Inicio > Series y películas > Malditos, heterodoxos y alucinados > Ingrid Pitt, la reina bohemia del «fantastique» británico

Ingrid Pitt, la reina bohemia del «fantastique» británico

Ingrid Pitt, la reina bohemia del «fantastique» británico

Una velada, de hace no sé cuántos años, alguien —plenamente consciente de que me estaba regalando los oídos con sus amenidades— me habló de una llegada memorable de Barbara Steele al Festival de San Sebastián. Le acompañaba un hippie, su chico de entonces, y los dos iban borrachos como cubas. Aquel tipo sabía que a mí las actrices me gustan más aún, si cabe, si además de buenas intérpretes son bohemias, libertinas e indómitas, como recuerdan a Ava Gardner quienes la conocieron en Madrid. Sí señor, esas despreocupadas hasta el punto de que, llegado el momento de hablar en público, son capaces de presentarse ante la audiencia alucinadas, me dejan fascinado. Nada que ver con esas otras, mucho más frecuentes en nuestros días, concienciadas y solidarias con todo lo que haga falta.

Esa edad dorada del fantastique británico, que se extendió desde el estreno de La maldición de Frankenstein (Terence Fisher, 1956), el primer éxito de la Hammer Films, hasta el de El exorcista (1973), de William Friedkin —fallecido esta misma semana—, fue pródiga en esas actrices bohemias, indómitas y libertinas a las que me refiero. Entre aquellas vampiras y demás condenadas, a las que pusieron fin los endemoniados que sucedieron a la pequeña Regan (Linda Blair) de la cinta de Friedkin en la tipología prominente del cine de terror, hubo unas cuantas de las mías.

No fue el caso de Barbara Steele, quien, aunque inglesa de nacimiento, hizo carrera en ese gótico italiano, paralelo al fantastique británico, que tanta bonanza aportó al cine de miedo de aquellos años. Pero sí lo fue de Ingrid Pitt, la reina de las hammerettes, la Marcilla/Carmilla/Mircalla Karnstein de Las amantes del vampiro (Roy Ward Baker, 1970). A fe mía, se trata de la mejor adaptación a la pantalla de Carmilla (1872), que a su vez es uno de los mejores precedentes del Drácula (1897) de Bram Stoker.

"Ingrid Pitt fue inspiradora de las devociones más apasionadas que conoce el cine de culto"

Tras incorporar a Marcilla/Carmilla/Mircalla Karnstein, la vampira por excelencia del cine de terror, bajo cualquiera de sus tres nombres, y por supuesto de la novela gótica, Ingrid Pitt fue inspiradora de las devociones más apasionadas que conoce el cine de culto. Sólo llevó a cabo dos colaboraciones con la Hammer, no obstante pertenece por derecho propio a la aristocracia del estudio. El equivalente femenino a Christopher Lee, podría decirse. Y como él, también fue una genuina representante de la edad de oro de las coproducciones europeas.

Antes lo había sido de la diáspora que sufrieron los perseguidos por el nazismo que vivieron para contarlo. Ingoushka Petrov —así fue inscrita en el registro civil de Częstochowa, la ciudad polaca en la que vino al mundo en 1937— aún era una niña cuando sufrió tres años de reclusión en el campo de concentración de Stutthof, en las inmediaciones de Gdansk. Aunque su padre no la encontró, cuando intentaba buscarla mediante la Cruz Roja internacional, tuvo más suerte que los 65.000 internos que dejaron la vida entre aquellas alambradas.

Las primeras noticias que se refieren a Ingrid como actriz la sitúan en los escenarios de Berlín Este. Helen Weigel, la viuda de Bertolt Brecht, fue su mentora en la Berliner Ensemble. “Siempre he tenido la lengua muy larga para los totalitarismos”, escribe en sus memorias, Life’s a Screen (1999), de modo que acabó por topar con los comunistas como, siendo aún una niña, los nazis toparon con ella. Se diría que su historia simboliza el reparto de Polonia entre unos y otros.

"Fue José Antonio Nieves Conde quien descubrió en Ingrid a la futura musa del cine de terror, al incluirla, junto a Soledad Miranda, en el reparto de El sonido de la muerte"

Ingrid Pitt cruzó finalmente el Telón de Acero con la Volkpolizei pisándole los talones. Casada con un soldado estadounidense, también cruzó el Atlántico. Su matrimonio fue tan breve como suelen serlo los de las chicas que desposan a un soldado acuartelado en el extranjero. Tras la separación, se instaló durante algún tiempo en Estados Unidos, en casa de una hermana.

Pero habría de ser aquí, en la España de las coproducciones internacionales, donde la fugaz intérprete del Berliner Ensemble y otras grandezas de la escena alemana debutó en la gran pantalla. Fue en Doctor Zhivago (David Lean, 1965). Aunque hay que esforzarse mucho para encontrar a la joven Ingrid en aquella cinta, donde se empleó como una simple extra, al igual que en Campanadas a medianoche (Orson Welles, 1965), había algo en Ingrid Pitt que, desde el primer momento, llamó la atención de alguno de los más destacados cineastas autóctonos. Julio Busch, muy aplaudido entonces por El salario del crimen (1964), su estimable aportación al Spanish noir canónico, la incluyó —junto a Rossana Yanni y José Bódalo— en el reparto del film promocional Barreiros 66, un acercamiento a uno de los empresarios modelo de aquellos años.

Fue José Antonio Nieves Conde quien descubrió en Ingrid a la futura musa del cine de terror al incluirla, junto a Soledad Miranda —que a su vez habría de ser la inspiración de Jesús Franco—, en el reparto de El sonido de la muerte (1965). Para entonces, la joven actriz de origen polaco ya está tan asentada en el cine español que lo mismo protagoniza para Ana MariscalLos duendes de Andalucía (1966)—, que colabora con Richard Lester, cuando ese mismo año viene a rodar aquí Golfus de Roma, en los decorados de La caída del imperio romano (1964).

"Todavía sonaban aquellos aplausos cuando fue invitada a la fiesta de presentación de Alfredo el Grande (Clive Donner, 1969), donde conoció a James Carreras"

Ya digo, entró en el cine por una puerta grande y dichosa: la abierta en la España de las coproducciones internacionales. Naturalmente, su especialidad eran esas extranjeras de los primeros bikinis, que las señoras del luto riguroso llamaban “frescas” y dejaban fascinados —tanto como a mí las actrices bohemias y libertinas— a los nacionales. De ahí que el gran personaje en nuestra pantalla de la maravillosa Ingrid —en este caso sin coproducción foránea— fuera Dorothy, la sueca a la que camela Manolo Escobar en Un beso en el puerto (Ramón Torrado, 1966), cinta tan representativa de la pantalla nacional de entonces que, si es que no lo ha sido ya, hoy sería objeto de varias cancelaciones.

Tras abandonar España, al parecer presionada por un emergente sindicato de actores que no quería a extranjeros trabajando en el país, pudo vérsela en un episodio de la serie Ironside: The Fourteenth Runner (1967). En sus secuencias interpretaba a Irene Novas. Hubo otras colaboraciones con la televisión estadounidense. Los adoradores de la reina del terror tienen en muy alta estima The Omegans (1968), una extraña coproducción entre Estados Unidos y Filipinas que supone el primer acercamiento de la actriz a la ciencia ficción. Pero será con su creación de la Heidi de El desafío de las águilas (Brian G. Hutton, 1968) con la que alcance su mayor registro ajeno al terror.

Todavía sonaban aquellos aplausos cuando fue invitada a la fiesta de presentación de Alfredo el Grande (Clive Donner, 1969), donde conoció a James Carreras. La contundencia de las formas de Ingrid, el misterio que entrañaba su belleza y un detalle que se escapa al espectador español, el acento eslavo de la actriz —tan adecuado para esa Europa central en la que se localizaban la mayoría de aquellos miedos—, debieron de prendar al entonces presidente de la Hammer Films desde el primer momento: unos días después le ofrecía el personaje de Marcilla/Carmilla/Mircalla Karnstein de Las amantes del vampiro, a todas luces la gran creación de la bella Ingrid.

"Retirada, otra vez, en 1988, se dio a conocer como escritora de relatos fantásticos"

Tras asentarse en el trono del escalofrío, en la aristocracia de la Hammer con su creación de Elisabeth Nodosheen —de soltera Báthory— de La condesa Drácula (1971), extiende su reinado a la competencia, dando vida a la Carla Lynde de La mansión de los crímenes, una producción de la Amicus en cuatro episodios, dirigidos todos ellos por Peter Duffell.

Después llegaron títulos como El hombre de mimbre (Robin Hardy, 1973), un notable acercamiento a esos cultos paganos, aún presentes en los pueblos más recónditos de Gales, a los que alude Arthur Machen. Bohemia e inquieta, Ingrid Pitt se retiró para volver en 1982 y participar, básicamente, en distintas series de televisión. Pero su tiempo había pasado: el nuevo paradigma eran los endemoniados.

Retirada, otra vez, en 1988, se dio a conocer como escritora de relatos fantásticos en títulos como Bedside Companion for Vampire Lovers (1998), The Ingrid Pitt Book of Murder, Torture and Depravity (1998) o Bedside Companion for Ghosthunters (1999),

Corría el año 2000 cuando volvió al cine de terror de la mano de John Stewart en The Asylum. Diez años después, moría en Londres de un infarto.

5/5 (21 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

0 Comentarios
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios