert Shaw se la encontró muerta al llegar a casa. El parte médico dijo que el óbito se produjo a consecuencia de una fatal mezcla de alcohol y barbitúricos y alcohol. Sin embargo, quienes creen en estas cosas, dicen que la mató un diablo, invocado en vano con su representación. De ser así, la historia de Mary Ure sería la de una alucinada con la que acabó una maldición.

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