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Paul Auster y la literatura como amor al azar

Paul Auster y la literatura como amor al azar

El primer mensaje que leo al despertarme viene de una amiga: Ha muerto Paul Auster. Mi reacción es salir de la cama y dirigirme a la estantería del salón donde están sus libros, esos que en distintos momentos de mi vida domaron la soledad. Abro primero sus escritos autobiográficos porque son mis favoritos.

Su compañía me hizo sentirme acompañado en el laberinto, ha edificado algo de mi mirada. Me regaló la esperanza de creer en los caprichos del azar y cómo las casualidades pueden moldear nuestro destino. Solo debemos tener los ojos bien abiertos y estar dispuestos para la ficción (inventarnos más allá de lo predecible). Quizá el amor por la literatura solo sea eso, tener la predisposición para narrarnos de otro modo, no obviar que la realidad es una construcción de la que somos artífices. Con Auster estuve menos solo.

"La ciudad convertida en la exploración de uno mismo. Nueva York es Auster, y Auster es Nueva York"

La mayoría de sus protagonistas son perfectos observadores que vagabundean por las calles hasta que encuentran algo que cambia su rumbo. Llevo horas releyendo todo lo que he subrayado en su obra, me gusta cómo sus personajes no evitan la soledad, porque no temen enfrentarse al pasado. El pasado debe reconciliarse con lo inacabado. A su vez, lo inacabado debe abrazar la búsqueda, la búsqueda necesita de la fantasía y la fantasía se alimenta de ficciones. Así brota el azar frente a lo rutinario y la mecánica sucesión de los días.

Auster, el escritor de Nueva York, me ha sostenido, me hizo menos extranjero. Su ciudad fue mía, frente a la racionalidad de su plan urbanístico y de sus rascacielos, que concentran el espacio y el tiempo para agilizar las relaciones financieras, donde todo es calculable, en Nueva York también convive lo inesperado a la vuelta de la esquina. Si quieres encontrar a alguien que cante un aria con un loro en el hombro vestido de tirolés, en algún rincón de la ciudad sucede. La ciudad convertida en la exploración de uno mismo. Nueva York es Auster, y Auster es Nueva York.

Vivió al borde del abandono y la mendicidad, las reglas de la ciudad no eran sus reglas, hasta que conoció al gran amor de su vida, Siri Hustvedt, ambos aún no eran escritores famosos cuando se encontraron en un recital de poesía en la Universidad de Columbia. Escribir es un ejercicio de rebeldía donde se desarrollan las propias reglas, su mutuo amor se nutrió de esa complicidad.

"Baumgartner pasa los días releyendo los manuscritos de Anna, sus poemas y habitando el recuerdo de los dos. Una noche, sueña que recibe una llamada telefónica de su mujer fallecida"

Al protagonista de su último libro, Baumgartner —que da título a la obra—, también le salva el encuentro con un gran amor, Anna, en una tienda de segunda mano. Allí no se hablaron, pero meses después se reencontraron casualmente en una cafetería. Se casaron y compartirían el amor por la vida literaria. Baumgartner comienza aproximadamente unos diez años después de la muerte de Anna. Él sobrevive siendo fiel al recuerdo de la que fue su mujer, que murió repentinamente arrastrada por una ola.

Baumgartner pasa los días releyendo los manuscritos de Anna, sus poemas y habitando el recuerdo de los dos. Una noche, sueña que recibe una llamada telefónica de su mujer fallecida. Anna le cuenta que está en una especie de purgatorio y que no saldrá de allí hasta que no deje de pensar en ella. Debe rehacer su vida para que ambos se liberen. Ese sueño se convertirá en el detonante para reactivar su vida, lo fortuito como chaleco salvavidas, solo hay que estar atentos para encontrar la ficción que pueda mantenernos a flote.

"Somos animales que inventamos historias, las necesitamos para transitar el dolor, porque vivir es sentir dolor, y vivir con miedo al dolor es negarse a vivir"

En su discurso del Premio Príncipe de Asturias, Auster afirmó que escribiría hasta su último aliento. Ha cumplido su palabra, Baumgartner fue escrita mientras luchaba contra el cáncer. El libro  hace justicia a su trayectoria: en contra de lo que racionalistas eminentes llevan años diciéndonos, los dioses son más felices y viven su esencia más plenamente cuando juegan a los dados con el universo. Los dioses somos nosotros cuando somos capaces de narrarnos más allá de las reglas que nos circunscriben inercialmente, cuando razón y fantasía no son excluyentes.

Después de la llamada desde el más allá, Baumgartner se lanza a la promesa de un nuevo amor, escribe un nuevo libro sobre el síndrome de la persona fantasma (cuando sientes la constante presencia de un ser querido que ha desparecido) y reconstruye la historia de su familia. Al final, vive con ilusión la inminente llegada de una joven estudiante, Beatrix Coen, interesada en hacer una tesis doctoral sobre Anna. Ser fiel a nuestra condición creativa —que encuentra su paroxismo en el amor— hace posible la vida. Somos animales que inventamos historias, las necesitamos para transitar el dolor, porque vivir es sentir dolor, y vivir con miedo al dolor es negarse a vivir.

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