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¡Rápido, rápido, rápido!

¡Rápido, rápido, rápido!

Andan de bolo en bolo los letristas convertidos en poetas y los instagrammers empujados a la autoría. No sabe uno si los encumbran sus fans o los editores. La tentación de traducir seguidores en lectores hace a los profesionales del libro apretar el embrague de la promoción y convertir a sus autores en flor de un día, obligándolos a caminar por el filo del peor de los contenedores: ese al que va a parar la literatura con fecha de caducidad. Nada de esto lo digo apolillado en la ultratumba de mis obcecaciones. ¡Tengo pruebas!

"¿Están los sellos ofreciendo una literatura semi-cruda con el único argumento de que los jóvenes se acerquen a la lectura?"

Quien escribe estas líneas salió del sepulcro para darse una vuelta por los saraos literarios, que a estas alturas del año —con Sant Jordi pisándonos los talones— comienzan a ser muchos. En una misma tarde, este Pobrecito se topó dos veces con los mismos pájaros: un grupo de poetas que, cual bardos o tunantes, amenizaron desde una firma de libros hasta la reapertura de una librería. Vivir es un desafío, pero vivir de la literatura entraña otra amarga y larga travesía. Al escuchar a aquellos poetas, este decimonónico cronista encontró cierta injusticia. Los versos, no del todo resueltos si se les compara con Quevedo o el mismísimo Lope, parecían exprimidos por una lógica editorial que podría, acaso, volverse en su contra

El asunto es más serio de lo que parece. En España el 40% asegura no leer jamás un libro, según el CIS, y acaso por eso se ha canibalizado la estrategia editorial. La pregunta es… ¿a quién favorece eso? ¿Están los sellos ofreciendo una literatura semi-cruda con el único argumento de que los jóvenes se acerquen a la lectura? Oiga usted, que siempre hubo jóvenes, y no por ello los obligábamos a leer una obra con poca cocción, considerando que así entenderían mejor o que les daba igual.

"Esa infantilización del lector es la misma que obra su oscuro efecto en los autores más jóvenes: voces que podrían dar más de sí, si dispusieran del tiempo necesario para madurar"

Más de un niño vivió sus mejores días fantaseando con Dumas o Salgari, Verne o Jack London, ejemplares que caían en sus manos por el milagro lector que hace crecer bibliotecas en las casas. Por eso resulta curiosa esta actitud condescendiente y paternalista de editar cosas sencillas, no del todo hechas, como si no creyésemos a los jóvenes incapaces de apreciar algo más elaborado. Es injusto con ellos y con esos autores hechos a golpe de microondas. ¡Rápido, rápido, rápido!

Esa infantilización del lector es la misma que obra su oscuro efecto en los autores más jóvenes: voces que podrían dar más de sí, si dispusieran del tiempo necesario para madurar, pero que por su pegada en redes sociales han sido proyectadas, prácticamente a empujones, hacia una carrera literaria amenazada por el abismo de las prisas. Quien ha vivido poco ha leído poco. De ahí el síndrome contemporáneo del yo, yo, yo, yo. Autores que dan vueltas a la rotonda de su escasa biografía sin conseguir aún la pepita de oro de la mina literaria.

"Venderán libros los editores —muy bien, sin duda— pero no crearán autores sólidos, sino pelotones de escritores a los que le saltarán a la yugular, por incompletos"

Ante semejante evidencia, toca preguntarse: ¿existe un síndrome del no habrá mañana? ¿El exceso de velocidad expone a estos autores a una carnicería que no merecen y para la que ni siquiera están preparados? Curiosa EGB editorial la que están montando algunos sellos, como si darle entonación de rap a las palabras convirtiera en poéticas las rimas a las que les falta aún tiempo para hacerse sólidas. La clave de los últimos observatorios de lectura está en la literatura infantil y juvenil. Lo certifica el Observatorio de lectura, con un crecimiento en la compra de libro infantil y juvenil del 8,2% frente al 3,9% de hace seis años. Esas cifras habría que usarla a favor de lectores y autores, no en su contra.

Venderán libros los editores —muy bien, sin duda— pero no crearán autores sólidos, sino pelotones de escritores a los que le saltarán a la yugular, por incompletos. Hay algo de infancia perpetua en ese mecanismo. Toda literatura es objeto de celebración, pero la fiesta sería más larga si apurásemos la copa con menos prisa. Los primeros libros normalmente se cometen, pero en este caso, la cuerda se alarga, una soga que puede treparse al cuello de muchos lectores y escritores. No hay por qué correr. Nada nos persigue, de momento, excepto la necesidad de una palabra sólida… no la que resbala en la baldosa de la prisa.

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