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Políticamente indeseable

«Durante un año y medio, entre marzo de 2019 y agosto de 2020, luché contra lo indeseable en la política hasta que me convirtieron en políticamente indeseable».

«La democracia no tiene que pedir permiso. No tiene que bajar la cabeza ni aceptar ninguna humillación. La democracia entra siempre por la puerta principal».

—Cayetana Álvarez de Toledo, Políticamente indeseable

Dentro del elenco de los políticos de nuestro tiempo no abundan a quienes citemos para perseverar. En la inmediatez que nos circunda, el hastío, la desilusión, y el recambio permanente alimentan la relación que el público mantiene con quienes tienen a su cargo la cosa pública. Menuda cosa difícil de llevar al hombro. Sobran los gritones, los xenófobos, los violadores de los derechos humanos o aquellos a quienes Richard Rorty acusaba de que “leían a Hölderlin en las mañanas y torturaban en las tardes”. En el mundo conquistado por la frivolidad y el mercadeo, porque los políticos son como un dentífrico que se vende a plazos, sus aspirantes garabatean la lengua y usan el TikTok para lucirse. En las democracias occidentales la medianía luce ganadora con sus ejemplares que escriben en Twitter con exclamaciones y puntos suspensivos. La democracia viene aporreada arrastrando su cansancio porque no tiene quien la estime ni nadie quien le escriba. Los Trump del mundo insultan a los migrantes, los Bukeles encierran a la ley bajo llave, los príncipes herederos reducen a picadillo a los periodistas y los tiranos se hacen selfis sobre el cementerio de víctimas que lleva su nombre. A medida que el progreso avanza, o lo que se nos ocurra de que lo significa eso, con su conseja ilusionista de que vivimos en el mejor de los mundos a pesar del peor de escenarios, la democracia retrocede, se repliega, se comercia, se reparte y se viene erosionando. Populistas de toda laya ocupan el plafón público del móvil, donde degradan las constituciones como los plásticos que duermen en el fondo de los océanos.

"A todo ocupante de la Casa Blanca que se da de baja le tienen su liquidación junto al negro que le borroneará las memorias, siempre incompletas, siempre apócrifas"

Invoco la figura inexistente del político historiador, ese como Theodore Roosevelt que no abandonaba a su Gibbon en la guerra hispano-estadounidense, o la de Adolphe Thiers con tiempo suficiente para escribir una historia de la Revolución Francesa. El propio Simón Bolívar o don Francisco de Miranda imaginaban repúblicas junto a sus libros o al legajo de páginas que llenaban vertiginosamente para la historia. Tampoco se espera que los políticos sean como el presidente argentino Bartolomé Mitre, que tradujo la Divina Comedia, pero al menos que acumulen algunas lecturas. No dejo de pensar en los diarios de Winston Churchill, que en agosto de 1939 escribía en su veraneo normando de Francia que estaba seguro de que no tendría vacaciones en mucho tiempo. A pesar de que la guerra le arrebató los balnearios no lo hizo con su pluma, que jamás dejó de estar activa. Hago memoria hoy de un ilustre señor centenario, Henry Kissinger, escribiendo sobre Metternich siendo Metternich, estimando que la obra que deje será de mayor lustre que los escritorios oficiales que ocupó. Hace mucho tiempo que la palabra dejó de ser habitada por la política. A todo ocupante de la Casa Blanca que se da de baja le tienen su liquidación junto al negro que le borroneará las memorias, siempre incompletas, siempre apócrifas.

En esta desolación que nunca es total hay siempre buenas noticias. Una de ellas, reciente, presente, es el libro de la experiencia política de la diputada española del Partido Popular Cayetana Álvarez de Toledo, historiadora de Oxford y con un título previo, Juan de Palafox, obispo y virrey, publicado originalmente en inglés por Oxford University Press y traducido al castellano con prólogo de su maestro, el hispanista sir John Elliot. Políticamente indeseable, el libro que nos ocupa, se puede leer de muchas maneras. Esas maneras resaltan su bitácora de navegación en la política española, con sus encuentros y desencuentros, su empeño en acusar el golpe de Estado de los separatistas catalanes, la sedición de la razón en su transformación nacionalista y xenófoba, su lucha contra los tartufos y depredadores de su propio partido, su denuncia de la izquierda pirómana [1], de los terrorismos blanqueados. Pero hay otra forma de habitar en este libro mucho más universal y permanente, que son sus reflexiones sobre la propia política y el mundo de hoy, en que las identidades colectivas, como un tsunami que borra los rasgos individuales, se empeñan en ocupar colectivamente la conciencia de Occidente. Esas identidades de género, de raza, de religión, de parentela política, de minorías, la neodictadura cultural que impone cerrojos y censura temas acordados, del feminismo en guerra, las múltiples ligas del sexo, o la corrección política que juntos amenazan con un mundo uniforme, decadente, sin habla particular, donde el idioma sea neutro, cosificado y que nadie se destaque so pretexto de la inmediata cancelación importada del planeta americano. La cultura woke en grageas de consumo obligatorio.

"Sus dardos son directos y alcanzan la diana del problema, porque más allá del patrocinio de la falsedad, ahora se acusa directamente a cualquier posibilidad de verdad"

Lo primero que impresiona es su modo de relacionarse con la política y el desgano que le produce el poder. «Me gusta tanto la política como poco el poder» [2], afirma para resaltar que la vocación de servicio a un país carece de parangón [3]. Para la autora, la palabra en el mundo ha perdido su sinceridad. Esto no es nuevo. Stefan Zweig, en El mundo de ayer, por ejemplo, no sólo comete la biografía de su tiempo sino también biografía el peso que tenía la palabra y su compromiso en la era de la seguridad que representaba el imperio austrohúngaro. La preocupación recurre en cada tiempo, pero en nuestra época la hemorragia de emojis, el cuneiformismo de las redes sociales y su simpleza, ha impactado a los políticos, que ahora anidan en el reino fantástico de Instagram. Cuando un país pierde la solidez de su idioma y se empeña en devaluarlo con el lugar común, el latiguillo repetido, la vulgaridad o el envilecimiento de los contrarios, la sociedad tiende a perderse en la propia decadencia que se ha procurado. Por ello la autora es clara cuando advierte que la ausencia de palabras hace indefendible la democracia. Esta dimensión del mundo reducida por la huida de las palabras es uno de los problemas de mayor destrucción para construir entendimientos [4].

La restauración de la palabra, en su amplitud lingüística y comunicativa, nos lleva al problema de la verdad como centro de la discusión de la política, que es para Cayetana el punto focal de la asimetría entre el dicho y el hecho, el espacio vaciado de contenido que alimenta la política como fuente del engaño y la mentira. Sus dardos son directos y alcanzan la diana del problema, porque más allá del patrocinio de la falsedad, ahora se acusa directamente a cualquier posibilidad de verdad [5]. Para desvelar que la dimensión privada y pública de un político deben seguir un curso idéntico, Álvarez de Toledo suelta la frase estelar de su J’accuse en beneficio de lo que en otra dimensión ha llamado Javier Gomá Lanzón [6] la ejemplaridad pública: “Sólo cuando los políticos digamos en público lo mismo que afirmamos en privado, sólo cuando reconozcamos la degradación de nuestro oficio, sólo cuando nos veamos retratados en el implacable espejo de los hechos, sólo entonces seremos capaces de rescatar la democracia de las sucias mandíbulas del populismo [7]”.

"Esa urgencia de representación en la comedia social logra que los fundamentos filosóficos se pongan a un lado ante la sociedad de likes y emojis felices"

Parte de la discusión que plantea el libro es la de los partidos políticos como recinto para la posible discusión democrática frente a la cual se erige la verticalidad o la disciplina del partido. La propia autora, en su calidad de portavoz del Partido Popular, fue víctima de las acusaciones de que “iba por libre”. En el mundo de la opresión totalitaria, el partido lo constituye todo, incluso como una fuerza superior a lo colectivo [8] (ni mencionemos al individuo, que no cuenta en esas sumas teológicas terrenales). Los partidos políticos europeos continentales, al igual que los latinoamericanos —hablamos de los democráticos—, le otorgan a la disciplina partidista una mayor importancia de la que se le ha dado en el mundo anglosajón, por ejemplo; la autora argumenta para su posible actualización que el partido al menos dé cabida no sólo al disenso, sino a un tratamiento distinto de la disciplina partidista cuando se trate de cuestiones morales, que por su naturaleza deberían ser del fuero interno de cada cual [9]. En todo caso la actitud refractaria del partido político a mayores debates internos, a la sana heterodoxia, y su sustitución por la posición única termina atentando contra la libertad y su proceso crítico [10]. Y en los políticos se presenta un dilema: que los principios pueden alterarse por un estado de la opinión. Así, la necesidad de ser aceptado corre el peligro del “camaleonismo” en la opinión pública. Esa urgencia de representación en la comedia social logra que los fundamentos filosóficos se pongan a un lado ante la sociedad de likes y emojis felices. Entonces, el guiño sustituye toda capacidad de lucha. ¿Qué importa si los principios prevalecen o no? [11].

¿Qué mueve a las Cayetanas del mundo? ¿Cuál es el principio sobre el que avanza su lance e incluso la aceptación de lo conflictual para la defensa de las ideas en una era en que nadie se atreve a distinguirse? La revolución marxista quedó atrás no en el sentido principista —porque la izquierda revolucionaria sigue aspirando a conquistar el poder para nunca más compartirlo— sino a través del cambio de método. No se trata ya de la dictadura del proletariado, sino de la dictadura de las ideas expresada en el pensamiento único. Fascistas y comunistas tienen características comunes, no en balde surgieron del mismo resentimiento y violencia para destruir el orden establecido. Y en todos estos procesos se asoma el líder providencial, de modo que el cambio de estrategia apunta a las narrativas culturales de los colectivos identitarios que lleven a cabo la revolución silenciosa. La opción culebrea entre ser conducidos o ser libres. Frente a los nuevos candados, Álvarez de Toledo propone una sociedad de “libres e iguales”: reunir a distintos en la defensa del orden constitucional, como se propuso con la creación de la plataforma Libres e Iguales [12]. Para ello es necesario apostar por entero al orden liberal, que implica la defensa de la libertad de modo permanente. Renunciar a esta apuesta es confirmar la moral de esclavos, como señalaba Friedrich Nietzsche. La libertad de la que habla Cayetana es la de la responsabilidad que integra deberes y derechos, y es creadora porque exige salir a la calle, trabajar, vigilar que no nos cercenen los derechos, asegurar un clima de respeto, exigir el reconocimiento de la igualdad ante la ley sin privilegios identitarios porque la democracia no puede establecer fueros especiales ni distinciones debido al origen, raza, sexo, religión u orientación sexual o política. Lo expresa sin ambages nuestra autora: “Mi oposición frontal a las políticas identitarias; mi impugnación del nacionalismo, el feminismo de tercera ola y la memoria histórica; mi insistencia en la necesidad de ahormar una alternativa cultural a la izquierda… Ese camino es la impugnación de las políticas identitarias, que anulan al ciudadano, dividen el demos y dinamitan la democracia [13]”. Las desviaciones identitarias tuercen la aplicación de la ley con el otorgamiento de prerrogativas, se olvidan del ciudadano [14], del individuo, y piensan en categorías colectivas que tienden a discriminar a los demás. Las antiguas víctimas se convierten en victimarias. No puede haber ciudadanos de primera o segunda por el modo que tengamos de horizontalizarnos en el lecho, como tampoco por el dios al que le recemos (que pertenece siempre a la dimensión privadísima del individuo y es una de las grandes conquistas del Estado moderno: la separación entre la religión y el Estado), el origen racial o el sexo. La lucha por el feminismo se ha pervertido de tal forma que se confeccionan leyes antifalocráticas en la actualidad destinadas a que la condición masculina sea un agravante, y se expresan conceptos como la violencia machista, o el #metoo, en el que por el solo hecho de ser mujer se tiene la razón: “«Las mujeres siempre dicen la verdad». ¿También si la invoco yo? ¿Seguro? La segunda es todavía más ingeniosa: «Yo sí te creo, hermana». La consigna favorita del feminismo réac lo tiene todo. El «yo sí» afirma la primacía de lo subjetivo sobre lo objetivo. El «te creo» antepone la fe ciega a los hechos probados. Y el «hermana» reivindica el carácter blindado del colectivo identitario [15]”. Su propósito es detener el victimismo que se proyecta sobre las mujeres porque paradójicamente ello contribuye a su subordinación, así como que se trata de un disparate que las relaciones sexuales se conviertan en un contrato suscrito por las partes [16]. Y que quede claro que nadie niega el derecho a la diversidad sexual, todo lo contrario: el liberalismo es un cabal defensor de todas las libertades, lo que sucede es que los derechos acuden en sociedad en condición de igualdad y nunca en supremacía.

"Cayetana Álvarez de Toledo milita en el optimismo sin tregua y lo que solicita es regresar a la verdad, defender la democracia y el orden constitucional"

Estos son los problemas no de un país, sino de la civilización occidental en la que según la autora la cuestión identitaria asume el rechazo de la tradición cultural, el revisionismo histórico en el que se debe pedir perdón por hechos ocurridos quinientos años antes. ¿Cómo juzgar el pasado con los valores de hoy? Y muy peligrosamente se adelanta la autolesión cultural en el momento del odio antioccidental que pone en tela de juicio los rasgos culturales que nos destacan y deja la puerta abierta para la apropiación cultural ajena. Podemos discutir que Occidente asuma una superioridad moral, lo que no es negociable es que dudemos de los valores de la libertad, de la democracia, y del imperio de la ley, por los que tantos esfuerzos hemos empeñado históricamente. A este respecto se dirige Álvarez de Toledo muy especialmente hacia los Estados Unidos de América, caja de resonancia de todo este proceso de irradiación cultural actual cuando escribe que: “El silencio del #MeToo sobre la vuelta del burka y las lapidaciones a Afganistán corrobora que este movimiento, que tantas energías y reputaciones ha consumido, nunca ha sido más que una expresión del autoodio occidental. Como todas las políticas identitarias. La identidad es la Quinta Columna de Occidente. La carcoma que ha horadado el cuerpo político de la primera democracia del mundo. Un país que dedica ingentes recursos intelectuales y materiales a destacar lo que segrega y divide a sus ciudadanos; una sociedad que inculca la intolerancia en las universidades y la cancelación de sus librepensadores; una élite que permite la lapidación de artistas, intelectuales y políticos sobre la base de conjeturas mediáticas; una nación que ataca su propio suelo moral —el ciudadano libre e igual—, ¡qué va a luchar en Afganistán! [17]”

Quien crea que se trata de un libro pesimista se equivoca. Cayetana Álvarez de Toledo milita en el optimismo sin tregua, y lo que solicita es regresar a la verdad, defender la democracia y el orden constitucional, abrazar el liberalismo para una sociedad de libres e iguales, sin inmunidades de ninguna índole. Una sociedad donde el orden liberal no se degrade como en el abandono de Afganistán o el asalto al Capitolio en Washington [18], y en la que se aspira el regreso de “líderes intelectuales, desde luego, pero sobre todo hombres de acción. Políticos dispuestos a argumentarla ante los electores, defenderla en los Parlamentos, encabezarla desde las instituciones, y asumir el conflicto que todo ello supone. Eso es la batalla cultural, un choque no entre culturas, sino por la cultura, en la que el político, como escribió Weber, «tendrá que ser un líder, y además de un líder, un héroe, en un sentido muy sobrio de la palabra» [19]”. Este es un libro recomendado especialmente para los aspirantes a políticos, aquellos que abracen esa profesión que debería ser noble y respetada, en lugar de abucheada y degradada. A ese que afirme que su compromiso es el de la vocación de servicio, la convicción alrededor de los valores democráticos y el de la ética. Después de todo, la filosofía occidental ha estado empeñada en conciliar el buen gobierno con la felicidad, y seguimos preguntándonos dónde se perfecciona ese encuentro, que puede parecer imposible pero no descabellado. En algún momento de este libro nuestra autora llega a decir que la felicidad requiere una estrategia. No es inadecuado pensar que comienza precisamente en la libertad.

***

[1] Sobre la izquierda vale la pena citar dos reflexiones del libro: “La izquierda en casi todos los lugares del mundo ha perdido su identidad, que era la reivindicación de la igualdad. Los viejos partidos socialdemócratas son hoy cascarones rellenos de ideas reaccionarias y fracasadas.” La izquierda tiene una doble y paradójica ventaja. Es estrábica: sólo ve los crímenes ajenos. Y tiene un ojo de lince: encuentra fascistas donde ya no existen. Álvarez de Toledo, Cayetana. Políticamente indeseable, Ediciones B, Barcelona 2021, p.135, 361. Dos ejemplos para acompañar estas afirmaciones. El ex secretario juvenil del SPD alemán y actual secretario general del partido, Kevin Kühnert, ha expresado la necesidad de expropiar firmas como BMW y las casas de aquellos ciudadanos que tengan más de una propiedad. https://www.dw.com/en/collectivization-remarks-split-german-social-democrats/a-48578188 En segundo lugar, en América Latina, en los países en que florece el socialismo confiscatorio de las libertades, aquellos a la derecha de los populismos son siempre insultados como fascistas, cachorros del imperio, o agentes de la CIA por esta izquierda “progresista”.

[2] Álvarez de Toledo, Cayetana. Políticamente indeseable, Ediciones B, Barcelona 2021, p.135.

[3] Ibidem, p. 212.

[4] «Tenemos que devolver a las palabras su peso porque es la manera de defender la democracia. Me refería al sentido de las palabras, al vínculo entre la palabra y el hecho. Que las palabras de un político dejaran de ser puro ruido y furia, «meaning nothing». O pompas de jabón, que flotan huecas y vacías hasta desaparecer.». Ibidem, p. 127.

[5] “La política siempre ha intimado con la mentira, pero hoy directamente se hace contra la verdad, para deshacerla.” Ibidem, p. 6.

[6] Gomá Lanzón, Javier. Ejemplaridad pública. Taurus, Madrid 2009.

[7]La autora cita a Michael Ignatieff para confirmar su postulado: «Nada te va a causar más problemas en política que decir la verdad». Álvarez de Toledo, Op. Cit., p. 220.

[8] Es célebre la frase de Arthur Koestler sobre la inexpugnabilidad del partido político: “El partido no se equivoca jamás” en la que el “yo” se convierte en una ficción gramatical cediendo a un “nosotros” que interpreta vicariamente el partido. Koestler, Arthur. El cero y el infinito. Penguin Random House, Barcelona 2017.

[9] “Yo siempre había sido partidaria de otorgar a los debates morales un tratamiento distinto al del resto de los asuntos que habitualmente ocupan el debate político, que sí considero que deben estar sujetos a la disciplina de partido.” Álvarez de Toledo, Op. Cit., p. 147.

[10] “Conceptos como la disciplina y la lealtad, que naturalmente son necesarios para la cohesión y hasta la supervivencia de una organización, se acentúan hasta convertirse en antónimos de virtudes igualmente imprescindibles para la buena política, como el espíritu crítico y la libertad.” Ibidem, p. 131.

[11] “Son tales sus ganas de caer bien, que acaba adaptando su posición a la de cada uno de sus interlocutores, aunque estas sean incompatibles entre sí. Y esto para un político es un problema. Primero, porque puedes acabar confundiendo el paisaje con tus principios.” Ibidem, p. 57.

[12] “La reagrupación del espacio de la razón requiere sumar apersonas con posiciones alejadas en una multitud de aspectos. Y sólo hay una manera de hacerlo. Hay que recuperar aquello que hizo posible, precisamente, el pacto constitucional: la disposición a asumir e integrar la discrepancia en aras de un bien superior. «Juntos los distintos, libres e iguales», dije en mi discurso Por la paz civil, el 11 de septiembre de 2014 en el Círculo de Bellas Artes.” Ibidem, p. 134.

[13] Dos citas abundan en su tesis: “La batalla contra la identidad es una batalla a favor de la civilización. Del gran viaje desde la aldea primitiva hacia el reconocimiento de lo que los seres humanos tenemos en común. (…) Karl Popper escribió que «las identidades colectivas no existen; sólo las individuales». Es una verdad limpia y precisa, a la que sólo cabe añadirle que ni siquiera las identidades individuales son estables.” Ibidem, p. 21. Y: “El liberalismo es el principal antídoto frente a la implosión identitaria y su inevitable corolario, la tentación autoritaria. Porque este es el otro grave peligro que planea sobre nuestras democracias: que tras el caos iliberal, y con la excusa de reconstruir el demos fragmentado, se imponga un orden iliberal. Un caudillo chavistón, un macho Putin o incluso un modelo mefistofélico a la china: «Dame tu libertad que yo te aseguro el capital». Este es el punto exacto en el que nos encontramos: entre la tribalización y la tiranía.” Ibidem, p. 17.

[14] “La izquierda resucitó el flagelo identitario. Sumó lo peor de sí misma a lo peor de la vieja derecha reaccionaria, y encendió una nueva mecha regresiva que prendió con fuerza en las universidades americanas, cunas del sentimentalismo y la sobreprotección. El fuego ha ido propagándose por un Occidente incapaz de reivindicar su mayor conquista moral: el ciudadano. La idolatría de la identidad está arrasando con las conquistas del orden liberal secular. El neodiós ante el que la izquierda reaccionaria nos obliga a arrodillarnos bajo pena de excomunión fulminante de la congregación de la buena gente.” Ibidem, p. 14.

[15] Ibidem, p. 19.

[16] «Lo peor que podemos hacerles a nuestras hijas es enseñarles que nacen víctimas, porque el victimismo es el primer paso hacia el dominio y el sometimiento por parte de un presunto salvador, hombre o mujer». Ibidem, p. 285. (…) “… el compromiso de reformar el Código Penal para incluir la exigencia del consentimiento explícito en las relaciones sexuales. Como tantos disparates de la antiamericana izquierda española, era una importación de la más disparatada izquierda americana.” Ibidem, p. 314. En este mismo orden de ideas cabe distinguir su afirmación de que el género no acuerda conducta alguna en particular: “Los maltratadores no son delegados de género. No son representantes de lo masculino. No son miembros de un presunto colectivo —una asociación de machos— que tenga como seña de identidad el odio hacia la mujer.” Ibidem, p. 284.

[17] Ibidem, p. 431.

[18] Ibidem, p. 432.

[19] Ibidem.

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