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Rosa Montero: «En mis últimos libros me he sentido poderosa, madura»

Rosa Montero: «En mis últimos libros me he sentido poderosa, madura»

Fotografía © Alejandro Ruesga

Hay libros que cautivan desde el primer instante, porque parece que los hayan escrito para uno mismo. La fascinante aventura consiste en no saber cómo se va a salir de ellos. Algunos tienen ese poder mágico de hacer que algo cambie, aunque sea algo muy pequeño. De este libro, La ridícula idea de no volver a verte, se sale con ganas de vivir.

“El verdadero dolor es indecible y lo primero que te arranca es la Palabra.”

La historia de este relato es fruto de una coincidencia, con mayúsculas (hay palabras en este libro que adquieren ese superlativo). La gran escritora Rosa Montero estaba a punto de entrar en una fase de bloqueo narrativo, cuando de repente le llegó una petición de su editora para prologar una obra destinada a una colección. El texto era el diario que Marie Curie escribió tras la muerte accidental de su marido, Pierre Curie, apenas una veintena de páginas narradas en formato de carta hacia su difunto esposo, un escrito verdaderamente desgarrador. En el diario Marie apuntó todos los detalles de los últimos momentos vividos junto a él. Era la misma incredulidad de la tragedia. Rosa sintió que podía navegar por esa biografía para medir y entender su propia vida (ella es una gran amante de las biografías, las considera útiles cartas de navegación), y también su propia pérdida, la de su marido, el escritor y periodista Pablo Lizcano. Pero advierto que éste no es un libro que hable del duelo, o de la muerte. Al menos, no solo de ello. Tampoco es exactamente una biografía de Madame Curie.

En este curioso libro Rosa Montero entra y sale del interesantísimo relato de la vida de Marie Curie con muy oportunas digresiones, a la par cómplices y divertidas con el lector, sobre los temas que como ella misma ha dicho le han rondado durante toda su vida: el amor, la ambición, la belleza, la soledad, la felicidad, la culpabilidad, el deber, lo raro, la búsqueda, la muerte… Durante toda la obra, Rosa encuentra lugares que te llevan a otros escenarios. A veces con giros inesperados, como invitarte a reflexionar sobre la belleza masculina (a través de una fotografía de Pierre), o sobre la idealización femenina del amor. Hablar de Curie es hablar de la búsqueda del lugar de la mujer, de todas las mujeres que durante siglos han ocupado los únicos lugares que les dejaron y las que se atrevieron a romper el estatus, pagando un precio muy elevado. Rosa rescata los nombres e historias de algunas de esas mujeres, injustamente ignoradas por la Historia.

“El escritor que escribe para contar su vida, regodearse en ella, ponerse medallas o vengarse, hará sin lugar a dudas un texto abominable. La cuestión, en fin, es la distancia; poder llegar a analizar la propia vida como si estuvieras hallando la de otro.”

La Madame Curie de mirada grave (“entrecejo voluntarioso, frente embestidora y boca apretada por el esfuerzo”) y extrema delgadez (apenas comía y dormía) encerraba un universo tras su impactante expresión, y gracias a esta narración Rosa Montero nos muestra a la Mujer: el ser humano labrado con verdadera obstinación para abrirse camino en la Ciencia, un mundo, por entonces, exclusivamente masculino. Madame Curie no solo tuvo que superar la pérdida de su marido, sino los ataques continuados que trataron de menoscabar sus descubrimientos, así como los dirigidos contra su vida personal cuando la vida le dio una segunda oportunidad de enamorarse. Pasó de ser considerada una santa y mártir a una meretriz. Asalto tras asalto, salió victoriosa con una entereza digna de aplauso. Rosa nos habla especialmente, mediante una escritura deleitosa, de la vida más íntima de Curie, la que la convierte en ser el humano que late tras el genio. La que “aullaba de dolor” tras la muerte de Pierre.

“El arte en general, y la literatura en particular, son armas poderosas contra el Mal y el Dolor. Las novelas no los vencen, pero nos consuelan del espanto. En primer lugar porque nos unen al resto de los humanos; la literatura nos hace formar parte del todo, y en el todo, el dolor individual parece que duele un poco menos.”

Pero también es ésta una obra interesantísima por cuanto aporta a nivel de conocimiento científico de la única mujer que ha ganado dos premios Nobel, de Física en 1903 (compartido con su marido Pierre), y de Química en 1911. Nadie esperaba nada de Maria Skłodowska (llamada también Manya, y posteriormente Madame Curie). Ni siquiera ella misma, que estuvo a punto de consagrarse al cuidado de su padre, renunciando a sus ambiciones intelectuales. Tras graduarse en física y química y doctorarse en La Sorbona (logro insólito en aquel tiempo para una mujer), se casó con el físico Pierre Curie, y juntos, en un cobertizo que hacía las veces de laboratorio precario, descubrieron y midieron la emisión energética de ciertos minerales. Lograron extraer una sustancia ínfima contenida en alguno de ellos, que bautizaron como Polonio y Radio, la cual “llameaba con fulgor verdoso azulado, bello y mortal”. Esas atractivas características ópticas llevaron a que se utilizaran de forma peligrosa, añadiéndose a útiles como cosméticos, cremas faciales, dentífricos… incluso en la confección de lana para ropa destinada a bebés. Un delirio radiactivo que no empezó a ser considerado peligroso hasta que el aumento de muertes asociadas a su contacto se hizo más que evidente. El propio matrimonio Curie ya estaba afectado por múltiples problemas de salud ocasionados por la exposición continuada a estas radiaciones y fue, al final, la causante directa de la muerte de Marie, de la de su hija Irène (también ganadora del Nobel de Química, en 1935), y posiblemente lo habría sido de la del propio Pierre, que ya estaba afectado a nivel óseo, antes de que muriera atropellado por un carro en 1906.

“¿Pero cómo es posible que no esté? ¿Y qué demonios es siempre? ¿Ni hoy, ni mañana, ni pasado, ni dentro de un año? Es una realidad inconcebible que la mente rechaza: no verlo nunca más es un mal chiste, una idea ridícula.”

Cuando esto sucedió, Marie luchó contra el dolor del duelo, volcándose aún más en su trabajo y en el cuidado de sus dos hijas, en medio de una desolación que refleja muy bien ese diario, el cual se puede leer completo (es extraordinario) al final del maravilloso libro de Rosa Montero. La ridícula idea de no volver a verte podría ser un anticipo de la última novela de Rosa Montero (La carne), pues está escrito con la piel, con las entrañas. Al tiempo que escribo esta reseña, he recordado una película que siempre me ha gustado: Los puentes de Madison County. Los hijos de la protagonista encarnada por Meryl Streep leen el diario que ésta escribió para recordar al que fue su amante y el gran amor de su vida. Hay una frase de ese diario que dice: “Cuando uno se hace mayor lo que se hace cada vez más importante es ser conocido. Conocido por todo lo que verdaderamente fuiste durante esta breve estancia”.

Pues especialmente de eso trata La ridícula idea de no volver a verte, aunque su título haga alusión a la pérdida. Lo que de verdad importa es ser conocido como la persona que verdaderamente eres. Fíjate, lector, en la portada del libro: es la imagen de una mujer que flota, ingrávida sobre alguna ciudad. No sé si esa mujer es feliz, pero, desde luego, sí es libre. En esta conjura contra la Parca, Rosa Montero da paso a la Vida en cada capítulo. La misma que logró Curie al arrancar al Universo uno de sus secretos más ocultos, al hecho de sobreponerse a todos y cada uno de los embistes de la vida, obstinándose en vivir. O como lo ha sido en Rosa, tras el vacío que deja la muerte esa “destructora de las dulzuras”: ha sido capaz de construir emocionantes y apasionantes historias como ésta.

“El tuétano de los libros está en las esquinas de las palabras. Lo más importante de las buenas novelas se agolpa en las elipsis, en el aire que circula entre los personajes, en las frases pequeñas. Por eso creo que no puedo decir nada más sobre Pablo: su lugar está en el centro del silencio.”

A ratos pudiera parecer una de esas obras de arte que se crean a base de brochazos, y que miradas desde la lejanía cobran todo el sentido. Rosa parece ir desprendiéndose de Palabras que estaban ahí escondidas, de recuerdos que laceran el alma. Gracias a este libro ha podido liberarlos y ponerlos en orden. Marie, intuyo que al igual que Rosa, se salvó de la aniquilación gracias a redactar estas páginas. Manya Skłodowska, esa mutante en busca de su Lugar, supo encontrar la Ligereza, deliciosamente definida por Rosa Montero como esa maravillosa virtud existencial que consiste en saber vivir el presente con plenitud serena.

Al acabar el libro, no me cabe duda de que Rosa Montero también lo ha conseguido.

“La infancia es un lugar al que no se puede regresar pero del que en realidad nunca se sale.”

Rosa Montero es una de las más grandes escritoras de nuestro país. Sé de buen grado que cada vez que saca algo nuevo, hay colas para leerla en las bibliotecas. Su estilo es único, porque además hay mucha verdad en él. Es directa, es ingeniosa, es cómplice. Puede ser dulce, puede ser enérgica. Ha sabido conjugar su parte más creativa, la Rosa imaginativa —la semilla de Bruna Husky— que durante un tiempo estuvo retenida, con la racional. De ahí que veamos temas descarnados, sociales, pero también libros de ciencia ficción, como la saga protagonizada por uno de sus personajes favoritos, que además es el alter ego de la escritora: Bruna Husky (Lágrimas en la lluvia y El peso del corazón). Rosa estudió Filosofía y Letras, y también Psicología, porque durante un tiempo sufrió momentos de ansiedad que la llevaron a creer que estaba perdiendo la razón, llegando a sentir una profunda soledad. Eso fue mucho antes de saber que la normalidad, en sí, es en realidad una anomalía, y que no estaba, en absoluto, sola. El mundo está poblado de “raros” y “mutantes” —como dice ella— que crean universos donde hallar respuestas. Gracias a ellos, otros vivimos mucho mejor.

“Cuando uno se libera del espejismo de la propia importancia, todo da menos miedo.”

La curiosidad insaciable de Rosa la ha llevado a entrevistar a personajes carismáticos e influyentes (Indira Gandhi, Richard Nixon, Julio Cortázar, el ayatolá Jomeini, Yassir Arafat o Paul McCartney, entre otros muchos). No le fue fácil. En la década de los 70 nada era fácil para una mujer, y tuvo que mimetizarse con el ambiente, negando incluso su feminidad, para lidiar y transar en un mundo de hombres. Tras su paso por la Universidad trabajó en el diario Pueblo y colaboró en distintas revistas, de ahí al periódico El País, donde desde 1980 ejerce como directora de El País Semanal. En ese mismo año, recibió el Premio Nacional de Periodismo. Su primera novela (1979) fue Crónica del desamor, pero su primer gran éxito le llegó con Te trataré como a una reina (1983). Ha sido galardonada con el Premio Primavera por La hija del caníbal (libro que alcanzó un gran éxito internacional), y con el Premio Qué Leer a la mejor novela española de 2003 por Historia del Rey Transparente. Este 2017 ha sido galardonada con el Premio a la Trayectoria Profesional, concedido por el Club Internacional de Prensa y el Premio Internacional de Periodismo Manuel Alcántara de la Universidad de Málaga, y acaba de recibir el Premio Nacional de las Letras, en reconocimiento a toda su trayectoria. Su técnica como entrevistadora es estudiada en las universidades de periodismo tanto en España como en Latinoamérica. Sus libros están traducidos a más de veinte lenguas.

“Aunque en todas mis novelas yo huya con especial ahínco de lo autobiográfico, simbólicamente siempre me estoy lamiendo mis más profundas heridas. En el origen de la creatividad está el sufrimiento, el propio y el ajeno.”

Fotografía © Patricia A. Llaneza III

En el mundo de Rosa Montero hay brujas buenas y sabias, y también las hay peligrosas. No hay lugar donde se cobijen los sentimientos, porque estos son la razón de ser, el motor que hace que sus personajes fuertes avancen en esa búsqueda que es el sentido de la vida, cuyo contrincante es la muerte, pero la conquista, el premio, es la identidad. Y la libertad. Rosa, como la plebeya Leola, que luchó como un soldado, es de esa clase de personas que siempre “estarán en las sombras que no se deshacen cuando las miras de frente”. Y que regresarán, por millones.

—Te defines como una persona muy racional pero a la vez fantasiosa. Cómo va ese equilibro entre la parte racional y la imaginación, ¿alguna gana terreno, o se llevan bien entre ellas?

—Jajaja, se llevan muy bien. Quiero decir que dentro de mí esa mezcla es perfectamente natural, esa es mi visión del mundo y de la vida. Lo que la gente suele entender por realidad, limitándola a lo tangible y mensurable, a mí me parece un reduccionismo absurdo. La realidad abarca lo fantástico, los delirios y los sueños. El nazismo fue un delirio y cambió la realidad del siglo XX.

"No controlamos en absoluto lo que nos sucede, pero sí podemos controlar lo que hacemos con lo que nos sucede. Siempre hay una elección."

—Manya Curie fue una rareza, una excepción. Quizá le debamos a Casimir (ese primer amante cobarde que no la supo valorar) su reconocimiento universal. ¿Crees que hay un camino para ellos, o para todos, algo que está ahí, en forma de infortunio o fortuna, para llevarte precisamente al lugar que ocupas (sí, me parece que estoy hablando del destino)?

—En una novela mía digo que los seres humanos llaman destino a lo que ocurre cuando se cansan de luchar. La verdad es que no creo en el destino. Tampoco creo en la buena suerte. Creo que las cosas te las ganas. Aunque sí creo en la mala suerte, en el sentido de que hay gente que lucha y lucha pero es abatida una y otra vez por calamidades. Los humanos somos juguetes del azar. No controlamos en absoluto lo que nos sucede, pero sí podemos controlar lo que hacemos con lo que nos sucede. Siempre hay una elección; a veces el abanico de posibilidades es mínimo, estrechísimo, pero aun así siempre puedes escoger. Y en esas decisiones te juegas la vida. Yo creo que Casimir más bien puso en riesgo la carrera de Marie, pero ella continuó eligiendo seguir adelante una y otra vez, aun en las circunstancias más difíciles.

—Seguimos sin saber enfrentarnos a la muerte. Tú lo defines muy bien: “En nuestra sociedad la muerte es vista como una anomalía, y el duelo como una patología. Cuando tú estás empezando a encontrar el caudal aparentemente inagotable de tu llanto, el entorno se pone a reclamarte un esfuerzo de vitalidad”. ¿Por qué nos empeñamos en ser tan antinaturales?

—Bueno, la verdad es que la muerte es y ha sido siempre bastante inmanejable. La muerte es inhumana, impensable, no nos cabe en la cabeza. Es la gran tragedia del ser humano. Todo lo hacemos contra la muerte: construir y destruir imperios, enamorarnos, crear religiones… El budismo lo reconoce de manera abierta en su mito fundacional, en ese príncipe al que su padre mantiene encerrado en el palacio rodeado sólo de belleza para que no sufra. Un día se escapa de su jaula de oro y al salir a la calle descubre la enfermedad, la vejez y la muerte. Horrorizado, crea el budismo para poder sobrellevar tanto dolor. Quiero decir que el trato con la Parca es obviamente difícil. Y ocultarla y negarla, como hacemos en las sociedades occidentales, no ayuda gran cosa.

—Hay una foto que has puesto en el libro que me llama mucho la atención: es la que fue tomada en 1931 cuando Curie tenía 64 años. ¿Sabes lo que veo allí? Veo una mirada despejada, menos lucha, menos peso. Marchita, sí. Pero más libre. ¿Puede ser que al final de su vida, liberada de tanta lucha, sintiera paz al fin?

—Muy bien observado. Yo estoy segura de que sí. De hecho, en el libro reproduzco una carta que envió en esa época a su hija Irène, en la que viene a decir eso, que aprender a vivir el presente con serenidad es un estado de gracia. Creo que ella lo logró, al menos en parte.

—Marie escribió a su hija Irène que “cuanto más se envejece más se siente que saber gozar del presente es un don precioso”. Entonces ¿por qué parece ocupar tan poco espacio la vejez en la historia de las personas?

—Exacto, a esa carta me refería, y tienes toda la razón. Como sabes, soy una gran lectora de biografías, me gustan mucho, y siempre me ha espantado esa especie de inmenso silencio que cae sobre la vejez de los biografiados. A lo mejor el libro tiene 600 páginas, de las cuales 590 recorren minuciosamente la vida del personaje desde su nacimiento hasta los, pongamos, sesenta o setenta años. Y en las diez páginas finales resumen quizá veinte o treinta años de vejez. Es aterrador. Nuestra sociedad está basada en la productividad pura y dura, y cuando la gente deja de añadir números a la economía parece que ya no vale nada. Hay un verdadero prejuicio contra la edad, algo especialmente trágico en una época en la que vivimos vejeces larguísimas.

"Pierre era como un niño, en realidad una especie de tercer hijo de Marie; no soportaba estar sin ella, tenía celos incluso del cariño que Marie profesaba a sus hijas."

—Tanto Pierre como Marie trataban la feminidad de Marie como si no existiera, e incluso Marie guardaba silencio ante su esposo, porque estaba convencida que su opinión seguro que sería mejor que la suya. Estoy recordando lo que explicas en la novela sobre la debilidad de los hombres, así que te pregunto: ¿estaba convencida, o la estaba protegiendo?

—Las dos cosas. El sexismo es una ideología en la que nos educan a todos, hombres y mujeres, y diversos experimentos científicos demuestran sin lugar a dudas que todos, hombres pero también mujeres, damos siempre más importancia a los varones, los creemos mejores, más válidos y más inteligentes. Así que sin duda Marie pensaba así. Además, en su diario de duelo queda clara esa supeditación que ella sentía. Pero, al mismo tiempo, Pierre era como un niño, en realidad una especie de tercer hijo de Marie; no soportaba estar sin ella, tenía celos incluso del cariño que Marie profesaba a sus hijas… De modo que también estoy segura de que lo hacía para protegerlo, porque conocía bien su tremenda debilidad emocional.

—Costó mucho perdonarle su ambición (algo que solo podía ser masculino), ni que volviera a enamorarse. Menuda lucha titánica. ¿Cómo consiguió sobrevivir a todo? ¿Cuál fue su fuerza vital?

—No sé de dónde sale esa fuerza. Probablemente la conciencia aguda de su enorme inteligencia, de su genialidad, la empujó a seguir adelante. Pero fue una auténtica proeza. Parece imposible que haya conseguido lo que consiguió en circunstancias tan negativas.

—En una parte tremenda del diario de Madame Curie a Pierre ella dice “beso lo que queda de ti”. Y lo estaba diciendo de forma literal. La locura ante la ridícula idea de no volver a verle, ¿verdad?

—La locura de la pérdida, sí. Del dolor que te parte y que parece arrebatarle toda brizna de sentido a la existencia. Además Marie, como suele suceder con los grandes genios, tenía un equilibrio psíquico frágil.

—El Amor. Y nuestra idealización. Dices que “las mujeres padecemos el maldito síndrome de la redención”. ¿Crees que ellos son menos artificiosos en esto?

—Sin duda. A las mujeres nos han educado tradicionalmente durante siglos para jugar con el único juguete del amor. Los hombres siempre han tenido multitud de juguetes: el poder, la creatividad, el éxito profesional… Pero a las mujeres nos han dicho machaconamente que nuestro único logro es el amor. Por eso hemos llenado el espejismo del amor de multitud de invenciones perniciosas. La redención es una de ellas. Y sí, para los hombres amar es algo más natural.

—Yo creo que el Amor es una búsqueda también constante en tu obra. Dices que donde está más presente es en tu obra El peso del corazón, sin embargo yo aquí lo veo a raudales.

—Yo creo que siempre ha sido uno de mis temas, pero en general ha sido un subtema, salvo en El peso del corazón y en La carne. Aquí en este libro también tiene más importancia, es verdad, pero al mismo nivel de otros temas igual de importantes, como la muerte, el sentido de la vida, la libertad personal, etcétera. Y además este libro no es una novela, en realidad.

—Un amigo te dijo que el recuerdo de Pablo, tu marido, no estaba presente. Yo sí lo veo. Cuando sale (y aparece de repente) es nítido y abrasador. Visceral. Quizá solo podía salir así, a pequeñas dosis. Pero es suficiente.

—Ya sabes que no me gusta lo autobiográfico, y además soy tremendamente pudorosa. Yo considero que uno de los logros del libro es justamente ese, hablar de Pablo con intensidad pero con discreción.

—La doctora Heath, a quien citas en el libro, dice que cuando alguien querido muere hay que escribir el final. Marie lo hizo, ¿lo has hecho tú?

—Lo que ella dice es que es muy bueno hablar con el enfermo de su vida, ayudarlo a que él o ella redondee el relato de su existencia y también escribir entre los dos el relato de la vida en común. Lo intenté, claro.

"Con este libro ha sucedido algo muy curioso: me han escrito muchos lectores contándome sus duelos, pero lo extraordinario es que se trata de historias hermosas y luminosas, no son historias tenebrosas."

—Háblame de la Belleza de la muerte, si es que tal cosa existe.

—Con este libro ha sucedido algo muy curioso: me han escrito muchos lectores contándome sus duelos, pero lo extraordinario es que se trata de historias hermosas y luminosas, no son historias tenebrosas. Me cuentan, por ejemplo, cómo se pasaron una tarde hablando íntima y serenamente con la pareja enferma, y que esas horas habían sido las más hermosas de sus vidas. Sí, también hay belleza.

—¿Cuánto tiempo dedicas a la escritura? ¿Eres metódica trabajando? He leído que la idea del final de una historia no está clara hasta que se llega precisamente allí. De modo que ¿son tus personajes los que acaban escribiendo ese final?

—Para ser novelista tienes que ser muy disciplinado, eso desde luego, pero no necesariamente metódico. De hecho, yo detesto las rutinas, así que organizo mis jornadas sobre la marcha. Cuando estoy escribiendo una novela le dedico todo el tiempo que puedo, a veces diez horas al día. Y no, en realidad a mí se me ocurren siempre los finales al principio de la novela, es una cosa rara más dentro de las muchas rarezas que tiene la escritura de un libro. Cuando todavía apenas sé nada de la historia, ya se me ha ocurrido el final, jajaja, de modo que la cosa consiste en lograr llegar a ese desenlace.

—Te he escuchado decir que en una novela hay pocas perlas, y que “hay un momento en que todo viaje se convierte en una pesadilla”. Escribir una novela debe de ser algo durísimo. ¿Qué te hace avanzar?

—Los novelistas somos los obreros de la literatura: escribir una novela es como picar piedra. Y a menudo te pierdes, y a veces estás desesperada. Pero también es una aventura maravillosa, un juego profundo, regocijante y muy bello.

Fotografía © Patricia A. Llaneza II

—Has dicho que no estáis de acuerdo en que el proceso creativo no sea sufrimiento y que hay que escribir estando bien anímicamente. Pero ¿es el dolor el lugar donde nacen gran parte de las ideas?

—En efecto, detesto ese tópico que dice que para escribir hay que sufrir muchísimo en la vida. Pero es que toda vida, hasta la más plácida, tiene su cuota de sufrimiento. Y en efecto, escribimos para convertir las heridas en luz, como decía Georges Braque.

—¿Escoges las historias, o es al revés? ¿De dónde surge la inspiración?

—Noooo, las historias te escogen a ti, nacen del inconsciente del mismo lugar de donde nacen los sueños, y aparecen en tu cabeza con la misma aparente autonomía con la que los sueños aparecen por las noches.

—¿Con qué personaje de los que has creado compartes más cosas?

—Sin duda, con Bruna Husky, mi androide de combate de las novelas futuristas.

"Mis protagonistas son seres que se odian a sí mismos, que arrastran una culpa difusa, que no saben vivir."

—¿Por qué algunos de tus personajes parece que estén furiosos consigo mismos o con el mundo? Como si no se perdonaran. ¿De dónde procede esa atracción por los personajes “malditos”?

—No lo sé, ya te digo que tú no escoges las historias, y por consiguiente tampoco a los personajes. Pero es una gran observación: en efecto es así, mis protagonistas son seres que se odian a sí mismos, que arrastran una culpa difusa, que no saben vivir.

—Curie o Leola (protagonista de Historia del Rey Transparente) son en realidad supervivientes. Grandes luchadoras. Tu alter ego, la replicante Bruna Husky, también lo es. ¿Tú también luchas “para que no se le escape el único y brevísimo instante de la salvación”?

—Exactamente, jajaja. Lucho contra la muerte y contra el tiempo, que todo lo deshace.

—La mirada de Marie me recuerda a la de Cajal. Ambos fueron enormemente profundos y apasionados. ¿Era esa mirada una máscara, tal vez un instrumento de protección?

—Lo que era una máscara era la aparente impavidez de Marie, su frialdad exterior, tan mentirosa, porque ella era un volcán. Pero claro, necesitaba protegerse ante la tremenda misoginia de su época.

—¿Estudiaste psicología para conocer mejor a tus “demonios” y poder derrotarlos?

—Estudié psicología porque creía que estaba loca. Con 16 años tuve ataques de pánico y ansiedad, y en aquella época y en mi clase social no te llevaban a un psiquiatra, así que me pasé los ataques a pelo, sin tomar ni un ansiolítico. Estudiar psicología me permitió saber que se trataba de algo muy común, que esos ataques eran algo así como la gripe de los trastornos mentales. Terminé perdiendo el miedo al miedo, y hace casi cuarenta años que no he vuelto a sufrirlos. Y tampoco ocurriría nada si volvieran. Ahora sé que se pasan y sé también cómo sobrellevarlos.

—En un momento del libro sobre Curie, cuando hablas de la pérdida de un ser querido, dices que la recuperación no existe y que no es posible volver a ser quien eras. Pero sí la reinvención.

—Sí, es que cuando sufres una pérdida así en tu vida te dicen «ya te recuperarás». Pero es mentira, porque esa vida anterior se ha acabado para siempre, no hay recuperación posible. Lo que haces es empezar otra vida, reinventarte. Hay muchas vidas en una existencia. Yo voy por la cuarta o quinta.

"Ahora lo único que deseo es bailar con las palabras, escribir como quien vuela."

—Solías decir que aspirabas a escribir un gran libro sobre la condición humana. Permíteme que te reproduzca lo que escribió Madame Curie: “Debemos tener perseverancia y sobre todo confianza en nosotros. Debemos creer que estamos dotados para algo, y que alcanzaremos ese objetivo cueste lo que cueste”. Ella también parecía aspirar a la grandeza. ¿Cuál es tu aspiración ahora?

—En la escritura, ser totalmente libre, y eso supone también liberarse de la ambición de escribir un gran libro sobre la condición humana. Ahora lo único que deseo es bailar con las palabras, escribir como quien vuela. Y en la vida, ambiciono aprender a vivir el presente con serenidad y plenitud.

—¿A qué le temes, Rosa?

—A la muerte, la propia y la de los seres queridos; a la mordedura del tiempo, al sufrimiento, al dolor físico, a la crueldad, a la violencia, al fanatismo, a la maldad, a la estupidez.

—Rosa, acabas de ser galardonada nada menos que con el Premio Nacional de las Letras. ¿En qué fase de tu vida te encuentras ahora? ¿Cómo sientes la escritura?

—En los tres últimos libros me he sentido poderosa, madura. Ahora estoy agotada y algo perdida. Pero confío en que recuperaré el aliento en cuanto deje de viajar de acá para allá como una maleta. Llevo dos años con un nivel de trabajo frenético y absurdo, pero estoy dispuesta a cambiar de vida. Además el Premio Nacional de las Letras ha sido como un bálsamo, ha tenido un efecto casi terapéutico. Ha venido a darme seguridad y ánimos cuando estaba un poco desfondada.

—Rosa, ¿por qué escribir?

—Porque es mi manera de soportar la vida. Forma parte esencial de lo que soy. Escribo para intentar darle al Mal y al Dolor un sentido que en realidad sé que no tienen.

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