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Residente nº 1983-ESP: Sara Cordón

Residente nº 1983-ESP: Sara Cordón

Alberto Olmos nos presenta a los escritores jóvenes más interesantes de la actualidad.

A veces la calidad de la mirada tiene que ver con el lugar desde dónde se mira, y en España no es habitual mirarnos desde fuera. Sara Cordón, gracias a un máster de Escritura Creativa en Estados Unidos, ha salido de España y, de paso, de la normalidad literaria tradicional: escribir muy pegada a la tierra. El punto de vista extranjero, ya explorado desde la impostura en las Cartas marruecas, se vuelve aquí efectivo, nostálgico, inmisericorde. Ser española es incurable, pero en Nueva York se amplían los márgenes de la identidad, y una es también latina. Sobre todo ese cruce de banderas y orígenes, Para español, pulse 2 levanta acta, y juega.

***

En Para español, pulse 2 encontramos un personaje llamado Sara que tiene una vida muy similar a tuya. Obviamente nos hallamos de nuevo ante una obra de autoficción. ¿Cómo decidiste esa tercera persona, llamada Sara, desechando un «yo»?

La novela en un principio estaba escrita en primera persona por el personaje de Sara. Pero yo quería que fuera un libro crítico no sólo con el entorno literario hispano en Nueva York sino también con su protagonista. Como suele ocurrir con uno mismo, Sara no era capaz de verse con demasiada objetividad: o no se daba cuenta de sus errores o, cuando lo hacía, se expresaba con un tono de autoconmiseración que no le hacía justicia porque ella representa la alegría de vivir de quien, por una carambola de la vida, de repente se encuentra en una tremenda situación de privilegio. Al final me di cuenta de que necesitaba una tercera persona, un narrador que pudiera aportar una perspectiva general al lector y que no tuviera reparos en mostrar las miserias de todos y cada uno de esos literatos hispanos en Nueva York, incluida la protagonista.

"Pero en la escritura no sólo la autoficción nos vuelve pudorosos. En mi caso, siempre que escribo siento cierta vergüenza"

¿En qué medida intervino el pudor en esta decisión y, en general, en todo el contenido del libro?

Como avisa en la novela el profesor Mariano a sus alumnos, es muy fácil sentir pudor cuando alguien escribe una autoficción. Y esto puede ser limitador, muchísimo. Personalmente, yo vincularía la idea del pudor a cualquier forma de autoexposición. Creo que, en los últimos tiempos, a través de las redes sociales y de algunos formatos mediáticos, estamos cada vez más entrenados en exponernos, en construirnos para los otros, en agradar —que es lo que más desea Sara—. Al mismo tiempo, cada vez estamos más deseosos de recibir historias “personalizadas” o con apariencia de relatos testimoniales vivos, de experiencias reales.

Pero en la escritura no sólo la autoficción nos vuelve pudorosos. En mi caso, siempre que escribo siento cierta vergüenza. Incluso llegué a sonrojarme en el pasado cuando escribí un relato sobre un hombre cincuentón de origen mexicano que en principio no tenía nada que ver conmigo. El sonrojo llegó primero porque es inevitable que los lectores busquen (o busquemos) a los autores en sus obras y, claro, había quien me preguntaba si eso que sentía el personaje cincuentón lo sentía yo también. Más tarde me seguí sonrojando porque, aunque yo respondiera que no, que no me identificaba con ese cincuentón, la gente enjuiciaba mi legitimidad para hablar sobre la vida de este señor mexicano que tanto difería de la mía.

Y aquí llego a la que ha sido la mayor fuente de pudor para mí: la constante duda sobre mi legitimidad para escribir, y para hacerlo además en unas circunstancias particulares: ¿quién soy yo, una suertuda que se escapa de la crisis, para hablar de la España que lo pasa mal?, ¿quién soy yo, una española, para recrear las voces de gente proveniente de diferentes países de Latinoamérica?, ¿quién soy yo, una descreída, para hablar de dogmas de fe?, ¿quién soy yo, una inmigrante en unas condiciones privilegiadas, para hablar de la inmigración hispana a los Estados Unidos? Y, sobre todo: ¿quién soy yo para hablar de literatura?

"En Estados Unidos sólo se traduce el 3% de los libros. De ellos, el 0,7% son ficción literaria o poesía"

¿Cómo se ve desde Estados Unidos la literatura escrita en español?

En Estados Unidos sólo se traduce el 3% de los libros. De ellos, el 0,7% son ficción literaria o poesía. Si lo comparamos con España, aquí están traducidos aproximadamente el 25% de los libros que se publican. Lo que quiero decir es que en Estados Unidos apenas se lee literatura hispana o latina. Básicamente se leen a algunos autores ya clásicos como Bolaño, García Márquez… También se lee algunos autores latinos actuales que escriben en inglés, como Junot Díaz.

Aparte de esto, se traducen a unos poquitos —muy pocos— autores hispanos cada año. Para contribuir a visibilizar la nueva literatura hispana y latina en Estados Unidos, me animé junto con otros tres socios —Ulises Gonzales, Leire Leguina y Luis Henao—a montar la editorial Chatos Inhumanos. En Chatos Inhumanos publicamos cada texto en dos ediciones diferentes —una española y otra inglesa— y, aunque la causa de representar la latinidad actual que circula por Estados Unidos es común, nos dirigimos a dos mercados diferentes: el formado por lectores en español y el mercado formado por lectores en inglés. 

Foto de Julia Maro

¿Crees que va a cundir o multiplicarse este modelo de escritor español que publica su primer libro desde Estados Unidos?

Creo que, de momento, sólo hay algunos escritores españoles viviendo en Estados Unidos, y la gran mayoría estamos allí porque estudiamos o trabajamos en departamentos universitarios de español, junto a compañeros provenientes de toda América Latina o a latinos que crecieron ya en Estados Unidos.

En los últimos años se ha difundido el hashtag  #NewLatinoBoom para referirse a este fenómeno de escritores que escribimos en español desde aquí, atraídos en gran parte por los másters de escritura creativa del país. Yo no sabría decir si es un “boom” literario o no lo que se está produciendo, lo que sí es cierto es que la latinidad forma parte integral de la cultura estadounidense desde hace mucho tiempo y ahora además cada vez somos más los hispanos y latinos que estamos en el entorno académico debido a la demanda de estudios en español que hay en el país.

Debe tenerse en cuenta que solamente en la ciudad de Nueva York hay aproximadamente tres millones y medio de latinos. Como explico en la novela: «No son (somos) el número uno pero casi; de vez en cuando puede resultar conveniente posicionarse en un estratégico número dos». De ahí, entre otras cosas, el número 2 del título de mi novela: a pesar de las perlas xenófobas que a menudo sueltan algunos políticos estadounidenses, a pesar también del trato secundario con el que muchos latinos viven en el país, la realidad es que la fuerza de la cultura latina en Estados Unidos es innegable.

"Yo diría que la literatura vendible requiere ciertas capacidades que pueden adquirirse de diferentes formas. La más básica sería la de redactar"

En EE.UU ha sido muy corriente desde hace muchos años que autores finalmente exitosos pasaran por talleres de escritura, cosa que en España es poco común. ¿Qué valoración haces del curso que recibiste, y de los talleres en general? 

Como he sido tanto profesora como alumna de talleres, una cosa que suele preguntarme la gente es: «¿pero de verdad en los talleres te enseñan a escribir?».

Creo que escribir —y sobre todo, escribir literatura vendible— requiere adiestramiento y práctica, como la mayoría de las profesiones. Cuando digo “literatura vendible” lo hago sin ninguna connotación peyorativa: me refiero a textos creados con un objetivo artístico que son publicados por una editorial y distribuidos en forma de libro físico o digital.

Yo diría que la literatura vendible requiere ciertas capacidades que pueden adquirirse de diferentes formas. La más básica sería la de redactar; y se puede aprender a redactar en muchos lugares: en el colegio, en la facultad de periodismo, en un curso especializado, incluso hay gente que ha aprendido a redactar leyendo.

También creo que conocer las convenciones de la literatura ayuda a escribir literatura vendible. La literatura es una construcción que se lleva desarrollando durante siglos y saber, por ejemplo, que hoy en día no está de moda abusar de los epítetos o del tono engolado puede ayudar al escritor a decidir. Sobre todo puede ayudar a saber que el uso de epítetos y tono engolado puede parecer “torpe” pero también una operación inhabitual que funciona con un determinado objetivo. Para esto es muy útil leer y estudiar literatura.

Por último, creo que para aprender a escribir literatura vendible viene muy bien saber qué reacciones tienen los lectores al leer tus textos. Es difícil ser crítico con uno mismo y a mí los talleres me han enseñado a pensar cómo se me puede leer. También a razonar qué reparos le pongo a las escrituras de los demás. Es decir: básicamente he aprendido qué puede gustar y qué puede disgustar de mi escritura, pero también qué me gusta y qué me disgusta leer a mí. 

"Cuando al terminar el máster que estudié en la New York University comprendí que no iba a ser capaz de escribir nada trascendente, quise al menos crear una memoria divertida de aquella época"

Tu libro tiene algunas características, autoficción aparte, recurrentes hoy en día en la ficción española: la fragmentación, la inclusión de chats o imágenes, el tono coloquial. Sin embargo, veo un punto almodovariano bastante peculiar, que aparece incluso en la portada. ¿Cuáles dirías que han sido tus influencias y cuáles tus intenciones al escribir este libro?

Lo del punto almodovariano me lo comentaron en alguna ocasión en los talleres. Creo que puede dar esa impresión porque, aunque mezclo muchas variantes del español, mi novela suena muy castellana y, aunque tenga apariencia de cosmopolitismo, termina siendo costumbrista y al mismo tiempo alocada y algo grotesca.

Cuando al terminar el máster que estudié en la New York University comprendí que no iba a ser capaz de escribir nada trascendente, quise al menos crear una memoria divertida de aquella época. Algo que me hiciera pasar un buen rato y recordar esos dos años gloriosos, mientras me metía de cabeza en una nueva realidad: el rigor de estudiar un doctorado.

Suelo disfrutar mucho el humor crítico. Por eso soy muy fan de Flannery O’Connor, de Pirandello, de Fernando San Basilio, de las dramaturgias de Harold Pinter, de Bolaño, de Mercedes Cebrián, de las películas de Todd Solondz, de Alfredo Bryce Echenique, de Italo Svevo… pero también de los memes macabros que encuentro por internet y de los chismes “malvados” que me cuentan mis amigos. Mientras escribía Para español, pulse 2 intenté pensar qué había podido aprender de estos y otros estímulos que a lo largo de la vida me han hecho reír. Creo que involuntariamente hice un popurrí cutre y salió lo que salió.

Extracto:

“Al igual que cada día en el Bronx Kennedy Hospital, Sara se prepara para competir con las habilidades de los otros becarios que trabajan en pediatría; las bromas del payaso digno, las canciones del cantautor y los trucos de la maga sexy. Atraviesa los pasillos coloreados con pintura plástica e iluminados con tubos fluorescentes, mientras mira la lista con los nombres de los ocho niños que le han tocado hoy. La mayoría van a pasar el día solos porque a sus familiares no les han dado permiso en el trabajo o porque están haciendo horas extra para pagar la factura médica que en algún momento les llegará. Además de la lista, Sara sostiene el cuaderno con el membrete de Ourworks. Es indispensable que por cada paciente consiga un texto. Puede ser de cualquier tipo: una narración, algún poema, un guión… Lo que importa es que quede registro de que durante su visita ha habido productividad. Al final de la jornada Tynonna supervisa los textos del cuaderno y manda un informe a la fundación para confirmar que el dinero invertido en sus becarios está generando algo. Al menos palabras.”

Para español, pulse 2 (pag. 205)

 

Foto de portada: Sheila Melhem

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