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(No) entender el mundo

(No) entender el mundo

14 de julio

En el lago Atitlán. Hemos llegado después de casi cuatro horas de coche (atascos, carreteras cortadas). E. plantea la posibilidad de no ir mañana a Chichicastenango. Yo lo conozco, pero me hacía ilusión visitarlo con ella, levantarnos de madrugada para ver cómo montan el mercado. Tengo el recuerdo de cuando lo hice, hace casi veinte años: me levanté de noche, incapaz de dormir, y salí a la calle. A oscuras, o alumbrados por pequeñas lámparas, los indígenas iban extendiendo sus telas y sus flores. Un trabajo silencioso y lento, sin movimientos bruscos. Es un recuerdo con textura de sueño. Fui feliz en ese instante, en ese momento privilegiado en el que pude asistir a lo que todavía no era un espectáculo; hay más verdad en los preparativos de una obra de teatro que en la obra misma (…).

21 de julio

La semana ha sido intensa. El viaje desde Santa Catarina a Antigua y de ahí a Guatemala fue estresante. Carreteras cortadas, el GPS sin actualizar que nos envía por sitios imposibles. Nos perdemos varias veces.

"Al entrar tengo una sensación extraña que casi podría llamar emoción. Reconozco la entrada: es el mismo lugar en el que presenté La invención del amor cuando recibí el premio Alfaguara"

Antigua no me gusta. Es decir, los edificios me parecen muy bonitos, pero las calles llenas de turistas les hacen perder su encanto. Tiendas y restaurantes y bares en cada portal. Sólo la parte sur, con calles más tranquilas, me agrada. Pero no es una ciudad en la que querría pasar muchas horas. Comemos en el mesón Panza Verde y me parece que es el restaurante en el que comí cuando el viaje del premio Alfaguara (unos días después me encontraré con la editora y me desengañará, aunque era un lugar de aspecto muy parecido).

En Ciudad de Guatemala; la librería Sophos, una maravilla. Muy amables Philippe, Jose, las dos Mafer, Melissa. El barrio en el que estamos alojados (Hotel Biltmore) es zona de hoteles y restaurantes caros. Sin ningún encanto.

Bien la presentación de Mundo extraño.

Contento con mi función teatral. Teatro lleno, yo en buena forma. E. maneja todo el tema técnico con una claridad admirable. Por un lado creo que debemos dejar el teatro (quita demasiado tiempo, también a ella), por otro me da pena abandonar este trabajo común tan bonito. Pero E. debe concentrarse en su escritura, no en mi teatro.

El teatro está en el antiguo cine Lux, en zona 1, centro histórico. Al entrar tengo una sensación extraña que casi podría llamar emoción. Reconozco la entrada: es el mismo lugar en el que presenté La invención del amor cuando recibí el premio Alfaguara. Fue un momento importante en mi vida. (…)

22 de julio

Llegamos a Yaxhá. Hotel muy tranquilo, cabañas con más privacidad que en Petén (…).

Como siempre que viajo, leo a autores del país visitado. He acabado Trucha panza arriba, de Rodrigo Fuentes, un buen libro de cuentos. Es una narrativa muy tradicional, pero (¿por qué “pero”?) bien construida, con voces sólidas y convincentes, personajes bien trazados, situaciones que sólo con ser esbozadas se vuelven visibles.

"Me piden mis editores que corrija mi leísmo; me cuesta, pero acepto"

Decidimos no hacer nada hoy, salvo leer, y yo acabar la corrección de Añoranza del héroe. Me piden mis editores que corrija mi leísmo; me cuesta, pero acepto (salvo dentro de los diálogos en los que hablan madrileños). Por un lado, no lo haría porque creo que tengo derecho a mi forma particular de habla también como narrador, pero por otro lado no quiero que distraiga de la lectura a lectores no leístas.

Me escribe S. No han conseguido crear la carrera de Creación Literaria en la universidad de G., para la que me querría contratar durante un curso (y yo acepté un mes). Lo siento porque me apetecía la experiencia, y volver al país, pero por otro lado me alivia saber que no estaré tanto tiempo fuera la primavera que viene.

24 de julio

La visita a Yaxhá es una maravilla. Estamos solos en el yacimiento. Es más pequeño que Tikal, también menos agreste: vegetación más abierta, los edificios más cercanos entre sí, es como un parque arqueológico. Subimos a las pirámides, paseamos entre ellas, tomamos fotos. Tampoco hay tantos animales como en Tikal, pero disfrutamos mucho la visita.

No tomamos guía para explicarnos las ruinas. Seguro que nos quedamos sin aprender muchas cosas que nos interesarían, pero caminar solos, detenernos cuando queremos, mirar sin texto, es también una forma de visitar monumentos. En este caso, preferimos la sensación a la información.

"Hablan de Mejor la ausencia, del País Vasco... Me sorprende el interés que despierta el tema en los lectores guatemaltecos"

Al día siguiente vamos en canoa a Topoxte, un pequeño yacimiento arqueológico situado en una isla del lago, a pesar del miedo de E. a los cocodrilos (de hecho, vemos la nariz de uno asomar unos segundos para después hundirse despacio).

Topoxte: sensación extraña, de lugar abandonado, grandes árboles caídos mostrando las raíces, troncos derribados ya sin ramas ni raíz, las ruinas como si llevasen allí siglos sin ser visitadas (pero hay escalones de madera y senderos), tiene algo de romántico y de tétrico a la vez. Justo al final del camino vemos un tucán, que comienza a dar gritos, con ese canto, si se le puede llamar canto, que al principio parece el ruido de dos maderas entrechocándose y después va ganando matices. A pesar de lo elusivos que son, se queda un rato en una rama advirtiendo de nuestra presencia. E. se emociona: nunca había visto uno. Al regresar, dos familias de monos aulladores inician un combate de rugidos espectacular. Los escuchamos y observamos unos minutos. Si no supiésemos lo que son, en esa isla algo tétrica, rodeados de una laguna de aguas densas y verdosas, infestadas de cocodrilos (como dicen los folletos turísticos), estaríamos muertos de miedo.

26 de julio

Ayer regresamos a Guatemala, lavamos la ropa de la selva. E. tiene su coloquio en Sophos. Hablan de Mejor la ausencia, del País Vasco… Me sorprende el interés que despierta el tema en los lectores guatemaltecos. Pero claro, ellos también tienen una historia de violencia, les interesan los temas de justicia y reparación, cómo lidiar con las heridas y las responsabilidades del pasado, con la impunidad para algunos delitos…

Y ahora estamos en el aeropuerto esperando el avión hacia Lima, con escala en El Salvador. Llevo en la mochila Grandes éxitos, de Antonio Orejudo, que estoy terminando, un libro muy interesante, en el que descubro afinidades con él que no sospechaba, y como siempre me sucede con sus obras, me hace sentir intelectualmente despierto, curioso, divertido, aunque en conjunto me produce más melancolía que hilaridad.

También llevo un libro de relatos de la autora guatemalteca Valeria Cerezo.

5 de agosto

Leyendo libros de poemas de un premio del que soy jurado. Pensaba que sería fácil porque imaginaba un aluvión de malas poesías. Siempre ese viejo prejuicio contra la poesía, contra los poetas, a menudo pienso que inundan el universo de palabras pomposas y superfluas. Me alivia y me impacienta haberme equivocado; los tres primeros libros que leo están bien. Voy a tener que trabajar.

"Si ya soy un lector disperso, la dispersión que añade el contenido de las revistas sería para mí insostenible"

L. me dice que retira el encargo que me hizo de darle unas páginas de mi diario para su revista, porque va a cerrar. Siempre da pena que deje de editarse una revista cultural pero tengo que reconocer que contribuyo poco a su mantenimiento. Si ya soy un lector disperso, la dispersión que añade el contenido de las revistas sería para mí insostenible. Tengo varias que se van acumulando en un cajón y que en principio me interesan, sin que encuentre nunca la oportunidad de leerlas.

No ha salido ni una sola reseña de Mujer lenta. Se ha comentado en algún programa de radio, varias revistas digitales han reproducido poemas del libro, lectores comentan en las redes que les ha gustado (entre ellos mi querida Mercedes Corbillón, de la librería Cronopios). Pero al parecer ningún crítico ni director de suplemento literario ha considerado que sería interesante reseñarla. Esa sensación de insignificancia, una y otra vez, me acompaña desde que empecé a publicar. Como si tuviese que bracear continuamente para mantenerme a flote. Pero estoy cansado de nadar y de estirar el cuello.

Empiezo a leer Revoluciones, de Joaquín Estefanía, después de haber terminado Ciudad princesa, de Marina Garcés, dos libros que dialogan aunque hablen desde lugares tan diferentes. Se me ocurre escribir algo sobre ese diálogo. Veremos; cada dos por tres me planteo un nuevo trabajo, pero no doy abasto con los que ya tengo. Empiezo a parecerme a esos malos escritores que en realidad no quieren escribir sino haber escrito.

También se me ocurre escribir un artículo sobre la idea de mirar sin texto, como hacemos cuando visitamos un lugar sin guía, o en el museo alemán que visité no hace tanto en el que las obras de arte no llevaban ningún tipo de identificación (ni autor, ni época, ni lugar). Pienso, claro, en Contra la interpretación, de Susan Sontag. Cuánto me rebelo ante la imagen sin explicación; si no la tengo, rebobino mis conocimientos, rastreo mi memoria para dar a lo que veo un contexto concreto.

6 de agosto

Hacía tiempo que no me entusiasmaba un libro de poesía. Me sucede ahora con uno de los manuscritos presentados al premio. Enseguida me dan ganas de conocer al autor o autora, aunque sé que ese deseo es engañoso; debería bastarme con conocer sus libros, que son, probablemente, la parte más inteligente de los buenos escritores, más que ellos mismos.

"A la puerta de la Feria del Libro de Lima un hombre dice: 'Yo sólo leo cuando voy al cuarto de baño'. Ojalá una disentería lo vuelva un hombre culto"

Me pregunto si los demás miembros del jurado coincidirán conmigo en mi apreciación. Luego, en el debate, siempre me sucede que no es así y no me atrevo a decidir si la discordancia se debe a la ceguera ajena o a mi falta de juicio. Depende del día, oscilo entre una respuesta y otra.

«Yo no leo poesía», me dicen algunos de mis lectores cuando publico un libro de poemas. Unos lo dicen disculpándose, otros ocultando un deje de orgullo (hace pocos días, a la puerta de la Feria del libro de Lima un hombre dice «yo sólo leo cuando voy al cuarto de baño», y la familia le ríe la gracia. Ojalá una disentería lo vuelva un hombre culto).

Sospecho que a quien no le gusta la poesía lee con la expectativa de que la literatura les dé una explicación tranquilizadora del mundo y les resulta difícil aceptar que la poesía no siempre explica porque a menudo ni siquiera se entiende. No entender, aceptar que no todo tiene un relato comprensible, ése es el reto para cada lector, para cada persona.

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