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Memorias inacabadas de Carlos Saura, el artista que supo de dónde venía y a dónde iba

Memorias inacabadas de Carlos Saura, el artista que supo de dónde venía y a dónde iba

Carlos Saura falleció el 10 de febrero de 2023 a los 91 años, un día antes de recibir el Goya de honor. Y se fue sin acabar unas memorias que ahora ven la luz y en las que el cineasta y fotógrafo recorre con una envidiable lucidez y honestidad una trayectoria y una vida apasionantes.

En sus más de 90 años (Huesca, 1932 – Madrid, 2023), Saura consiguió algo que muy pocos logran y es responder a una de las grandes preguntas que se plantea el ser humano: ¿De dónde vienes y adónde vas? «Vengo de allí, de la guerra. Voy allá, hacia la muerte, y entre medias, la vida de cada día».

Es una frase que resume con bastante precisión la vida de un artista marcado por la Guerra Civil, en la que pasó su niñez y de la que guardó en su retina imágenes como la de su padre destrozando con un hacha las puertas de su casa madrileña para hacer un fuego con el que calentarse. Porque como cuenta Saura en De imágenes también se vive: Casi unas memorias (Taurus), su vida se dividió entre tres adicciones: la fotografía, el cine y la música. Y son principalmente los fotogramas de cámaras de foto o de cine los que le ayudaron a construir un relato bastante completo, pese a que se quedó inacabado.

Procedente de una familia en la que se respiraba «un aire de libertad inaudito para la claustrofóbica época» que le tocó vivir, Saura quiso ser bailaor de flamenco, dirigió una imprenta y pensó en ser corredor de motos. Aunque en realidad fue siempre fotógrafo y posteriormente cineasta. Eso lo cuenta en un libro en el que dedica una gran parte a su trabajo y a sus películas y mucho menos a su vida personal, aunque por el texto sí aparecen personas a las que admiró con devoción, como Luis Buñuel. También hay múltiples referencias a sus padres y hermanos —especialmente a Antonio y a María Ángeles—, habla con cariño de cada una de las mujeres que formaron parte de su vida, y menciona con emoción la leucemia de su hijo Manuel y el nacimiento de su única hija, Anna. «Es la idea de que Manuel sufra lo que me conmueve hasta lo más hondo de mis sentimientos, hasta límites jamás imaginados, alcanzando el dolor insoportable hondura», escribe Saura sobre su hijo, el tercero que tuvo junto a Mercedes Pérez —además de Adrián y Diego—. De su primer matrimonio con Adela Medrano habían nacido Carlos y Antonio, de su relación con Geraldine Chaplin —él la llamaba Gerarda— Shane. Y en 1994 nació Anna, de su última relación, con Eulalia Ramón. «Después de seis hijos varones, la llegada de Anna supuso para mí una nueva experiencia y algo que deseaba fervientemente. Ver crecer y hacerse una mujer a Anna es una de las cosas más gratificantes que me ha proporcionado la vida«.

Pero las memorias de Saura son, principalmente y por encima de todo, los recuerdos de su cine. Desde su primer largometraje, Los golfos (1960), a su éxito internacional con La caza (1968), Oso de Plata al Mejor Director en Berlín, o con Cría cuervos (1976), Gran Premio del Jurado en Cannes.


Por hacer Los golfos rechazó un trabajo que siempre había soñado, ser fotógrafo para Paris Match. Y lo hizo para conseguir hacer algo que no se hacía entonces en España: un cine «más inmediato, con apariencia documental, una película en la que la cámara y los personajes aparecieran espontáneos y sinceros». Con ese estilo comenzó a hacer películas que fueron apreciadas mucho antes en los festivales internacionales que en España. Ya con Los golfos compitió en Cannes, aunque de aquel año recordaba casi más el haber podido conocer a Buñuel.

En otro festival, el de Berlín, conoció a Gerarda, que no era una mujer fácil. «Más bien diría que era entonces, no sé ahora, una mujer compleja, insegura». A través de ella conoció, lógicamente, a Chaplin, al que calificaba de «caprichoso, ególatra y obsesivo», pero también de «inteligente y trabajador voluntarioso».

Otro de los personajes de los que habla es del guionista Rafael Azcona, «una persona más compleja de lo que parecía». Y de muchos de los actores y actrices con los que trabajó, como Carmen Maura —»es incansable, metódica, ordenada y genial»—, Andrés Pajares —»es tímido y frágil»—, Paco Rabal —»respondía inmediatamente al estímulo que querías»—, Juan Diego —»pidió que le pusiéramos un orinal en su celda para sentirse como san Juan de la Cruz— o José Luis López Vázquez —»era un actor fantástico, muy elástico, capaz de hacer comedia y de pasar al drama con gran facilidad»—.

Es un libro lleno de reflexiones que Saura no terminó, pero en el que le dio tiempo a dejar más de una afirmación certera. «Todo ha cambiado tanto y tan rápidamente en los últimos años que se nos olvidan la miseria, la mediocridad, el oscurantismo, la ineficacia de antaño, la burocracia de empleados malhumorados (…), la chulería de una policía siempre presente, agresiva y violenta, la prepotencia de los militares, y la Iglesia dominante dictando normas morales a diestro y siniestro».

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