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Paratexto caníbal (II)

(viene de Paratexto caníbal I)

La solapa

Es normalmente en la primera solapa donde se ubica la información biográfica sobre el autor de un libro. Cuando la edición no cuenta con solapas, o cuando el editor y sus diseñadores deciden complicarse la vida y perder la biografía de sus autores por los rincones menos frecuentados del volumen, los datos básicos sobre el escritor pueden hallarse en el envés de la primera página, en la última, en la segunda solapa o en la contraportada. Incluso hay editoriales que se olvidan de decirnos cuándo y dónde nació su autor, y qué otros libros ha escrito. Si entendemos el paratexto como una sucesión de coordenadas cuyo fin es ubicar un libro de inmediato en un punto cultural y social concreto, parece lo más sensato seguir la norma tácita de informar sobre la vida de nuestro autor en la primera solapa.

"Soy incapaz de entender la gracia que ve un autor en aderezar su biografía con matizaciones humorísticas o enternecedoras, cosas como: aprendió a caminar de espaldas o le gustaría ser sueco."

Esta solapa biográfica debería escribirla el editor, pero muy frecuentemente los autores se ocupan de ello. Como dice Andrés Neuman, hay algunos escritores cuya creatividad no se da por saciada después de escribir todo un libro, doscientas, trescientas o cuatrocientas páginas, y ha de derramarse también sobre esa diminuta parcela de cartoné, con consecuencias particularmente bochornosas.

Soy incapaz de entender la gracia que ve un autor en aderezar su biografía con matizaciones humorísticas o enternecedoras, cosas como: “aprendió a caminar de espaldas”, “nació por error”, “su abuela le dio el primer chupachups” o “le gustaría ser sueco”. Leídas una vez, estas biografías ocurrentes producen algún reparo; leídas dos veces, se convierten en un chiste sin gracia que su propio libro repetirá eternamente.

Hay que asumir que la biografía anexa a una novela o a un poemario, o a un ensayo, es un etiquetado intelectual, y como tal debe ser neutra, informativa y despersonalizada. Podría jugarse con este texto si todo el libro estuviera planteado como un desbordamiento de los límites materiales del relato (por ejemplo, una novela que empezara en el título, siguiera en la solapa, continuara en la dedicatoria, se internara luego en las páginas impresas y terminara en la contraportada), pero la intención de los autores —delatora de inseguridad— suele ser la de seducir a los lectores, caerles bien, demostrarles lo simpáticos que son y, casi, pedirles clemencia por lo escrito.

La solapa ideal, como es obvio, no tiene mayores exigencias que incluir el año y el lugar de nacimiento, la formación universitaria o el trabajo que se desempeña al margen de la escritura y la relación de títulos previos firmados por el autor. Incluso pueden obviarse la formación universitaria y el trabajo, si me apuran.

La aplicación de este ideal tiene como consecuencia lógica y jerárquica que la solapa de una novela de Javier Marías sea más extensa que la de un debutante, esto es, que quien lleva más tiempo publicando exhiba una biografía mayor.

"También llama la atención que un autor (normalmente hombre, estadounidense y dedicado al best seller) cierre su biografía informando de que tiene tres hijos y vive en Detroit. ¿A quién le importa los hijos que tiene?"

Sin embargo, es habitual —precisamente por el empaque curricular de la abundancia tipográfica— que un autor sin apenas obra o méritos consiga —y éste es uno— llenar toda la solapa de su libro de rimbombantes naderías (premios provinciales, talleres recibidos con quince años, colaboraciones en revistas que nadie conoce), magnificación de firma que, obviamente, se vuelve en su contra. ¡Con lo bonita que es una solapa de un autor joven donde hay más espacio en blanco que biografía! ¡Qué envidia da! Nos está diciendo: ancianos, yo tengo toda la vida por delante para llenar este vacío.

Es curioso, siguiendo con los ancianos, que algunos autores caigan en la coquetería de no incluir el año de su nacimiento, cuando a fin de cuentas es un dato que cualquiera puede averiguar buscándolo en google. También llama la atención que un autor (normalmente hombre, estadounidense y dedicado al best seller) cierre su biografía informando de que “tiene tres hijos y vive en Detroit.” ¿A quién le importa los hijos que tiene? Siempre he pensado que este dato se ofrece para que los lectores le vean como un hombre familiar, es decir, de bien, como si vender muchos libros en todo el mundo sólo pudiera hacerlo una persona decente, que arropa a sus hijos por la noche. Y están además esos otros autores (normalmente hombres, estadounidenses y dedicados al realismo sucio) que acaban sus solapas listando todos los trabajos miserables que han desempeñado hasta hacerse escritores. Una investigación esmerada sobre la vida laboral de estos autores depararía sin lugar a dudas grandes alegrías a los escépticos.

Junto a la biografía del autor suele aparecer una foto suya. Esta práctica cuenta con mi beneplácito, y hasta promoví la inclusión de retratos del autor en el sello Caballo de Troya, el año que ejercí de editor invitado, pues antes no se ponían.

"En el extremo opuesto podríamos situar los libros de Karl Ove Knausgaard o Amélie Nothomb, que no sólo incluyen fotos suyas en la solapa, sino en la misma portada."

Cierto purismo intelectual, muy respetable, lleva a algunos sellos a detraer material cosmético de sus libros, de modo que un autor no pueda ser juzgado por su pose o su belleza, tampoco por su edad (frente a lo anodino de la fecha de nacimiento, una imagen sí transmite ancianidad o bisoñez), alejándolo del abaratamiento televisivo que supone anteponer a la calidad del discurso literario la prestancia física de quien lo enuncia.

En el extremo opuesto podríamos situar los libros de Karl Ove Knausgaard o Amélie Nothomb, que no sólo incluyen fotos suyas en la solapa, sino en la misma portada.

Entre la sobriedad y el circo, prefiero la sobriedad; pero, como acostumbran a hacer casi todas las editoriales, lo más sensato es incluir un único retrato del autor al lado de su biografía, dar esa pincelada no verbal a la obra, permitiendo que los lectores miren a los ojos del autor del libro que están dudando si comprar. Además, ¿a quién no le gusta que la cara del autor le haga compañía mientras lo lee, volver a ella cuando una frase suya nos impresiona?

En definitiva, no hay que darle muchas vueltas a las solapas, como ha asumido, tras décadas en el oficio, Rodrigo Fresán. Sus solapas últimas acallan los premios recibidos, las traducciones conseguidas y sólo incluyen los títulos de los libros que ha publicado. Como si dijera: Amigos, esto soy y esto he escrito, nada más.

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