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Poemas para apresar la vida

Poemas para apresar la vida

En su prólogo a este nuevo poemario de María Jesús Mingot, José Luis Fernández Hernán se pregunta qué razones pueden llevar a escribir poesía o a leerla, antes de hacer atinadas observaciones al respecto y sobre el libro que ahora pretendo comentar. Yo no sé lo que busco en la poesía —tan variada en sus opciones, incluso contradictorias—, pero recuerdo haberlo encontrado en Cenizas, Hasta mudar en nada y Aliento de luz, los poemarios anteriores de María Jesús Mingot. Esos antecedentes garantizaban que la lectura de esta nueva entrega habría de depararme otra grata experiencia, pronto confirmada al reencontrar y reconocer una voz muy personal que en La marea del tiempo regresa para captar en palabras siempre renovadas las mismas u otras impresiones fugaces, asignando a los poemas la función de apresar la vida siempre pronta a disolverse.

Tanto quienes hayan frecuentado sus poemas como quienes ahora se acerquen a ellos por primera vez, constatarán conmigo que María Jesús Mingot enriquece una tradición profundamente arraigada en la literatura española y aun en la universal: la que dice que somos tiempo, y que nuestro destino es la nada y el olvido. Nada me parece menos perdurable en la poesía que las sorpresas que en un momento dado pueda provocar, y en consecuencia aplaudo a quien pueda sentirse cómodo en esa tradición o en otras, y más si, como es este caso, consigue enriquecer el legado recibido con los matices personales de una voz actual y atemporal a la vez, que hace de su reflexivo sentir una posibilidad de permanencia para las personas y las cosas destinadas a perderse o ya perdidas, a sabiendas de que es su precariedad y la de los afectos y las ilusiones que suscitan lo que las hace valiosas por insustituibles.

"María Jesús Mingot siempre se muestra eficaz al concretar en símbolos el eterno sentimiento de la precariedad de lo transitorio"

Esa inquietud existencial impregnaba los poemarios anteriores de María Jesús Mingot, como sus títulos permiten deducir —incluso cuando el tercero de ellos cifró en la luz o su ausencia la expresión de la ilusión y del desencanto inherentes a las reflexiones sobre la fugacidad de las experiencias vividas—, pero La marea del tiempo ofrece nuevos matices. Los años no transcurren en vano, y no es de extrañar que la evocación de personas queridas y desaparecidas ocupe ahora un lugar relevante, como si la poesía fuera capaz de rescatar alguna posibilidad de pervivencia, anclada en la memoria y en las palabras que la fijan y defienden del olvido. Esos motivos y otros dan ocasión para que vida y muerte muestren su íntima relación en poemas donde la consciencia de nacer y de vivir para morir revela aspectos paradójicamente positivos: esa consciencia anima la reconciliación con el dolor, con la enfermedad y con la misma muerte, que es parte inseparable de la vida y le da sentido. El amor participa de esa precariedad ambivalente, a veces como meta amenazada por la muerte, casi siempre como forma de permanencia de las personas y las cosas. Incluso la sensación de que hasta la palabras agonizan, de que todo está consumido o consumado, encuentra en la hoja que cae y en el copo de nieve que se desvanece la expresión adecuada. María Jesús Mingot siempre se muestra eficaz al concretar en símbolos el eterno sentimiento de la precariedad de lo transitorio.

Sin duda la impresión que acabo de anotar deriva de mi lectura de las últimas páginas de La marea del tiempo, que no deben determinar una visión melancólica del conjunto, donde es precisamente la exaltación de la vida lo que hace preciosas las experiencias que inexorablemente concluirán con la muerte. Por otra parte, resulta innecesario e imposible simplificar la variedad y la riqueza de los motivos o experiencias que inspiran los versos (cada verso) y que convierten la lectura de este poemario en una experiencia pródiga en hallazgos. Los lectores habrán comprobado o comprobarán con satisfacción que abstracciones como la fe o la esperanza se concretan en imágenes que ―en consonancia con el título de la primera parte del poemario― efectivamente configuran paisajes animados, la primera en términos de puentes y barrancos y del vuelo que ese pan primordial sustenta, la segunda en los del relámpago que ilumina las tinieblas y permite advertir el níveo copo que surca el aire. Por supuesto, hay lugar para otros paisajes, como el que algún poema dibuja en términos de flor y nieve, asociación eficaz sin duda, o el que en otra ocasión perfila una peculiar absorción por la naturaleza que es una flor y es el día y la luz y un canto, y también ha sido la sombra y será la muerte. María Jesús Mingot sabe enriquecer las imágenes visuales con notables y sorprendentes efectos sensoriales, como si el destino también se engalanara con esos detalles. La misma capacidad demuestra al ocuparse de la amistad o al abordar la realidad del cuerpo, motivos que inevitablemente conducen al ámbito de los sentimientos, pues La marea del tiempo también aborda esos temas y lo hace con eficacia e intensidad sublimando experiencias personales o compartidas por medio de imágenes que revelan perfiles solo ahora entrevistos, al dar concreción física a los afectos de modo que resulten perceptibles para la vista, y también para el tacto, el olfato y el gusto.

"La marea del tiempo ofrece también una adecuada formulación poética de inquietudes contemporáneas de alcance social e incluso político"

La trasmutación lírica del pensamiento que también ofrece La marea del tiempo es la propia de una escritora cuya formación filosófica no es ajena a una expresión a veces conceptista, entendida como la más apta para la plasmación poética de las ideas, como algún soneto permite comprobar en grado sumo. Tanto o más me ha interesado la tensa deriva de la abstracción a la concreción que ofrecen no pocos poemas. En el tratamiento del amor, motivo muy presente en el poemario, se manifiesta con especial eficacia la voluntad de apresar las sensaciones físicas que procuran la exaltación gozosa en alguna ocasión, y que a veces expresa la voluntad de comunión o de perderse en el otro (o el recuerdo compensatorio de haberse perdido), sin olvidar que la simple mención de la muerte puede hacer precioso el encuentro luminoso y fugaz de los cuerpos (y de las almas) en la realidad o en el sueño, que también es la vida. La variedad de registros es notable: la fuerza de eros impregna paisajes remotos del norte de Europa, referencia geográfica de algunos poemas particularmente acertados en el acercamiento lírico a la naturaleza; en contrapunto, también se resuelve con acierto el tratamiento poético de los afectos domésticos, esos que se desenvuelven en un ámbito familiar, a veces amenazados ―como el cuerpo por el paso del tiempo― por la rutina o la frustración o el cansancio de la vida cotidiana.

La marea del tiempo ofrece también una adecuada formulación poética de inquietudes contemporáneas de alcance social e incluso político, en versos en los que hasta los animales pueden integrarse a veces en una humanidad invisible y doliente. Esas inquietudes se integran en la atmósfera de las preguntas sin respuesta que ofrece el poemario y que dan significación a los silencios que incrementan el misterio de la condición humana. La voluntad o la impresión fugaz de buscarse o disolverse en las cosas (y aún de pervivir en la ausencia) es solo una variación sobre esa ansiedad que a veces acentúa su condición metafísica con referencias a un dios esquivo, con lo que María Jesús Mingot completa la propuesta inquietante que una vez más he encontrado en sus versos, quizá porque son una constante demostración de que la poesía constituye un modo diferente y más lúcido de percibir y compartir experiencias comunes. Entre esas experiencias quiero señalar una en particular: la expresada en algunos poemas que trasmiten la sensación de hacer un camino, o (mejor) el ansia o la sed de lo innombrado y tal vez inasible, quizá porque la poesía es esencialmente la búsqueda de acceso a eso que está más allá de lo ya dicho, a algo que busca decirse a la vez que se reitera irremediablemente elusivo, y que La marea del tiempo muestra además a punto de desvanecerse.

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Autora: María Jesús Mingot. Título: La marea del tiempo. Prólogo: José Luis Fernández Hernán. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Todostuslibros y Amazon

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