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Orlando Figes: «El virus es global, y ninguna nación puede aislarse de él»

Orlando Figes: «El virus es global, y ninguna nación puede aislarse de él»

El historiador británico Orlando Figes, que acaba de publicar su libro Los europeos, sostiene que los grandes avances de la civilización han tenido lugar durante los períodos de mayor cosmopolitismo, cuando «las culturas están abiertas y receptivas a nuevas ideas e influencias».

En una entrevista con EFE, Figes opina que, «por el contrario, esas culturas se debilitan cuando cierran sus fronteras nacionales», y pone como ejemplo claro el Renacimiento, que «no solo fue un fenómeno italiano, sino europeo».

Preguntado por los posibles efectos que la pandemia del coronavirus tenga en esa circulación de ideas y cultura, Figes sostiene que «el virus es producto de la globalización, la gente se mueve por todo el mundo, pero la pandemia también muestra que la única forma de luchar contra ella es a través de la solidaridad, puesto que el virus es global, y ninguna nación puede aislarse de él».

«Los europeos» (Taurus) nació seguramente, apunta Figes, de su interés inicial en la correspondencia de Turgenev: «Era un maravilloso escritor de cartas y conocía a casi todo el mundo en Europa y eso me llevó a los Viardot, entre ellos la cantante Pauline García —casada con el hispanista francés Louis Viardot— y me sorprendió lo importante que era, no solo como gran artista, sino también como embajadora cultural de España en Europa e intermediaria entre artistas, escritores, compositores, editores y empresarios, estadistas, reyes y reinas».

El título, dice Figes, es un «guiño a Henry James, cuya novela más turgeneviana se llama Los europeos, pero también se justifica porque «se trata de personas, redes sociales, no sobre el concepto abstracto de Europa».

Y añade: «La idea de una cultura europea hoy parece nostálgica, quizás utópica, pero no creo que fuera antes de la Primera Guerra Mundial, pues el optimismo del siglo XIX se fundó sobre las bases del progreso, la paz, la fraternidad entre naciones«, un mundo que Stefan Zweig recuerda muy bien en su obra El mundo de ayer.

Cree Figes que ese optimismo decimonónico fue «destruido por dos guerras mundiales, por el nacionalismo destructivo que creció, en parte, como reacción al cosmopolitismo cultural del siglo XIX».

El autor ve el siglo XIX con dos trayectorias: «Un cosmopolitismo cultural cada vez mayor, impulsado por el mercado, nuevas tecnologías, viajes internacionales, turismo de masas, traducciones y publicación, que culmina en 1914, y, desde 1848, una forma más exclusiva de nacionalismo».

Aclara que «en las primeras décadas del siglo XIX el nacionalismo cultural no era incompatible con el cosmopolitismo, pero ese nacionalismo creció a medida que los estados intentaron fomentar la unidad nacional a través de la construcción de una nación cultural, por ejemplo en el currículo escolar, los héroes nacionales…».

Figes atribuye el florecimiento de la cultura en el XIX al «sistema de mercado» que abrió a los artistas «una nueva forma de vivir y lograr su independencia de las formas más antiguas de mecenazgo (Iglesia, reyes, aristocracia) que habían limitado su libertad artística y autonomía».

El hispanista considera claves tres desarrollos: «La impresión barata, que permitió a los artistas y sus editores llegar a una audiencia internacional más amplia; el ferrocarril, que abrió nuevos mercados, y la difusión de los derechos de autor, que permitió a los artistas obtener ingresos estables de su trabajo y dio a los editores una incentivo para invertirlos».

El mercado fue también el origen de un canon europeo en arte, música y literatura en ese período: «Conforme el mercado de libros, reproducciones de arte y partituras creció, se hizo más rentable para los editores acometer impresiones masivas de la obras más exitosas, que se vendían a un precio más bajo«.


Lo mismo sucedió con el teatro, precisa Figes, pues los ferrocarriles favorecieron el crecimiento del público, que podía desplazarse más que en los días de los caballos y los carruajes.

«En el siglo XVIII hubo cientos de óperas que se representaron durante una sola temporada, y luego se perdieron, pero a mediados del siglo XIX, óperas como Fausto de Gounod o Robert le Diable de Meyerbeer repitieron temporada tras temporada, con cientos de funciones en teatros como la Ópera de París. En 1900, las mismas óperas se representaban en los teatros de toda Europa, América y en el mundo colonial».

Para Los europeos, Figes consultó el archivo de los Viardot —en París, Harvard y otros lugares—, los archivos de Turgenev en Rusia, pero además tuvo que hacer casi de detective para averiguar sobre Louis Viardot, en particular sobre su papel como director de teatro y experto en arte, y su relación con el banquero español Alejandro María Aguado, hasta ahora inédita, pues «Aguado jugó un papel importante en los teatros de ópera de Europa».

Figes cree que países periféricos de Europa como Rusia —también España—- se incorporaron a la corriente principal y «en 1914 estaba en el corazón de la cultura europea, como demuestran Diaghilev y los Ballets Rusos, pero la experiencia soviética sacó a Rusia de Europa, y ahí es donde ahora permanece, en el banquillo de Occidente, resentida y revanchista, por lo que percibe como una falta de respeto de las potencias occidentales».

Tras Los europeos, Figes escribió una obra sobre Flaubert, Zola y Turgenev que iba a ser publicada en Londres antes de la pandemia, y actualmente trabaja en una breve historia de Rusia.

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