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Querida vida

Querida vida, no siempre entendida, pero siempre amada:

No sé si decir “vida”, mi vida, o “Vida”, la vida en general, en sentido amplio, nuestra vida, la de todos. La vida madre que nos crea, que nos alberga. No, no sé cómo decirlo, cómo decirte, pero dejaré que mis balbuceos me guíen y me lleven. Como una especie de viento. No sé muy bien qué pretenden éstos de mí, no lo sé exactamente; pero sigo adelante con ellos y pronuncio mis palabras. Lo primero que he de decirte es que saboreo este día, cada día, como si fuera el primero, como si fuera el último.

Ahora pienso que soy yo el que debe darte algo, querida vida, amada, el que debe ayudarte, nutrirte, y no esperar a que tú me des a mí. Lo otro sería demasiado fácil y cómodo, poco generoso, egoísta. No quiero caer en ello. Porque no quiero pedirte nada, ya no, sino darte, darte mucho, y gracias a eso podré decir que tengo también mucho, todo para darte, a ti y a los que me salgan al camino. Por lo menos intentarlo.

"Qué importante es que nuestra cabeza vaya al mismo ritmo que los latidos de nuestro corazón"

Hay veces que me siento solo y desamparado. Otras me veo fuerte, capaz de todo, y todo lo voy haciendo, lo voy venciendo.

Hay días que pienso, muy claramente, que la vida es lucha, una gran vorágine en la que nunca se sabe quién gana y quién pierde, porque todos ganamos y perdemos, un poco, un mucho, casi al mismo tiempo. Pero hay otros días, sin embargo, en los que creo que es todo lo contrario, que los días son una especie de tobogán que me recibe, dulce, para que me deslice por él. Para que me deslice y consiga todos mis objetivos, lo mayor y lo menor, porque hasta lo más pequeño me supone una gran satisfacción.

Podría decir “querida vida”, en mi encabezamiento, o “querida Vida”, invocando a nuestra vida-madre, la Vida, la VIDA. En cualquier caso, al final —siempre, aunque me dirija al mundo, me hablo a mí mismo, y esto sucede también al contrario—, la vida es en ocasiones madre, generosísima, madre vida, que sigue nuestros pasos, cuidándonos solícita, jornada tras jornada, como la madre que vigila, cómo crecen y cómo aprenden sus hijos. Cómo lo hacemos.

Y ahora pienso lo siguiente: qué importante es que nuestra cabeza vaya al mismo ritmo que los latidos de nuestro corazón, y éste que dibuje el compás de nuestros movimientos y gestos, como una gran armonía, sencilla en apariencia, muy compleja en realidad. Una misma sinfonía, algo que incluye a nuestro espíritu, a nuestros sentidos, y que debe otear el futuro, intuirlo como si fuera lo más normal, como si fuera ésta, también, una de sus funciones principales.

Ahora que se está acabando el verano. Cuando te llegue esta carta supongo que ya habrá terminado. El fin del verano, y más de este verano, parece el fin de todo un mundo, de toda una época. Esto no es así, tan tajante y delimitado, pero así lo siento yo ahora. El verano tiene algo de intemporal, de atemporal, y creo que estamos pasando una etapa de tan real, quizá, inexistente, como si la estuviera imaginando un novelista de ciencia-ficción, o simplemente un escritor, como yo. Pero yo no lo hubiera hecho; si se me hubiera ocurrido esto que estamos viviendo con el virus o con la pandemia, habría desechado la idea; me hubiera parecido como de poca calidad, indigna de figurar en un relato de ficción, corto o largo. Eso es lo que pienso. Decía Oscar Wilde que la realidad imita al arte; lo malo es que la realidad puede ser mala, de mala calidad, y el arte también… Lo que no se puede negar es que, con todo esto, ya haya muerto tanta gente en el mundo y este fenómeno, por llamarlo así, ha sacudido poderosamente nuestras vidas.

"Ahora, con lo que hemos sufrido, con nuestros temores, con las incertidumbres, con estas nuevas experiencias, deberíamos ser aún más hermanos"

Quizá sea éste el momento, el mejor momento, para escribirte, Vida, para cantarte, para invocarte, como en una oración laica, y digo laica aunque yo sea religioso. Lo soy, pero en este caso hay que contar con todos los seres humanos del orbe, los religiosos y los no religiosos, abrir el discurso hacia todos. Ya éramos hermanos, con las contradicciones que a menudo tienen los hermanos. Ahora, con lo que hemos sufrido, con nuestros temores, con las incertidumbres, con estas nuevas experiencias, deberíamos ser aún más hermanos, aún más amigos.

Vida: Hace días se me ocurrió escribirte, decir “querida vida”, y en realidad lo único que quería, pienso ahora, es animarte a que te animes, a que te levantes, a que te pongas fuerte y tires de todos nosotros. Hace años, en un funeral, recordé una frase que me rondaba: “Sólo el amor a la vida nos hace merecedores de ella.” Había nacido de un poema escrito por mí. Y lo creo, lo creo en parte. Y digo en parte porque hay mucha gente que sé que no la ama, que no te ama, y tiene derecho a no hacerlo, porque ha sufrido mucho, por enfermedades, por mala suerte, por malas circunstancias… Creo que esa gente tiene derecho a mantener su actitud, y que es la vida la que está en deuda con ellos. Es la vida, como un buen dios, o Dios, la que los debe amar y resarcirles.

Poco más te puedo decir ahora. Después de lo que te he confiado, como una invocación, ¿qué más podría añadir? Decirte que te quiero, siempre, aunque no siempre te comprenda, aunque te tenga por una especie de bruja-hada, hada-bruja, una mezcla de hada bondadosa y de bruja extremadamente dura.

Sí, te quiero, y, después de todo, confío en ti. A veces eres generosa con tus dones, y los das sin ningún esfuerzo. Otras hay que luchar mucho para hacerse merecedores de ellos, y en ocasiones ni peleando mucho los conseguimos. No sé si eres justa o injusta, pero eres lo que tengo, y sí, te quiero como a una madre. Sí, después de todo confío en ti. Tampoco me queda otra opción, ésa es la verdad. Cuídanos. Yo intentaré cuidarte.

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