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Paratexto caníbal (y 3)

La contraportada

Conocida también como contracubierta, contratapa, cuarta de cubierta o cubierta trasera, la contraportada es el texto más difícil de elaborar de entre todos aquellos que acompañan a la obra literaria una vez ha sido producida en forma de libro. Esta dificultad procede de que se trata del texto más extenso, también más armado (cuenta algo; tiene su propio planteamiento, nudo y desenlace), amén de ser el reclamo decisivo a la hora de decantar a los lectores por la compra del libro. He visto a autores más nerviosos retocando su contraportada de 500 palabras que su libro de 100.000.

La contraportada es, por tanto, un acicate para la lectura o, lo que es lo mismo, para el desembolso. Siempre hablará bien, muy bien, puras maravillas sobre el libro que glosa y al que está unida hasta que el tiempo destructor —o un niño aún más destructor— quieran. Es, en este sentido, una reseña capciosa, una crítica de la que no nos podemos fiar.

"He visto a autores más nerviosos retocando su contraportada de 500 palabras que su libro de 100.000."

También puede ser un campo de originalidad y provocación. Recuerdo que la primera obra narrativa del luego exitoso ensayista Eloy Fernández Porta, titulada Los minutos de la basura, era una especie de test, una serie de preguntas sobre literatura que llevaban al lector a deducir por sí mismo si le interesaba leer ese libro. También hay quien utiliza como contraportada un extracto de la propia obra, sin mayores añadidos; u otro extracto, esta vez del prólogo que la defiende. No poner nada en la contraportada es una opción zen que también se ha explorado.

Pero lo normal es, no sólo poner algo, sino ponerlo siguiendo este guión: asunto o argumento de la novela, conflicto singularmente destacado de la misma, apreciación al alza de alguna de sus virtudes (estilo, actualidad, riesgo) y detonante final sumario y encomiástico.

Dado que una buena parte de las contraportadas las escriben los propios autores, no deja de ser divertido releerlas pensando que el propio Fulano o el propio Zutano ha dedicado un buen rato a escribir que su obra es la mejor novela del mundo o que él mismo es el mejor autor de su generación.

Spoiler

Que un autor se ponga a escribir elogios de sí mismo no deriva de la comprensible y conocida y ratificable vanidad de todo escritor, sino más bien de su extrañeza al verse vendido de determinadas maneras por el sello que lo publica. Casi ningún autor gusta de sus propias contraportadas, que siempre traicionan “el espíritu” de su libro o son, a su juicio, equivocadas o ridículas o confusas.

"Así, la visión de la editorial sobre la contraportada, a diferencia de la del autor, busca vender muchos ejemplares, por lo que el editor siempre hará girar su redacción alrededor de aquello que considera más convincente para un comprador de libros. "

Sin embargo, son las editoriales, el mismo editor o su ayudante, o alguien externo al que se lo encargan, los que escriben la mayor parte de las contraportadas, toda vez que los libros traducidos constituyen mayoría en el mercado y sus autores, gracias a Dios, no suelen entrometerse en este asunto.

Así, la visión de la editorial sobre la contraportada, a diferencia de la del autor, busca vender muchos ejemplares, por lo que el editor siempre hará girar su redacción alrededor de aquello que considera más convincente para un comprador de libros. Normalmente, el argumento, una buena historia, aunque también suelen establecerse lazos —a menudo delirantes— con algún asunto de actualidad, muy vivo en la prensa, en la creencia de que los lectores buscan en los libros continuar una conversación que han iniciado los periódicos.

Y ahí llega el mayor error de la contraportada, la jugarreta letal que una editorial puede hacer a sus propios libros: contar demasiado. Hay algunos sellos en España que tienen tanta fe en que un argumento apasionante va a conseguir grandes ventas que lo revelan casi íntegro en la contraportada, spoiler que los lectores luego comentarán indignados entre sus amigos y en las redes sociales, de modo que todo el mundo sabrá que el asesino es el mayordomo en ese libro que ya no merece la pena leerse.

"Hay algo de osadía y hasta de trapacería intelectual en declarar obra maestra o libro fundamental del siglo a una novela que nadie ha podido leer todavía."

La línea roja en este sentido puede establecerse en el nudo de la novela. Tomemos por ejemplo la originalísima Cáscara de nuez, de Ian McEwan. En ella el narrador es un feto, y la trama se arma en torno a la intención de su madre y del amante de ésta de asesinar a su padre. Seguramente uno disfrutaría más de la novela si descubre durante su lectura que hay un crimen en marcha; pero también parece difícil renunciar a ese enunciado en la contraportada, pues despierta el interés inmediatamente: ¡un feto que trata de evitar que su madre asesine de su padre!

Profecía autocumplida

No son pocos los disparates, errores, excesos y hasta tonterías que pueden encontrarse en las contraportadas que en el mundo han sido, pero podemos finalizar esta serie caníbal comentando el vicio más sibilino de todos: el panegírico. Una novela que acaba de aparecer, por ejemplo, cierra su contraportada con esta frase: “Estamos, pues, ante una de las principales novelas latinoamericanas de este siglo XXI.” En la última novela extensa de Rafael Chirbes, En la orilla, el cierre de contraportada era similar: “En la orilla es una magnífica y terrible obra maestra, de todo punto inolvidable”.

Por un lado, hay algo de osadía y hasta de trapacería intelectual en declarar obra maestra o libro fundamental del siglo a una novela que nadie ha podido leer todavía, y en proponerla al mundo con su valoración ya hecha. Todos los editores podrían hacer lo mismo, de corazón o con fingimiento, y escribir en absolutamente todos los libros que publicaran que son obras maestras y que parten la Historia de la literatura en dos. Sería ridículo y por eso sólo algunos sellos de prestigio se permiten esta licencia, como digo, algo indecorosa.

Además, hay pocos libros que sean obras maestras, que todos pensemos que son obras maestras o que vayan a ser reeditados siquiera dentro de viente años. Imaginarse a un lector curioso y no poco generoso dentro de medio siglo que husmea en librerías de viejo y se topa de pronto con doscientas “obras maestras”, según las editoriales desaparecidas que las publicaron en 2017, debería ser suficiente para renegar de este derrape mercadotécnico.

Lo cierto, sin embargo, es que resulta muy común, y que el hecho de que la prensa cultural más obediente suela hacer caso de las contraportadas de los libros y considerar obras maestras lo que la editorial ha dicho que son obras maestras contribuye al éxito de la profecía autocumplida según la cual un libro es excepcional porque su editor, y dos o tres personas más que lo han leído, han concluido que es así.

Si quieren un consejo, hagan como yo y no lean nunca las contraportadas. La primera página de una novela —incluso leída en diagonal— miente menos.

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