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Seducción

En su reciente entrevista zendiana a Sergio del Molino, Edu Galán aconsejaba leer Contra la España vacía (Alfaguara, 2021) antes que La España vacía (Turner, 2016) lo cual me alegró, porque este último libro —el más famoso y vendido del autor— es el único de los suyos que no he leído desde que en 2012 publicara La hora violeta. Debo confesar que no soy lector habitual de ensayos, sino de narrativa, y solo acudo a aquellos en abundancia cuando quiero documentarme para escribir mis novelas.

Quizá por ello, cuando me decido a reseñar un ensayo noto cierta inseguridad en el hecho de que leo con lentitud y atención, como si pensara que sus ideas fueran a escapar de mi cabeza al sentarme a escribir. Si a esto se suma que Contra la España vacía me acompañó en los caóticos días de inicio del curso escolar, el resultado son un montón de párrafos a medio subrayar. De pronto, tenía que levantarme imperiosamente a resolver algo o llevar un niño a algún sitio. El libro quedaba abierto sobre la mesa del comedor, cual tienda de campaña canadiense, con un portaminas al lado que nunca estaba a mi vuelta.

"Contra la España vacía es una toma de postura contra el populismo de los últimos años, desde Donald Trump hasta Carles Puigdemont"

Y el caso es que con tanto subrayado y anotación al margen no sé muy bien cómo comenzar esta crítica… Lo haré como siempre: partiendo de la primera frase que me interpeló. En la introducción a Contra la España vacía, Sergio del Molino afirma que en 2018, en su trabajo de periodista radiofónico y en el papel de escritor, “hablaba de política con altivez irónica”.

Me identifico con estas palabras, y con el perfil social y psicológico que traza en el primer capítulo del “pijoprogre”, quien para la extrema derecha engloba “a todo aquel que está a su izquierda”. El autor lo define como un individuo de clase media, universitario, urbano y desafecto de la política que vive con cierta comodidad en las democracias liberales.

Imagino al pijoprogre en medio de una pesadilla: se ha convertido en el espectador de un teatro, cuyo escenario lo ocupan políticos. Durante el último lustro, los actores han ido empeorando. Ahora el escenario lo ocupan a menudo intérpretes de medio pelo llamados “populistas”, que apelan a la lagrima fácil del público y expresan ideas vagas, a menudo peregrinas y con poco fundamento que solo buscan el aplauso de las gradas. En 2015, solo tres o cuatro personas del público los jaleaban, pero ahora el pijoprogre contempla con desagrado cómo a su alrededor los aplausos se multiplican, y es entonces cuando comienza a sentir una incomodidad creciente, una cierta asfixia que finalmente le obliga ponerse en pie y expresar su opinión.

"Los mensajes maniqueos del populismo de toda laya solo buscan, en esencia, acrecentar el poder de sus mensajeros"

Volviendo a la introducción, continua Del Molino: “No estaba afrontando bien la parte política de mis discursos. La hiedra de este libro empezó a crecer”. En definitiva, Contra la España vacía es una toma de postura contra el populismo de los últimos años, desde Donald Trump hasta Carles Puigdemont, pasando por todos aquellos grupos políticos nacionalistas, de extrema derecha o de izquierda radical, que deniegan nuestro imperfecto estado-nación, nuestra imperfecta democracia liberal en aras de una ruptura con ellos, cuyos objetivos son indefinidos, son “una simplificación catártica de los prejuicios sociales”. “Todo su esfuerzo doctrinario se concreta en subrayar un dualismo que divide al mundo en buenos y malos, de tal modo que los primeros se sienten legitimados para destruir a los segundos. La caracterización suele ser difusa y confusa: el pueblo contra la casta. La nación contra la oligarquía…”. Los mensajes maniqueos del populismo de toda laya solo buscan, en esencia, acrecentar el poder de sus mensajeros.

Toda la crítica contra los populismos nacionalistas se desarrolla en el segundo capítulo: “Banderas desteñidas”. Concluye la obra que seguimos necesitando a las naciones, pero como símbolos ya difusos, “desteñidos” por el transcurso de la Historia, como herramientas para cimentar el futuro de una convivencia que no puede sin más denegar el pasado, sino aceptarlo y tratar de mejorar el presente de una forma constructiva, desde la libertad e igualdad de todos.

"El autor defiende en esta obra un activismo político constructivo y sin estridencias, frente a la inacción, la indiferencia y el distanciamiento irónico"

Del mismo modo, los capítulos tercero y cuarto, “Una cabaña en el bosque” y “El fin de la vida de provincias”, sintonizan con la idea central anterior: tanto la vuelta a la naturaleza, tan de moda, como la exacerbación de las diferencias entre los territorios, no pueden ignorar que hubo un Neolítico y una Revolución Industrial, ni que hoy día todos los territorios se acaban pareciendo, fruto de la internacionalización de la cultura auspiciada por internet, por los medios de comunicación, por las instituciones supranacionales… Denegar todo esto es una idiotez, tal como reza el último capítulo, titulado, precisamente “Contra la idiotez”.

En conclusión, el autor defiende en esta obra un activismo político constructivo y sin estridencias, frente a la inacción, la indiferencia y el distanciamiento irónico. Parafraseándole, si nos mantenemos al margen de la política, si no expresamos nuestra opinión, nos gobernará un señor que propondrá reinstaurar la mili obligatoria cuando él se escaqueó de la mili, u otro que lanzará soflamas anticapitalistas desde su casoplón.

"Contra la España vacía es un libro que seduce, no porque persuada con argucias —como los populistas—, sino porque embarga y cautiva "

En mi opinión, lo mejor de Contra la España vacía no está en lo certero o no de sus conclusiones, ni en la erudición del autor. Seguro que hay centenares, miles de libros buenos sobre el populismo o la democracia liberal. Lo mejor de esta obra son sus virtudes estrictamente literarias: la disposición y combinación de ideas y temáticas —exuberante y original—; la introducción de breves relatos; la variedad de alusiones a personajes reales o de ficción; las confidencias autobiográficas…

Toda esta miscelánea resulta amena —por emplear una palabra seria—, o divertida —utilizando un adjetivo que a la literatura de calidad quizá le resulte frívolo, ya lo siento—. Como todos los de su autor, Contra la España vacía es un libro que seduce, no porque persuada con argucias —como los populistas—, sino porque embarga y cautiva el ánimo del lector. De ahí que haya elegido para titular esta reseña la chocante palabra “seducción”.

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