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Pinacoteca de vidas imposibles

Pinacoteca de vidas imposibles

Sucede desde siempre. Hay libros que cuelgan altos a pesar del mimético eco de su género, de sus pinceladas gruesas, de sus historias intrascendentes y su falta de personalidad en el lenguaje. En cambio existen otros libros con destreza en sus dibujos, exquisitos en la figuración de sus retratos, originales o delicados en su poética y sus propuestas, que pasan de puntillas por las listas o se les exhibe en la esquina del ángulo muerto de las galerías de la lectura. Esta razón me vale de sobra para proponer una vuelta breve al 2020 con el propósito de que los lectores descubran Línea de penumbra, de Elvira Valgañón. Una autora que nos llevó de campo con Invierno y que ahora, a través de los trece relatos de este libro de plástica y poesía, nos desvela secretos de cuadros frente a los que sentirse ensimismados, o invitados de privilegio al proceso del germen, de la ejecución, del reverso de una pintura maestra. No hay ningún lienzo narrativo en este hermoso libro, frágil en su escritura contenida entre el lirismo y una prosa policromada, sencillo en sus pretensiones sin discursos ajenos, cuyos nombres no se dicen para que parezcan propios, que no transmita la sensación de que un pájaro escapa de cada uno de ellos, cuando termina su lectura y un instante más el lector se queda dentro de las sombras que siempre albergan los cuadros.

"Pintores marcados por el misterio, la obsesión, el extrañamiento de su manera de expresar la vida dentro de sus cuadros. El Bosco. Hopper. Francis Bacon. Caravaggio"

Trece historias de halo romántico que tienen que ver, claro, con la mirada sobre ellos, con la búsqueda de su metáfora —se emparenta Valgañón en estos rasgos y en su cartografía plástica con María Gaínza y El nervio óptico— de poner el foco en lo que rodeó su encargo, su impulso, la cicatriz que dejaron en el artista que les confirió vida y en el espectador que nos narra acerca del amor, de la soledad, de la venganza, del miedo, del crimen, de la muerte, del heroísmo, de todos los reversos de la naturaleza humana y sobre la catarsis y encantamiento del arte. Y también de los misterios de los universos pictóricos que Elvira Valgañón ha elegido para llevarnos de paseo literario por su pinacoteca de vidas invisibles. Un recorrido para espíritus refinados, capaces de adentrarse en las intimidades del otro lado del cuadro y a la vez en su escenografía emocional, sin despertar la sospecha de ser un voyeur decidido a dejar dentro la huella de su paso, el descubrimiento particular de su mirada. No es baladí que la autora haya elegido obras poliédricas, y pintores marcados por el misterio, la obsesión, el extrañamiento de su manera de expresar la vida dentro de sus cuadros. El Bosco. Hopper. Francis Bacon. Caravaggio.

"Merece la pena adentrarse en esta galería de secretos que habitan los cuadros de las historias, degustando la gestualidad narrativa que encierra cada pintura"

Los relatos de Línea de penumbra son retratos de un instante que se quiebra, incluso cuando el retrato es grupal, como en la historia de la niña que le cuenta al abuelo sobre la fiesta, la familia y los vecinos de un cuadro de José Arrúe. Los hay sensuales en la iniciación del deseo y de la mirada como “La mujer en la hierba”, donde se entrecruza la belleza de un ángel y la de una modelo desnuda ante los ojos de Hans Memling. Y aquellos que abordan el paraíso y el infierno de las emociones a las que uno ha de saber enfrentarse, y que contienen la presencia fabulosa de un confidente que completa su enigma, como son “La esfinge” y “El desfile”, donde son El Bosco y Domenico Ghirlandaio los protagonistas de una historia sobre el dolor y la melancolía, tejido con una brillante prosa renacentista, y otra en torno a las pesadillas, al fuego y al goce resueltos en un mismo cuadro. Igual que hay relatos que son un poema en sí mismos, como “El salto”, preciosista la respiración narrativa en el vértigo del nadador reflejado en el agua, y su huella en el banquete pintado en una tumba de Tempa del Prete, y “Objetos perdidos”, delicioso cuento voyeur de la joven del abrigo verde en un café de noche, con el que Hopper retrata la soledad, la espera, lo que sucede fuera de la escena. Ninguno resiente el conjunto del libro, y cada lector escogerá sus historias. Igual que yo distingo junto a estos dos últimos relatos el de “El gánster melancólico”, en cuyo retrato en el espejo sin rostro late la tristeza existencial de George Dyer, el amante a quien Bacon poseyó en los cuadros donde enjauló su abandono, fumando a una mano como si en el humo se le escapase el corazón, metáfora de la derrota del amor a pie de una pared de la que terminará colgado.

Merece la pena adentrarse en esta galería de secretos que habitan los cuadros de las historias, degustando la gestualidad narrativa que encierra cada pintura, y manchándose la punta de los dedos en los claroscuros, rojos y azules de la prosa con la que Elvira Valgañón nos cuenta las penumbras.

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Autora: Elvira Valgañón. Título: Línea de penumbra. Editorial: Pepitas de calabaza. Venta: Todostuslibros y Amazon.

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