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Riane Eisler: «La alternativa al patriarcado no es el matriarcado, sino una sociedad de la colaboración»

Riane Eisler: «La alternativa al patriarcado no es el matriarcado, sino una sociedad de la colaboración»

En El cáliz y la espada: De las diosas a los dioses: Culturas pre-patriarcales, Riane Eisler (Viena, 1937) presenta un análisis multidisciplinar de los cambios de las sociedades humanas a lo largo de la historia, tomando en cuenta los aportes de los géneros masculino y femenino, con el objeto de encontrar en el pasado más lejano algunas experiencias colaborativas que ofrezcan ejemplos para intervenir de una manera más eficaz en el futuro y lograr transformaciones radicales en la cultura, que vayan en beneficio de todos y, por supuesto, de todas.

Desde que este libro se publicó por primera vez en Estados Unidos en el año 1987 ha vendido medio millón de copias en el mundo y se ha traducido a más de una veintena de idiomas. En 1996 la editorial chilena Cuatro Vientos lo publicó en castellano con el título El cáliz y la espada: Nuestra historia, nuestro futuro, y en una reedición de 2005 cambió el subtítulo a La mujer como fuerza en la historia. Capitán Swing acaba de reeditarlo para el mercado español, traducido por Noelia González Barrancos. Una lectura de esa nueva publicación revela que el cambio de título de la edición chilena es engañoso: no se presenta en este ensayo de 400 páginas una nueva historia del mundo a partir de la influencia femenina o de otras corrientes ausentes en la historia oficial, sino un alegato a favor de modelos de organización social en donde se privilegie el cooperativismo entre las personas más allá de sus grupos de pertenencia.

Durante los 35 años transcurridos desde la edición original de El cáliz y la espada, la perspectiva multidisciplinaria y creativa de su autora ha influido en el trabajo de académicos en varias partes del mundo, extendiendo el alcance de las investigaciones de Riane a las culturas no occidentales. Este es el caso del libro The Chalice and the Blade in Chinese Culture, el cual fue hecho por un equipo multidisciplinario de profesores de universidades asiáticas y se publicó en 1995, en inglés y mandarín, por la Academia China de Ciencias Sociales.

El ininterrumpido interés que ha despertado el libro a lo largo de las décadas se debe a la propuesta metodológica de Eisler. Su manera de trabajar incorpora y enriquece la de otras académicas feministas, incluso la de antropólogas estadounidenses de vanguardia como Margaret Mead y Ruth Benedict o la arqueóloga británica Mary Leaky, quienes intentaron recuperar a las mujeres como influencia decisiva en la historia, incorporando así a la otra mitad del pasado. Eisler da un paso más allá, pues rechaza la idea de que la violencia sea una condición natural a la humanidad.

Si bien la autora toma ejemplos de disciplinas tan diferentes como la historia, la economía, la mitología y la política, no se limita a la esfera de los hallazgos del feminismo; se enfoca en el estudio de las relaciones entre lo que llama “las dos mitades de la humanidad”, las mujeres y los hombres, pues comprende que la estructura de esas relaciones implica más que decisiones personales y roles de género: determina la supervivencia de la especie y hacia dónde avanza su evolución.

Eisler subraya que el aporte de su investigación trasciende los binarismos tradicionales, principalmente la dicotomía entre el patriarcado y la reacción feminista. “Debemos dejar de pensar en el futuro a través de términos binarios como hombre y mujer, derecha e izquierda, religioso y secular, Oriente y Occidente o norte y sur. Regímenes opresivos los ha habido en todas partes del mundo a lo largo de la historia”, explica la autora en videoconferencia desde su casa en California. Un aporte fundamental de su libro es la propuesta de un nuevo lenguaje para nombrar la violencia del patriarcado que permite sacar la discusión del ámbito exclusivo de los problemas de género.

Dominar y colaborar: más que semántica

Un ejemplo del interés en el lenguaje que muestra Eisler es su negativa a considerar al matriarcado como una alternativa al gobierno de los hombres. Si, como dice el Diccionario de la Real Academia Española, «matriarcado» significa la organización social en donde el mando corresponde a las mujeres, su única diferencia con el patriarcado es que la violencia la ejerce un género en lugar de otro. Por eso, como escribe en el libro, ambos sistemas políticos “refuerzan la visión predominante de la realidad (y la naturaleza humana) al describir dos caras de la misma moneda”, ambas fundamentadas en la violencia estructural.

A Eisler la obsesiona la precisión de los términos, pues sospecha que cierta narrativa del feminismo ha alejado a hombres que habrían podido ser aliados del movimiento, si alguien les hubiera explicado que el feminismo no va en contra de su género sino de la inequidad. Por eso, en El cáliz y la espada propone una nueva nomenclatura para la violencia del poder y sus alternativas pacíficas. Así, la palabra “androcracia” le parece más precisa que el término “patriarcado” para describir al sistema gobierno de la fuerza ejercido por hombres. La palabra deriva de la raíz griega andros, que significa «hombre», y cratos, que significa «gobierno». Como alternativa a la androcracia se inventa el término “gilania”, un sistema de gobierno en el que ambos géneros colaboran con igual responsabilidad en la sociedad. Se trata de un sistema en el cual es necesario que “las dos mitades de la humanidad se liberen de la rigidez embrutecedora y distorsionadora de roles impuestos por las jerarquías de dominación inherentes a los sistemas androcráticos”.

Como alternativa a estas formas de gobierno prefiere referirse a dos principios de organización social opuestos, a los que llama “sistemas de dominación” y “sistemas de colaboración”. A buscar ejemplos en la historia de ambos modelos dedica El cáliz y la espada. Asocia el primer caso a la violencia, a las guerras y a la organización jerárquica de la sociedad, identificándolo con la imagen de la espada. El segundo caso es el simbolizado en el cáliz, y se trata de un ejercicio del poder como colaboración entre los géneros y el establecimiento de estructuras equitativas e inclusivas. Para la autora, la actual coyuntura de la revolución feminista y la postpandemia ofrecen oportunidades interesantes para que los seres humanos comprendan, de una vez por todas, la necesidad de concebir al poder como una responsabilidad y no como una excusa para la dominación y la denigración del otro.

En El cáliz y la espada recuerda que la duración de la prehistoria se mide en milenios el Paleolítico se remonta a 30.000 años en el pasado y el Neolítico a más de 10.000, mientras que el tiempo de la historia marcada por el símbolo de la espada se mide en siglos. La reflexión es uno de sus argumentos para contradecir la noción de que la violencia y la lucha por el poder son parte de la naturaleza humana.

"La guerra forma parte de un sistema cuyo objetivo es mantener las jerarquías de la dominación"

—En efecto. Toma el ejemplo de la guerra, la cual llegó con la Edad de Hierro y la cultura de la dominación: no tiene más de 5.000 o 10.000 años. No hay evidencias de que la gente la practicara en la prehistoria. No estoy diciendo que no existiera la violencia, por supuesto, todo el mundo puede perder el control de sus emociones en un momento dado, pero era de otro tipo. La guerra forma parte de un sistema cuyo objetivo es mantener las jerarquías de la dominación. Por fin, en la actualidad hemos comenzado a desafiar la idea de que algunas cosas son parte de la naturaleza humana. Eso hacen movimientos sociales como el ambientalista, el anticolonialismo, el feminismo y el black lives matter. Entre sus objetivos está poner fin a la mentalidad que divide a las personas entre las de afuera y las de adentro del grupo (la idea del “o estás conmigo o estás contra mí”). Esos movimientos contribuyen a cambiar nuestra mentalidad y a terminar con los modelos de organización social basados en la dominación. Revelan que eso que llamamos “la naturaleza humana” es una invención para perpetuar ciertas estructuras de poder.

En el libro se refiere a la Civilización Minoica o Cretense, desarrollada en las islas de Creta entre los años 3000 y 200 antes de Cristo, como ejemplo de colaboración entre hombres y mujeres y como una alternativa al modelo de la dominación que regía a las ciudades-estado griegas o romanas de la antigüedad. ¿Cómo puede ese otro pasado antiguo contribuir a mejorar las relaciones humanas hoy?

—Creta fue la última superviviente del viejo orden de colaboración del Neolítico. Representa una alternativa al modelo de dominación que hoy está a punto de llegar a su lógico final. La violencia y la inequidad que sufrimos en el presente es consecuencia de una dirección que tomamos hace unos 7.000 años atrás. La Civilización Minoica representa un ejemplo de cómo las cosas pueden ser mejores. No proclamo la necesidad de volver a “los buenos viejos tiempos”, porque eso es imposible, sino a un modelo en el cual se aprovechen los aportes de todos y donde el cuidado de la familia sea prioritario. Conocer la cultura cretense es un buen comienzo.

—¿Cree que el cambio de una cultura de dominación a una de colaboración es el desafío más importante del presente?

"El ecologismo desafía la noción de que los humanos debemos conquistar la naturaleza"

—Sí, por supuesto. La cultura de la dominación se está agotando y es imperativo que miremos hacia los ejemplos del pasado para saber cómo evolucionar hacia sociedades más colaborativas. Hay quienes ya están haciendo esto ahora. El ecologismo desafía la noción de que los humanos debemos conquistar la naturaleza, por ejemplo. De igual manera, el feminismo desacredita la idea de que la dominación de las mujeres por los hombres es un mandato divino o un imperativo biológico. Si te pones a buscar su origen, la alternativa del compañerismo es tan antigua como la Declaración de los Derechos Humanos a finales del siglo XVIII.

Entonces se llamaban Derechos del Hombre”.

—Incorporar a las mujeres ha sido más reciente, sí. A lo que me refiero es que son luchas que vienen desde muy atrás. Para cambiar el modelo de dominación por uno de colaboración debemos prestar atención a las relaciones entre los géneros y dentro de las familias. Porque una de las funciones primordiales del modelo de dominación es entrenar a las personas para que encajen en las jerarquías de ese sistema. En mi libro de 2007, The Real Wealth of Nations [La verdadera riqueza de las naciones] hablo de la “economía del cuidado”. Me refiero con esas palabras a la necesidad de aportar valor a un tipo de trabajo que no tiene que ver con la violencia sino con el cuidado de los demás. Se trata de actividades tradicionalmente asociadas con las mujeres o con lo femenino, que el sistema de dominación ha devaluado. Por tal demérito es que nuestros gobiernos siempre dan dinero para la compra de armas, para entrar en guerras o para la administración de las cárceles. Y hay mucho menos presupuesto para la educación y la salud, por ejemplo.

La pandemia del Covid-19 ha hecho a algunas personas conscientes del valor de la economía del cuidado. Y sin embargo, ¿es posible que esta situación sirva para profundizar las estructuras de la dominación?

"Mucha gente comprende que hasta ahora hemos vivido en un sistema de dominación patológico y es necesario un cambio"

—Ha hecho las dos cosas. La pandemia ha causado algunas regresiones, y hay quienes se aferran al sistema de dominación. Esto es el resultado de que los sistemas económicos (el socialista tanto como el capitalista) no tomaron en cuenta la contribución de los cuidadores, que en su mayoría son mujeres. Pero también veo aquí una oportunidad. Mucha gente comprende que hasta ahora hemos vivido en un sistema de dominación patológico y es necesario un cambio. Quizá la colaboración se imponga como una normalidad nueva, mejorada.

—¿Cómo promover la colaboración, entonces?

—Yo propondría cuatro iniciativas. La primera se relaciona con lo que venimos hablando: debemos promover un cambio de mentalidad. Para eso es importante cuestionar si aquello que consideramos “naturaleza humana” no es una creación del sistema de poder. La economía de la colaboración es más efectiva. Ahora comenzamos a ver que el trabajo de los cuidados es fundamental en las economías postindustriales, que están enfocadas en el capital humano. Gracias a la neurociencia sabemos que la calidad de ese capital humano depende de la resiliencia de las personas, su flexibilidad y su capacidad de trabajar en grupo, un paradigma diferente al del trabajador que se limita a seguir órdenes, que es propio de las culturas de dominación. Por eso, mi otra propuesta se enfoca en la protección de las familias. La neurociencia ha descubierto que la resiliencia se fomenta en los primeros cinco años de la vida de una persona, cuando está en manos de cuidadores. Por eso, lo que ocurre dentro de la familia es fundamental. Pero cuidado: la idea de familia tradicional puede ser una trampa. En sistemas de dominación como la Alemania nazi, el Irán de Jomeini o los Estados Unidos de Trump, la vuelta a la familia tradicional ha sido política de estado. En esos casos, se trata de la familia autoritaria, punitiva y regida por hombres. Debemos propiciar la crianza sin violencia, una basada en el ejemplo y no en el autoritarismo.

—¿Y cuáles son las dos propuestas restantes?

"Para pensar de otra manera debemos cambiar nuestra forma de hablar acerca de los problemas sociales"

—Relacionada con la atención sobre las familias se encuentra la economía del cuidado, a la que me referí antes. Esa sería mi tercera propuesta. La cuarta iniciativa se refiere al lenguaje con el cual queremos propiciar los cambios. Debemos tener mucho cuidado. A veces me parece que la semántica es un problema. Por ejemplo, la palabra “feminismo” parece asustar a muchos que en otro contexto o desde otra estructura semántica podrían apoyar el cambio de la cultura de la dominación por una de colaboración. Experimentos hechos en el área de la psicolingüística revelan que las palabras y el lenguaje canalizan y moldean nuestro pensamiento. Para pensar de otra manera debemos cambiar nuestra forma de hablar acerca de los problemas sociales. Porque la alternativa al patriarcado no es un matriarcado, sino una sociedad de la colaboración.

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