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Nace Neal Cassady, llamado a ser el Dean Moriarty de En la carretera

Nace Neal Cassady, llamado a ser el Dean Moriarty de En la carretera

Otro ocho de febrero, el de 1926, hace hoy 97 años, en la Ciudad del Lago Salado (Utah) ve la luz por primera vez un niño nacido para perder, uno más de los muchos que son alumbrados a diario, en las mismas circunstancias, en todos los suburbios estadounidenses. Hijo de un barbero alcohólico, pasará una buena parte de su infancia buscando a su padre por los bares. Y será además en los años más difíciles vividos hasta la fecha en su país: los de la Gran Depresión. Sin embargo, las picardías aprendidas en la calle conseguirán que salga adelante; si no airoso, al menos, le permitirán sobrevivir. Vitalista nato, luchará a menudo contra la ley: la natural, la de los hombres, la de dios y la que sea menester. Y la ley, que nunca pierde, siempre le vencerá. Con todo, nuestro loser de hoy encontrará cierta victoria en su derrota: todo en él será literatura. Prosa espontánea, sin retóricas ni contemplaciones: la reproducción brutal de la realidad. Será tanto lo que inspirará a Jack Kerouac que el heraldo de la Generación Beat escribirá sobre el neonato de hoy en un rollo de papel continuo. No habrá tiempo que perder metiendo y sacando los folios del carro de la Underwood.

Porque hablamos de Neal Cassady, Dean Moriarty en las páginas de En la carretera (1957), una de las cumbres de la narrativa estadounidense —amén de un texto canónico de la contracultura y el underground—, que precisamente tendrá su origen en los recuerdos de Jack Kerouac de una búsqueda del padre de Dean, a quien en la novela nunca llegarán a encontrar.

"Lector de Schopenhauer y de Nietzsche en los muchos reformatorios a los que le llevará su actividad delictiva, las analogías que habrán de registrarse entre su experiencia y la de Jean Genet serán irrefutables"

Sí señor, tal día como hoy, con Neal Cassadya quien Kerouac definió como «un héroe barbado del viejo Oeste (…), un estallido salvaje y afirmativo de pura alegría americana»—, nació uno de los grandes personajes de la literatura estadounidense: Dean Moriarty. A diferencia de las decenas de recién nacidos que vinieron al mundo aquel ocho de febrero, para matarse bebiendo, con más pena que gloria, entre cartones —que apenas les quitarían el frío— en cualquier solar abandonado de su última ciudad, Neal Cassady, que prácticamente también se matará bebiendo, conocerá la gloria y la gloria le sobrevivirá.

«Entre los cientos de criaturas aisladas que recorrían las calles de la parte baja de la ciudad, no había ni una sola tan joven como yo. Entre aquellos hombres tristes que se habían entregado, cada uno de ellos por sus propias razones, a la tarea de concluir sus días como miserables borrachos, sólo yo, como copartícipe de su forma de vida, representaba la única réplica de su propia infancia, a la que podían volver a diario la vista», recordará el mismo Neal sobre su niñez en el comienzo de El primer tercio (1971), primera parte de una autobiografía que nunca llegó a terminar. Publicación póstuma y siempre seguida de la copiosa correspondencia que mantuvo con Kerouac y Allen Ginsberg.

Ginsberg precisamente se referirá a él en algunos versos de Aullido (1955) y le dedicará El automóvil verde (1963), otro de sus más célebres poemas. Kerouac volverá sobre Cassady para concebir, a su imagen y semejanza, al Cody Pomeray de Los vagabundos del Dharma (1958), Visiones de Cody (1959), Big Sur (1962) y Ángeles de desolación (1965). Como se ve, pese a la exigua bibliografía de la que será autor, méritos no le faltan a Cassady.

Lector de Schopenhauer y de Nietzsche en los muchos reformatorios a los que le llevará su actividad delictiva, las analogías que habrán de registrarse entre su experiencia y la de Jean Genet serán irrefutables. «Robé mi primer automóvil a los catorce años», apuntará Cassady en 1946.

"El montante total de kilómetros recorridos por los dos camaradas en su experiencia errática ascenderá a 39.344"

También será en el 46 cuando Hal Chase, un amigo de Kerouac de la Universidad de Columbia, le presentará a Neal Cassady. El autor y su personaje se acaban de conocer. El resto será pisar el acelerador. La leyenda hablará de medio millar de coches robados por Cassady, habiendo sido detenido por ello tan solo en un par de ocasiones.

Un año después, ya en el 47, los dos amigos iniciarán el primero de los viajes que, tras una distancia relativamente corta —la que separa Paterson (Nueva Jersey) de Nueva York y su regreso—, los llevará, otra vez desde Paterson, hasta San Francisco. Después vendrán nuevos trayectos: de Nueva York a Paterson, de Testament (Virginia) a Paterson, Nueva York-San Francisco-Nueva York y vuelta, Nueva York-México D.F.-Nueva York.

El montante total de kilómetros recorridos por los dos camaradas en su experiencia errática —Sal y Dean en las páginas de En la carretera— ascenderá a 39.344. De haber conducido interrumpidamente hubiesen empleado un total de 413 horas. Pero dejemos la siempre dudosa elocuencia de las estadísticas para exaltar esa pasión que inspira sus vagabundeos. La gasolina, el jazz bebop— y el licor son una huida de las exmujeres, los empleos estables e incluso de la universidad de Columbia en la que Cassady, siempre ansioso de sabiduría, habrá querido matricularse hasta antes de conocer a Kerouac y empezar a viajar con él.

"Serán los primeros en apreciar fisuras en el sueño americano y tendrán en la experiencia de Dean Moriarty y Sal Paradise una celebración de la vitalidad, los excesos y la juventud"

También habrá que hacer notar que aquellos periplos de costa a costa, de norte a sur, harán de En la carretera todo un manifiesto en torno al que nacerá una nueva bohemia entre la juventud: los beatniks. Será Herb Coen quien, puesto a parodiarles en sus artículos del San Francisco Chronicle, les llamará beatniks. Creerá que son comunistas y el dos de abril de 1958 fusionará por primera vez la palabra “beat” —término que Kerouac definirá como “abatido, despreciado, maltrecho”— con la voz “Sputnik”, que en su momento dará nombre a un célebre programa de satélites soviético.

Neal Cassady y Jack Kerouac.

Beatniks empezará a llamarse a los lectores de la Generación Beat, que se verán principalmente en San Francisco y en París. Sin ser comunistas —Kerouac, como quedará patente en La vanidad de los Duluoz (1968), incluso será un patriota que querrá alistarse tras el bombardeo de Pearl Harbor—, sí serán los primeros en apreciar fisuras en el sueño americano y tendrán en la experiencia de Dean Moriarty/Neal Cassady y Sal Paradise/Jack Kerouac una celebración de la vitalidad, los exceso y la juventud. En la carretera será la piedra angular de la experiencia errática, no sólo de los beatniks, también de los hippies, cuyo orientalismo tiene tanto que ver con el de la Generación Beat.

Antes de los viajes, Kerouac se instalará en casa de los Cassady, se hará amante de Carolyn —la mujer de Neal—, con el consentimiento de su camarada. No faltará quien diga que el heraldo de la Generación Beat imita la prosa de Cassady puesto a escribir En la carretera. Y bien es cierto que Kerouac nunca escatimará elogios para la escritura de su amigo, la que calificará de «rápida, perfecta, sin correcciones ni dudas». Cassady, que abre los coches con la misma facilidad que descubre los entresijos de la obra de Proust, es quien acompaña a Kerouac en sus más célebres fotos.

"Neal Cassady será el héroe, o antihéroe, de Kerouac. Hasta el punto de que Visiones de Cody será un constante circunloquio en torno él"

Sin embargo, mientras los beats le adoren, el neonato de tal día como hoy no escribirá más que cartas. Bien es verdad que algunas tendrán más de 40.000 palabras. Ahora bien, Neal tardará en sufrir eso que, en la contraportada de la primera edición española de El primer tercio (Producciones Editoriales, Barcelona, 1978), se llamará «su proceso de ósmosis cultural». De ahí devendrá su más decidida entrega a la creación literaria.

Con una existencia como la suya, no podrá contar nada mejor que su propia experiencia. El primer tercio aludirá en su título al primer tercio de la vida del artista, sus primeros 30 años, siempre con un único norte de guía: «la visión definitiva». Muchos atisbarán en dicha imagen, eso que William Burroughs llamará «el colocón, el fije definitivo».

Sí señor, Neal Cassady será el héroe —o antihéroe— de Kerouac. Hasta el punto de que Visiones de Cody será un constante circunloquio en torno él. Toda esa parte, de esta última, que se refiere al padre de Neal/Cody en los billares, será concebida en origen para On the Road, sonará mejor el título en inglés. Y el final de esas Visiones… —“Adiós, rey”—, será tan entrañable como aquel “me acuerdo de Dean Moriarty” de En el camino, que se titulará en las traducciones argentinas de Editorial Losada. Ésas serán las que se leerán en la España de los primeros años 70, con anterioridad a la de Producciones Editoriales (1973), dentro de la colección Star Books.

"Tom Wolfe acaricia la idea de que, a Neal Cassady, el óbito le sobrevino tras la mezcla de alcohol y barbitúricos"

Sin embargo, Dennis McNally, el gran biógrafo de Kerouac, afirmará que Cassady acabará por estar cansado de ser el modelo de la Generación Beat. Lo innegable es que Paradise/Kerouac ya al final de En la carretera comprenderá que no puede afrontar la madurez viajando junto a Dean Moriarty. De ahí la nostalgia.

De una u otra manera, el segundo y el tercer tercio de su vida nunca llegaron a escribirse: Neal murió en México en 1968, cuatro días después de haber cumplido 44 años. Al parecer, se derrumba junto a las vías del tren en San Francisco de Allende. Cuando cae está borracho. Morirá ebrio. Como el cónsul Geoffrey Firmin de Bajo el volcán (1947), trasunto que fue del gran Malcolm Lowry, otro maestro del delirio al que nunca nos cansaremos de volver. Tom Wolfe acaricia la idea de que, a Neal Cassady, el óbito le sobrevino tras la mezcla de alcohol y barbitúricos.

Algunos años después, en 1977, Tom Waits dedicaría una balada a la amistad de Cassady y Kerouac. «Jack & Neal», la tituló. En uno de sus versos escribe: «Neal conducía a 180 kilómetros por hora cuando vimos una estrella fugaz». Y si el amable lector nos lo permite —o el hipócrita lector, vaya evocando a Apollinaire—, hemos de concluir que nosotros estamos escribiendo estas líneas agobiados por la misma angustia que reconcomía a Kerouac, Jack Duluoz en aquella ocasión, porque estaba inmerso en la redacción de Visiones de Cody. Ésta no era otra que la certeza de que todos nos vamos a morir. Así se escribe la historia. On the road again.

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